Eran unidos, siempre estaban juntos a donde quiera que fueran. Archie, cómplice de sus inventos, Stear, su conciencia. ¡Qué ironías! él era el hermano mayor, se suponía que había confianza, pero, ¿cuántas veces discutieron sobre el tema? No tenía caso luchar por una bandera que no era suya, no debía importarle, ese problema estaba del otro lado del Atlántico y no había nada ni nadie por el cual preocuparse.
Desde que Stear se fue, Archie había cerrado el cobertizo que fungía como su taller y laboratorio de inventos. Solo él podía entrar, nadie más, debía estar tal como lo dejó, es por ello que hacía la limpieza de la misma, nada debía cambiar, porque su hermano menor algún día regresaría.
Con los años entendió el proceder del joven de gafas hacia con todos... "No había tiempo para tristes despedidas." Alistear siempre era portador de una sonrisa, de dar lo mejor de él, simplemente, hacía feliz a todos, no podía ser lo contrario. Estaba convencido, decidido y nada ni nadie podía hacerlo cambiar de opinión.
Las escasas cartas que pudieron llegar le decían que estaba bien, una de ellas le contaba de la alegría que tenía porque le habían asignado un biplano SPAD VII. Archibald siempre se preguntaba qué pasaba por su mente cuando combatía ya que era un joven de paz, jamás en la vida se había peleado, al contrario, era él el qué siempre se peleaba todo el tiempo, sobre todo con Granchester. ¿Acaso lo convertía en un cobarde? ¿En qué se había convertido su hermano? Con un cigarrillo en la boca sonríe derrotado al pensar en la respuesta. Podían hacer mucho estando vivos, pero no, Alistear Conrwell decidió convertirse en un soldado que nunca volvería, en un corazón que ya no latiría más entre las profundidades del mar.
El cobertizo seguiría cerrado, ese taller era el alma de su hermano. Diariamente entraba a llorar su tristeza cuando le confirmaron a la familia que había muerto por la libertad. Se había convertido en un refugio. En ocasiones rememoraba viejos tiempos hasta que lo invadía la nostalgia, y, con el tiempo, la soledad.
Hoy sería su cumpleaños. ¿Cuántos años había pasado desde su muerte? El rubio de ojos color miel tira la colilla del cigarro, lo apaga con la punta del zapato. Recarga su delgado cuerpo en la ventana para mirar el exterior. Ahí está manchado con aceite de auto. Si no es una cosa u otra pero siempre se le descompone, sus inventos siempre fallan. Desaparece cuando se limpia una traicionera lágrima. Se traga sus emociones, pero como volcán en erupción explota sin poderse contener.
No tenía en dónde llorarle, solo la lluvia podía hacerlo cuando el azul del cielo le hacía homenaje enlutándose con el más oscuro de la tormenta sobre su tumba. - Hermano- Había dicho con voz entrecortada. Con las pocas fuerzas que le quedaba, decidido terminó de decir: -No puedo más, llámame cobarde si quieres, pero sin ti no hay peor nostalgia que la soledad. Espérame, nos veremos cuando se ponga el sol.