Buenas noches a todos nuestros lectores y escuchas de esta Guerra Florida. En este paseo por mi cabeza no estoy sola, ya que Lady Ardlay se unió a esta aventura y juntas decidimos viajar al año 1200 D.C. para conocer una historia de amor, que podría verse prohibida, incluso pecaminosa, pero tiene el más sincero amor, en medio del odio, las intrigas, infidelidades y magia. Lady Ardlay y Carmín Castle les presentan con todo el amor del mundo nuestra historia LA REINA.
Las invitamos a conocer la reina una historia que se concibió en nuestra cabeza y da a Luz en este escrito. Lady Ardlay y Carmín Castle.
Inglaterra, año 1230 D.C
Hace muchos años en una tierra de fuertes guerreros y un reinado fuerte y hostil como el frío invierno, nació una historia. El cambio para muchos tanto de la realeza como del pueblo.
—Majestad, estoy aquí a sus órdenes —. Fue la voz del obispo ingresando al dormitorio del rey de Inglaterra— ¿Puedo saber por qué me llama a sus aposentos y no al salón real, majestad? O tal vez en la casa de Dios —el obispo Martín, trataba de mostrar seguridad ante el poderoso rey, el cual era implacable, sin importar raza, sexo, estatus social, incluso credo.
El representante de la iglesia con temor extendió su mano a Richard, para que besara su anillo, que era una clara representación en esta guerra de poderes. Richard al mirarlo paso de largo con una sonrisa ladeada, casi burlesca, al eclesiástico.
—Usted es el que debe inclinarse a mí. ¿No lo cree? —Fue la voz grave del rey a espaldas del obispo, traspasando como una daga la valía del creyente.
—Majestad, usted gobierna las tierras de Inglaterra. Pero yo represento a Dios y su iglesia, espero que no lo olvide —. Dijo el hombre volteando y sosteniéndole la mirada a Richard con autoridad.
—Bien. Dejemos los protocolos. ¿Sabe por qué está aquí? En mi habitación, en privado —Richard clavo sus fríos ojos en el hombre con más intensidad.
—No, pero debe ser algo delicado. Si estoy aquí y a altas horas de la noche, debe ser importante, creo —dudó, apartando la mirada del rey— ¿Qué aqueja al rey? —preguntó el obispo Martín.
—Mi hijo. —Richard suspiró y se dejó caer pesadamente en la silla real de su cuarto.
—¿Acaso al futuro rey le pasó algo? —el religioso se notó perturbado bajando la guardia ante el monarca.
—No. Aún no, pero sabe que su vida es el campo de batalla, ya pronto será su trigésimo cumpleaños y… —Richard tomó un pergamino en sus manos con semblante preocupado y continuó— no tiene herederos. ¿Sabe lo qué es eso? —Richard se puso en pie con furia y frustración.
—Majestad, su hijo es aún muy joven y su esposa…
—¡Su esposa es el problema! —Gritó Richard Interrumpiendo al obispo— ¿Cómo es posible que después de cuatro años de matrimonio no haya podido quedar embarazada la seca española? —concluyó.
—Señor, disculpe, pero si su hijo pasara más tiempo con ella. Tal vez y…
—¿Hablaste con ella, no es así? —fue la interrupción de Richard a un conciliador obispo.
—Señor, la princesa Elisa es fuerte y fértil, solo que su hijo no pasa mucho tiempo a su lado —el obispo trataba de calmar el enojo del rey— y sabe que los reyes de España son sus aliados en las batallas contra los vikingos. Su hijo debe volver y engendrar un hijo pronto, es su deber como esposo y futuro rey de Inglaterra. Un hijo legítimo, con la futura reina consorte Elisa Leagan. —Terminó el religioso con severidad y firmeza.
—Ella es la culpable. Solo ella es la responsable de que Terry, mi hijo, prefiera estar allá en el campo de batalla que entré sus sábanas —replicó Richard.
—Señor, lo entiendo, pero su hijo también debe poner de su parte. Los reyes de España también están inquietos al ver que su hija no afianza su matrimonio con un heredero.
—¡Me cansé! —Richard golpeo la mesa—. Debo priorizar mi reino por encima de el de España —tomó un documento y se lo entregó al obispo.
—¿Qué… qué es esto? —fue la voz sorprendida de Martín al leerlo.
—Lo que ve. Una anulación de matrimonio, ya que no fue consumado —terminó Richard con voz grave.
—Pero… eso no es verdad. Majestad, usted sabe muy bien que los testigos dieron fe de que la unión se consumó —Martín le devolvió el documento a Richard, el cual lo miró con molestia.
—Eso que dice ahí es lo que debe decir a su santidad. Si los reyes de España quieren conservar la reputación de la princesa, su hija. Lo aprobarán, de lo contrario yo mismo viajaré, convenceré al papa y lo haré firmar alegando que Elisa Leagan princesa de España, es una mujer estéril y deforme; por esa razón mi hijo no consumó la unión. La dejaré en cautiverio por el resto de su vida o la mandaré a ejecutar —se puso de pie y entrelazó sus manos en la espalda, caminó alrededor del obispo y ahora con voz pausada, prosiguió— Y si usted corre con suerte será removido y desterrado, ya que no le importa el futuro de Inglaterra —fue la amenaza que le dio parándose enfrente de él, observándolo con mirada gélida— o solo dé misas en el lugar más recóndito de Inglaterra, de eso me encargaré.
—¡NO! Eso sería iniciar una guerra con España —el obispo palideció— Y retar a Dios y la iglesia —terminó.
—¡Y yo necesitó mi heredero!, si no es del linaje de España, será de las tierras de Germania —terminó un decidido Richard.
—¿De los pueblos germanos? Pero… majestad, debe considerarlo, los reyes de España y Roma tienen muy buenas relaciones, está su hijo Neil el despiadado, así lo llaman y él no temerá en extender su venganza contra Inglaterra si su hermana es dañada de alguna manera. Debe reconsiderarlo, majestad, no podríamos sostener la guerra con los vikingos y los españoles al mismo tiempo. Eso sería condenar a Inglaterra a una derrota total —el religioso trataba de hacerlo entrar en razón.
—Pero con los pueblos Germanos tendríamos alianzas para hacer la paz con los vikingos —contraatacó el rey.
—Majestad, pero los vikingos de las tierras del norte no pertenecen a los pueblos germánicos —el religioso se notó confundido.
—Es correcto, pero al tener a su princesa por reina de Inglaterra o la apoyan o serán desterrados. Esta unión los debilitará y tendremos aliados muy cerca de los reinos del norte para terminar con ellos al fin —Richard dijo esto con supremacía— Mandé a traer a mis hijos de la guerra. La princesa Susana ya está en camino y deseo que la conozcan. Si mi hijo embaraza a la princesa Eliza, daré a Susana a mi hijo menor, Anthony, pero si Elisa no queda esperando... —Richard hizo una incómoda pausa—Anularé su matrimonio con o sin su ayuda, y Susana, princesa de Germania, será la futura reina de Inglaterra y Eliza irá al exilio o a un convento —terminó el rey con sus ojos en llamas.
—Así como…
—¡Silencio! —gritó Richard a un derrotado Martín—. No se le olvide que soy el rey —Dirigió sus fríos y azules ojos a los atemorizados del obispo Martín que, en total derrota, solo asintió.
—Que Dios y el reino le demanden sus acciones, que la sangre que se derrame de hoy en adelante lo acompañen en su muerte —dijo el obispo y haciendo una reverencia se dispuso a salir.
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Los pasos se dejaron oír por el corredor largo, oscuro y frío del castillo, iluminado solo por unas pocas antorchas que reflejaban una silueta femenina. La mujer de la servidumbre corrió y llegó hasta un cuarto y se adentró con prisa.
—¿Y bien, majestad? —Paty, en paños menores, esperaba a su ama que tenía puestas sus prendas para no ser reconocida en el castillo.
Eliza con prisa y molesta se quitaba las prendas de su empleada. Lanzándoselas de forma brusca.
—No puede ser —Eliza caminaba de un lado para el otro con molestia y miedo—Maldita sea —el rostro de Elisa seguía desencajado, aún no salía de su sorpresa por lo que escuchó.
—¿Majestad, está bien? ¿La puedo ayudar? Vio por usted misma que no le mentía y los planes del rey con usted —preguntó Paty mientras se vestía a prisa.
—¡Cállate! Necesito pensar —dijo iracunda Eliza a su sirviente— debo hacer algo pronto y esto queda en secreto, nadie debe saberlo, menos los hermanos de Terry —dijo Eliza en tono amenazante a su criada.
—Majestad y si le pedimos al soldado de la otra noche que la visite, tal vez él…
El rostro de Paty fue sacudido con fuerza por la mano de Eliza.
—¡Cállate!, no sé de qué me hablas. Yo no conozco a ningún soldado, no existe. ¡Entendido! —Eliza sacudió con fuerza los hombros de Paty. Sin soltarla, los ojos de la princesa brillaron con furia— O tal vez y sea un amante tuyo —terminó.
—En… entendido, majestad —fue la voz temblorosa de Paty ante la amenaza de su ama.
Una noche después de un año de casados, en la cual Terry se marchó de su habitación sin tocarla, tras ella intentar seducirlo sin éxito, llamó a Tom, uno de sus guardias, y lo obligó a que la tomase para poder engendrar; ya se las arreglaría para no dejar ir a su esposo sin que intimasen, pero por suerte no concibió, porque el futuro rey se marchó esa misma noche por largos meses. Si su plan de embarazarse hubiese tenido éxito, sería su muerte segura.
—Esa no es la solución, estúpida —dijo soltándola del fuerte apretón—. No puedo volver a correr ese riesgo, además, él fue llevado al campo de batalla. Qué no te enteras de nada estúpida —Eliza observó a su criada de forma despectiva.
—Y… que se le ocurre entonces majestad —preguntó Paty, trataba de reponerse.
La princesa se perdió en sus pensamientos, Terry no tardaría en llegar al castillo, pero con rabia recordaba sus intentos fallidos de copular con él, su esposo no la deseaba, no había ningún atisbo de cariño de su parte. Y de ninguna manera sufriría el cruel destino que el rey tenía preparado para ella si no concebía pronto al heredero, no pasaría por esa humillación y mucho menos le cedería su lugar de futura reina a nadie. Empuñó su mano con fuerza y de sus labios escapó un nombre.
—Circe —dijo para sí, su semblante cambió de uno atemorizado a uno de esperanzas.
—¿Circe?, la bruja. ¿Quiere que vaya por ella? —habló la fiel mujer.
—No. Yo iré, esto debo hacerlo en persona —Elisa observó por la ventana. Sus pensamientos desesperados la llevaron a la que creía era su salvación, la bruja, ella la ayudaría —Prepara un carruaje. Saldremos en secreto en la madrugada, es mi única oportunidad de poner a mis pies a Terry y al reino de Inglaterra. Mataré a la maldita que se interponga en mi camino —Eliza miró a su fiel empleada con ojos decididos y llenos de maldad.
El bosque se tornaba peligroso al caer la noche, en lo más profundo de él, se podían oír los ruidos tenebrosos de la naturaleza, entre ellos se escuchaba a los lobos aullar.
Circe recostada en una pequeña cama con el calor de la chimenea, escuchó el silbido de su amado halcón, que cuidaba de ella en las noches, y el vibrante aullido del lobo, que protegía no solo el bosque, también cuidaba de ella con más celo que nunca. Matando y destruyendo sin misericordia a quien osara dañarlos, era su hogar, su reino y lo defendería a toda costa, incluso del hombre que decía llamarse rey de esas tierras.
Circe se sentó de inmediato y apagando las brasas miró por una grieta de la puerta, al sentir que lograron llegar a ella, sin ser dañadas por el fiero guardián del lugar.
—Circe —era la voz casi en un susurro de una mujer.
—Pa… Paty. ¿Eres tú? —Circe dudo en hablar— Circe se puso su capa con un velo, quedando como una sombra de la oscuridad y salió de inmediato, se encontró con la sorpresa de que la pequeña que creció cerca de aquel lugar no estaba sola.
Circe, al ver a Paty y a su lado una mujer cubierta como lo estaba ella, que parecía no poder estar ahí. De hecho, nadie quería estar ahí a esas horas de la madrugada.
—¿Es ella? —dijo la fina y alta mujer, descubriendo su blanco rostro de la enorme capa. Dejando ver su espesa y rojiza cabellera.
Paty, algo inquieta, dijo.
—Lo es, majestad.
CRÉDITOS DEL FAN ART A "GO EUN SAN"
Última edición por Carmín Castle el Dom Abr 02, 2023 9:20 pm, editado 1 vez (Razón : estaba muy grande la medida del fanart)