Por cierto, me inspiré un poco en la canción de Roberto Carlos
"Desahogo"
DEDICADO A ADELITA DAFFODIL
DRABBLE: DESAHOGO
POR: DENÍ TG
FF 2022
—¡NEEEIL!!! ¿Dónde jodidos te escondes???!??
—Carajo…
Aquel hombre castaño de piel dorada, ojos color miel y carácter frío y despiadado afuera de su hogar, pero que una vez que cruzaba el umbral de su casa se convertía en un pobre cordero dispuesto al sacrificio, se encontraba escondido en aquella habitación vacía y alejada en dónde se guardaban muebles y cacharros de la cocina que casi nunca se usaban así como varios juguetes de todos sus hijos que pronto serían donados a niños menos afortunados. En ese solitario lugar se encontraba sólo él y su mejor amiga de los últimos meses: una botella de whisky que se renovaba cada vez que él se sentía desdichado, lo cual últimamente era casi diario.
— ¡NEEEIL!!!! ¡Con mil demonios sal de tu maldito escondite y ayúdame con tus hijos!! ¡Deja de ser el tonto cobarde de siempre y compórtate como su maldito padre!!! ¡Necesito que vengas ahora!!!!
— Maldita sea… ¡DÉJAME EN PAZ SÓLO POR UN MOMENTO!!!— Le contestó a aquella voz femenina que al mismo tiempo que adoraba, lo hacía rabiar y perder el control de sí mismo—
“Solo un momento y seguiré con tu cruel juego” — pensó mientras intentaba tomar el último sorbo de su vaso, sus manos temblaban sin cesar, no sabía si era la frustración contenida, la rabia ahogada en su pecho o el hecho de que todos los días desde hace meses su cuerpo le pedía a gritos que aliviara esa necesidad física de ahogarse en el alcohol—“Neil, solo tú tienes la culpa, solito te metiste en este lío”— se reclamaba amargamente — “Y aún así, no me arrepiento de nada”
Su mano temblorosa tiró accidentalmente el vaso con el último sorbo de valioso whisky y él lloró amargamente como si la vida dependiera de ese último trago. Después de aquel desahogo que se había convertido en una rutina cada vez que llegaba a esa casa de locos, reunió el valor suficiente de salir de su improvisado refugio. Se levantó del suelo un poco tambaleante, intentó arreglar el desastre de su ropa, tomó su saco y la corbata que se había quitado al llegar y con una sonrisa cínica que intentaba ocultar toda la amargura de su alma se enfrentó a la realidad de su vida.
Bajando las escaleras de su hogar pudo divisar a todos sus hijos jugando animadamente en la sala de estar: demasiado ruidosos, demasiado traviesos.
Eliza la mayor de 10 años era una copia casi idéntica a su ahora no tan querida hermana que poseía el mismo nombre, solo que más amable, piel apiñonada con un cabello ondulado castaño rojizo y ojos color miel como los de él, Bruce el siguiente de 8 años era una mezcla entre él y su esposa, cabello castaño claro y ondulado, pecas adornando su carita, dulce y travieso con bellos ojos verdes, Cameron el tercero de 7 años era idéntico a él pero con ojos verde esmeralda y una capacidad infinita para pensar maldades, Megan su princesa de 3 años que secretamente era su favorita por ser idéntica a su madre: ojos verdes, pecas, rubia con rizos imposibles y risa cantarina que al igual que su madre lo manipulaba con una sola de sus sonrisas…
— ¡Carajo Neil! Parece que huyes de nosotros— reclamó enfadada aquella mujer que al chasquido de sus dedos hacía que él danzara al ritmo que ella le imponía.
— Solo estaba…
— Si sí, embriagándote “Qué novedad”— espetó ella fastidiada—Cuida un momento a tus queridos hijos mientras reviso si la cena ya está lista, quiero preparar pronto a los niños para dormir.
Ella cargaba al más pequeño, un bebé que aún no cumplía su primer año, que depositó apurada en sus brazos. Cuando ella se inclinó ante él, le mostró de forma insinuante su generoso escote moviéndose discretamente haciendo que sus senos se balancearan encendiendo la mirada de su esposo.
Ella se acercó al oído de su marido y con voz sensual le susurró “Si eres buenito, hoy como siempre te haré enloquecer en nuestra cama” su piel se erizó y sus pupilas se dilataron como respuesta muda.
Cualquiera podría pensar que sus 11 años de matrimonio eran perfectos, 5 niños bellos, una esposa que, a los ojos de todos, incluyendo a sus padres era abnegada y amorosa, un negocio hotelero que generaba enormes ganancias millonarias, una casa hermosa en Miami enfrente del mar… la superficie lucía tan brillante como podridas estaban las bases.
Esa noche después de lidiar con sus traviesos y caóticos hijos, cenar en medio de una lucha campal de infantes y mandarlos enérgicamente a todos a dormir y observar pacientemente como ella amamantaba al más pequeño y dejarlo dormido en su cuna, su “dulce y amorosa” Candy lo tomaba en el lecho conyugal con ardiente lujuria, cabalgándolo con un frenesí casi furioso, sus pechos llenos por su reciente maternidad hipnotizándolo, cayendo en un espiral desenfrenado de éxtasis… todo hubiera sido perfecto para él estos 11 años pero, nada era lo que parecía, solo eran sombras, fatuas ilusiones.
Nadie sabía lo que él ocultaba, por orgullo, por vergüenza y por ese amor enfermizo que lo encadenaba irremediablemente a ella.
Saber en su noche de bodas que él no había sido el primero, fingir casi todas las noches no escuchar que ella susurraba sin temor y con los ojos cerrados el nombre de ese maldito actor en la mayoría de sus noches pasionales, sus desapariciones varias veces al año por varias semanas en supuestas visitas a aquel orfanato dónde creció cuando en realidad ella viajaba a Nueva York regresando feliz con la mirada brillante, la misma que recuperaba cada vez que la compañía teatral de aquel maldito bastardo se encontraba de gira en Miami.
Y lo peor, lo que lo tenía al borde de un colapso nervioso: el nacimiento de su último hijo, que ella decidió llamarlo Graham, qué ironía, “Graham Leagan” casi podía escuchar las risas de ambos burlándose del pobre imbécil en el que se había convertido a merced de ella. A solas, solo con la compañía y el consuelo del whisky, reía histéricamente al mismo tiempo que lloraba, por ser tan malditamente estúpido y dejar que ella dictara el rumbo de su patética vida...Su hijo, sí claro ¿Qué tan idiota sería a los ojos de su esposa? Su hijo…porque por supuesto que era SU hijo, tan suyo como Candy era suya, ella era su esposa y no estaba dispuesto a cambiar eso.
Su último hijo: un hermoso bebé de escaso cabello obscuro, piel tan blanca como la leche, con ojos de un azul que sólo había visto en una persona: solo los ojos de aquel bastardo poseían ese tono de azul… pero él había ganado, ¿Qué no? Ella era suya, era su esposa, madre de sus hijos, estaba en su casa y cada noche se la cogía a placer sin importar que ella cerrara los ojos y murmurara el nombre de otro.
Él había ganado sin importar que ella lo manipulara, que ella desapareciera por semanas para revolcarse con su amante en Nueva York. Él había ganado, aunque ella le recordara cada día que no lo amaba pero que su dinero era muy conveniente para financiar ese maldito orfanato, y que no lo amaba, pero le encantaba que él se arrastrara a sus pies.
Su vida no era tan mala mientras tuviera una botella de whisky caro y a su esposa bajo el peso de su cuerpo gritando de placer.
Antes de quedarse dormido abrazado a su esposa, solo la escuchó llamar al maldito bastardo en sus sueños “Terry” haciendo que él la apretara contra su cuerpo en un abrazo desesperado con la misma sentencia de cada noche “no importa, tú eres mía”.