Días después...
Candy utilizó el tiempo para aprender algunos quehaceres y ocultar así la preocupación que sentía. Durante los días transcurridos, Terrence no se presentó en la hacienda.
Annie, por su parte, se dedicó a cuidar al hijo de Karen, amaba a los bebés, además seguía los pasos de la castaña y de vez en cuando la acompañaba a hacer tareas propias de los empleados.
Candy se deshizo de los vestidos y zapatos lujosos con suma facilidad, y optó por usar vestidos sencillos para realizar las tareas de casa, pantalones, camisas, y un pañuelo anudado al cuello que le hacía sentirse como una auténtica mujer de campo para las tareas de afuera. No era lo único que había cambiado en ella. Su preciosa melena rubia fue cortada lo suficiente para sentir libertad. Fue un gesto de determinación. El cabello, rizado, seguía siendo hermoso, pues el tono dorado lo hacía especial. Annie aplaudió su valentía y Karen se puso nerviosa porque intuía que a Terrence no iba a sentarle bien que ella tomase esa decisión sin haberle permitido al menos acariciarlo. La castaña lo imaginaba, dado que cuando su esposo vio la nueva imagen de Candy la alabó, pero le pidió a Karen que nunca se cortase su precioso cabello; le dijo que a los hombres les gustaba ver a sus mujeres desnudas con el cabello cayendo en cascada...
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Esa tarde, castaña y rubia salieron a dar un paseo.
—Vendrá —le dijo Karen en cuanto su caballo se paró al lado del de Candy.
—Le echo de menos, pero estos días han sido muy especiales, Karen. Te lo agradezco. Me gusta estar aquí. El campo es mi hogar. Pertenezco aquí.
—Cualquiera de los hombres del pueblo, es una buena elección. No olvides que Terrence no tiene derecho sobre ti hasta que un juez diga que lo tiene, e incluso, ni así tendrá potestad para regir tu vida. Por otra parte, jamás creí que vería a tantos caballeros comportarse tan atentos con una mujer. —dijo ante la constante visita que recibían a diario desde que Candy y Annie se mudaron con ellos.
—Tal vez él no me quiera y es mejor así —dijo Candy en un hilo de voz.
—Es terco como una mula. Pero te confieso que creí que vendría por ti antes. —sonrió —No debí subestimarlo, olvidé que es un estratega muy capaz de planear una guerra para ganarla.
—¿Qué? —cuestionó la rubia. No entendió el comentario de Karen.
—Quiere que seas tú quien lo busques y por eso está agotando el plazo que le di. No dejes que te saque de quicio. No olvides que Terrence es un guerrero. Uno de los mejores.
—No es una lucha, Karen. Es solo... —Candy suspiró—. No sé bien lo que hacemos. Yo lo quiero y mi vanidad exige que él... Ya sabes.
—Lo hará. Luchará por ti y cambiará esas maneras hoscas que tiene. Ten paciencia. Dios no formó el mundo en un solo día.
Candy sonrió.
—Vendrá pronto y cuando vea lo que ha permitido con su ausencia perderá la cordura... —Karen sonrió. Ese cabezota se moriría de celos en cuanto observase lo que Candy tenía a su alrededor.
—¿Qué quieres decir?
—Volvamos a casa, el sol se marcha y es la hora de la cena —apuntó enigmática. Había organizado una cena en honor a las jóvenes escocesas.
Candy no discutió. Acababan de dar una buena cabalgata por la hacienda.
Cuando llegaron a casa, Candy subió a su habitación, se colocó una camisa limpia. Peinó su cabello hacia atrás e hizo una pequeña trenza a modo de diadema para mantener el resto del cabello ordenado.
Los caballeros del pueblo la hacían sentir tan mujer... ellos la admiraban. Toda la atención masculina que no había tenido en su natal Escocía, la estaba recibiendo en el campo inglés y era embriagador. Pero ella solo deseaba la atención de un hombre en particular que parecía reacio a ofrecérsela.
Cuando estuvo lista, bajó, ayudó a la señora Mary a preparar la cena y puso la mesa para cuando los invitados llegasen. No tardaron demasiado en estar todos sentados a la mesa. Había una quincena de caballeros, reunidos.
—Iré por el pan —dijo Candy al darse cuenta que Dough no lo había sacado. Se levantó de la mesa y vio a todos los hombres alzarse al mismo tiempo en señal de respeto. Se marchó de allí con las mejillas sonrojadas.
—Es grandioso ver lo educados que se han vuelto todos —dijo con humor Karen en cuanto todos ocuparon su lugar.
La puerta de la entrada se abrió con suavidad. Los comensales se giraron para observar al intruso que perturbaba la cena. Karen se quedó con la boca abierta. Terrence se había presentado en su casa... al fin. Frunció el ceño, no parecía venir a conquistar a una dama. El pelo lo llevaba completamente revuelto, no como el resto de los caballeros presentes. —Karen suspiró cansada. Tal y como sospechaba, él había dado todo por hecho sin cuestionarse la competencia tan dura que tenía.
Terrence entró en el comedor con el mismo aire con el que solía hacerlo en el pasado. Dio una vista rápida a los allí reunidos. No le gustó oler a tanto jabón limpio. Menos le entusiasmó ver que los caballeros iban impecablemente vestidos, con el cabello húmedo y recién peinados. Y definitivamente lo que no le agradó lo más mínimo fue ver tantos jarrones de flores en la repisa de la chimenea, el aparador del salón, la mesa pequeña que figuraba a la izquierda y también sobre un pequeño escritorio.
—¿Dónde está Candy? —preguntó, sin dar las buenas noches siquiera.
—Sé bienvenido, señor Graham. Estamos bien, nos alegramos de verte. Sí. Un placer también saludarte... —comenzó a decir Robert molesto por su falta de modales.
—¿En dónde está ella? —repitió. Había esperado una semana porque era lo que debía hacer. Si ella creía que iba a hacer de él un bobo que se moriría por ella, debía comprender lo antes posible que eso no iba a suceder. Lidió con cuidado con esa sensación de pánico que se alojó en su pecho al valorar que ella tal vez hubiese podido regresar a casa de los Ardlay.
—Se ha marchado —respondió Annie tras levantarse.
—¿En dónde diablos está? Será mejor que alguien me explique de una vez lo que ocurre. —Su voz era letal. Karen lo sabía, Terrence estaba a punto de perder la paciencia.
—Ha ido a la cocina por el pan —respondió Annie, complacida por haber molestado a aquel cabezota. Él la miró como si le acabase de perdonar la vida. Ella sonrió con descaro y le guiñó un ojo.
Terrence respiró finalmente con tranquilidad. Pocos segundos después, vio a Candy entrar en el comedor con una bandeja y dos panes recién horneados. —La examinó con atención. Se quedó sin aliento. ¡Cómo la había echado de menos! Miró sus pies. Zapatos nuevas. Subió la vista y miró los ceñidos pantalones. —Gruñó. —No le gustó que cualquiera la viera así. Revelaba demasiado. Los celos irracionales se le agolpaban en el pecho. Siguió observando. Una camisa que dejaba adivinar esos pechos magníficos que él había sentido contra su torso desnudo cuando durmió con ella. —Volvió a gemir cuando su entrepierna palpitó por el recuerdo evocado. Subió y se detuvo en su rostro. Estaba preciosa. Esos ojos verdes, del color de un laguna de aguas turbias que rugía con fuerza... Oh, sí. Ella tenía mucho ímpetu. —Su ceño se frunció aún más . ¡Se había cortado su preciosa melena rubia hasta casi hacerla desaparecer! No negaría que estaba preciosa, pero no tenía derecho de cortarlo.
Los caballeros presentes la vieron entrar y se colocaron en pie de inmediato. Candy pasó por su lado sin mirarlo y tomó su lugar en la mesa. El resto hizo lo mismo, mientras él se quedaba pasmado maldiciendo con fuerza en su interior.
Su mirada abandonó a Candy para observar a Karen. La castaña lo miraba desafiante. Luego pasó a ver qué hacía Annie. Ella estaba sonriéndole con descaro. Su orgullo exigió que se marchase de allí, pero en vez de eso, se quedó perplejo viendo cómo Candy lo ignoraba.
En dos zancadas llegó hasta ella y la tomó por debajo del brazo para levantarla. La estrechó contra su cuerpo con un abrazo posesivo y luego sus labios cayeron sobre los suyos para darle un beso. No fue brusco. Colocó su boca sobre la de ella y jugueteó con su lengua de modo tranquilo.
Escuchó varios murmullos quejosos y estuvo satisfecho, la soltó y la ayudó a ocupar su lugar nuevamente. — Candy no había cooperado demasiado en ese beso que se sintió glorioso... Sin embargo, había servido a sus propósitos para dejar bien claro a quién pertenecía la dama.
Gracias Por Leer