Desde hace un tiempo vivo entre el incentivo y la mentira. Me siento ruin por engañarte, pero eres la única capaz de hacerme olvidar. Dulce droga que me consume. Sólo tú puedes calmar los dolores de un corazón maltrecho, pero no puedes curarlo. Dame de ese néctar narcotizante que me tiene pidiendo más. Mi actuar es absolutamente egoísta, no obstante, si no alimento tu deseo no obtendré más de esto.
Sentada al borde de mi cama, me mira impaciente.
-Mi bella Amapola, abre tus pétalos para mí- le pido, mientras que con mis palmas extiendo sus muslos. – yo te quiero, pe… amada niña mía- miento.
Ella presiente algo, de inmediato cierra sus piernas. Tomo su rostro, buscando respuestas en sus ojos, pero es imposible traspasar su obsidiana mirada.
-¿Qué es lo que pasa?- pregunto. – meses sin vernos, no seas ingrata y ámame- gimoteo al tiempo que llevo su mano a mi entrepierna.
Veo que surte efecto, me sonríe coqueta. Sus manos juegan con mi dureza, el roce con el pantalón no es lo que quiero, pero de igual forma surte efecto. Suelto gruñidos descarados, a ella le gusta, le prende. Se muerde los labios con fuerza, puedo ver que también esta hambrienta.
No quiero esperar más, la empujo sobre la cama. Con manos ansiosas me deshago de sus pantaletas. Es mucha la impaciencia, no me interesa desvestirme, con poder sacar mi verga del pantalón me es suficiente. Me clavo en ella.
-Cariño, usa tu magia negra.
Ella va al encuentro de cada embiste, sollozando mi nombre. Yo cierro los ojos, perdiéndome en el opio de su húmedo sexo. Muerdo mis labios. Soy un amante de corazón frío, la única que puede darle calor, que puede hacerlo latir, no me ve, no llora por mí...