Terrence se despertó con las primeras luces del sol. Se levantó sin hacer ruido para no despertarla. Ella estaba plácidamente dormida y después de todas las novedades que ocurrieron la noche anterior, quería que Candy descansase. Se lavó, aseó y vistió y después se marchó de la habitación sintiéndose el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.
Cuando llegó al comedor vio a Karen de brazos cruzados sentada en la silla mirando hacia el piso de arriba. La vio fruncir el ceño y relajar la postura.
—¿Hay algún problema? —se interesó en saber.
—No. No lo hay, creí que sí lo habría, pero has demostrado ser... No esperaba lo que acaba de suceder. —No sabía si alegrarse o enfadarse por haber errado en su suposición.
—No tengo la menor idea a te refieres y creo que no quiero averiguarlo. Siempre traes problemas, soltera o casada, eres un dolor de cabeza, señora Hathaway.
—¡Qué cosas más feas me dices, Terrence! No me enfadaré y pasaré por alto tu vago intento de hacerme enfadar porque me has dado una verdadera lección —planteó incrédula.
El modo en el que Karen estaba hablando lo hacía sentirse curioso. ¿Qué pasaba?
—Dilo de una vez, entremetida. No tengo paciencia para seguir tus conjeturas. ¿Se trata de tu esposo? Si te ha hecho enfadar, puedo darle una buena patada en el...
—No es nada de eso —lo cortó—. Es sobre ti. Me he levantado temprano esta mañana, más que de costumbre —puntualizó— con la única idea de sorprenderte.
—¿A mí? ¿Creías que iba a robar la plata de los cajones? —inquirió con burla.
—No seas ridículo. No hay plata en esta casa. Yo creí que bajarías pronto y me preparé para soltarte un elocuente discurso sobre las normas, la moralidad, el deber... No puedo hacerlo porque has demostrado que eres mucho más... que eres menos... ¡No esperaba que tuvieses tanta contención! —exclamó después de haber tomado una bocanada de aire.
—No todos somos tan descarados como tú, Karen —le espetó con una sonrisa ladeada.
—Bien, eso, me lo merezco. Iré a prepararte el desayuno. Supongo que tienes previsto buscar a un juez y que los case de inmediato... O tal vez no, dado que has tenido la suficiente fuerza de voluntad para permanecer separado de ella... —Karen estaba impresionada.
—Quisiera pedirte un favor, Karen.
—Lo que sea, lo tendrás.
—Me gustaría que arreglases la casa para esta tarde, unas flores, un pastel. No sé... lo que sea para celebrar una boda aquí.
—¿Hablas en serio? —inquirió con ilusión. No había previsto que él planease hacer una fiesta de boda.
—Sí. Habla con Annie para que te diga lo que le gusta a Candy. Pídele a mi madre que te ayude con los preparativos, y, dile a tu esposo que traiga a un juez para la tarde.
—No sé si lo conseguirá. Es un poco precipitado. ¿Y el padre Fred? Estoy seguro de que los casará con gusto.
—No un hombre de Dios, Karen. Si tu marido te pone impedimentos, recuérdale que yo no me iré a mi casa hasta que Candy se convierta en mi esposa. Además, hazle memoria... No lo maté cuando él te... cuando tú y él... Ya sabes. Le permití vivir cuando lo que tuve que haber hecho fue darle una paliza.
Karen suspiró.
—Lo peor de no haberte encontrado en la cama de una mujer soltera, es que no vas a permitirme olvidar lo que hice antes de casarme con mi esposo. Confieso que precisamente por ese motivo quise atraparte. ¿Cómo demonios lo has logrado, Terrence Graham?
—¿A qué te refieres?
—No te hagas el idiota conmigo. Soy una mujer casada... con apetitos.
—¡Karen! —se quejó—. No puedes decir ese tipo de cosas en mi presencia.
—¿Después de todo lo que pasó, crees que soy una mujer que no tiene impulsos...?
—¡Demonios! —gritó—. No sigas por ahí.
—¡Pues confiesa que has asaltado la habitación de Candy! —lo retó.
—No he hecho nada como eso —rebatió con tranquilidad.
—Eres un hombre.
—Lo haces sonar como si fuese algo malo.
—Tú también debes tener fuertes necesidades.
—¡Karen! Te prohíbo que sigas por ahí.
—Pues confiesa el modo en el que lo has hecho... ¿Has saltado por la ventana en medio de la noche? Tiene que ser esa la explicación para no haberte sorprendido.
—No.
—¡Confiesa!
—He estado toda la noche en la habitación que me asignaste. Te diré que he tenido una gran tentación, pero me he contenido —expuso con orgullo.
Ella suspiró derrotada.
—No sé si admirarte o creer que eres un tonto... —dijo sin ser consciente de lo que decía en alto.
—Oh, Karen... Deberías estar avergonzada de considerarme un hombre tan falto de disciplina.
—¡Está bien! Te pido disculpas por haber pensado mal de ti.
—Así me gusta, que asumas tus errores. Acepto encantado tu franca disculpa —señaló pagado de sí mismo—. Ahora... ¿Recuerdas cuando Robert estaba herido?
—¿Qué tiene que ver eso ahora? —inquirió frunciendo el ceño al tiempo que se ponía en pie.
—Solo estaba rememorando el pasado... Cuando yo permití que Robert fuese tu herido, que te ocupases de él y después se convirtió en tu amante...
—Podría darte un puñetazo por esas palabras y no lo lamentaría —lo amenazó—. ¿Te das cuenta de lo contradictorio que eres? No puedes decir que no hable de mis intimidades y al minuto siguiente hacerlo tú.
—Candy está en mi habitación, Karen. Por favor, llévale agua caliente, algo de ropa y no la hagas sentir mal. Pídele a mi madre que te ayude a organizar la boda.
—¡Ajá! —exclamó con ilusión—. Sabía que no podías quedarte quieto. —Le gustaba tener siempre razón.
—Karen...
—¿Qué?
Él suspiró con fuerza mientras se pasaba los dedos por el pelo para peinarlo hacia atrás.
—Ella vino a mí. Un caballero nunca desprecia un regalo semejante. Tu esposo bien lo sabe. Ahora ocúpate de mi mujer, en tanto yo hablo con su tío.
—¿Lo sabes?
Terrence asintió y Karen sonrió. —Al fin su querido hermano mayor había logrado encadenarse con gusto a una mujer. Lo vio meterse en la cocina para tomar un café antes de marcharse y decidió subir a contarle a su esposo que le había asignado la tarea de buscar a un juez para esa misma tarde.
¡Una boda! Karen aplaudió en silencio al pensar en que iba a poner la hacienda preciosa para celebrar la boda de Terrence; con la ayuda de Eleonor y Annie, haría algo bonito. ¡Música! Oh, si... —Contrataría los mismos músicos que amenizaron el baile en el pueblo y se vengaría de la afrenta sufrida. Terrence la había obligado a disculparse cuando sabía que él había hecho lo mismo que Robert hizo antes de casarse —Oh, sí. Terrence bailaría en el día de su boda y finalmente descubriría si sabía hacerlo o no.
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