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ATADO A TI
CAPÍTULO V PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
CAPÍTULO V PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
—¡Dios mío! —exclamó la rubia al ver la situación. —Tuvo la intención de echar a correr para enfrentarse a ellos, pero Terrence la sujetó del brazo para frenarla.
—No hables, no te muevas y, pase lo que pase, no intervengas. —Era una orden firme dada en un tono tranquilizador y ella comprendía la importancia de seguir sus normas, en esos momentos más que nunca.
—Mercenarios... nos matarán... —dijo con sofoco.
—Haz lo que te he dicho. Todo va a salir bien. —ordenó él al sentirla erguirse a su lado.
La joven lo miró a los ojos y asintió con convencimiento. —Confiaría en él. Lo que estaba en juego era la preciada vida de todos.
Iba rezagada al encuentro de los hombres que tenían a su amiga secuestrada porque él se lo había ordenado. «Ponte detrás de mí» decretó sin opción a réplica. Terrence abría el camino e iba con las manos arriba en señal de tregua. Ella lo imitó también. Trataba de controlar las sacudidas nerviosas de su cuerpo. Sufría por la seguridad de su amiga.
Había escuchado historias espeluznantes sobre los mercenarios que moraban en ciertas llanuras de campo inglés, pero estar frente a ellos era diferente, era algo por demás aterrador.
Conforme se acercaban, la joven observó que dos de ellos los miraban con arrogancia mientras uno tenía una espada bien agarrada en la mano y la mostraba con descaro. Era un claro aviso de que si intentaban cualquier tontería atacarían sin piedad. Ella lo sabía. Conocía los signos de la lucha previa, su tío la había adiestrado en técnicas militares como si creyese que incursionaría en una guerra o como comandante de las tropas escocesas.
Ellos no eran como los guerreros que ella conocía. Los que tenía enfrente llevaban pinturas en sus rostros y sus cabelleras larga. —Estaba fascinada y estremecida a partes iguales.
Terrence se colocó frente a ellos en una actitud valiente. Tan intransigente que ella solo podía sentir más admiración por él. No tenía un ápice de miedo. Todo lo contrario que observaba en los ojos compasivos de su amiga. No volvería a separarse de ella jamás. Había cometido un error imperdonable al abandonarla en medio de la nada para ir a demostrarle a un hombre, que no debería importarle, lo audaz y forjada que estaba en algunas artes en las que solo los hombres estaban destinados a destacar.
Escuchó que Terrence hablaba en una lengua extraña para ella. Vio a los otros sorprenderse en cuanto él abrió la boca.
Terrence estaba preparado para todo. Defendería a las dos damas con su propia vida. No arriesgaría la seguridad de la rubia, así que primero lo intentaría de modo diplomático. Sabía lo que tenía que hacer. Debía usar aquella lengua que desterró años atrás.
—Soy TIGRE y estoy preparado para morir defendiendo lo que es mío. —Los examinó con prudencia. Los vio mirarse unos a otros con una sonrisa burlona. Era evidente que no creían ni una sola palabra sobre su identidad.
El más alto de ellos dio un paso hacia adelante. Había escuchado las hazañas del guerrero en mención, y el porte de este embustero, no le llegaba ni al talón.
—Tú eres un fanfarrón mentiroso que va a tener que asumir su afrenta. Peleemos a muerte.
—Muy bien —respondió Terrence en su lengua materna. —Se dio la vuelta y dejó el arco y las flechas en el suelo. Se quitó la camisa y se acercó a la carreta para ir por su bolsa y sacar una espada similar a la que llevaba su oponente. Los tres hombres lo vigilaron en todo momento y él no denotó ni el más mínimo signo de temor.
La joven rubia se mordía la lengua. Deseaba saber lo que habían dicho. No soportaba la angustia del desconocimiento. —Era una mujer acostumbrada a tener el control de la situación en todo momento y le desquiciaba no estar enterada de lo que iba a suceder. No se atrevía a hablar, ni siquiera a moverse. Era la primera vez que depositaba toda su confianza en un hombre que no era ni su padre ni su tío y era del todo extraño. Por algún motivo creía en Terrence, en su potencial para resolver la situación de la mejor manera posible.
El castaño se colocó a un lado, lejos de las dos jóvenes, preparado para luchar. Los hombres lo miraron con atención.
—¿A qué guerrero muerto le robaste esa espada? —lo acusó su oponente en su lengua.
—Tranquilo, no te robaré la tuya cuando caigas —advirtió Terrence burlón. —Su respuesta hizo que los tres guerreros riesen.
—¡Pelea, embustero! —gritó su adversario en cuanto se abalanzó hacia Terrence con la espada en alto.
La pelinegra cerró los ojos esperando lo peor. La rubia Pecosa se tragó un aullido de terror. Y los otros dos guerreros se callaron una exclamación de asombro absoluta, cuando vieron que el mentiroso repelió la primera carga de uno de los guerreros más entrenados.
La pelea se extendió durante un buen rato. Ambos buscaban herir al otro con ahínco, con la precisión de un soldado que ansiaba llevarse la victoria. Se golpeaban en los flancos, en el rostro, pero ninguno caía. Tampoco se producía sangre más allá de algún rasguño esporádico.
La joven Pecosa quería llorar de pura preocupación. Sentía su corazón sobrecogido y su alma a punto de escapar de su cuerpo debido a la ansiedad. No podía pasarle nada. Ese hombre no podía morir, porque más allá de la desprotección en la que ella y su amiga se quedarían, debía admitir que lo echaría terriblemente de menos. —En un momento clave, en el que el otro guerrero le propinó una fuerte patada en el abdomen a Terrence, ella lo vio derrumbarse y caer de rodillas.
—¡Noooooo! —gritó con todas sus fuerzas de un modo tan agónico que fue imposible que la atención no recayese sobre ella. La sorpresa hizo que todos la mirasen, incluidos los dos que estaban luchando.
El oponente regresó a la acción, levantó la espada dispuesto a terminar con la pelea, pero Terrence rodó sobre el suelo y le dio una fuerte patada en la rodilla que lo hizo caer. Se abalanzó sobre él y lo cubrió con su propio cuerpo. Lanzó la espada justo al lado de su cabello y le cortó un mechón.
Los dos hombres se miraron a los ojos. El oponente sabía que a esa hora podía haber estado muerto si Terrence hubiese movido unos pocos centímetros la espada.
—No pienso matar a un hermano. Soy un bastardo, no un embustero. Concebido para andar entre los dos mundos, el de mi madre y el de el hombre que me engendró. Acepta mi hospitalidad y comparte mi comida hoy. Vivamos un día más en paz para pelear por causas más nobles en otro momento. —Terrence se levantó y le tendió la mano, que su adversario tomó sin dudarlo un solo instante, sabiendo que su vida acababa de ser perdonada.
—¿Eres consciente de que yo te habría matado? —le preguntó con seriedad su rival.
—Sí, y yo no podía permitirme perder, ni tampoco ganar y matarte. Si tú caes, tus hermanos me matan. Confiaré en tu honor para establecer una tregua.
—Has tenido suerte de que tus mujeres estuvieran admirándote. Debí suponer que eso sería una ventaja para ti. No creí que estuvieses diciendo la verdad, pero eres un guerrero... O medio, con orígenes inglesas. Hablas de ser un bastardo con orgullo, cuando es justo una maldición. Te concederé el mérito de tu valor, soy MARMOT, pero puedes llamarme simplemente Mark.
Terrence aceptó la mano extendida —Tu puedes llamarme, Terrence
Uno de los otros guerreros se dirigió a él.
—¿Estás dispuesto a intercambiar a la mujer rubia por pieles, armas o...?
—No. —Los ojos del castaño se posaron en la muchacha—. Ella es mía.
—La pelinegra. Te daré un caballo por ella. —Vestirla con esas ropas fue un ingenio para camuflar su belleza. Sin embargo, esa piedra es una verdadera joya que muero por llevarme —soltó sin mas, Mark, estaba loco desde que vio a la muchacha.
—No me desprenderé de mis mujeres sin morir —sentenció Terremce, intentando poner fin a la discusión. Sus ojos seguían mirando con intensidad a la rubia.
Ellas no sabían lo que hablaban porque lo hacían en una lengua extraña.
—Y yo no te culpo por ello —dijo con admiración el otro guerrero, mientras contemplaba a la chica rubia de ojos verdes.
Terrence se fue hacia ella y se colocó al frente.
—Abrázame y bésame, Candy.
—¡Eh! —exclamó ella con sorpresa al escuchar el diminutivo de su nombre real ¿Cómo demonios se había enterado?
—En cualquier sociedad, civilizada o bárbara, se espera que la mujer rinda honor al vencedor tras un enfrentamiento —Terrence le habló en un susurro. No sabía si los guerreros lo entendían, por eso moduló muy bien su voz.
Los brazos de ella ya lo habían rodeado incluso antes de que él hubiese pronunciado la primera letra. Estaba tan contenta de que la situación se hubiese resuelto. Aunque los highlanders todavía estaban ahí, la lucha había finalizado y ella comprendía que se había establecido un tipo de entendimiento.
Se pegó a su cuerpo y luego buscó sus labios para darle un beso ligero, que él se encargó de convertir en mucho más. No fue duradero, pero sí lo suficiente para que Candy notase sus piernas temblar.
—Candy, ayúdame
Terrence giró el rostro, los guerreros habían despojado a Lady Victoria de la parte superior de su ropa, extendió su brazo para que ella se uniese al abrazo grupal. La muchacha corrió sin pensarlo dos veces.
—Dame un beso en los labios —susurró Terrence junto a su oído cuando la abrazó. Era necesario reafirmar su poder sobre ellas. Dejarles claro a los highlanders que eran su posesión más preciada.
—Hazlo —le ordenó Candy al ver la renuencia en la mirada de su amiga. Comprendía lo que él estaba haciendo, formaba parte de la estrategia.
La muchacha pegó sus labios con ligereza y se separó de inmediato.
—Ahora prepararemos la comida y trataremos de relajarnos. No son un peligro, pero sean cautas. No muestren temor o socavaran mis habilidades para defenderlas. Muestren fe ciega en mí —les aconsejó.
—¿Eres como ellos? —preguntó Candy sin separarse de él. Su apariencia no era como el resto de los hombres porque él sobresalía, pero su presencia, y su acento más cerrado... todo le había hecho pensar que era un inglés del campo, pero era evidente que no lo era. No sabía qué orígenes tenía, pero estaba segura que Terrence no era un hombre como los demás. Y si hubiese resultado ser como el resto, ella habría sentido una terrible desilusión.
—Hablaremos de eso en otro momento. —Terrence desvió con reticencia la mirada de la rubia y se dirigió a Lady Victoria —: Ayuda a Candy. Tú y yo también tenemos una charla pendiente. —la pelinegra asintió con timidez, pero no rebatió nada—. Encenderé el fuego y ustedes tendrán que cocinar. Cuando terminemos de comer, cada cual se irá por su camino.
—Gracias, Terry —dijo con sentimiento Candy, antes de salir de su abrazo. Él no añadió más. Estaba preparada para la tarea, porque su tío era muy parecido a Terrence. Cuando cazaban, sus piezas eran trofeos que ambos se ocupaban de atender. Su tío solía recordar lo que había tenido que hacer para sobrevivir en medio de la nada mientras recibía entrenamiento militar. No era remilgada en cuanto a descuartizar una pieza para comerla. La sangre no la asustaba. Estaba más que familiarizada con ella.
Y era por eso por lo que no encajaba en aquel mundo. Sentía que le iría mucho mejor en el campo, dado que desde que llegó, las cosas se habían puesto de lo más interesantes; y aunque estaba en Inglaterra para casarse con un completo desconocido no le importaba... la novedad era excitante —¿Podía alguien juzgarla de loca por sentirse viva e ilusionada por primera vez desde que se bajó de aquella diligencia? No le importaba. Se sentía libre, plena, el peligro la asustaba, pero tenía la impresión de que él no permitiría jamás que nada malo le sucediera.
Era el modo en que la miraba, cómo había respondido a su abrazo cuando ella se dejó caer sobre su pecho tras la lucha, y en especial, el cuidado que ponía sobre ellas, a pesar de que había descubierto su embuste, y su verdadera identidad. Él seria quien rompería para siempre con aquella ancestral maldición que perseguía a las damas de su familia.
Gracias Por Leer
aunque también Annie tuvo la suerte de sentir aunque sea un piquito del bello guerrero. Me encanta, que Candy visualice un futuro con Terry 
y por fin el tan esperado beso 
