Mar Abr 11, 2023 7:22 pm
por RossyCastaneda
ATADO A TI
CAPÍTULO V PARTE I
BY ROSSY CASTANEDA
CAPÍTULO V PARTE I
BY ROSSY CASTANEDA
—Buen trabajo. Realmente eres una dama de compañía muy especial...
—¿Pretendes echarte atrás, señor Graham? —La pregunta fue lanzada con mucho humor.
—¿Y decepcionarte por no poder besarme? —¡Nah! —hizo una graciosa mueca. —No quiero desilusionarte. Veo cómo me observas, pequeña pecosa codiciosa.
La joven rodó los ojos. Él era un vanidoso aún cuando bromeaba. Muy en el fondo, reconocía que era un hombre espectacular, pero no debían seguir por ese camino.
—Es tu turno. Veamos si debo preocuparme —dijo al tiempo que recogía la caza y la depositaba en una pequeña bolsa que Terrence le había dado.
El castaño sujetó el arco y consiguió darle a algo pequeño que se encontraba en la corteza de un árbol.
—Si quieres, puedes ensalzarme, Pecosa.
—Pensé que habíamos dicho que sería el almuerzo. Ese bicho al que le has dado es apenas más grande que mi dedo meñique, y para comer algo así debería estar desesperada.
—Ah, pero eso tiene mayor mérito, ¿No te parece? —Su tamaño era considerablemente más pequeño que tu pieza, por lo tanto, difícil de percibir para el ojo humano porque estaba muy bien camuflado. —señaló al pequeño camaleón —. Siempre me han dicho que tengo la vista y la destreza de un tigre.
—¿Eres tan peligroso como tratas de aparentar?
Él sonrió de medio lado.
—No lo sé. Dímelo tú.
—El tigre es un felino ágil,y cauteloso —la rubia achicó los ojos —creo que es apropiado para ti.
—Lo sería para un gran guerrero, si usas las iniciales de mi nombre... T.G... suena bien, ¿No te parece, Pecosa?
—Podría ser. Pero no eres un guerrero, señor Graham.
—Te sorprendería saber todo lo que soy, señorita Pecas —replicó en modo pensativo.
—Sí.... —tú también lo harías —musitó ella en un susurro.
—Pagaría por conocer tus secretos, Pecosa.
—Tienes un excelente oído.
—Solo para lo que me interesa —él curvó sus labios. —Ella no le dio mayor importancia al asunto. Deseaba ganar la competencia.
—Pasemos a la siguiente pieza. Te concederé que ese pequeño insecto ha sido un blanco, pero fácil, porque no estaba en movimiento como mi conejo.
—¿Quieres que le dé a una mosca en el aire con la flecha para que veas que soy un prodigio, Pecosa? —La pregunta fue divertida.
—¿De qué me serviría masticar una mosca, señor Graham? Quiero un almuerzo más consistente.
—Es cierto, pero demostraría mi destreza.
—Me toca. Dame el arco. —Él le concedió la petición y ella volvió a colocarse cerca del matorral en donde estuvieron escondidos.
La joven suspiró cansada cuando no vio cerca ningún ser vivo al que poder asar en el fuego que ella o Terrence tendrían que encender, dado que su amiga no sería capaz de hacerlo ni con una antorcha prendida.
Hubo un movimiento cerca de ellos. La joven miró en esa dirección y se le iluminaron los ojos al ver a su siguiente presa.
—¡Oh, sí!. Eso será fabuloso, —pensó. Le daría a ese pretencioso en las narices con ese premio. Se preparó con sutileza, con la pericia de un gran depredador dispuesto a llevarse la pieza a casa. Apuntó y calculó con precisión el tiro para dar al corazón del animal y no hacerlo sufrir más de lo necesario.
Al verla, Terrence comprendió que a ella se le estaba haciendo la boca agua al imaginarse cazando semejante trofeo. Era competitiva. Eso se lo reconocería. Se colocó a su lado sigiloso, y justo en el momento en el que la vio tensar la cuerda para hacer el disparo certero, se acercó a su oreja, y, respiró un poco más fuerte de lo debido para hacerle cosquillas en esa zona. La flecha salió despedida e hizo diana en medio de la nada. El animal huyó.
—¡Eres un vil tramposo! —lo acusó muy enfadada.
—No lo soy.
—¿Cómo que no? ¡Me has hecho perder la concentración! —gritó molesta.
—Un buen guerrero debe estar atento a cualquier contrariedad. Tú no eres tan buena como crees, Pecosa
—Nadie sería capaz de concentrarse en la caza si tú fueses la distracción.
Terrence estalló en una sonora carcajada.
—Me halagas querida, señorita Pecas.
—No lo he dicho en ese sentido, y lo sabes —la joven se lamentó por sus palabras.
—Haz lo mismo conmigo y te demostraré que soy capaz de acertar el tiro en cualquier situación.
—Muy bien —dijo ella tratando de imaginar qué jugarreta podría hacer para bajarle los humos. Se mordió el labio inferior al tiempo que tuvo una idea. Sería muy audaz, pero pronto, él iba a comprender su valentía. Oh, sí, y en caso de que él alardease de su comportamiento frente a otros, ella lo negaría todo. Su espíritu competitivo era elevado y más después de lo tramposo que había sido. Haría ese movimiento, decidió con convicción. Esperaba poder hacerlo. Annie había le informó que había escuchado que las normas en el campo eran más relajadas. Él mismo había invadido su espacio íntimo esa misma noche y parecía no ser algo como una pena de muerte.
Se fijó en Terrence. En ese momento él estaba con los ojos cerrados, muy concentrado, como si estudiase todo lo que había a su alrededor. Diría que incluso estaba tratando de fundirse con la misma naturaleza. ¿Qué hacía? — Decidió ser paciente y ver qué se proponía.
—Se acercan, puedo escucharlos con claridad. No te muevas y verás —señaló él enigmático.
Se puso de pie, salió de donde estaban escondidos y miró al cielo. En ese momento una bandada de palomas que él predijo venían, apareció sobre sus cabezas. La rubia se asombró. No perdió ni un momento y antes incluso de verlo tensar la cuerda, se colocó a su lado, se puso de puntillas mientras la mano derecha se sujetaba del árbol que tenía a un lado, a fin de mantener el equilibrio, y le lamió el lóbulo de la oreja, incluso se atrevió a mordisquearlo para alterarlo aún más.
Terrence supo que haría algo perverso en cuanto la observó maquinando su venganza; esperó muchas cosas y por eso estaba más que preparado para cualquier situación. Imaginó que le soplaría en la oreja también, pero el contacto de su lengua fue inimaginable.
No importaba, su concentración estaba donde debía estar, aunque su virilidad se puso dura al instante. Disparó la primera flecha y cayó una paloma. Con una rapidez jamás vista, sacó la segunda flecha y una nueva presa descendió sin vida.
—¿Quieres más o te valen dos? Porque mientras estén a mi alcance puedo derribar las que hagan falta.
Cuando cayó el primer trofeo, ella ya no estaba atendiendo su oreja. Estaba maravillada y llena de aturdimiento. Cuando el segundo se estrelló, después de que ella volviese a lamer ese lugar con mayor ímpetu, dado que había presentido su intención de volver a hacer blanco, tuvo que aplaudir.
—Me gustaría tanto saber hacer lo que acabas de llevar a cabo... —dijo con la mayor de las admiraciones. Se lamentó de haber deseado algo como eso, porque ella ya había aprendido más que suficiente.
Terrence echó a un lado el arco, y la sujetó por la cintura para tenerla al frente. Ella estaba eclipsada por su habilidad.
—Te enseñaré en otro momento.
—¿Quién te enseñó? —No se dio cuenta ni de lo que ocurría a su alrededor. La impresión fue absoluta. Aunque era humillante que como mujer no hubiese sido capaz de desestabilizarlo, debía admitir que era digno de elogio.
—Mi abuelo.
—Estás lleno de sorpresas.
—Ni te lo imaginas. Ahora pídeme que te bese, Pecosa.
La joven se humedeció los labios por inercia. La vista de Terrence captó el gesto y sintió un nuevo tirón entre la ingle, tan feroz, que dolió.
—¿Disculpa?
—¿Has olvidado lo que había en juego?
—No. No lo he hecho, pero no pienso pedirte algo como lo que has exigido.
—No fue una exigencia. Fue una petición sencilla —puntualizó con una sonrisa.
—Señor Graham, estoy segura de que es absolutamente consciente de que usted no pide ni solicita, menos lo hace con sencillez. Lanza órdenes a diestra y siniestra y espera que sean acatadas sin cuestionarlas. —Le pareció oportuno escudarse en la formalidad más correcta para reprenderlo.
—Te he dicho hace un momento que no violento a las mujeres. No te forzaré a darme mi premio si no me lo pides.
—Creo que tenemos un problema, porque no soy una mujer que va pidiendo besos por doquier, señor Graham.
—He ganado.
—Pero no lo ha hecho limpiamente. Sin su interferencia ese gran animal habría sido mío.
—No podía permitir que lo matases porque hubiese sido un desperdicio. Mucha carne que no nos hubiésemos podido llevar, y su piel y cuernos habrían sido también otro desperdicio puesto que no tengo las herramientas adecuadas para darles uso.
La muchacha lo miró con el ceño fruncido.
—¿Se aprovecha todo cuando se caza aquí?
—La verdad no lo sé, pero yo lo hago. —Terrence se encogió de hombros —Pídeme que te bese, Pecosa. Es solo un beso. No es nada tan pecaminoso como la lamida con la que me has tentado en la oreja —solicitó con sencillez. Las manos de su cintura la movieron más cerca, tanto que ella tuvo que apoyarse en su torso con las suyas para no darse de bruces contra él.
—Si quieres tu premio vas a tener que obtenerlo por tus propios medios. No voy a inflar tu ego para que el mío caiga aún más.
—¿A qué te refieres? —Él detectó una nota de lamento en su aseveración y no comprendía el motivo.
—No he sido capaz de minar tu voluntad. Eso me dice muy claramente lo que opinas de mí, no caeré más para que tú subas —dijo desafiante, sin apartar los ojos de los suyos.
—Oh, Pecosa... No sabes nada. Nada. Absolutamente nada —comenzó a decir Terrence mientras negaba con la cabeza. —Suspiró con fuerza al tiempo que ella fruncía el ceño sin comprender la acusación velada—. Cambiaré los términos de la apuesta —dijo mientras la soltaba. —La joven se sintió torpe cuando dejó de sentir su cercanía, su olor a hombre, a campo y lavanda, pero logró estabilizarse—. Llámame Terry a partir de este momento y me daré por satisfecho.
Ella sintió que algo mas en su interior se desinflaba. Así que no solo no era capaz de mermar su experta concentración, sino que renunciaba con facilidad a buscar un beso suyo. ¿Por qué no la había acariciado con los labios cuando la mantuvo sujeta por la cintura? ¿No era ni un poco deseable? Ella creyó que él... —Tonta —se dijo en su interior. Debería estar contenta de que el hombre frente a ella cambiase los términos de la apuesta... Entonces, ¿Cuál era el motivo de su desazón?
—Terry —dijo con seriedad y en tono neutro, sin gracia. —Lo escuchó resoplar como un animal, grande y feo.
—No eres capaz de pronunciar mi nombre ni con un mínimo de emoción. Has hecho bien en no darme el capricho de solicitar mi pedido, porque en caso de que me hubieses besado, me habría convertido en una gran pieza de mármol en tu mar de hielo.
—¿¡Cómo te atreves!? —se quejó ofendida dejando de lado el trato formal.
—Solo digo la verdad. Eres una mujer remilgada, estirada y fría, Annabelle Brighton—la llamó por el nombre con que fue presentada.
—Es evidente que te estás burlando de mí desde que salimos de Gretna Green. No olvides que dijiste que yo no estaba hecha para la vida en el campo y desde entonces, no haces más que ponerme pruebas y más pruebas. Estás esperando a que falle y te juro por mi fuerza de voluntad que no harás que huya despavorida. ¡Tú no sabes nada sobre mí! No sabes quién soy. He venido aquí para... para —apretó los labios —este juego que has ideado no va a funcionar.
—¿Yo estoy jugando? —Cuestionó él enarcando una ceja.
—¿Acaso lo hago yo? —arremetió ella sin amilanarse.
—Si es esa la opinión que tienes de mi, es mejor que la hayas expuesto en este justo momento, porque así me queda claro la clase de mujer que eres y sin duda erré en mi primera suposición sobre tu fortaleza.
—¡No soy débil! ¡Soy capaz como cualquier mujer, incluso más que algunos hombres y no sabes lo que eso supone para mí! —le gritó frente a su cara. —Hubiese deseado tanto ser solo un poco débil, más inocente, menos curtida.
Él no retrocedió. Estaba calmado.
—No negaré que te he puesto a prueba. Desde que te vi lo he hecho, pero no alcanzas a comprender la magnitud de mi situación. Trato de juzgar tu espíritu, no la fortaleza de tu cuerpo. Yo podría ser lo suficientemente fuerte por los dos, y es una suerte que no hayas estado a la altura, Annabelle Brighton, porque no me extraviaré yo mismo por alguien que no lo merece.
—¿Qué quieres de mí, Terrence Graham? —preguntó ella con desespero.
—Nada que puedas ofrecerme. —La rodeó, tomó las dos palomas y comenzó a andar de regreso hacia el lugar en el que estaba Lady Victoria.
La rubia lo siguió a una distancia prudencial sin hablar, entre otras cosas porque no sabía lo que había ocurrido y no deseaba saber nada más respecto al asunto. Él había hablado de forma enigmática y ella no podía más. —Solo necesitaba que el largo viaje terminase de una vez para poder seguir con cierta normalidad.
Después de unos pocos minutos en los que imperó el más estricto silencio, llegaron hasta el improvisado campamento. Por supuesto, no había indicios de que su amiga hubiese intentado encender una hoguera y menos mal porque habría acabado provocando un gran incendio. De hecho, la pelinegra permanecía de pie, con la boca amordazada, las manos atadas a la espalda, mientras tres hombres, vestidos con tartanes, la miraban de forma desconcertante.
Gracias Por Leer
A Yuriko Yokinawa, AstridGraham, Cecilia Lagunes, ambar graham, Nancy G, Evelyn Rivera Strubbe, BettyJesse