“Mis pies querrán caminar hacia donde estás durmiendo, pero seguiré viviendo”.
—Pablo Neruda.
“Ayer estaba aquí, en este mismo lugar.
Mi amigo el señor McGregor se fue silenciosamente a un lugar lejano, cerca de alguna estrella debe estar junto a Anthony”, se dijo.
Poco a poco cayó en un sueño profundo. Se sentía feliz por haber conocido a Anthony, su primer amor, y al señor William McGregor.
Sus lágrimas empapaban su blanco rostro y se cuestionaba sobre la muerte, por oqué viene tan rápido, por qué se lleva así de repente a la gente que se ama. No paraba de llorar.
Percibió el aroma de las flores. Había muchas rosas a su alrededor y pronunció el nombre de su querido Anthony, Anthony...
Se reprochaba y se decía a sí misma que pudo haber hecho más por su paciente. Sentía culpa. La misma culpa que la carcomía por la muerte del chico del portal de las rosas. La lluvia cae porque el agua pesa en las nubes... las lágrimas caen porque el dolor pesa en el alma.
Una dulce voz le dice “eres más bonita cuando ríes que cuando lloras, Candy”.
—¡Anthony! Dónde estoy, ¿en el cielo?
—No. Observa a tu alrededor.
—Es el portal de las rosas.
—Sí —le decía el muchacho sin dejar de sonreír.
—Perdóname, Anthony, tu muerte fue mi culpa, mi culpa —la chica se golpeaba el pecho con intensidad.
—Ya basta con eso, pequeña pecosa. No fue tu culpa. Es el destino, ya estaba escrito. Es la ley de la vida: nacer, crecer, reproducir y morir —sentenció.
Candy frotaba sus verdes ojos de tanto llorar. El joven le recordó una frase con su suave voz —Candy, “las flores son hermosas porque se multiplican y pueden seguir existiendo, también los seres humanos no mueren
si siguen vivos en la memoria de la gente”, ¿entiendes?
—Sí, por eso en una ocasión Albert me dijo que no llorara tu muerte, que recordara todo lo que compartimos.
—Así es.
Anthony perdió a su mamá siendo un niño. Una mujer de cabellos rubios con cara de ángel veía y sonreía con ternura al muchacho.
—Ella es tu mamá —preguntó ella curiosamente.
—Sí. El regalo más hermoso que Dios me dio es mi madre y el milagro de su amor.
—Rosemary —susurró ella.
Una mano mece el hombro de la joven llamándole, insistentemente, —¡tooorrrpe, tooorrrpe!, mientras las figuras de Anthony y Rosemary se desvanecían.
—Mary Jane, qué hace aquí en el portal de las rosas.
—Torpe, cuál portal de rosas, aquí trabajo y esto es un hospital —la mujer le indicaba con sus manos.
—¿Y Anthony y su madre se fueron?
—Has estado soñando. Dejaste la ventana abierta que todos estos pétalos de rosas se han esparcido en la habitación.
—¡Pero, pero...!
—Traquilízate. Sé que te ha afectado la muerte del señor McGregor por ser tu primer paciente. No te sientas mal, en cualquier momento ocurriría, era cuestión de tiempo.
—¿Usted lo sabía?
—Sí. En sus últimos días tú fuiste su alegría, murió en paz. Por eso quiero que tomes unos días de descanso. Regresa cuando estés mejor.
Se acogió al permiso médico para meditar en el Hogar de Pony. Tomó su maleta y emprendió el viaje junto a Miena.
—Qué hace esta Dulce Candy en mi maleta. Acaso fue un sueño, ¿o no?
FIN