Tiempo después despertó atontada por el cúmulo de sensaciones y experiencias vividas, no sabía si minutos u horas atrás, en plena oscuridad y a tientas, se levantó de la cama sin preocuparse por cubrir su desnudez y dirigió sus pasos hacia el cuarto de baño donde abrió el grifo de agua caliente para llenar la bañera, se adentró poco a poco recordando las escenas de su íntimo encuentro mientras cerraba los ojos, la luz de luna se colaba por un tragaluz colocado estratégicamente para iluminar ciertas áreas del cuarto de baño, al chocar con una superficie fría y pulida emitió un destello que la joven alcanzó a ver antes de cerrar por completo sus ojos y sumergirse en la reconfortante sensación del agua caliente en su cuerpo.
La mañana llegó fresca pero no fría, con los rayos del sol en un cielo con pequeñas nubes blancas que prometían un día de primavera perfecto para iniciar una nueva vida, unos toquidos en la puerta que al no ser respondidos fueron secundados por una perilla girando y dando paso a una mujer que en un principio, no apuntó su mirada a la cama, si no que se dirigió solícita al cuarto de baño del que emanaba el ruido característico del agua al correr, al abrir la puerta un grito desgarrador rompió el sonido de la mañana. Annie Brither yacía en la bañera con el agua pintada de carmín y las muñecas cortadas, en el piso una diminuta maquinita de afeitar abierta y sin su hoja característica. Al oír el grito el personal subió corriendo, algunos corrieron al cuarto de baño de donde provino el grito, otros miraron fijamente la cama en desorden, una marca roja en medio de ésta y unas huellas lodosas que marcaban la alfombra y se perdían en la ventana abierta cuyo alfeizar exhibía restos de lodo seco y húmedo también.
No tardaron en dar con el culpable, era el mozo de cuadra, que luego de que la señorita de la casa le agradeciera su pacencia y dedicación hacia ella al enseñarle a montar y ayudarla a vencer su miedo a los caballos. Este se obsesionó a tal grado que la seguía a donde fuera y la espiaba desde un roble cercano a la ventana mientras ella dormía hasta la noche anterior, que sería la ultima noche de la señorita en casa, por que al día siguiente se efectuaría su boda con el Sr. Archibald Cornwell. Alguna vez lo vio y le pareció un señoritingo estirado de maneras delicadas que seguramente no sabría amarla como ella merecía que, desde su perspectiva, debía ser por un hombre hecho y derecho que a pesar de sus maneras toscas, la haría vibrar como toda una mujer. El aún recordaba cómo se erizaba la piel blanca bajo las caricias que sus manos ásperas le prodigaban, como se resistió al principio y el esfuerzo por soltarse la hacia jadear cosa que lo excitaba aún más, después víctima de las respuestas de la naturaleza, su cuerpo se fue adormeciendo y cooperando en una traición absoluta que hizo sentir aun más culpable a la virginal señorita.
En la recámara Alice Brither presa de un shock nervioso solo atinó a decir:
—Arreglen con esmero a mi hija, que el sudario sea su vestido de novia, porque en la víspera de su noche de bodas ¡Annie Brither ha muerto virgen!