—Ella no me dijo para qué tomarlo, pero si es para que él me desee y venga pronto, lo tomaré. —Eliza abrió su boca y con el gotero tomó diez gotas— ¿Y si tomo el doble?, tal vez sea más efectivo el resultado.
Tomando otras diez gotas más, su cerebro partió a otro mundo. Un mundo en el cual se sintió feliz y tranquila, sin importarle nada más que sentir que flotaba y revivir su bello cuarto de España, con la imagen del brillante y cálido sol que iluminaba sus tierras españolas; en medio de la dulce fantasía finalmente se durmió, sin darse cuenta de la extraña reunión que había en las afueras del cuarto de su oculta invitada.
—Vamos hermano. ¿Qué acaso me piensas quitar el único recuerdo que me quedo de mi madre? —le reclamaba Anthony, juguetón.
Terry recordó que su hermano cuidaba el preciado rosal él mismo, hasta que tuvo que partir por orden de su padre a la guerra y lo dejó al cuidado de algunos sirvientes. Le encargó a Eliza que velara por la bella planta. Agradeció que llegaran antes de que hubiera cortado las rosas, su hermano no se lo hubiera perdonado.
—Lo lamento, hermano —Terry guardó su espada, era verdad que Anthony amaba ese rosal, pero también era la mejor forma de ocultar aquel pasadizo, que por alguna razón su madre sabía de su existencia.
Contemplo una última vez el rosal, su hermano hubiera tardado algunos días enfado, pero él hubiera saciado su curiosidad.
—Ya solo quedan unas cuantas rosas —dijo Susana, interrumpiendo a los hermanos—. Es el destino, le pedí a tu hermano que me mostrara la parte más bella del castillo y… —Susana lo miró de arriba abajo— y creo que no se equivocó al traerme hasta aquí.
Las palabras de Susana fueron cargadas de sensualidad y acompañadas de una pícara sonrisa. Terry solo la miró y Anthony carraspeó.
—Bueno, creo que encontraste lo que buscabas, me retiro, debo descansar —se despidió Anthony de Susana, ella le sonrió.
El rubio distinguió la alegría de la germánica, al saber que se quedaría a solas con Terry, se tragó las ganas de reírse del castaño, tenía un semblante de seriedad después de escuchar el cumplido que Susana le hizo, la princesa fue muy atrevida al decir esas palabras y la forma en que lo detalló no era propio de una dama de su linaje, pero a él le daba igual lo que pasará.
—No hermano, espera. Yo no la traje hasta aquí. Y no sería correcto que la dejes aquí, conmigo. Soy un hombre casado y no estaría bien visto tal compañía, sería algo malo para la princesa —se apresuró a decir Terry.
—Pero tengo a mis damas —intervino Susana de inmediato.
—¿Lo ves?, no están solos —dijo Anthony, retirándose despreocupadamente, pero en realidad estaba inquietó por el lugar donde los dejaba. Decidió que los vigilaría de lejos.
Al quedarse solos, Susana y Terry, ella acortó la distancia entre los dos, caminando sensualmente.
—No sabes cuanto deseaba conocerte —los ojos de Susana brillaron de deseo.
Terry se sentía seducido, pero no por Susana, sino porque aún percibía el dulce aroma que ahora creía venían de las rosas. Nunca había visitado esa parte del castillo, ni le había llamado tanto la atención como lo estaba haciendo ahora. Sin poder quitarse de la memoria los ojos verdes de momentos atrás, recordó a la madre de Anthony y cómo él pensaba que era la mujer más bella que había visto. A pesar de que no conoció a su madre, la primera esposa de Richard, pero los que la conocieron decían que, de las tres esposas del afortunado rey, Eleonor fue la más hermosa de todas. Aunque todo alrededor de ella era un secreto, un misterio absoluto.
—No sabes cuánto desee tenerte a solas, sin esos incómodos obstáculos — Fue la voz de Susana que estaba aún más cerca de él.
—¿Qué? ¿Qué obstáculos? —Terry volvió a la realidad al escuchar a Susana.
—¿Por qué no estás en el cuarto de tu esposa? —Susana lo miró con una sonrisa malvada.
—¿Perdón? —Terry no podía creer lo que había escuchado, la confianza con la que le hablaba la princesa que acababa de conocer, su molestia fue evidente— Disculpe, pero qué modales son esos para una princesa. Primero, no debería estar aquí a solas conmigo, y segundo, preguntarme sobre intimidades, eso habla muy mal de usted. No quiero malentendidos, recuerde que soy un hombre casado.
—Disculpe majestad, pero yo estaría dispuesta incluso a poner mi reputación en juego con tal de complacerlo —Terry, que se disponía a retirarse, se detuvo y la miró.
—Haré de cuenta que esas palabras jamás existieron y por su propio bien, espero que usted también lo haga, princesa —remarco las últimas palabras, resopló antes de continuar—. Tengo esposa y no es correcto cualquier interacción a solas entre los dos. Buenas noches —Terry se inclinó con respeto y con prudente distancia, finalmente dándole una fría mirada se retiró.
—Casado, por ahora… pronto serás mío —dijo Susana cortando una de las rosas.
Candy observaba y escuchaba por la ventana, sin que la vieran, aquel extraño encuentro, sintiendo molestia al ver la actitud de la Germánica.
"Pero ¿por qué siento esto?" se preguntó.
La noche transcurrió entre una pensativa Candy y un Terry que no podía quitarse de la cabeza aquellos ojos en esa ventana.
¿Será que Rose Mary no murió? — se preguntaba una y otra vez Terry— ¿Le pasaría lo mismo a mi madre, quedaría prisionera?...
El sueño lo había abandonado como una esposa molesta. Mientras que Eliza, su esposa, le era infiel en los brazos de Morfeo, teniendo los más plácidos sueños donde fue amada de la forma más intensa y apasionada, jamás se sintió tan viva y feliz. Cada toque, cada beso, cada caricia fueron la gloria para ella. Tocar su firme pecho y saborear sus labios, pasear sus pequeñas y blancas manos por su ancha espalda, meter sus finos dedos en su rubio cabello mientras los celestes ojos la miraban con pasión.
Eliza abrió los ojos de inmediato. Sudaba y estaba agitada, se sentó en la cama desorientada.
—Majestad, ¿está usted bien? —Fue la voz de Luisa, que se despertó al escuchar que la princesa se despertó de repente. Vio la agitación de Eliza y se levantó a buscar la jarra de agua— ¿Tuvo una pesadilla? —preguntó, ayudando a Eliza para que tomara un trago de aguamiel, mientras con la otra mano le tiraba el cabello hacia atrás y trataba de secarle el rostro.
—No, no fue una pesadilla, estoy bien —Eliza retiró las manos y el paño de su criada— ¿Por qué me desperté? —dijo— Fue tan real, sentí todo… sus besos, sus caricias —se llevó una mano a su boca— Su piel contra la mía… —cerró los ojos y se abrazó a sí misma, sintiéndose acalorada por el sueño— Estoy loca —dijo poniéndose de lado en su gran cama. Miró el frasco de gotas—, si, así soy feliz, entonces quiero más.
Tomó el pequeño frasco e ingirió algunas gotas, para volver a los sueños, donde se sintió más feliz que nunca. Anthony... fue el susurro en sus labios antes de cerrar sus ojos de nuevo.
La mañana llegó, traspasando algunos rayos del luminoso sol por la ventana de la prisión de Candy, quien habría lentamente sus ojos en su pequeña cama; apenas había conciliado el sueño en la madrugada.
Seguía confundida, Candy se quedó un rato en su cama, preocupada por no saber lo que le pasaba. Era algo nuevo y extraño a la vez.
—¿Qué haré? —se decía, mientras su madre estaba en la ventana mirando hacia afuera, fijamente, ignorando que su hija se despertó y habló. El ave tenía un gesto serio, como de molestia— ¿Madre pasa algo? —Candy se puso en pie— Madre… ¿Qué pasa?
Candy intentó acercarse, el ave movió la cabeza haciendo una negativa, lo que puso en alerta a Candy. Ella trató de mirar a través de su madre, vio a una mujer que merodeaba el lugar sola, alta, delgada, de unos cuarenta años y de aspecto severo; apariencia que asustó a la misma Candy, además, veía que el rostro de su madre era de preocupación.
La mujer miraba todo el lugar, parecía buscar algo, sus ojos se detuvieron y mirando al halcón con una macabra sonrisa, dijo:
—Así que la que protege a la española es un ave. Ja, ja, ja —soltó una risotada—Qué fácil tendré el camino, —dijo sin parar de reír— te mataré a ti y a quién ocultas. —Finalizó diciendo esto, cambiando su cara de burla a una de maldad.
—Madre, te buscaba —fue la voz de Susana, que interrumpió la amenazante charla.
—Oh, hija —trató de sonar sorprendida, vio que Susana se acercaba con Annie, Archie y las damas de compañía correspondientes. Saludó de forma amable— Hija, solo contemplaba estas rosas y… el ave, ¿de quién es? —le preguntó a Annie.
—¿Ave?, ¿cuál ave? —dijo la princesa inglesa intrigada.
—El ave —Amelia señaló a la pared, en la que por alguna extraña razón no se veía ninguna ventana. Solo se vislumbraban los muros y algunos enramados a través de ella. El ave ya no estaba.
—No, creo que se confunde. Estas son las rosas de mi hermano Anthony, que su madre le heredó, esta área del castillo le correspondió a ella desde que llego hasta su muerte. Un año después de tener a Anthony. Normalmente, solo él visita esta área —Terminó Annie.
—Sí, tengo entendido que tu madre es la tercera esposa de Richard —Amelia miró de forma indescifrable a la jovencita.
—Sí, mi madre…—Annie hizo un gesto de tristeza— la reina, es una mujer con algunos problemas, por eso no sale de su cuarto. Ella… bueno, creo que es mejor que no salga. —Annie cambio su mirada a una de tristeza.
—Y ¿qué pasó con la madre de Terry? ¿Ella también murió? —pregunto Amelia.
—No lo sé, nadie habla de la madre de Terry, es como hablar de algo prohibido. Pero bueno, no es hora de hablar de las antiguas reinas, el día es hermoso como para dar un paseo y créame aparte de las rosas de Anthony, aquí no encontrará nada más que viejos y gruesos muros del castillo —Annie le dio una sonrisa.
—Ya veo —Amelia miró los muros con detenimiento— ¿Y quién habita esta área del castillo ahora? —preguntó a Annie.
—Eliza, la esposa de Terry —respondió Annie.
—¡Oh! La princesa española —Amelia sonrió, al saber que no se equivocó, al señalar que el ave, era el guardián de la pelirroja.
—Sí, ¿acaso pasa algo? —Annie, la vio intrigada, por el pequeño interrogatorio de la reina germánica.
—No, nada, solo quiero familiarizarme con el castillo pequeña. Planeo quedarme una larga temporada con mi familia —señaló a Susana y a Archie, a Annie se le iluminaron sus azules ojos y brillaron con emoción.
—Será un honor tenerlos aquí el tiempo que gusten —dijo entusiasmada la pelinegra.
—Qué linda, así me gusta princesa, así me gusta —dijo sonriendo y acariciando la mejilla de Annie— Sigamos. Ah, una cosa más —se detuvo— sería muy grosero de mi parte estar aquí y no visitar a tu madre. Me gustaría verla —dijo la monarca Germánica.
—Está bien, programaré una visita a mi madre —Annie estaba tan deslumbrada con Archie, que haría lo que le pidiera la imponente mujer.
Al otro lado de la ventana que Circe, el ave, hechizó, para que no fuera visible. Candy y su madre escucharon toda la conversación que se desarrolló afuera. Mientras tanto, las mujeres y el joven rey se alejaban de los rosales, ambas se miraron coincidiendo que la reina Germánica, tenía un corazón oscuro.
—Hija, esa mujer es maldad pura, huele a muerte —angustiada por su hija, Circe le advirtió— Candy, debes tener cuidado con ella, incluso la princesa española, a ella la tiene en la mira, quiere el reino de Inglaterra a toda costa.
Mientras Annie y sus invitados se acercaban a la puerta principal, vieron algunos sirvientes que corrían para recibir el carruaje que llegaba con los emblemas de España.
Annie llamó a una de las criadas que se dirigía a los adentros del castillo.
—Ven, dime, ¿quién llega de visita? —indagó la princesa inglesa.
—El príncipe Niel, futuro rey de España. Debemos informarle al rey y a su cuñada —la mucama haciendo una venía, se dirigió a informar al rey y a Eliza.
La puerta se abrió y un moreno de ojos miel, muy atractivo, de mirada fuerte y ruda, miró el hogar de su hermana, clavando sus ojos en los azules de Susana.
Capítulo 6
Última edición por Carmín Castle el Dom Abr 09, 2023 10:50 pm, editado 1 vez (Razón : edición del tamaño de la letra)