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ATADO A TI
CAPÍTULO IV PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
CAPÍTULO IV PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
Terrence no replicó más.
—¿Que pasa, por qué nos desviamos del camino? —cuestionó ella cuando la carreta comenzó a salir de la senda para terminar deteniéndose en un campo abierto.
—Es hora de hacer una parada para almorzar. Los caballos pastarán aquí. Además, no quiero que vuelvas a desmayarte y yo tenga que exigir un nuevo premio por evitar que des con tus preciosas posaderas en el suelo. Estoy seguro de que esta vez no me contentaría solo con tenderme en una cama a tu lado. —respondió el castaño
Ella rodó los ojos en cuanto lo vio saltar de la carreta. ¡No estaba bien que él dijese cosas como esa! —Una nueva risita resonó en la parte de atrás.
—Annie, ¡cállate! —regañó a su amiga porque era imposible hacerlo con el otro.
—No te enfades conmigo, Candy . No soy yo quien está coqueteando contigo. —A Annie le importaba poco que Terrence la escuchase.
—Ya está bien de tonterías —dijo con seriedad Terrence sacando un arco y una funda donde habían varias flechas que solía llevar para cazar y alimentarse cuando hacía viajes largos. —Trataré de cazar algo para comer. Tú lo necesitas —advirtió mirando a la señorita Brighton, luego fijó su mirada en la señorita McAllister —, y aunque tú no lo necesitas, también debes alimentarte.
Le tocó a la rubia cubrirse la boca para no reír debido al comentario malintencionado del castaño por el verdadero aspecto de su amiga, que se irguió debido a la ofensa.
—¡No te rías! —Annie le dio un ligero codazo a Candy en cuanto Terrence dejó de observarlas.
—Enciende un fuego —ordenó el castaño a la señorita McAllister — y tú —le habló a la señorita Brighton —, busca en mi bolsa una navaja. Espero que sepas descuartizar la pieza que traiga para cocinarla y que lo hagas bien.
La señorita McAllister dio un paso al frente, pero su dama de compañía fue más rápida.
—¿Por qué no cazo yo y tú cocinas, señor Graham? —preguntó dándose cuenta de que había prescindido del trato formal. No le importó. Estaba harta de seguir siendo correcta. Si él se saltaba las normas del decoro y la trataba con impertinencia, ella le pagaría con la misma moneda.
Terrence la miró con los ojos llenos de curiosidad y una sonrisa asomando en su boca.
—¿Es una broma?
—¿Quieres apostar? —cuestionó ella con confianza.
—¿Qué habrá en juego? No me gusta aprovecharme de la gente cuando sé que quien me desafía no tiene nada que hacer contra mí, pero si la apuesta vale la pena, podría considerar el hecho de hacerte quedar en ridículo con menos esfuerzo del permitido para darle cierta emoción a la justa... O tal vez no. Veremos si merece la pena.
—Hey... Terrence, creo que no deberías subestimar a... —comenzó a explicar la chica pelinegra.
—¿Qué quieres poner sobre la mesa? —la interrumpió su amiga. Iba a bajarle los humos a ese pretencioso costase lo que costase.
—¿Qué tienes que ofrecer, Pecosa? —preguntó Terrence altanero y seductor.
—¿Y tú? —rebatió ella con rapidez.
—Dime tu precio y yo te haré saber el mío.
—Quiero ese arco y las flechas. —Las dos cosas eran una obra de arte. No había visto hasta el momento uno igual. Un trabajo precioso. En Escocia, su tío la había provisto de uno magnífico arco, con un acabado blanco y muy femenino. Estaba segura de su habilidad con esa arma, pues había aprendido del mejor. Su tío la había instruido bien y, aunque imaginaba que Terrence era bueno, estaba convencida que ella podría ser mejor. En la temporada de caza, ella jamás falló ni una sola vez, ya fuese con el rifle o con las flechas, siempre daba en el blanco. Lamentaba no haber nacido hombre, para no llevar sobre sus hombros los problemas que arrastraba en ese momento.
—Pides mucho. Lo solicitado por mí deberá estar al mismo nivel de lo que has sugerido.
La rubia se quedó muda. No tenía nada que ofrecerle. El dinero estaba menguando y en cuanto a sus pertenencias, salieron con lo justo, dado que no podían cargar con más. Ah, sí, tenían un arma para apostar.
—Tengo una pistola de tres cañones giratorios que ha pertenecido a mi familia por generaciones.
—¡No! —gritó su amiga. —Ella sabía el apego que le tenía al arma que le regaló su padre. No dudaba de sus habilidades, pero era un legado que su amiga estimaba en gran medida.
—Un beso. Quiero un beso tuyo —repitió despacio Terrence
—De acuerdo —dijo la rubia al tiempo que sonreía. Estaba convencida de su victoria, ni se lo pensó, solo aceptó. Ganaría con facilidad—. ¿Cómo lo hacemos?
—Usando nuestras bocas —respondió Terrence con una sonrisa socarrona.
—No pienso perder —se apresuró a decir ella exaltada.
—Yo nunca pierdo, Pecosa —explicó Terrence arrogante. —No mentía. Hasta la fecha era el mejor en lo que emprendía, fuese cual fuese la tarea asignada.
—Diga cómo vamos a ir a cazar el almuerzo, señor Graham.
—Usaremos mi arco. El mejor de dos piezas, gana. Tú harás los honores e iniciarás.
—Muy bien. Vayamos.
La joven rubia comenzó a andar hacia una zona boscosa en la que esperaba encontrar algún animal, tal vez un conejo o lo que fuese que habitase por ahí. Terrence la siguió lleno de anticipación. Le resultó de lo más interesante verla tan decidida. Una lástima que no consiguiese su objetivo, porque no pensaba tener piedad en la competencia. Se dio la vuelta y miró a Lady Victoria
—Si ella y yo cazamos, tú destriparás al animal, y harás la comida.
—¡Yo no sé hacer eso! —la pelinegra no tenia ni la mas remota idea de cómo encendería un fuego en medio de la nada —¿Por qué mejor no lo haces tú? —Digo, te conviene mucho ser amigo mío, Terrence. Soy muy influyente con la mujer sobre la que has puesto tus ojos —le dijo con seriedad.
Terrence miró con atención a la muchacha y la examinó.
—Cuando esté interesado en tener a tu dama de compañía, te aseguro que lo sabrás —avisó. —la muchacha no logró comprender la amplitud de lo espetado, pero por el modo en el que lo dijo... fue como si una gran mota de posesividad quedase suspendida en el aire.
—Te equivocas con ella, muchacho —la pelinegra usó esa fórmula para avergonzarlo. La mirada que Terrence le dirigió no la acobardó—. Ella no es la dama de compañía recatada y equilibrada que crees que es y si no vas con cuidado estarás bailando alrededor de su dedo meñique en cuanto menos te des cuenta. Y no olvides que estas hablando con la mujer que va a casarse con el hombre que seguramente te envió a por nosotras.
—Lo mejor que pueden hacer ambas, es regresar al lugar de donde vienen antes de que se hagan daño. Esto no es un juego. Esta tierra no es suave. —De hecho, el viaje estaba siendo más largo de lo normal porque sabía que el campo no estaba hecho para dos damas que deberían estar en Escocia o Londres con los de su misma especie. Demasiado refinados, altivos y quejosos para sobrevivir a una vida con tantas dificultades.
—Como quieras. Yo te he advertido sobre esa chica Pecosa, como ya la haz bautizado —rio entre dientes. —Me parecía justo hacerlo. No la subestimes, te aseguro que ella es mucho más de lo que aparenta y si hay alguien más voluntarioso, apasionado, fiel y dado a salirse con la suya, te aseguro que deberá ser el mismísimo Todopoderoso.
—Ya... —señaló Terrence incrédulo.
—¿¡Vas a venir o al fin has entrado en razón y estás dispuesto a echarte atrás, señor Graham!? —gritó la rubia desde la lejanía al ver que no la seguía.
Terrence sonrió.
—Voy a divertirme mucho con tu dama de compañía.
—Te divertirás con Can.. —la joven carraspeó agradeciendo que el castaño estaba algo lejos de ella, esperaba que su refinado oido no la hubiese escuchado —con la señorita Brighton lo que ella te permita —reafirmó la pelinegra desafiante, con una chispa en sus ojos azules y una radiante sonrisa en los labios.
Terrence estuvo al lado de la joven rubia en pocos minutos.
—¿Por qué la señorita McAllister va a casarse con un hombre que no conoce?
—Hay asuntos sobre los que no está bien preguntar, señor Graham. Eso son cuestiones íntimas que no son de su incumbencia. No debería haber hecho la pregunta.
Terrence se encogió de hombros.
—Es gracioso que todavía no sepas con quién estás hablando. Ayer estuviste en la cama conmigo.
La muchacha se pasó ambas manos por el rostro.
—Cacemos —sugirió.
—No. Respóndeme —ordenó él, al tiempo que le atrapaba la mano derecha para frenarla. Se acercó a la muchacha en un avance pensado para sobrecogerla. Se quedaron uno frente al otro, muy cerca. El aliento de uno era apreciado por el otro.
—No te tengo miedo.
—Deberías.
—¿Eres un hombre que golpea a las mujeres? —preguntó ella con el mentón alzado.
—No soy un cobarde y le daré una buena paliza a cualquiera que abuse de un ser inferior. Incluso si es un perro abandonado el que está siendo pateado, obtendrá mi ayuda —alegó con la pasión rodeando cada palabra espetada.
—¿Forzarías a una mujer a aceptar tus atenciones sin su consentimiento?
—Antes me pegaría un tiro. Y haré lo mismo con quien haga algo similar en mi presencia —aseguró sin vacilación.
—Entonces, no te tengo miedo —afirmó ella sin un ápice de dudas.
—Ayer te dije que cuando te temiese me verías correr, Pecosa.
—Lo recuerdo perfectamente —rodó los ojos, si continuaba así terminaría con los ojos torcidos de por vida.
—Siento ganas de huir de ti tan rápido que soy un tonto por no hacerlo en este momento. Y más desquiciada estarías tú si no hicieses lo mismo... ahora.
Ella dio un paso hacia atrás al comprender lo que veía en sus ojos. Deseo. Conocía bien esa mirada en un hombre. La había visto en aquel ser repulsivo, pero la de Terrence no era como aquella. El hombre que la miraba con esa intensidad tan cruda no la hacía sentir repulsión, sino... somnolienta y templada. Un poco más que cálida... Ardiente.
—Deberíamos... —ella sintió su mano sobre la muñeca... y quemaba.
—Cuando me tendí a tu lado no iba a hacer nada pecaminoso, Pecosa —se vio en la obligación de señalar. Hubo algo en la forma en la que ella hizo las preguntas, que le dio a entender que había alguien que la había asustado, aunque no alcanzaba a imaginar quién, y cuánto había sido el daño que ella sufrió—. Nunca haré nada que no quieras y te prometo que haré cualquier cosa que me pidas, pero antes deberás solicitarlo de modo claro.
—Entonces no sigas por este camino. No nos conocemos lo suficiente y yo...
Él la observó con mayor intensidad y dio el paso al frente que ella había retrocedido.
—Estás aquí como dama de compañía de la señorita McAllister quien va a casarse con un hombre al que no ha visto antes. —Terrence se figuró que era eso lo que iba a recordarle.
—Precisamente. —La objeción se sintió como si fuese una losa pesada, una argolla con una gran bola de hierro en el otro extremo.
Terrence la soltó y suspiró. No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo con la señorita Brighton y se alegró de que ella fuese la más cauta de ambos.
Los dos caminaron en silencio hasta que encontraron un lugar en donde acampar para esperar una presa, y esta llegó; era un conejo. Ella tensó la cuerda y la flecha salió silenciosa y letal en cuanto lo miró.
—¿Quién te enseñó a tirar de esa manera, Pecosa? —preguntó Terrence satisfecho de que ella fuese en realidad tan buena.
—Mi tío —respondió con una amplia sonrisa de satisfacción por haberlo sorprendido.
Gracias Por Leer
no dan su brazo a torcer 
