Capítulo 6
Candy estaba en su cuarto, miraba la luna con el halcón por la pequeña ventana. Ese día estuvo intranquila, le esperaba una larga noche de insomnio y solo el halo del satélite que iluminaba el cielo oscuro le daba tranquilidad. Abrazo sus rodillas para reposar su cabeza encima de ellas.
—Skrael… ¿Qué estarás haciendo? Tengo miedo, si tan solo estuvieras aquí.
La mirada verde de Candy estaba fija en la luna, pensando en lo único que las protegía. Y con lo cual se sentía segura, sabía que no tenía la fuerza de su madre y eso la atemorizaba. Si él estuviera con ellas, no tendrían de que preocuparse.
Miró al ave que también miraba con ojos brillantes hacia la luna.
—Madre, pronto estaremos en casa.
Una fragancia llegó hasta habitación. Candy, sintió su cuerpo estremecer, era embriagante, fuerte y suave a la vez. Era como magia, cerro los ojos y se dejó envolver por el aroma cautivador.
—Majestad —Patty estaba de rodillas ante Terry.
Una consternada Eliza, llegó hasta el príncipe. Pronto su sorpresa se convirtió en alegría, la emoción de que Terry haya accedido a verla esa misma noche la hizo desear abrazarlo; sin embargo, se limitó a acercarse a él sin ningún contacto.
—Esposo mío, viniste.
—Me pediste que lo hiciera. ¿No? —respondió el príncipe.
—Sí, pero no sabía que lo harías tan pronto. No estoy apropiadamente vestida para recibirte —Eliza le modelo su vestido, y Terry la observó con poco interés.
—Bien, solo quería escapar de la incómoda visita de mi padre —los ojos de Eliza se iluminaron.
—Ah ¿Sí? ¿Te pareció molesta? —sonrió triunfante.
—No lo sé, creo que están aquí por algo más que cortesía —respondió Terry.
Eliza, se sintió feliz del desconcierto de su esposo por las Marlowe, no sabía si contarle los oscuros planes de su padre o solo actuar por su cuenta. El riesgo era latente y ¿si prefería una alianza con el reino germánico que con España? Decidió actuar como si no supiese nada, le intrigaba lo que Terry pensaba y fue astuta al continuar con la charla.
—Esposo mío —habló con inocencia— yo también me siento incómoda con ellos, pero tu padre insistió en traerlos.
—Lo sé, quiere alianzas —Terry se apartó de ella— eso creo y lleva misterio de por medio. Lo que no sé exactamente es si quiere casar a Anthony con la princesa o a Annie con el rey —se acercó a la ventana que estaba junto a la pared del pasadizo.
Eliza lo miró asustada. Temiendo que descubriese el lugar secreto, jamás estuvo tan cerca; cuando la visitaba llegaba hasta su cama y luego se iba.
—No lo sé, espero que sea uno de ellos y no algo más —insinuó ella con malicia, se paró detrás de él.
—¿Algo más? ¿Cómo qué? —preguntó Terry.
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El castillo era enorme, lleno de ventanas y lugares que se consideraban abandonados o simplemente inútiles. Pasajes olvidados con el paso del tiempo y puertas con cerraduras oxidadas por la falta de uso, era tan grande que ni siquiera el rey sabía con exactitud las dimensiones de este y su contenido. Los viejos planos descasaban en el salón donde a menudo hacía sus reuniones con sus hijos, pero sin que ellos se interesaran en los amarillentos documentos de su morada.
Candy, que en medio de su estupor por aquella presencia que la tenía demasiado inquieta, miraba por la ventana, una ráfaga de viento pasó y movió su cabello, llevando como una paloma su fragancia, hasta donde estaba Terry.
Él aspiró con fuerza el dulce olor que llegó a su asimétrica nariz.
—¿Qué fragancia usas? —Terry se giró y miró a Eliza con detenimiento.
—¿Te… gusta? —dijo ella en un hilo de voz.
—Es cautivadora —respondió Terry, mirándola con deseo.
Eliza se sonrojó, él nunca la había mirado de esa manera, era como estar en la gloria.
—Patty, sal de inmediato —ordenó, ansiosa por quedarse a solas con el príncipe, la chica solo asintió y salió a prisa de la alcoba.
Terry acortó la distancia entre ellos, fue acercando poco a poco su rostro para besarla, ella cerró los ojos con anticipación, la fragancia se alejó de él haciéndolo volver a su realidad. Aspiró fuerte y notó que ese aroma no era de su esposa. Eliza al no sentir los labios de Terry, abrió los ojos, al mismo tiempo que él se alejaba.
—Lo lamento, fue un error —se dispuso a salir, Eliza le tomó la mano con fuerza.
—¿Un error?, soy tu esposa. Un error sería no hacerlo —expresó con impotencia.
—Estoy cansado, el viaje fue muy largo. Solo quería saber si estabas bien, estoy agotado —Terry se soltó de su agarre, caminando hacia la puerta.
—Duerme aquí, conmigo —suplicó Eliza.
—Mañana, mañana te visitaré —Terry regresó con Eliza, besó su frente y salió dejándola frustrada. La pelirroja se bañó en lágrimas ante el rechazo de su esposo.
Patty vio salir a Terry con prisa, se notaba bastante incómodo. Por lo que ingresó de inmediato al cuarto de su ama, sintió compasión al ver a Eliza llorando y halándose los cabellos. Era una princesa por demás hermosa, que rogaba por los favores de su esposo, a Paty se le escaparon unas lágrimas, en el fondo sentía afecto por Eliza. La vida de su ama era triste a pesar de ser de la realeza, ella había visto la falta de amor entre ellos, el enamoramiento de Eliza por el menor de los príncipes y la pena que la agobiaba por no cumplir con el único objetivo que le había encomendado desde que formalizaron su alianza, lo que las dos naciones esperaban de ella, el próximo heredero de Inglaterra.
—Majestad —Patty trató de tomarla del brazo, pero esta le manoteo.
—¡Déjame! —gritó, soltándose. Se acercó al pasadizo abriéndolo y adentrándose en él.
Candy que apenas y se reponía de su estupor, vio como Eliza habría con furia la puerta.
—¡Majestad! —Circe se postró, pero Eliza la levanto de inmediato.
—Deja eso. No necesito una venía de parte tuya, necesito que me ayudes a enamorar a mi esposo —Eliza tomaba a Candy con fuerza por los hombros.
—Majestad, ya le dije que su esposo jamás la amará — replicó Candy, algo alterada. Extrañándose incluso ella misma de ello.
—¡Cállate! —Eliza la tiró al piso con la ira que tenía reprimida por lo acontecido momento antes— tú harás que me ame —la señaló con el dedo, sus ojos estaban impregnados de rabia y lágrimas—. Por eso estás aquí, para asegurar mi matrimonio con un primogénito y hacerme la nueva reina de Inglaterra —decía esto sin dejar de señalarla, mientras Candy no salía de su sorpresa y miedo.
Era verdad que su madre le enseñó algunas cosas, pero siempre hacia el bien. Su madre se había labrado una fama bien merecida durante mucho tiempo, pero por ayudar a las personas, no por destruirlas. Fue una mujer que amó el bosque y a las criaturas que en él habitan. Siempre protegió a los más necesitados, su abuela Pony le enseñó a ser buena y utilizar su sabiduría para el bien de los demás.
La idea de hacer algo malo y robar la voluntad de alguien más, dejándolo en la infelicidad, no era lo que ella deseaba para nadie. Candy vio el futuro del príncipe a través de las visiones que tuvo al tocar a la princesa española, sabía que ambos
compartirían un destino desdichado sí hacia lo que ella le pedía. Eliza, la futura reina, jamás sería feliz al lado de Terry. Estaba en una encrucijada.
Eliza la levantó con fuerza al ver que ella no reaccionaba, pero el ave empezó a revolotear, actuando de forma protectora se interpuso entre ambas mujeres y por alguna razón Eliza no avanzó hasta Candy. La mirada del ave la dejó paralizada.
El halcón tomó el control de la situación, miró a Candy y esta asintió a través de su velo. Se puso en pie de inmediato y tomando un pequeño frasco con un líquido oscuro, se lo ofreció a Eliza.
—¿Qué es? —preguntó ya calmada la española.
—Tome diez gotas en cuanto ingrese a su cuarto y mañana tráigame una prenda de su esposo. De preferencia de las que usa en las noches —pronuncio no muy convencida Candy.
Eliza como hipnotizada, recibió el frasco entre sus manos y asintió, saliendo del cuarto, sin decir palabras, guardando entre sus ropas la pócima.
Candy se limitó a observar el ave.
—Madre —murmuro— ¿Por qué me ordenaste que le diera ese extracto? Sabes que solo la calmará un poco, pero no servirá de nada para su deseo de enamorar al príncipe y menos para poder engendrar.
El espíritu de su madre habitaba en el halcón, por medio del ave había desarrollado una conexión telepática con su hija, cuando la vida terrenal la obligó a abandonar su cuerpo físico, no quiso dejar sola a Candy, la cercana solución a ese inconveniente lo encontró en su fiel mascota, gracias a ella permanecía a su lado, protegiéndola y aconsejándole ante cualquier circunstancia.
—Confía en mí, yo me encargaré de todo. Por ahora debemos tenerla tranquila.
Candy con algo de miedo, pero confiando en su madre solo asintió. Estaba asustada, pero al menos no estaba sola, tenía al ave y a su progenitora por medio de ella.
Volvió a percibir ese aroma embriagante que la desestabilizaba, como si la halarán se movió siguiendo el hipnótico olor hasta llegar a la pequeña ventana que ocultaban algunos enramados, apenas se asomó, miró a un hombre alto y fuerte, con su cota de maya tejida de hierro y su sobrevesta, sin embargo, se identificaba a través de ella un cuerpo muy bien formado. Candy detallo el cabello largo y castaño, estaba de espaldas a ella, así que lo miró de forma más detenida, levantado su velo para verlo mejor. Estaba embelesada por aquel aroma y ahora por el bello hombre que tenía delante de ella.
—¡Eres tú, el que despide tan exquisito olor! —dijo en voz baja.
Terry estaba allí tratando de pensar y entender lo que le pasaba, el por qué no soportaba estar cerca de su esposa. Recriminándose internamente por dañarla de esa manera, le remordía la conciencia, el estado en el que se quedó Eliza, pero él, por más que lo intentaba, no sentía nada por ella, no la deseaba como mujer y el hecho de que su hermano estaba enamorado de su esposa era una razón más para justificar su falta de afecto hacia ella. Sin embargo, lo ocurrido en la alcoba lo tenía confundido.
—¿Por qué sentí ese aroma que me embriagó? ¿y de quién es? Está claro que no es de Eliza.
De repente ese deleitoso aroma parecido al del más fresco y dulce jardín de rosas y un toque de vainilla le llegó de nuevo.
Candy se paralizó al ver que el hombre se volteó hacia ella, mirándola con ese par de zafiros, vio que él miraba a aquel enramado como si la hubiera descubierto. En esos momentos palideció y quitó su rostro de aquella pequeña ventana, llevando sus manos a la boca, para ahogar el jadeo de sorpresa y temor.
"Me descubrió, es él. Es el príncipe heredero, el esposo de Eliza, él es el hombre que me persigue en mi cabeza” —decía asustada.
—¿Ros… Rose Mary? —dijo Terry con asombrado.
Recordó a la madre de Anthony y segunda esposa de su padre. Tenía un lejano recuerdo de una bella rubia de ojos verdes, de mirada triste; el dolor que sintió cuando solo tenía seis años y su hermano, un bebé de un año, ambos tuvieron que enfrentar la muerte de Rose Mary. Quedando solo con su hermano a su lado, sin la figura de una madre que los cuidara. Tenía gratos recuerdos de la mujer de carácter bondadoso, lo trataba con cariño, a él le dolió perderla, su ausencia le dejo un vacío que se fue borrando con el paso de los años.
"Solo, justo como yo" —dijo Terry, al recordar a Anthony llorar por largas horas, siendo apenas un bebé, ambos estaban solos, teniéndose uno al otro como única compañía.
Movido por la curiosidad y para asegurarse de que su mente no estuviera jugando con él, se acercó más a la pared enramada, viendo que ahí había una pequeña ventana. Donde minutos antes solo vio unos brillantes ojos verdes mirándolo.
"Pero… ¿Qué es esta ventana? Y a qué cuarto pertenece" —se preguntó, pero el rosal alrededor le impedía avanzar— Vaya, creo que debo cortar algunas ramas para poder llegar —Terry sacó su espada para proceder a abrirse camino.
—Hermano, ¿acaso piensas cortar las rosas de mi madre? —Anthony llegaba con Susana y sus damas de compañía, el cual lo miró con ojos de malicia, pero por dentro los nervios aumentaban.
Anthony miró despreocupadamente a los alrededores.
"¿Descubriría mi hermano el pasaje secreto?" —se preguntaba internamente, mientras veía a Terry con una sonrisa sarcástica.
Capítulo 5
Última edición por Carmín Castle el Dom Abr 09, 2023 10:43 pm, editado 2 veces (Razón : edición del tamaño de la letra)