De aquel muchacho grosero, altanero insolente, petulante y agresivo no quedaba ni la sombra.
El nuevo Neal era todo un algodón de azúcar, para ser exactos una barra de chocolate apetecible para las miradas femeninas, pero no disponible para todas, solo para una.
A raíz de su decepción amorosa por cierta rubia pecosa decidió que los hombres tampoco lloran y también facturan, al estilo de su amiga Shak.
Había despreciado a Daysi Wilman. La trató mal y le debía una disculpa.
—Hermanita, necesito que me ayudes con el cell de Daysi —le pidió el joven.
—¡Ja! No te lo daré después de lo que hiciste.
—Por favor, hermana. Soy un hombre renovado y necesito hablar con ella.
—Mmm, no lo sé Neal. No, no, no y nunca te diré que todas las tardes va a comer helado frente a su casa.
—Gracias, Eliza.
—A partir de las cuatro. ¡Oups! De mi boca no salió nada —sonrió la pelirroja mientras leía Elegancia.
Y ahí estaba él, nervioso, sin saber cómo acercarse a ella. Se le ocurrió pedir un helado de vainilla con chispas de chocolate. Era evidente que la joven sabía quién era él, pero no le dio importancia.
—¡Oh!, Daysi, qué sorpresa verte por acá —fue lo primero que se le ocurrió decir.
—¡Es en serio! Tú qué haces aquí. Mi casa queda frente a esta heladería y, por cierto, muy lejos de la tuya. ¿Qué quieres y qué buscas? —le preguntó enojada, aún recordaba el bochornoso incidente en su auto.
—Te quiero a ti y busco una disculpa, que me perdones
—la joven quedó en seco al escucharlo enfatizar “te quiero a ti”.
En su plática, Neal, le contaba todo lo malo que hizo a la hija de su tío abuelo, que él y su familia por la vergüenza de un compromiso fallido decidieron trasladarse a Florida y a emprender desde ahí con el apoyo del patriarca de la familia. Que su tío le había quitado los privilegios de niño rico y le rentó un modesto departamento para que dejara las faldas de su madre. Empezó a valorar llevarse un bocado de comida por su esfuerzo y trabajo y no a mesa servida. A valorar a las personas por lo que son y no por su estatus. En fin, aprendió mucho.
La joven estaba enterada de la situación de esa familia, pero no del giro que la vida le había dado a él.
—Ehmm, bueno, tienes mi disculpa. Me retiro.
—¡Espera!, podríamos salir, vernos otra vez, quedamos y me dices para recogerte.
La muchacha sonrió, pero al girar su mirada se enfocó en el coche rojo donde pasó un mal momento y le dijo —lo siento, pero no puedo. Estás perdonado y ya.
El pelirrojo que con sus pupilas color miel no dejaba de observarla se imaginó el porqué de su negativa.
—No será en coche. Será una caminata. ¿Qué te parece?
—Bueno, siendo así quedamos mañana a las tres. Hace tiempo que Lucy, mi niña hermosa, quiere salir de casa y recrearse.
Al siguiente día un Neal entusiasmado se echaba perfume, peinaba sus cabellos, agarraba su mochila y salía de casa.
Daysi y sus padres estaban encantados riendo y recordando anécdotas de cuando él y ella eran niños.
—Señorita Daysi, la niña Lucy está lista —le comunicó una empleada.
—Gracias. Lucy, preciosa, ven, vamos —la llamaba Daysi.
Neal sacó de su mochila una enorme paleta de caramelo para darle a la niña, de repente una peluda bola de nieve lo tumba al piso y le gruñe.
—¿¡Tu perro es Lucy!?
—Sí, respondió la chica llenándola de mimos.
—Pensé que podría ser tu hermanita o sobrinita y por eso le compré esta paleta.
Las risas se escuchaban en toda la sala por lo que dijo él. Los Wilman le decían niña de cariño a su mascota.
—Ahhh, no, no, ja, ja, es una Pastor inglés y me la regalaron en uno de mis cumpleaños.
—Pastor inglés
—se quedó pensando—
ahora entiendo por qué no le simpatizo
—eso último lo dijo recordando a cierto castaño inglés.
Cada día la relación entre ellos se fortalecía, pero salir de paseo con Lucy era un martirio porque no le caía para nada bien a la perrita. Incluso, llegó a creer que prefería y recibía con cariño al cartero antes que a él sólo por molestarlo.
En una ocasión se le ocurrió visitar una tienda de mascotas para comprarle un juguete a Lucy y así dejara de mordisquear sus jeans.
—Buen día, qué precio tiene ese hueso de peluche.
—25 dólares.
—Llevaré 3.
—Eso no será suficiente para que su perro deje de dañarle los pantalones —le dijo la encargada de la tienda y preguntó —qué raza es.
—De la raza más agresiva, es peor que un Pitbull. Es una Pastor inglés.
—Pero esa es la raza más alegre, juguetona, amorosa, sociable, adaptable e inteligente.
—Conmigo es todo lo contrario, me odia.
—Ja, ja, y por qué no le presenta un amiguito perruno.
—¿Funcionaría? Porque Lucy no me permite acercarme a mi novia, ni siquiera un besito le puedo dar.
—Inténtelo —le dijo la sonriente vendedora.
Y ahí iba él, caminando junto a Rufo, su perro, un Pastor inglés con corbata de lacito que al mirarlo en la tienda hicieron clic, como si el can le dijera adóptame.
—Rufo, amigo, mi futuro está en tus patas, tienes que simpatizarle a Lucy.
—¡Jau, jau!
—ladraba Rufo como respuesta.
En el jardín de la casa de Daysi están Neal y Rufo esperando cada uno a su chica. El flechazo fue eclipsante entre los canes que se olfateaban y movían la cola.
—Mi amor y este perrito.
—Se llama Rufo y es mi mascota, mi cielo.
—Mira, Lucy, ahora tienes un amiguito que ha traído Neal para que juegues con él, agradécele.
En señal de aprobación, Lucy fue acercándose al pelirrojo y se pusieron a jugar por primera vez.
Lo mismo hacía Rufo con Daysi que se fijó que en su corbatín azul colgaba un papel y una cajita. Al leerlo, la joven mira sonriente a Neal y le dice: ¡ACEPTO!, colocándose un anillo de brillantes en su dedo anular izquierdo.
FIN
Última edición por BettyJesse el Jue Abr 20, 2023 11:36 pm, editado 1 vez (Razón : ORTOGRAFÍA)