—Será mejor que sueltes a la dama, Terrence. Todos hemos escuchado su posición frente a tu propuesta. —Candy no veía quién hablaba, él la tenía sobre su hombro y era del todo vergonzoso.
—No lo haré —replicó Terrence con arrogancia—. Tengo la bendición de su única familia para tomarla por esposa, y eso es lo único que necesito, ¿Verdad? —se dirigió a Annie, quien estaba subida en la carreta, que ella misma había llevado hasta la entrada del hotel, mirando fascinada todo el espectáculo.
—No la entregaría a nadie que la mereciese menos. Lo lamento, caballeros, el señor Graham ha ganado la mano de mi pequeña hermana.
—¡Annie! —chilló Candy con enfado.
—La hermana mayor ha hablado —señaló con tranquilidad Terrence, sin estar dispuesto a soltar a su presa.
—Discrepo —habló un hombre que Terrence conocía bien.
—Me importa una mierda que lo hagas. Ella es mía. —Terrence dijo aquello en un tono cortante que esperaba que no fuese a dejar opción a réplica.
—Lo que importa es lo que opine la dama y ella no desea aceptarte, por mucho que hayas sobornado a su hermana mayor—añadió otro hombre entre la multitud.
—Es cierto. Déjala en el suelo, que ella nos examine y decida a quién desea tomar por esposo —gritó otro
Los murmullos comenzaron a hacerse más fuertes, y el grupo entusiasta se arremolinó alrededor de Candy y Terrence. Necesitaba dejarla en el suelo para comenzar a repartir puñetazos, pero si lo hacía, corría el riesgo de que ella huyese. No deseaba sacar el arma que llevaba oculta, aunque comenzaba a ser imperativo tomar una decisión urgente.
Dos disparos al aire, hicieron que los murmullos cesasen en el acto. Todos se giraron para ver al atrevido que había desenfundado su arma.
Karen estaba de pie en lo alto de su carruaje y tenía una escopeta en las manos.
¡Pequeña tonta! —Debió ir a buscar al sheriff, y no intervenir —pensó Terrence. —Aunque muy probablemente el susodicho no hubiese querido inmiscuirse en la trifulca, porque era demasiado mayor para intervenir en líos de faldas. Lo mas seguro que estaría roncando en un camastro en la cárcel.
—Caballeros, creo que es momento que se dispersen —tomó la palabra la castaña recién llegada—. La dama vendrá conmigo, y si alguien tiene algún problema, puedo meterle una bala en una pierna o en otra parte que le causará todavía más dolor...—Los hombres se resignaron, entre otras cosas porque casi la mitad de los presentes tenían intereses que dependían de la buena voluntad de Karen.
—Él no tiene derecho a llevársela —gritó alguien.
—Y no se la llevará. La dama se viene conmigo hasta que todo se calme. —Karen se mostraba firme en sus palabras—. Debería darles vergüenza, caballeros... comportarse como si la recién llegada fuese un filete... ¡Me avergüenzo de todos! —sermoneó.
Muchos comenzaron a irse farfullando maldiciones. Ella estuvo satisfecha con su proceder.
—Karen —la saludó el castaño, cuando los dejaron solos.
—Terrence —respondió ella.
—No hacía falta que te inmiscuyeses en mis asuntos. Lo tenía todo resuelto.
—No me pareció así —rebatió la castaña.
—Por supuesto que si... —Ahora, puedes seguir tu camino. Estamos perfectamente.
—No —se negó Karen reacia.
A Terrence no le pasó desapercibido que ella mantenía sujeta la escopeta. Aunque no le estaba apuntando, era evidente que no había bajado la guardia.
—¿Vamos a tener un problema, Karen? —La pregunta fue como un cuchillo cortando la piel. Karen lo sabía, pero no le importó.
—Depende de lo que tardes en liberar a la dama —le respondió en la misma actitud tiránica que él.
—Esto no es asunto tuyo. Vete a casa, Karen.
—Bájala, Terrence, porque tu comportamiento es el más reprochable de todos. No creas que no estoy al tanto de que has convertido un viaje en el doble de su duración. —Terrence la miró interrogativo—. La señora Ardlay tuvo la amabilidad de mandarme una nota con urgencia e informarme sobre sus sospechas... acerca de ti. No fue complicado imaginar el revuelo que habría con la dama en un pueblo como este, imaginé que sería necesaria mi presencia, pero no sospeché el apremio. —Se quedó un momento en silencio. Evaluó su actitud dominante con Candice... No estaba dispuesto a soltarla, Karen lo sabía. Estaba maravillada. No creyó verlo en esa tesitura—. Es evidente que no seguiste mi consejo. ¿Recuerdas lo que te dije cuando te marchaste de mi casa en dirección a Gretna Green, Terrence? —lanzó la pregunta con una sonrisa curvada en el rostro.
—Sí. —Todavía retumbaban en sus oídos las palabras de ella: «trata de no enamorarte en cuanto la veas». Era un tipo listo y sabía que Karen se refería a esa parte en concreto. No tenía sentido jugar al despiste con ella.
—¿Seguiste mi recomendación? ¿Has tratado de no hacerlo, Tigre?
—Karen... —Estaba llevándolo al límite. —¡Responde! —gritó sin miedo.
—Sí, maldita sea, traté de no hacerlo. Creo que no lo he conseguido. Una sola mirada bastó para saber lo que tenía que hacer. ¿¡Satisfecha!?
—Lo estoy, enormemente. Ahora baja a la dama. No querrás que piense que eres un hombre salvaje. —Karen ya imaginaba que era imposible que la muchacha que él mantenía cerca no se hubiese dado cuenta de que Terrence era un hombre muy peculiar, pero... ¡Dios Santo, esperaba que él no la hubiese atemorizado tanto como para que ella saliese corriendo!
—Es mía —repitió Terrence por si Karen no estuvo antes y no lo escuchó.
—Sí, todo el mundo a leguas a la redonda está al tanto de lo que has dicho. ¡Bájala, ya! —ordenó
Terry resopló.
—Creí que me entenderías, Karen —apuntó, al tiempo que dejaba a Candice en el suelo. Karen lo conocía bien. Él jamás había sido tan obvio con nadie. Nunca había mirado a una mujer como si fuese suya y de nadie más. Estaba dispuesto a todo por Candy, ella había sellado su destino cuando se marchó de casa de los Ardlay, y que Karen no lo comprendiese era un golpe duro, más después de todo lo que él dejó a un lado cuando Karen fue imprudente con Robert Hathaway. Ay, qué fácil era dar consejos a los demás y no tomarlos para sí mismos...
—Y lo hago —le dijo Karen.
—No lo parece.
Candy y Annie, no se habían perdido nada de la conversación, estuvieron calladas todo el tiempo; pero Candy se moría por hacer mil preguntas. Tuvo el buen tino de no hacerlas. En cuanto estuvo en el suelo, miró a la mujer que había intervenido. Era preciosa, incluso vestida de aquella manera tan particular, se veía femenina. Inclinó la cabeza frente Karen y le dijo:
—Gracias.
Antes de que pudiera dar dos pasos, Terrence agarró a Candy del brazo y se colocó junto a su oreja para susurrarle:
—No pienso perseguirte. Si te vas, te quedas sin mí.
Candy jadeó. ¡Engreído! —gritó en su interior.
—Si tú no lo haces, otros lo harán. Espero que no tengas que tragarte tus palabras, Terry, porque acabas de comprobar que hay muchos buenos partidos que lady Candice podría tener en cuenta. —Karen no había podido evitar poner la oreja y responder por la dama. —Era evidente que Candy necesitaba orientación sobre cómo llevar al highlander y ella la adiestraría con gusto. Oh, sí. Terrence no iba a ganar el premio con facilidad. Le iría mejor luchar un poco y tener competencia.
—Karen, si sigues por ese camino vamos a tener un serio problema y ese esposo tuyo no va a poder salvarte del problema en el que estás a punto de meterte. —Terrence estaba enfadadísimo, con Candy y con Karen.
—Sí, sí... ya. Pero haz el favor de soltarla. Ella se viene conmigo. Sé un buen chico y carga las cosas de las damas en mi carruaje. —Karen estaba divertidísima con la situación. De verdad, ni en un millón de años había esperado ver en esa tesitura a Terrence. ¡Qué delicia! Iba a cobrarse unas buenas afrentas que él le hizo en el pasado.
—¿Vas a marcharte, Candice ? —le preguntó mirándola a los ojos.
—Me dejaste en casa de los Ardlay sin mirar atrás. Te será fácil sobreponerte. Mantén el pensamiento que te dio alas para largarte a toda prisa.
Él se tranquilizó un poco, ella le había hablado por fin sin formalidad y era del todo evidente que Candy no deseaba alejarse demasiado, porque no había hecho amago de soltarse de su agarre.
—Te prometo que serás tú quien venga a persuadirme de que me case contigo, Candice.
Gracias Por Leer