No podía dar crédito a su suerte, por fin ella, Stacey Larsh, la persona con la peor suerte del mundo había encontrado de frente a la buena fortuna y su destino había cambiado, después de pasar varias entrevistas, hoy cumplía su primer mes como asistente del afamado actor de Broadway Terry Grandchester, ciertamente, no era la fan número 1, pero estaba al tanto de su carrera, y como no estarlo si era la estrella del momento, ¡Qué va! ¡Del siglo! cualquier producción teatral que contara con su presencia, tendría un éxito asegurado, a lo largo de este mes había podido constatar lo que era vivir en el paraíso: una mansión enorme, una esposa rubia preciosa y que se notaba que lo amaba, hijos no, pero no le hacían falta, tenían ambos la posibilidad de moverse con libertad a cualquier parte del mundo, desayuno en París y fin de semana en la Islas Griegas, ¡Claro!, ellos podían, todas las galas y alfombras rojas, seguro estarían ahí.
Stacey seguía soñando con esa vida ideal mientras avanzaba por las calles de NY enfundada en un lindo vestido veraniego que concordaba con su estado mental de felicidad constante en el último mes.
Subió las escaleras, introdujo la llave en la cerradura y se abrió paso a la bonita oficina ubicada en el decimotercer piso de un edificio cercano a la zona de Broadway, la penumbra la envolvió, pero no le dio importancia, a su jefe le gustaba tomar el té en la oscuridad, y seguramente ayer por la tarde cuando todos se habían retirado ya, él mismo había dejado las persianas corridas. Al entrar sintió algo pegajoso y húmedo en sus pies, pero en medio de la penumbra no alcanzaba a ver que era eso, caminó sigilosamente hasta el interruptor que elevaba las persianas automáticas y mientras estas se elevaban dirigió su mirada al piso para descubrir que aquella sustancia viscosa había manchado sus pies de color carmín. Un grito desesperado emergió de su garganta al tiempo que sus ojos se clavaban en una visión dantesca y aterradora, ahí justo sobre el escritorio de caoba yacía un cuerpo en medio de un gran charco de sangre que se había derramado incluso sobre la costosa alfombra persa. Fue tan impactante la visión que la joven no pudo evitar vaciar su estómago salpicando sus ensangrentados pies.
Todavía se encontraba en shock que sin estar consciente de lo que hacía se acercó más al cuerpo y agachándose un poco pudo constatar lo que ya temía, esas manos, ese reloj, el anillo, quién estaba postrado no era otro que su jefe, no se le veía la cara, estaba de lado, cubierta por mechones de cabello ensangrentado y solo se alcanzaba a ver un orificio en su sien por donde seguramente entró la bala que le arrebató la vida.
Justo cuando se disponía a llamar a los servicios de emergencia se percató de que en la mano izquierda tenía una hoja de periódico ensangrentada, pero en la que alcanzaba a distinguir un encabezado: “Heredera Ardley pierde la vida en accidente automovilístico cuando viajaba a NY” y bajo este, una foto con una hermosa joven de piel nivea, rizos dorados como el sol.
Antes de que llegara el personal calificado, la esposa del actor hizo acto de presencia e ignorando las advertencias de Stacey de no mover la escena del crimen, arrancó de aquellas manos inertes la hoja de periódico diciendo -mi esposo tenía un problema mental no diagnosticado lo que lo llevo a cometer esta locura, este periódico nunca existió y la muerte de esa fulana no influyó para nada en este acontecimiento ¿Entendido niña?- y dirigiéndole una mirada severa mientras se dirigía a la puerta agregó -Resérvame unos boletos para un crucero por el caribe, necesito despejarme en mi nuevo estado de viudez y después te pasas con el abogado para firmar los acuerdos de confidencialidad y recoger tu finiquito-.
Fue entonces cuando el velo cayó y se dio cuenta de que todo lo que había visto en el último mes, no era más que una ilusión y su jefe no era tan afortunado y feliz como todos pensaban, si no una pobre alma atormentada seguramente por amor.