La tarde llegó y con eso decidió aprovechar un momento de descanso mientras los pequeños tomaban su siesta.
–¡Uff! ¡Qué día! La ventaja es que los querubines están dormidos y podré disfrutar un momento de descanso. Mmm, creo que aprovecharé este tiempito libre para leer.
Se dirigió hasta su habitación en busca de aquella novela que cada vez que podía le echaba una ojeada. Era una de las pocas novelas que le gustaba leer una y otra vez. “El conde de Montecristo”, la época en que estaba ambientada le encantaba. Buscando en la pequeña estantería donde guardaba sus preciados libros, algo llamó su atención. En la repisa superior descansaba un libro el cual no había visto desde muchos años, pues estaba casi oculto bajo las faldas de una muñeca que prácticamente lo tapaba.
Buscó un taburete y se apresuró a revisar si aquello que veía era el libro que ella estaba pensando. ¿Cómo era posible que no lo haya visto antes? ¿Es que las muchachas que ayudaban con la limpieza no habían arreglado esa repisa? ¡Imposible! ¿Cómo llegó ese libro ahí?
No era una mujer muy bajita así que subida en el taburete se le hizo fácil acceder a eso que le llamaba la atención. Era extraño, pero la repisa estaba limpia y el libro también, era como si alguien lo hubiese dejado en ese puesto a propósito para que ella lo viera.
“La Iliada” Sus manos temblaban al momento que el libro fue ojeado. A su mente llegaron los recuerdos de aquel jovencito de 14 años obsequiándole ese libro en el día que cumplió 12 años. Y fue ese libro que llenó su mente de fantasías y viajes fantásticos en otra época y por otros mundos. Fue ese libro que alimentaba sus ganas de conocer más.
Recordó la extrema pobreza de su infancia, que tener un libro de esa índole era un lujo. Lo tenía que leer a escondidas de su borracho padre, pues de lo contrario ese hombre era capaz de reventarle la espalda a punta de latigazos.
A su memoria llegaron las imágenes de aquellas noches que en compañía de su amigo leía esa maravillosa obra. Claro que siempre lo hicieron ocultos en el gallinero para que jamás fueran descubiertos. Sus únicos testigos eran las gallinas y la vieja lámpara de kerosene que usaban para alumbrase.
–Sigue leyendo Jhonathan. ¿cuál de las tres diosas era la más bella?...¿Paris eligió a Elena? ¿de verdad existió Aquiles?
No pudo evitar que las lágrimas rodaran por su pálida mejilla. Aquella noche y a sus escasos 12 años, su amigo Jhonathan había rozado con la mayor de las inocencias sus labios. Le había dado su primer beso.
–Me gustas, María. Cuando seamos grandes me casaré contigo y te compraré muchísimos libros.
–Yo..yo.. Tú.. también… me gustas.
Un nuevo e infantil beso fue dado, pero con la mala suerte que la lámpara rodó de su mano. El fuego se extendió tan rápido que los niños solo atinaron a salir corriendo.
A la mañana siguiente solo encontraron cenizas y a dos pequeños cubiertos de pies a cabeza de hollín.
–¡Maldita!-- Una bofetada cruzó la cara de la pequeña tirándola al piso en el acto
–¡No lo haga! Ella no tuvo la culpa. Fui yo, fue mi culpa, no la de ella. Yo la besé y por eso soltó la lámpara.
–¡Así que saliste igual de zorra que tu madre!
El hombre estaba furibundo, tanto que los lugareños tuvieron que intervenir. El papá de Jhonathan tuvo que llevárselo de ese sitio para que el furioso hombre no arremetiera en su contra. Luego de unas semanas se vieron obligados a abandonar el pueblo; pues el padre de la pequeña había amenazado con quemarles la casa si no les daban dinero.
Se limpió las lágrimas con un delicado pañuelo. Aquellos recuerdos eran por demás dolorosos, pero no eran nada en comparación de ese único recuerdo que no olvidaría jamás. Entre las páginas del pesado libro encontró una rosa. Estaba toda seca por el paso del tiempo, pero curiosamente aún conservaba algo del delicado aroma.
El recuerdo de ese amargo día llegó a su mente.
Una escuálida jovencita caminaba por las frías calles de la ciudad. La pobre muchacha tan solo estaba arropada con una ligera chalina que ya estaba raída por el paso del tiempo. Entre sus manos apenas si tenía unas cuantas monedas de lo había cobrado por su trabajo. A pesar de ser joven y hermosa eran pocos los clientes que tenía, pues estaba tan delgada que era “poco apetecible” a la vista masculina.
–Padre, solo he logrado conseguir esto. Hoy no fue un buen día y con este frío, casi me estoy congelando.
–¿Es que eres una idiota? ¡ Esta basura no me alcanza ni para una botella de licor! Vuelve a las calles a trabajar.
–¡Pero Padre! Está demasiado frío y tengo mucha hambre.
¡Zaz! Una bofetada cruzó la cara de la muchacha
–¡Te digo que vuelvas a las calles a trabajar! Solo para eso sirves ¡Ramera!
Para no ser golpeada prefirió salir corriendo de aquella vetusta casa donde sólo encontraba maltratos y dolor.
Entró a un bar para ver si encontraba algún cliente. Se colocó una rosa marchita entre sus cabellos para ver si así parecía más atractiva a los hombres, hasta que un muchacho alto, rubio de ojos verdes la detuvo.
–¿María?
–¿¡Qué!? Yo… yo..
Trató de alejarse de él, pero el muchacho no la dejó
–Mírame, soy Jhonathan.
Claro que lo había reconocido. Era Jhonathan, su Jhonathan. Se había convertido en un guapo muchacho de bellos ojos verdes. Trató de que no viera su cara para que él no la reconociera, pero ya era tarde.
–Está equivocado… yo no soy esa María que usted dice. Yo…yo me voy
–¡Espera! Aunque haya pasado mucho tiempo, yo sé que eres tú. María... ¿por qué? ¿Qué has hecho de ti?
El muchacho de ojos verdes trató de seguirla, pero fue en vano. María había corrido tan rápido que él no la pudo alcanzar. Llegó con el corazón desbocado hasta esa choza que llamaba casa. Su padre estaba tumbado sobre un viejo catre que fungía de cama. La joven ya no soportó más. Tomó sus pocas pertenencias y se fue de ese lugar.
Estaba parada mirando fijamente al río. Entre sus manos sujetaba aquel libro que tanto amaba, pero sus ojos solo lloraban.
–¿Por qué me vio así? Ahora soy un despojo de la vida.
Sintió que ya no quería vivir, pues su único recuerdo hermoso se había borrado cuando él la vio así.. Pensó que el profundo lecho del río sería un lugar para descansar…para siempre.
«Toc, toc» «Toc, toc»
–¿Hermana María?
–¡Eh! ¡Señorita Pony! ¿Desde que hora está ahí?
–Bueno, he llamado por varios minutos pero usted no contestaba.
La hermana María solo se acurrucó en los brazos de su gran amiga, la señorita Pony.
La mujer estaba ahogada en llanto, pero Pony fue incapaz de interrumpir. La hermana María siempre había sido muy reservada, pero ella sabía que esa pesada carga de su pasado la estaba asfixiando.
–¿Qué ha pasado?
–Es este libro. Ha hecho que todo mi pasado regrese con fuerza y me derrumbe.
[suspiro] –”La Iliada” nunca entendí el porqué una muchacha de apenas 20 años cargaría con un libro tan pesado como ese. Cuando la encontré desmayada, se aferraba tanto a ese libro que hasta tenía miedo de quitárselo. Pero, si tanto le duele ese recuerdo ¿para qué lo guardas?
–Yo… yo no recordaba donde estaba. Lo encontré ahí en el estante.
–¡Oh! Me imagino que Candy ordenó a las muchachas limpiar todo el orfanato. Debió encontrarlo en el desván y como a usted le gusta leer, supuso que era suyo. Sabe que siempre que visita el hogar trae su ejército de limpieza para ayudarnos con nuestra pesada tarea.
La hermana María estaba tan triste que Pony no sabía cómo consolarla.
–Hermana María, los niños están en el comedor esperándonos. Candy y Annie han traído un enorme pastel para celebrar junto a nosotras el día de las madres.
–¿Cómo puede una mujer como yo celebrar un día así? Señorita Pony, fui una mujer manchada. ¿Cómo puedo llamarme madre?
La anciana mujer tomó dulcemente de las manos a su siempre amiga y le pidió que la acompañara.
–Venga hermana María, quiero que vea algo, pero sin que ellos nos vean a nosotras.
Las dos mujeres estaban escondidas detrás de la puerta que daba al comedor. Estaba entre abierta y esa pequeña abertura les dio el espacio necesario para observar lo que pasaba en ese sitio.
–¿Puede ver a esas dos muchachas?
–¿Candy y Annie? ¿Qué pasa con ellas?
–Ahora son extraordinarias mujeres y esposas y cada vez que ellas pueden regresan a esta casa porque la sienten como su verdadero hogar. ¿Cómo podrían hacerlo si no hubiesen tenido una buena crianza?
Hermana María, Dios sabe el sufrimiento de su corazón y es por eso que a pesar de todo lo malo que le pudo ocurrir, le dio una oportunidad de vida. Fue la mano del señor que esa noche me guió hasta la ribera de aquel río.
–Pero… ser una hermana de la caridad no borra mis pecados.
–¿Y acaso a nuestro Señor le importa cómo usted se ganaba la vida? ¡Mire cuántos niños ha logrado formar! ¡Quién más que usted para ser llamada MADRE! Fue justamente usted que no tuvo amor de madre quien decidió entregar todo ese amor a tantos niños desprotegidos.
La hermana María veía el brillo en los ojos verdes de Candy. Se la veía tan hermosa con su pancita de embarazada que daba gracias a Dios haber puesto a esa hermosa niña en sus manos. Debía de reconocer que Candy ocupaba un lugar especial en su corazón, pues sus enormes ojos verdes eran tan iguales a los de su Jhonathan que ella solía pensar que la pequeña niña era su hija.
–¡Vamos hermana María! Límpiese las lágrimas y abrace a sus hijas.
–Tiene razón señorita Pony. Es momento de celebrar este día junto con todos nuestros hijos. No serán hijos de nuestras entrañas, pero son hijos de nuestro corazón.
FIN
Última edición por SHALOVA el Sáb Abr 30, 2022 12:22 pm, editado 1 vez