“Nunca podrás escapar de tu corazón,
así que es mejor que escuches lo que tiene que decirte…”
-Paulo Coelho.
SUENAN CAMPANAS DE BODA
Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado a sus dedos, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito, pero nunca se romperá. Su dueño es el destino.
Ese día tan esperado llegó. Todos corrían de un lado hacia el otro por los preparativos para la boda de aquella niña de cabellos rizados en dos coletas y con muchas pequitas en su cara, ya hoy convertida en toda una mujer. No había mejor sitio para celebrar tan emotivo enlace que en la capilla del lugar en donde creció, su amado Hogar de Pony.
Atrás quedaban los recuerdos de tan cruel y amarga separación, hoy todo era risas y alegrías para la dulce Candice White Ardlay.
En sus oraciones le agradecía a Dios por haberla colocado en ese lugar tan especial y por haber conocido a esas personas maravillosas como son la señorita Pony, la hermana María —sus madres— y Albert, su mejor amigo, su hermano y su padre adoptivo.
Desde que recibió aquella carta de su amado Terry –que concluía con la frase más estremecedora “para mí nada ha cambiado”– eso sólo le significaba una cosa: un reencuentro entre ellos, que la seguía amando tanto o más como ella a él.
Los primeros en notar el gran cambio en Candy fueron los niños del Hogar, que curiosos la siguieron hasta el padre árbol que lo trepaba con tanta premura para gritar –y así pudiese escuchar su respuesta— que para ella también nada había cambiado y lo seguía amando como siempre.
Cuando Terence Granchester llegó al Hogar de Pony se hallaba nervioso, fue en busca de una respuesta con la esperanza de que hubiese un presente y un mañana para ellos.
Subió hasta la colina. Se detuvo en el padre árbol para obsevar el paisaje primaveral. El viento danzaba con sus cabellos castaños.
—Candy, estoy aquí. Tarzán con pecas, cuánta falta me haces. Te extraño tanto, quiero verte. Fue injusto lo que vivimos. Pido al cielo una oportunidad para ser felices, bendito Dios.
Desde lo alto de una rama del árbol se escucha una risa cantarina muy conocida por él.
—¡Candy! ¿Me escuchaste?
—Te vi, pero no te miré —empezó a reír la joven—. Es broma. Sí te escuché, Terry. Y pienso igual, que las circunstancias fueron crueles y que nos merecemos ser felices porque tú me amas y yo te amo.
El castaño la deslumbra con esa radiante sonrisa que le encanta a ella. La agarra de sus manos para estar más cerca y empieza a acariciar sus mejillas, sus cabellos —eres real, te puedo sentir, no es un sueño.
—Somos reales, no es un sueño, Terry, mi amor.
Iba a darle un beso cuando escuchan el sonido de una campana —talán, talán, talán— que anunciaba la hora del almuerzo. Candy sale corriendo y tras ella Terry sujetados de las manos.
—Señor Granchester, tardó en llegar, dijo la señorita Pony sonriéndole
—desde que lo conoció supo que era un alma buena en busca de otra alma buena, lo pensó mirando a Candy.
—¡Oh!, discúlpeme. Fui a la colina y encontré a Candy, por eso tardé en llegar a la hora acordada, lo siento.
—¡Señorita Pony!, ¿usted sabía de la llegada de Terry?
—Por supuesto, Candy, te dimos un empujoncito —le sonrió.
—Después de la llegada de la carta del señor Terence, siempre andabas por las nubes, pero no tomabas una decisión, así que nos tocó actuar
—agregó la hermana María.
—¿Y Albert también intervino?
—preguntó la Pecosa.
—Todos intervinieron, Candy
—señaló Terry.
Todas las tardes, antes que el ocaso se pusiera, corrían tomados de las manos hasta la colina de Pony.
—Bailemos, Candy.
—Pero no hay música.
—Déjate llevar Pecosa, solo déjate llevar e imagina un vals —ella asintió recordando Vals de ensueño.
Terry se detuvo para decirle
—Candy, —colocando un anillo en su dedo anular izquierdo— si me dices que sí, te cuidaré con esmero. Seré un mejor hombre. Dejaría de ser actor y me convertiría en un ingeniero y construiría una casa para ti. Si me dices que sí, siempre regaré el jardín. Si me dices que me aceptas, seré un buen padre. ¿Me aceptas, Candy, te quieres casar conmigo?
La joven soltándose de su agarre respondió
—¡No!
—¿¡No!?, —el castaño no podía creer lo que había escuchado.
—No quiero que dejes de ser actor... y ¡SÍ! Sí te acepto y quiero casarme contigo.
Corrió para que él la alcanzara y también colocó un anillo trenzado en flores, que hizo para él, en su delicado dedo anular izquierdo, sellando su compromiso, su pacto de amor.
Abrazados podían sentir su respiración y el latido de sus corazones. El muchacho se preparaba para darle un beso cuando un tolón, tolón, tolón, se escuchó y la joven se apresuró en correr.
—Lo siento, Pecosa, esta vez no te me escapas, presiento que esos chiquillos traviesos suenan esa campana a propósito —y la besó dulcemente.
La capilla estaba decorada de flores por doquier. Los niños del Hogar vestían sus mejores trajes, estaban felices porque desde que Terry llegó su ángel guardián, como así la llamaban, no lloraba más, ahora sonreía como nunca. Ellos eran parte de su corte de honor.
Un grupo de niños se dirigió a la señorita Pony y a la hermana María para preguntarles si podían sonar las campanas ya que Candy estaba por ingresar a la capilla con su vestido blanco de novia que parecía un hada de los cuentos infantiles que leían. Las mujeres dijeron
—¡claro que sí!, que suenen las campanas del amor —talán, tolón, talán, tolón, talán,, tolón.
De esa mirada azul como el mar rodó una lágrima al ver a su novia ingresar a la capilla de la mano de Albert, la señorita Pony y hermana María.
El sacerdote preguntó a los novios y Terry mirando a su Pecosa le dice
—¡te acepto, Candy, y te recibo como mi esposa, quiero hacerte feliz porque te amo y amaré por el resto de mis días!
—Yo, Candy, te recibo a ti, Terry, para ser mi esposo, te acepto porque el día en que te das cuenta que quieres pasar el resto de tus días con una persona, ese día comienza realmente tu vida y es desde hoy.
—Los declaro marido y mujer, puede besar a su esposa —dice el sacerdote.
Talán, talán, talán, suenan las campanas del amor.
—Ves, Pecosa, te dije que eran esos pequeñines que no quieren que te bese, pero ahora eres mi esposa para siempre.
Y se fundieron en un beso apasionadamente.
FIN
Última edición por BettyJesse el Dom Mayo 07, 2023 1:42 am, editado 2 veces (Razón : ORTOGRAFÍA)