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EL ÚLTIMO TREN
ESCRITO POR YURIKO YOKINAWA
SONG FIC "AGAINST ALL ODDS"
DE PHIL COLLINS
ESCRITO POR YURIKO YOKINAWA
SONG FIC "AGAINST ALL ODDS"
DE PHIL COLLINS
Como podría olvidarla, se enamoró de ella a primera vista, sabía que era la mucama de su prima Elisa, coincidieron una y otra vez, platicaban durante el aventón que le daba hacia la casa de los Leagan, comúnmente porque la dejaban abandonada en el pueblo.
Sin dudarlo la invitó a la fiesta organizada por su tía abuela. Siguiendo el protocolo, mandó la invitación con el mensajero de la familia sin saber que su nueva amiga recibiría por partida doble la misma convocatoria.
Él era un adolescente, ella, una niña. No pasaría nada malo si esperaba que creciera, de mientras, disfrutaría de su compañía al tiempo que se conocerían más. Le enseñaría el amplio universo de la ciencia y la tecnología. El arte de crear para hacer feliz a quien se ama y para hacer más útil cualquier tipo de trabajo.
Ese chico de cabello crespo, oscuro como la noche, de ojos expresivos como un árabe en el desierto veraniego con un cielo nocturno qué abraza todas las constelaciones. Sí, su mirada era transparente, brillaba, tan genuino como su voz alegre y sincera. Ese chico era él, el inventor, el audaz Alistear Conrwell, hermano mayor de Archibald y primo de Antony Brower. Los tres primos inseparables, amigos y enamorados de la misma mujer.
Esa chica llorona, alegre, traviesa, divertida, la que solía tener comportamiento de varón, los tenía locamente enamorados, sin embargo, nunca lo hablaron. No necesitaron preguntarle por quien se inclinaba ni necesitaron apostar para ganarse su amor. Era evidente, no necesitaban tener dos dedos sobre la frente para saber que esa rubia pecosa se había decidido por Antony.
Todo comenzó cuando la esperaban afuera de la residencia su llegada. Era un secreto que los tres guardaban sobre ella. Vaya sorpresa se llevaron cuando descubrieron que los conocía al hablarles con familiaridad, pero su atención lo enfocó al primo mayor de ojos azules, así como él hacia con ella. Su risa era para los tres, al igual que el baile qué torpemente les concedió, pero su sonrisa y su mirada era para Antony. Parecía soñar estando entre sus brazos cada que cerraba los ojos, mientras que con Archie y Stear solo les dedicó de uno a tres pisotones.
No había nada qué hacer más que conformarse con su amistad y ese pacto entre caballeros lo selló con su hermano. Sin embargo, ese amor silencioso era demostrado con uno que otro invento realizado para ella. Los recibía gustosa, nunca se quejaba cuando solían fallar, al contrario, la hacía feliz, apreciaba esos detalles a pesar del poco tiempo que convivían porque a solas rara vez estuvieron.
Candy fue su primer amor, la vio convertirse en una dulce rosa de primavera, pero también vio como se dejaba morir cuando el manto de la muerte cubrió a la familia. Ahora era la hija adoptiva del tío abuelo William Ardlay y en su honor mandó a organizar su presentación con la ya conocida cacería del zorro. La alta sociedad y la familia había sido invitada. A los hermanos Conrwell no les sorprendió que los rubios se separaran del grupo. Muerte, angustia, dolor, lágrimas y una mujer que necesitaba curar sus heridas.
¿Quién más que él para hacerla sonreir otra vez? Quizás... Quizás con el tiempo podría ganarse su corazón. No funcionó, era tan fuerte su tristeza que, un día, sin decir nada, se marchó de la casa. Entendía sus motivos, todo le recordaba a Antony a pesar de sus inventos y malos chistes. Archibald también trataba hacerle recuperar su sonrisa, y, aunque no le dijera nada, sabía que él seguía enamorado. Decidieron darle su espacio hasta que un día fueron al orfanato donde se refugiaba para despedirse de ella. Les deseó lo mejor. Ahora la correspondencia cruzaría el Atlántico para reforzar los lazos familiares y de amigos.
A los meses, ella llegaba al puerto de Southampton, la esperaban con bombo y platillo. Corrieron en cuanto vieron cerca el trasatlántico. Gritaban sus nombres con la alegría de volverse a ver. En la orilla del muelle, el chico de gafas saca de su maletín su nuevo invento. Una trompa, no era un instrumento musical cualquiera, era una de sus nuevas creaciones qué elevaba su voz a varios decibeles. Él gritaba emocionado dándole la bienvenida. Nada, no pasaba nada. Archie y él cruzaban miradas de frustración, aunque su hermano ignoraba cuál era su verdadera función. Ella los abraza efusivamente, curiosa, le pregunta qué era su nuevo invento. Estaba por explicarle cuando de repente comenzó a funcionar. Era tal el volumen del sonido que no le quedó de otra más que tirarlo al piso. Con una sonrisa por los nervios que tenía, saca una pistola. George no puede evitar disimular su asombro, sobre todo cuando el señorito apunta hacia el cielo. Milagrosamente no funcionó. El buen hombre tuvo que llamarle la atención aunque fuera otro tanto de sus inventos de bienvenida.
Candy había vuelto a sonreir, en un inicio solía visitarlos a la habitación del colegio donde estudiaban. Compartían algunas golosinas, tomaban té, hasta platicaban nimiedades, nada personal. Poco a poco notaron sus cambios, estaba siendo la de antes pero con más recato, ya no hacía cosas de chicos y eso incluía las visitas a su habitación. Las citas era ahora en el bosque, ahí podía apreciar los inventos que comúnmente hacía en su honor. Ese bosque fue testigo de algunos enfrentamientos de Archie con el busca pleitos de Granchester. Personaje que era tema de reclamo por parte de su hermano menor hacia con la rubia.
No le quedó de otra más que resignarse cuando comprendió qué había perdido otra batalla en el amor. Su corazón no le pertenecía a pesar de los esfuerzos de conquistarla en silencio. Qué decir de Archibald que siempre fue abierto con ella en cuanto a esos temas, sin embargo, su respuesta era que le guardaba cariño como familia, es por ello que astutamente lo emparejó con Annie Britter y lo mismo hizo con Alistear, le presentó a Patricia O'Brian sin saber que él también la amaba. Era tanto su amor por ella qué decidió esperar, todavía podía tener una oportunidad. Terry Granchester estaba etiquetado, tarde o temprano la decepcionaría, y, aunque eso no deseaba para su prima, él estaría ahí para volver a armar su roto corazón.
Un segundo pacto entre caballeros, un pacto que Archibald no quería hacer pero su hermano lo convenció con fundamentos. Lo mejor era darle una oportunidad al nuevo amor que les tocaba su puerta, nada perdían con intentarlo. A pesar de ello, los sentimientos que ambos tenían jamás desaparecieron, las atenciones hacia con su prima fueron las mismas, nada cambiaría entre ellos a pesar de Annie y Patty.
La rabia, dolor e impotencia se apoderaron al saber que Granchester no la pudo cuidar, ¡cómo se había atrevido a poner en juego su reputación! ¿Acaso no se había tomado el tiempo de conocerla? Iba dispuesto a enfrentarlo pero su hermano le ganó, en cuanto lo vio, se le fue a los golpes. No metió las manos, no podía ocultar su culpabilidad, no se defendió... Stear supo que Granchester era otra víctima más de su prima Elisa, y, para salvarlos, inventaría un detector de mentiras, pero fue demasiado tarde.
¿Qué haría por amor? ¿Qué sacrificaría por amor? Granchester se fue del colegio sin despedirse, ella, también, aunque no lo dijera fue tras él sin dejar rastro. No había una tercera oportunidad, ni siquiera un comienzo para hacerla olvidar e intentar conquistar su corazón.
Stear había hecho cosas por amor y el mayor de los sacrificios fue "dejarle el camino libre para amar." La conocía lo suficiente y siempre estaría para ella donde quiera que estuviera aunque le dejara un vacío en el corazón. Seguiría al lado de Patty, quizás, quizás... Quizás ella pudiera apaciguar el dolor que tenía por amar a quien no debía.
Ya no hubo más bienvenidas cuando se volvieron a ver, no sería justo para su novia. La resignación se había dejado flagelar. Patricia era paz y calma. Archie había tomado la misma decisión. Jamás podrían ganarle a Granchester, solo ella podía mirar a través del cristal de su alma, solo ella tenía el don de ver la bondad y cualidades y sea lo que sea que haya visto en él, la enamoró, un amor tan fuerte que no se comparaba con el que un día le tuvo a Antony.
Alistear Conrwell la haría feliz, ese era su objetivo. Entre todos le organizaron una fiesta de despedida. Aunque decía qué regresaría, ellos sabían que no sería así. Un boleto de ida a Nueva York no necesitaba decir que sería un viaje sin retorno.
Era difícil dejarla ir, habían pasado por tanto dolor, lagrimas, risas, convivencias... "Stear, ¿te das cuenta que es la primera vez que estamos solos?" le dijo la rubia cuando fue a despedirla a la estación de trenes de Chicago.
Él llevaba rato observándola. Se preguntaba si podría dejarla ir. Quería gritarle que lo mirara para que viera el espacio vacío que dejaba en él. No podía ser egoísta. El destino de los dos estaba escrito. Ya no había nada qué esperar, hubiera sido inútil luchar contra viento y marea. Al menos su hermano lo intentó, pero él no, solo deseaba su felicidad y esa felicidad estaba a kilómetros de distancia.
-¿Qué pasa Stear? ¿Por qué me miras así?
-Candy, tú eres la única que me ha conocido lo suficiente...
El silbato del ferrocarril anunciaba su salida, Candy aborda el primer escalón.
-¿Estás bien? Le pregunta con preocupación al verlo afligido.
-Si, estoy bien. - El joven se miente así mismo.
El tren toca el silbato de salida por tercera vez, comienza su marcha. Rápidamente mete la mano en el bolsillo de su saco. Con su mano empuñada le entrega su último invento. Ella sonríe ampliamente al ver la pequeña cajita en la palma de su mano.
-Candy, cada vez que abras la cajita te dará felicidad. - Le dice con voz fuerte.
-¡Oh Stear! - Le brillan sus ojos ante el regalo.
Ya no hubo más palabras, el joven de gafas corría tras el caballo de acero. De pronto, comenzó a gritar su nombre tres veces, sin embargo, no tuvo el valor de decirle que siempre la había amado. Detuvo su carrera, ella se había marchado como otras veces.
Alistear reniega mirar hacia atrás. El pasado y el presente de los dos estarían unidos para siempre. Era hora de seguir con su camino. Después de Candy, de nadie más se despidió. Fue por una maleta que había dejado guardado en la paquetería de la estación. Aparcado como una sombra en un andén, espera su último tren.
Sin dudarlo la invitó a la fiesta organizada por su tía abuela. Siguiendo el protocolo, mandó la invitación con el mensajero de la familia sin saber que su nueva amiga recibiría por partida doble la misma convocatoria.
Él era un adolescente, ella, una niña. No pasaría nada malo si esperaba que creciera, de mientras, disfrutaría de su compañía al tiempo que se conocerían más. Le enseñaría el amplio universo de la ciencia y la tecnología. El arte de crear para hacer feliz a quien se ama y para hacer más útil cualquier tipo de trabajo.
Ese chico de cabello crespo, oscuro como la noche, de ojos expresivos como un árabe en el desierto veraniego con un cielo nocturno qué abraza todas las constelaciones. Sí, su mirada era transparente, brillaba, tan genuino como su voz alegre y sincera. Ese chico era él, el inventor, el audaz Alistear Conrwell, hermano mayor de Archibald y primo de Antony Brower. Los tres primos inseparables, amigos y enamorados de la misma mujer.
Esa chica llorona, alegre, traviesa, divertida, la que solía tener comportamiento de varón, los tenía locamente enamorados, sin embargo, nunca lo hablaron. No necesitaron preguntarle por quien se inclinaba ni necesitaron apostar para ganarse su amor. Era evidente, no necesitaban tener dos dedos sobre la frente para saber que esa rubia pecosa se había decidido por Antony.
Todo comenzó cuando la esperaban afuera de la residencia su llegada. Era un secreto que los tres guardaban sobre ella. Vaya sorpresa se llevaron cuando descubrieron que los conocía al hablarles con familiaridad, pero su atención lo enfocó al primo mayor de ojos azules, así como él hacia con ella. Su risa era para los tres, al igual que el baile qué torpemente les concedió, pero su sonrisa y su mirada era para Antony. Parecía soñar estando entre sus brazos cada que cerraba los ojos, mientras que con Archie y Stear solo les dedicó de uno a tres pisotones.
No había nada qué hacer más que conformarse con su amistad y ese pacto entre caballeros lo selló con su hermano. Sin embargo, ese amor silencioso era demostrado con uno que otro invento realizado para ella. Los recibía gustosa, nunca se quejaba cuando solían fallar, al contrario, la hacía feliz, apreciaba esos detalles a pesar del poco tiempo que convivían porque a solas rara vez estuvieron.
Candy fue su primer amor, la vio convertirse en una dulce rosa de primavera, pero también vio como se dejaba morir cuando el manto de la muerte cubrió a la familia. Ahora era la hija adoptiva del tío abuelo William Ardlay y en su honor mandó a organizar su presentación con la ya conocida cacería del zorro. La alta sociedad y la familia había sido invitada. A los hermanos Conrwell no les sorprendió que los rubios se separaran del grupo. Muerte, angustia, dolor, lágrimas y una mujer que necesitaba curar sus heridas.
¿Quién más que él para hacerla sonreir otra vez? Quizás... Quizás con el tiempo podría ganarse su corazón. No funcionó, era tan fuerte su tristeza que, un día, sin decir nada, se marchó de la casa. Entendía sus motivos, todo le recordaba a Antony a pesar de sus inventos y malos chistes. Archibald también trataba hacerle recuperar su sonrisa, y, aunque no le dijera nada, sabía que él seguía enamorado. Decidieron darle su espacio hasta que un día fueron al orfanato donde se refugiaba para despedirse de ella. Les deseó lo mejor. Ahora la correspondencia cruzaría el Atlántico para reforzar los lazos familiares y de amigos.
A los meses, ella llegaba al puerto de Southampton, la esperaban con bombo y platillo. Corrieron en cuanto vieron cerca el trasatlántico. Gritaban sus nombres con la alegría de volverse a ver. En la orilla del muelle, el chico de gafas saca de su maletín su nuevo invento. Una trompa, no era un instrumento musical cualquiera, era una de sus nuevas creaciones qué elevaba su voz a varios decibeles. Él gritaba emocionado dándole la bienvenida. Nada, no pasaba nada. Archie y él cruzaban miradas de frustración, aunque su hermano ignoraba cuál era su verdadera función. Ella los abraza efusivamente, curiosa, le pregunta qué era su nuevo invento. Estaba por explicarle cuando de repente comenzó a funcionar. Era tal el volumen del sonido que no le quedó de otra más que tirarlo al piso. Con una sonrisa por los nervios que tenía, saca una pistola. George no puede evitar disimular su asombro, sobre todo cuando el señorito apunta hacia el cielo. Milagrosamente no funcionó. El buen hombre tuvo que llamarle la atención aunque fuera otro tanto de sus inventos de bienvenida.
Candy había vuelto a sonreir, en un inicio solía visitarlos a la habitación del colegio donde estudiaban. Compartían algunas golosinas, tomaban té, hasta platicaban nimiedades, nada personal. Poco a poco notaron sus cambios, estaba siendo la de antes pero con más recato, ya no hacía cosas de chicos y eso incluía las visitas a su habitación. Las citas era ahora en el bosque, ahí podía apreciar los inventos que comúnmente hacía en su honor. Ese bosque fue testigo de algunos enfrentamientos de Archie con el busca pleitos de Granchester. Personaje que era tema de reclamo por parte de su hermano menor hacia con la rubia.
No le quedó de otra más que resignarse cuando comprendió qué había perdido otra batalla en el amor. Su corazón no le pertenecía a pesar de los esfuerzos de conquistarla en silencio. Qué decir de Archibald que siempre fue abierto con ella en cuanto a esos temas, sin embargo, su respuesta era que le guardaba cariño como familia, es por ello que astutamente lo emparejó con Annie Britter y lo mismo hizo con Alistear, le presentó a Patricia O'Brian sin saber que él también la amaba. Era tanto su amor por ella qué decidió esperar, todavía podía tener una oportunidad. Terry Granchester estaba etiquetado, tarde o temprano la decepcionaría, y, aunque eso no deseaba para su prima, él estaría ahí para volver a armar su roto corazón.
Un segundo pacto entre caballeros, un pacto que Archibald no quería hacer pero su hermano lo convenció con fundamentos. Lo mejor era darle una oportunidad al nuevo amor que les tocaba su puerta, nada perdían con intentarlo. A pesar de ello, los sentimientos que ambos tenían jamás desaparecieron, las atenciones hacia con su prima fueron las mismas, nada cambiaría entre ellos a pesar de Annie y Patty.
La rabia, dolor e impotencia se apoderaron al saber que Granchester no la pudo cuidar, ¡cómo se había atrevido a poner en juego su reputación! ¿Acaso no se había tomado el tiempo de conocerla? Iba dispuesto a enfrentarlo pero su hermano le ganó, en cuanto lo vio, se le fue a los golpes. No metió las manos, no podía ocultar su culpabilidad, no se defendió... Stear supo que Granchester era otra víctima más de su prima Elisa, y, para salvarlos, inventaría un detector de mentiras, pero fue demasiado tarde.
¿Qué haría por amor? ¿Qué sacrificaría por amor? Granchester se fue del colegio sin despedirse, ella, también, aunque no lo dijera fue tras él sin dejar rastro. No había una tercera oportunidad, ni siquiera un comienzo para hacerla olvidar e intentar conquistar su corazón.
Stear había hecho cosas por amor y el mayor de los sacrificios fue "dejarle el camino libre para amar." La conocía lo suficiente y siempre estaría para ella donde quiera que estuviera aunque le dejara un vacío en el corazón. Seguiría al lado de Patty, quizás, quizás... Quizás ella pudiera apaciguar el dolor que tenía por amar a quien no debía.
Ya no hubo más bienvenidas cuando se volvieron a ver, no sería justo para su novia. La resignación se había dejado flagelar. Patricia era paz y calma. Archie había tomado la misma decisión. Jamás podrían ganarle a Granchester, solo ella podía mirar a través del cristal de su alma, solo ella tenía el don de ver la bondad y cualidades y sea lo que sea que haya visto en él, la enamoró, un amor tan fuerte que no se comparaba con el que un día le tuvo a Antony.
Alistear Conrwell la haría feliz, ese era su objetivo. Entre todos le organizaron una fiesta de despedida. Aunque decía qué regresaría, ellos sabían que no sería así. Un boleto de ida a Nueva York no necesitaba decir que sería un viaje sin retorno.
Era difícil dejarla ir, habían pasado por tanto dolor, lagrimas, risas, convivencias... "Stear, ¿te das cuenta que es la primera vez que estamos solos?" le dijo la rubia cuando fue a despedirla a la estación de trenes de Chicago.
Él llevaba rato observándola. Se preguntaba si podría dejarla ir. Quería gritarle que lo mirara para que viera el espacio vacío que dejaba en él. No podía ser egoísta. El destino de los dos estaba escrito. Ya no había nada qué esperar, hubiera sido inútil luchar contra viento y marea. Al menos su hermano lo intentó, pero él no, solo deseaba su felicidad y esa felicidad estaba a kilómetros de distancia.
-¿Qué pasa Stear? ¿Por qué me miras así?
-Candy, tú eres la única que me ha conocido lo suficiente...
El silbato del ferrocarril anunciaba su salida, Candy aborda el primer escalón.
-¿Estás bien? Le pregunta con preocupación al verlo afligido.
-Si, estoy bien. - El joven se miente así mismo.
El tren toca el silbato de salida por tercera vez, comienza su marcha. Rápidamente mete la mano en el bolsillo de su saco. Con su mano empuñada le entrega su último invento. Ella sonríe ampliamente al ver la pequeña cajita en la palma de su mano.
-Candy, cada vez que abras la cajita te dará felicidad. - Le dice con voz fuerte.
-¡Oh Stear! - Le brillan sus ojos ante el regalo.
Ya no hubo más palabras, el joven de gafas corría tras el caballo de acero. De pronto, comenzó a gritar su nombre tres veces, sin embargo, no tuvo el valor de decirle que siempre la había amado. Detuvo su carrera, ella se había marchado como otras veces.
Alistear reniega mirar hacia atrás. El pasado y el presente de los dos estarían unidos para siempre. Era hora de seguir con su camino. Después de Candy, de nadie más se despidió. Fue por una maleta que había dejado guardado en la paquetería de la estación. Aparcado como una sombra en un andén, espera su último tren.
FIN
Última edición por Yuriko Yokinawa el Jue Abr 20, 2023 12:14 pm, editado 1 vez
que 
triste despedida 🫂
