Estaba de más que la señora Britter encendiera las velas del candelabro que descansaba sobre el buró, sería inútil, la corriente de aire las apagaría sin contemplación alguna. A tientas encontró la caja de fósforos y el quinqué. Después de varios intentos logró que la tenue llama iluminara el lugar.
Cada año era lo mismo, año que su propio esposo había decidido dejarla con su problema, porque fuera a donde fuera siempre la llevaba con ella, es por ello que ese único día enviaba a descansar a sus empleados a donde quiera que viviesen, ya que anteriormente el personal de servicio no tuvo la fortuna de contar lo que sucedía detrás de esas paredes.
El chirrido de la puerta de una de las recámaras del tercer piso se abrió, los fuertes pasos en seco hacían crujir cada escalón que bajaba. La señora Britter tragó en seco, comenzó a sudar frío, su piel era un completo tsunami, sus ojos querían salirse de sus cuencas, la taquicardia se hizo presente. Dio unos pasos atrás para encontrar la cama y poder sentarse. No estaba lista, jamás lo estaría. ¡Maldita la hora en que la había adoptado!
—Mamá, mamitaaa, ya llegué, ¿En dónde estás? No te veo, sal de tu habitación, vamos a jugar. — La voz grave, burlona y carrasposa la invitaba a salir.
Se acomodó su abrigo, trató de controlar su miedo, se irguió lo más que pudo, apretó el asa del quinqué, estaba por llegar al umbral de la puerta cuando la pequeña llama se apagó. Un relámpago iluminó el pasillo, ahí estaba ella sobre el primer escalón vestida blanco, sus ojos negros y ojerosos la miraba fijamente, la piel de sus brazos, pálida y azulada que estaba pegada a sus huesos se transparentaba en la tela de seda, la sonrisa macabra de sus labios delgados le anticipaba lo que se vendría.
-¡Uno, dos, tres por mamá!- No importaba donde se escondiera, de todas formas la encontraría, solo ella prolongaba su agonía al momento de buscarla. El rostro desfigurado con un grito desgarrador la hacía salir del armario.
Aquella oscuridad le hacía revivir el pasado. Ahora lo vivía en carne propia. Sombras del más allá con ojos infernales danzaban alrededor de ella, la arañaban, empujaban, le lanzaban cosas, la devoraban, vomitaban, gozaban el banquete de toda aquella adrenalina que su cuerpo y alma emanaba.
-Es mi turno.- Ordenó. Las sombras se hicieron a un lado haciendo un círculo alrededor del pentagrama que se plasmaba en la alfombra. Una fuerza sobrenatural colocó a la huérfana en el centro con sus extremidades completamente abiertas. Cinco velas blancas aparecieron acomodándose en cada punta de la estrella con las llamas en alto.
-Vamos mamá, ¿qué esperas?- Annie le habló con voz suave, con el amor que un día le tuvo, con la confianza ciega de una hija de hacer lo que le pidieran. La señora Britter se negaba a hacerlo. Jamás debió realizar tal acto tan ruin, se arrepentía, siempre se arrepentiría, comprendía que nunca terminaría de pagar por su pecado.
-¡No, no lo haré!-
-Hazlo, te he dicho.-
La daga se posicionó en su mano derecha, su cuerpo, sin voluntad propia se encaminó al centro del pentagrama. Risas siniestras, de dolor y de suplicio inundaron el ambiente, el olor a azufre se agudizó. Empuñando el arma blanca se agachó a la altura del pecho de la niña. Con una puñalada certera le quitó su vida, abrió la cavidad torácica y con sus propias manos sacó su corazón, aún palpitante lo levantó ofreciéndole a Satanás mientras recitaba los favores solicitados.
Un portal como el abismo se abrió como un torbellino, de ella salió un ángel negro emanando fuego, con la voz lugubre le habló a la mujer: -Me has ofrecido en sacrificio a un ser de luz, no puedo disponer de ella, así me lo han ordenado, sin embargo, tampoco puede ir al reino del Señor porque fuiste capaz de hacerle sentir dolor, odio y rencor. No tendrás paz, no encontrarás la muerte aunque la busques una y otra vez, donde quiera que vayas te seguirá, si te escondes te encontrará y cada año sufrirás este y otros tormentos. Cometiste un error y yo no pierdo, gozaré cada minuto de tu sufrimiento, saboreare tu miedo y sucumbirás ante el infierno que vivirás en carne propia.- El ente le dio la espalda regresando por donde llegó.
El reloj marcó las cuatro de la mañana, la tormenta había cesado, la energía eléctrica había vuelto a iluminar la gran mansión. La señora Britter se levantó temblorosa, con la piel rasguñada y moreteada, el vestido desgarrado y manchado con la sangre de su hija adoptiva a la que prometió amar, educar y convertirla en una dama.
Nadie sabía de su paradero, la última carta la había recibido Candy donde le decía que se iba a Europa a estudiar y que lo conveniente era que no la relacionaran con ella ni el Hogar de Pony para no dar a conocer sus orígenes.