—¿Qué sucede, Candy? —Su amiga tenía los ojos brillantes. Por un instante creyó que había entrado en razón y que ambas irían tras Terrence sin pestañear.
—Me temo que no debimos venir aquí, Annie. La señora Cornwall ha mentido todo este tiempo —explicó tratando de contener su indignación ante los hechos revelados hacía unos pocos minutos.
—¿Qué? —¿Se había perdido una conversación importante mientras hablaba con Terrence?. Se dio cuenta de ello, debido a la cara de pocos amigos de su amiga.
—Candice ... la señora Cornwall te ha pedido disculpas.
—¿Candy? —inquirió Annie confundida.
—Mi tía aquí presente, no fue capaz de avisarle a mi padre que el cobarde que iba a desposarme, se ha marchado de casa y no regresará si yo estoy aquí —apretó los puños —y como cereza del pastel, acabo de enterarme que todo este tiempo he sufrido en vano por la ausencia de mi tío, mientras él disfrutaba de una vida llena de libertinaje.
La señora Elroy lamentó lo sucedido en el interior de la biblioteca.
—Le diré a uno de los empleados que las acompañen al pueblo y que se asegure que les den la mejor habitación del hotel. —miró a su sobrina —Espero que tengas el tiempo para...
—No, —interrumpió Candy —. Le agradeceré que nos lleve al pueblo y no se preocupe más. Tia Elroy, espero que sepa que lo que me han hecho no tiene nombre.
—¡No sea testaruda, Candice! —exclamó la mujer exasperada.
—Uhm —intervino Annie —. Decirle a Candy que no sea testaruda es como pedirle al sol que no salga por la mañana.
—¿No van a reconsiderar su posición? Estarán desatendidas en un lugar nuevo, sin contactos, y saben que no pueden volver a Escocia... —la señora Ardlay intentó que la amenaza hiciera entrar en razón a su sobrina.
—No. —Me temo que no lo haremos —decidió Annie por ambas—. No se preocupe demasiado, señora Ardlay, hemos hecho un buen amigo de camino aquí. El señor Graham nos ayudará en todo lo que haga falta.
—¿Ese bastardo? —musitó la señora Cornwall con sorpresa. No veía a Terrence preocupándose por dos desconocidas.
Candy dio un paso al frente.
—El señor Graham es mucho más que esa palabra que ha utilizado con el único motivo de cuestionar su valía —lo defendió la rubia.
—No, no, Candice —intervino la señora Ardlay avergonzada al darse cuenta de lo inadecuada que sonó la señora Cornwall al referiste al amigo de su sobrino de aquella manera. —Terrence es uno de los mejores hombres que conocemos, pero... —la miró con suspicacia— ¿Es él, el verdadero motivo por el que no estás dispuesta a quedarte aquí con tu familia?
—Señora Ardaly —tomó la palabra Annie—, creo que aceptaremos su amable oferta para que uno de sus hombres nos lleve al pueblo, pero debo decirle en nombre de mi amiga, que el acuerdo que la señora Cornwall hizo, queda disuelto. Usted —dirigió su mirada a la estirada mujer —ha faltado a la verdad. Le ha ocultado valiosa información al padre de mi amiga, y eso es algo reprobable que en mi opinión carece de honor.
La señora Ardlay suspiró con fuerza, derrotada. Muy a su pesar, la muchacha pelinegra tenía razón —. Le diré a John que las lleve al pueblo.
—No duden en solicitar mi ayuda si la necesitan mi colaboración mientras piensan en su siguiente paso. —Jannis Cornwall miró a Candy con atención.
—El acuerdo no existe más, señora Cornwall —se limitó a decir Candy, corroborando las palabras de Annie.
En pocos minutos, John estuvo frente a ellas. Annie se sentó a su lado en la carreta y Candy lo hizo en la parte trasera.
—Disculpe, señora Brighton. —Las presentaciones se habían hecho antes de iniciar un nuevo viaje hacia otra parte, uno que Annie esperaba fuese corto. Le intrigó el tono bajo que había usado John Scoot, y que se debió, evidentemente, para que Candy no escuchara lo que se proponía a decir.
—¿Qué ocurre, señor Scott? —preguntó con curiosidad, al ver la incomodidad del muchacho.
—Verá... yo no quisiera pecar de indiscreto, pero ayudamos a acondicionar la casa de los Ardlay para darle una sorpresa ... —hizo una pausa — algunos de los hombres estábamos al corriente que la señorita Candice era una novia por correo. —Annie no vislumbró censura en las palabras del hombre. Se veía agradable, no demasiado apuesto, si se le comparaba con Terrence, pero sí creía que era honesto.
—Candy ya no es una novia por correo.
—Sí, lo sabemos. Los muchachos y yo no pudimos evitar escuchar la discusión que tuvieron la señora Ardlay con la señora Cornwall, antes de que ustedes llegasen...
—Ah. —Así que había sido una fuerte disputa y su amiga pronto estaría en boca de todo el campo. Los chismes viajaban rápido en cualquier parte del mundo.
—Verá, lo que quería decirle era que... Yo pretendía pedirle que... —Carraspeó. Annie sonrió.
—¿Qué necesita, señor Scott? —lo ayudó al ver que el joven estaba cohibido.
—Quisiera cortejar a su hermana. Ella es muy bonita y no tardará mucho tiempo en tener admiradores, así que no quiero desaprovechar mi oportunidad para ser el primero en hacerlo.
—¿Le interesa Candice? —Uhm, curioso. Su amiga podría tener mucha atención sobre ella.
—¿A qué hombre con dos ojos en la cara no lo haría, señora Brighton?
—Llámame Annie, John, creo que la ocasión merece que hablemos un poco más al respecto. —rio para sus adentros ante la idea que llegó a su mente.
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