POR YURIKO YOKINAWA
-Si, estoy lista Antony.-
-Entonces, ¡vamos!
Esa tarde de finales de otoño jamás podría olvidarla. El señor, bisabuelo, y patriarca del clan Andrew había ordenado la presentación oficial de su hija adoptiva Candice White.
Con antelación, la joven se había preparado con ayuda de sus primos en todo lo relacionado con la educación y buenos modales qué exigía esa prestigiada familia. La tía abuela Elroy no podía estar más orgullosa de la transformación que esa chiquilla había tenido muy a pesar de su escabroso pasado con la familia Leagan.
Desde temprano Dorotthy abrió las cortinas de los ventanales. El sol de la mañana había iluminado la habitación. La rubia abrió los ojos para luego cubrirse con las manos y sonreir al recordar que ese día era el más importante de su vida. Al fin conocería a su protector, al fin le darían un lugar en la familia, al fin sería una señorita de sociedad.
La chica se desperezó lo más que pudo, tiró por un costado la colcha qué la cubría, se levantó dándole los buenos días a su fiel mucama. Se sentó en el taburete para poder peinarse, arreglarse y luego desayunar a solas, no podía ser vista por sus primos sino hasta la presentación. Una mañana cortan para su gusto, había mucho qué hacer y como toda señorita fue asistida por Dorotthy.
Pasado el almuerzo ingresa la señora Elroy con dos mucamas, cada una llevaba consigo diversas cajas. Le da las últimas indicaciones al tiempo que le recordaba que debía poner en alto al apellido y padre adoptivo.
Veinte minutos después tocan la puerta, su amiga no le permite abrir y tampoco deja entrar a su visitante, solo recibe el paquete, el cual, es algo pesado. La rubia le pide que lo deje en el buró. Con mucho cuidado abre la caja, sus ojos se iluminan al ver su contenido. - Ven, ayúdame por favor. - Le pide sonriente y sonrojada. Mientras Candy toma los extremos del contenedor, Dorotthy quitaba la caja. El aroma de las dulces Candy impregnó el ambiente de la habitación. La rubia tomó el sobre blanco que se encontraba ubicado entre las rosas. Sacó la tarjeta, sus pupilas repasaban una y otra vez esas cuatro palabras hasta que no pudo más y, tomando las manos de la pelirroja, con voz expresiva, como queriendo que todo el mundo lo supiera le dijo: "Antony tiene algo que decirme." La emoción por lo escrito las invadió qué comenzaron a brincar de felicidad. Sí, ese sería el mejor día de su vida.
Ataviada con su kilt escosés, el cual hacía juego con el color de sus ojos, salió de su habitación cuando se lo indicaron. George la esperaba en el pie de las escaleras. "Señorita Candy." fue el saludo de la mano derecha del señor William. Ella dio una sonrisa como respuesta. En completo silencio se dirigieron al evento. No caminaron mucho. La rubia pudo apreciar el lujo y la elegancia. Personal masculino como femenino vestidos de negro desfilaban con charolas de bebidas y bocadillos qué ofrecían a los familiares e invitados reunidos con algún tipo de conversación mientras llegaba la que iba a ser presentada como una Andrew. Discretamente intentó localizar a sus primos con la mirada, sin embargo, no los visualizó.
-Señorita Candy, su momento ha llegado, el señor William se encuentra orgulloso de usted.- Le había dicho George tomando su pequeña mano mientras le ayudaba a subir el templete que habían puesto para que diera unas palabras a los presentes.
El rostro de la muchacha por un momento entristeció, esperaba que su protector estuviera ahí para que le diera legitimidad, le pudiera dar las gracias, para poder decirle, padre. Quizá no se encontraba en el país, pero estaba segura que su corazón la acompañaba, es por eso que mandó hacer ese gran evento. Las gaitas interrumpieron sus pensamientos al llegar al kiosko de madera. Los invitados guardaron silencio, se acercaron para escuchar con claridad lo que tendría que decir la señora Elroy y presentada.
Vestida con sus mejores galas, la tía abuela subió al templete, levantando la palma de la mano derecha, las gaitas dejaron de tocar. Con voz grave se dirigió a los invitados:
"Es un honor para mi poder presentar en nombre del señor William, patriarca de la familia Andrew, a su hija adoptiva, la señorita Candice White Andrew ante el clan escosés que él representa y a la sociedad norteamericana."
Los aplausos no se hicieron esperar. El nerviosismo de la presentada se estaba haciendo evidente. La sonrisa volvió al visualizar a la distancia a sus primos. Recordó las palabras escritas en la tarjeta de las dulce Candy:" Tengo algo que decirte." cerró los ojos, imaginaba lo que le tendría que decir. Su sonrisa se amplió más. Debía dar el discurso de presentación. Hizo contacto visual con algunos de los invitados y de manera clara y efusiva dijo:
"Hola, mi nombre es Candice White Andrew, pero pueden decirme Candy, es un honor para mí estar con ustedes en este encuentro anual familiar, sobre todo, por haber tomado esta fecha para presentarme como una Andrew. Agradezco al tío abuelo William por acogerme como una hija, por darme el apoyo incondicional qué me ha brindado para educarme y convertirme en una dama. Quiero decirle que en dónde quiera que esté siempre he sentido su mano protectora, su voz de aliento qué me hace llegar con sus cartas y todo el respaldo ante mis decisiones. A pesar de la distancia, siempre estará a mi lado dándome cariño, consejo y seguridad que una hija necesita. Gracias por estar conmigo en este día tan especial. Disfruten de la celebración. Pasen una linda velada.
Los aplausos se volvieron a escuchar al igual que las gaitas qué daban inicio a la celebración. La rubia bajó del kiosco, se abrió paso entre saludos, cumplidos y felicitaciones. Se dirigió a la carpa de los bocadillos, ahí la esperaban sus primos. Entre risas, brindis y comida, Alistear le regaló su último invento: un reloj de bolsillo con alarma. La muchacha agradeció el gesto y lo guardó en la bolsa del tartán. Archie le obsequió una pulsera escocesa hecha por él mismo, el joven tomó la muñeca de la chica y se lo puso. Los hermanos Conrwell miraron al mayor de los primos para ver cual sería su obsequio. Candy se sonrojó. Jugando le decían que siempre se les adelantaba. El rubio entre risas lo negaba argumentando que solo aprovechaba la ocasión y oportunidad.
Y así fue, aprovechó la ocasión y oportunidad para tomar otro camino al qué habían asignado para la cacería del zorro. Para Antony, era el momento para hacerle algunas confesiones a la rubia. Estaba por decirle quien podría ser su príncipe de la colina a raíz de la conversación que tenían, pero un zorro se atravesó, para evitar hacerle daño al animal, detuvo en seco al caballo, pero lastimosamente una de sus patas delanteras cayó en una trampa de cazadores. El equino se levantó súbita y violentamente haciendo caer al chico de ojos azules que minutos atrás había hecho suspirar a la joven de ojos verdes.
El paisaje se tornó gris. Todo sucedió tan rápido que no pudo evitar su caída. Todo pasó tan lento que no pudo reaccionar cuando él caía del caballo. Como pudo bajó de la yegua. Se tapó la boca por la impresión. Sus pies parecían plomos, no podía moverse. De pronto, el cielo se nubló y se hizo presente una corriente de aire. Las hojas de los árboles comenzaron a desprenderse. La noche anterior le había recordado esa escena pero con los rosedales que Antony con mucho amor cultivaba. Ella lo había tomado como un presagio, pero el floricultor le quitó esa idea al decirle que era un proceso natural, sin embargo, le contó que su madre falleció días después de ese fenómeno de la naturaleza.
"¿Antony? ¿Antony?" fue la pregunta que no recibió respuesta. Como pudo llegó hasta él. Ella se sentó sobre sus piernas. Lo movió, le volvió a llamar por su nombre. "Fuuuu, fuuuu" silbaba tétricamente el viento. Gritó su nombre para luego recostarse sobre el cuerpo inerte de su primer amor.
La depresión la estaba consumiendo. No pudo asistir al funeral. Para mantener vivo su recuerdo, impidió qué Elisa y la tía abuela destruyeran los rosedales, para ella, ahí estaba su alma. No pudo evitar que Neal se quedara con sus pertenencias como animal carroñero. No podía vivir con la culpa, una y otra vez revivía ese acontecimiento al grado de no dejarla dormir.
Archibald y Alistear también vivían en su propio calvario, sin embargo, les preocupaba también la salud mental de la muchacha. No comía adecuadamente, por lo tanto, había adelgazado, no salía de su habitación, si lo hacía, se la pasaba llorando porque todo le recordaba a él, es por ello que el inventor creó un conejo bailarín. Su buena intención no funcionó porque fue confundido con un zorro. ¿Qué más había que hacer para que ella sonriera?
La dulce Candy se estaba secando, no le estaba dando los cuidados que necesitaba. ¿Cuántos meses había pasado desde su deceso? No hubo que esperar a que Dorotthy abriera las cortinas. Los rayos de sol lastimaron sus pupilas, parpadeó viarias veces para acostumbrarse al ambiente. Al recuperar la visibilidad, lo vio, ahí estaba en su rosedal, todas ellas floreciendo. Salió de la mansión corriendo a su encuentro en completo llanto. "Eres más linda cuando ríes que cuando lloras." Ella quizo abrazarlo, pero, sin embargo, desapareció. Ella cayó en cuclillas con las manos en su rostro. Seguía lamentando su muerte. Una mano cálida tocó su hombro.
-¿Por qué lloras pequeña?- Le preguntó esa persona que siempre aparecía en sus peores momentos.
-Antony, A a antony murió y no pude hacer nada. - La afligida joven se levantó para aceptar el abrazo amigo que le ofrecía consuelo.
-Pequeña, no puedes estar así toda la vida, somos como las rosas de Antony, como aves de paso, como un abrir y cerrar de ojos. Cuando voltees ya no serás esa niña alegre y optimista que lucha por sus ideales. Debemos dejar huella en el camino, en las personas que nos aman, en la gente que conocemos. Sembrar una sola semilla puede convertirse en un frondoso árbol. No podemos lamentarnos todo el tiempo, ni cargas culpas que no merecemos, no es justo para ti ni para nadie. ¿Acaso no te das cuenta que hay quienes están preocupados por ti? ¿Que tratan de salir adelante a pesar de las circunstancias? La muerte suele anunciarse, pero en otras, llega sin previo aviso y en ambos casos no estamos preparados ni listos para recibirlo, lo único que nos queda es vivir a plenitud, felices, dando lo mejor de nosotros siempre a la mano de Dios.-
-Albert, ¿qué debo hacer para quitarme este dolor?- Preguntó Candy entre lágrimas a su amigo el vagabundo.
-Necesitas reencontrarte, sanar, y, para que eso suceda, debes quitarte de encima ese sentimiento de culpabilidad. Te aconsejo realizar dos cosas. Escribe. Escribe tu sentir, tus sentimientos, al final, despídete. No significa que lo estás olvidando, significa que puedas estar bien contigo misma, en paz. Él siempre estará contigo, en tu corazón. Segundo, toma tu equipaje y llévate lo más preciado e indispensable, regresa al Hogar de Pony y toma el tiempo necesario hasta que decidas qué quieres para ti, el camino que deseas tomar. Quédate hasta que el dolor de tu alma haya disminuido y vuelvas a ser tú.-
La joven se había desahogado. Le prometió que seguiría su consejo. Sería una nueva Candy.
Regresó a su habitación, colocó la maceta de la dulce Candy en el balcón, le regó agua, quitó las hojas secas y le habló como si Antony estuviera presente. La plática de Albert le había servido para reencontrarse, debía hacerlo. De repente, le había entrado una duda existencial de pertenencia, es por ello que se tomaría los días necesarios para ser ella misma, una Andrew, si no, volvería a su hogar, no le importaría renunciar al apellido si eso no la hacía feliz.
Uno, dos, tres meses. La tía abuela no la quería cerca, mucho menos a su vista. Los hermanos Conrwell, aunque intentaran hacer sus actividades programadas, platicaran, y salieran con ella, le hacían recordar a su entrañable amigo y amor. Los Leagan no perdían oportunidad alguna de molestarla. George iba de repente a dejarle correspondencia del anciano que no pudo ir al funeral del mayor de sus sobrinos. ¿Qué sería más importante que un ser querido? Todo se reducía en dinero, debía mantener y hacer crecer el negocio para abastecer la superficialidad y apariencias de la familia. ¡NO! ella no sería así, no quería ser así. No deseaba estar a expensas de nadie. No quería ser hipócritamente una fachada.
Había llegado el momento de cumplir lo que restaba de la promesa de su amigo Albert. Sacó pluma, tintero, hijas, sobres, vela y cera para sellar las cartas que redactaría, en especial a Antony.
Me da pena decirte que poco faltó para que se secara la dulce Candy que me regalaste el día de mi presentación. Te prometo que jamás permitiré qué vuelva a pasar, lo cuidaré como el más preciado de todos mis tesoros.
Quiero confesarte qué me llevaré tu creación al Hogar de Pony. Sí mi querido amigo, has supuesto bien, he decidido irme de Lakewood, me he dado cuenta que no pertenezco a este lugar, es por ello que renunciaré al apellido. Sé que no estarás de acuerdo, pero sé que respetas lo que considero correcto para mí.
Creo que estar aquí fue solo un espejismo, un sueño, o, peor aún, una pesadilla. La felicidad no depende de un apellido sino de uno mismo. Solo ustedes, Archie, Stear y tú no fueron superficiales a pesar de lo puesto. La humildad, sencillez y la forma igual con que tratan a la gente sin importar clase, los hace únicos, especiales, queridos, tan ustedes. Siempre he admirado qué saben lo que realmente quieren y que hacen lo que les gusta sin importar mancharse las manos y la ropa. ¡Jajaja! Bueno, Archie es una excepción, él es amante de la moda y el buen gusto, pero aún así tiene bien definido cual sería su camino, y es aquí donde me pregunto si aquí encontraré lo que busco, lo que quiero y deseo. Mi respuesta es no. Con seguridad ya tengo escrito mi destino y es el matrimonio. No estoy diciendo que no sea lo mío, pero quiero algo más que eso, no sabría decirte qué, pero lo que si sé es que aquí no lo encontraré ni lo tendré, porque mancharía el buen nombre de la familia y el apellido, y, eso, mi querido amigo, no deseo para el buen hombre que me ha adoptado.
Si no fuera por ustedes él no hubiera tomado mi custodia y es algo que siempre le estaré agradecida, aunque no sé si fue lo mejor, quizás, si no hubiera realizado la presentación tú estuvieras en este momento vivo, conmigo, con nosotros, esto es lo que no me perdono. La adivina lo había presagiado, la caída de las rosas ante el cambio de estación y mi intuición de que algo te sucediera... Me hubiera gustado que fuera diferente, que la historia fuera otra, pudo haberse evitado. No debí dejarme llevar por mis emociones, no debí perder el piso. Debimos de haber seguido indicaciones.
La realidad que vivo en estos momentos es demasiado dura, sé que no puedo hacer nada para remediarlo, pero, como bien dije, hubiera hecho cualquier para cambiar el destino. He estado muy triste, afectada, todo me recuerda a ti. Te extraño tanto que siento que podría morir en cualquier momento.
Los primeros meses me la pasé llorando en mi cama, luego, comencé a mirar al exterior, en mi ventana y entre lágrimas me sentía hundida entre rosas deshojándose. Miraba sin mirar a través del cristal recordando un pasado en el que estabas junto a mí, haciendo que mi corazón latiera como el mar en calma, en la promesa de siempre ser feliz. Siempre pensé que eras mi destino, pero insensatamente ha querido que tomemos caminos diferentes. No sé a donde me lleve, pero sé que siempre me acompañarás. Pero, si estuviera en mis manos y pudiera elegir, me gustaría regresar a aquel tiempo en que los dos, sin palabras, pensábamos que nuestro amor no tendría final. Sí Antony, quiero decirte que me gustas y sin dudarlo, puedo decir que te amo tal como te lo dije aquella vez que me gustabas por ser quien eres, no por el príncipe que apareció en mi niñez. Ahora estoy consciente que no te volveré a ver, te has ido y te fuiste sin decirme lo que me ibas a decir el día de la cacería.
Es hora de despedirme, de cerrar mis heridas, de perdonarme, de seguir adelante sin lamentaciones y lástima. Es tiempo de marcharme y seguir con mi camino, aunque no dudo que de repente recuerde nuestras aventuras y el cariño que te tengo porque gracias a eso mi corazón sigue latiendo por ti.
Este es el más triste adiós que he tenido, te envío un beso tan largo como la eternidad. Prometo escribirte y, cuando puedas, podemos platicar porque sé que me escuchas. Atrapa mi beso y consérvalo, no olvides que también estoy junto a ti. De mientras, déjame que te llore por última vez en un rincón, porque siento en este momento un dolor sin fin.
Luego de redactar la carta para Antony, siguió con el resto de la familia. Para unos fue un alivio, para otros, lo mejor que pudo haber hecho.
Candice White sacó su maleta, aquella que siempre llevaba a todos lados. Empacó lo mínimo. Guardó unas fotografías y los regalos que sus primos le hicieron en su presentación, los llevaría consigo tal como lo hacía con el broche del príncipe de la colina.
A muy temprana hora salió de la residencia Andrew, la neblina no le permitió ver por última vez lo que había sido su hogar. Ella se marchó sin imaginar que meses más adelante su vida daría un giro inesperado.
FIN