ya que de igual manera vendrá
y te encontrará”
La rubia caminaba entre emocionada y nerviosa. Era su primer día de trabajo en el hospital. Agradecía enormemente a su «madre» por interceder por ella y con ello, darle una oportunidad de trabajar en ese lugar. El hospital presbiteriano era uno de los mejores de Nueva York, para ella era como un sueño hecho realidad, pues, desde pequeña, siempre tuvo la necesidad imperiosa de ayudar a los demás y que mejor que haciéndolo desde una profesión tan noble como la enfermería.
Apenas atravesó las puertas del lugar el bullicio se hizo presente: gente hablando, gente caminando de un lado para otro, sonidos de altavoces, de máquinas, llantos, gritos, algunas caras largas, otras preocupadas, otras serias y algunas otras que eran difíciles de descifrar.
Se encamino hacia el mesón central donde se presentó con la recepcionista quien le dio el pase a la oficina de la directora, la señorita Mary Jane Johnson. Ingreso en la oficina e inmediatamente sus ojos brillaron por la luminosidad de esta, era de tamaño regular, lo más impactante del lugar eran los enormes ventanales con los que contaba y, por los cuales, podías observar el interior del hospital desde varios ángulos. El otro aspecto que la dejo embobada fueron los enormes y bien surtidos estantes de libros que adornaban las paredes. Sus ojos se movían curioseando de un lado a otro hasta que un carraspeo le llamo la atención.
—Veo que estas muy entretenida —señalo una voz arisca.
Por instinto sus ojos buscaron el origen del sonido el cual encontró al otro lado de la sala. Una silueta larga y delgaducha se erguía detrás de un enorme escritorio de madera color chocolate que estaba colocado al centro de la oficina. El blanco uniforme y la cofia resplandecían con la luz que se filtraba en la habitación dándole un aire etéreo a la figura que seguía impávida solo observando a su visitante. La rubia se tensó por la imponente presencia que la observaba que no supo ni que decir, ni que pensar.
La mujer de unos sesenta años aproximadamente le miraba con el ceño fruncido y con mirada escrutadora
—Supongo que tú eres Candice White, ¿o me equivoco?
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Habían pasado apenas unos días en que le hubo dado el último adiós a su abuela. Ella en verdad sentía mucho la perdida de esta, sin embargo, no podía evitar sentir cierto alivio con lo sucedido. Y eso le ocasionaba un sentimiento de culpa que le dejaba un sinsabor en la boca.
Patricia O’brien había sido criada toda su vida por su abuela Martha. Frank y Donna, sus padres, eran dos personas que amaban la libertad y les fastidiaba lo cotidiano y las responsabilidades. Patricia había sido solo un error para ellos, motivo por el cual apenas con unos meses de vida la dejaron al cuidado de su abuela y ellos partieron a disfrutar la vida al máximo sin pensar en su hija nunca más.
Si Paty era honesta, la vida con su abuela había sido buena. Claro que le agradecía el hecho de que se hubiera ocupado de ella y que le hubiese dado mucho más de lo que sus padres le habían dado, «claramente, solo le habían dado la vida». Todo fue muy lindo, hasta que la chica cumplió sus dieciséis años, edad en la que la abuela empezó a presentarle prospectos de marido.
La chica no tenía ni la mínima intención de casarse, y menos aún de la manera en que su abuela quería que lo hiciera. Por lo tanto, pensó que hablando con ella lograría hacerla cambiar de parecer. Lamentablemente nunca imagino que conocería un lado poco conocido de su abuela a quien todos consideraban una persona amable y jovial en el trato. La respuesta de su abuela fue que debía casarse, para de esa manera fortalecer lazos con alguna de las familias adineradas y así poder seguir manteniendo el estatus con el que contaban. No era que les hiciera falta el dinero. Era más bien un mero capricho de la abuela que siempre quería mandar en la vida de los demás.
Aún recordaba con lágrimas en sus ojos lo mal que se sintió al darse cuenta de lo sola que estaba en la vida. Su abuela, quien era una persona con muchos conocidos, logro cerrarle varias puertas para que no pudiera desarrollarse en su carrera como periodista. Sin embargo, y gracias a su amiga Annie, es que había logrado conseguir un pequeño puesto como columnista en el diario del señor Britter.
Antes del preinfarto su abuela Martha había amenazado con cerrar ese “periodicucho”, como ella solía referirse a su lugar de trabajo, si no hacia lo que ella quería. Y Patty sabía que lo cumpliría. Por eso es por lo que su culpa no la dejaba estar en paz, extrañaba a la mujer que fue su única familia desde que nació, pero a la vez sentía una inmensa tranquilidad de que por fin nadie más le ordenaría que hacer con su vida.
—¡¡¡Soy libre, libre!!! —grito con todas sus fuerzas para posteriormente cubrirse el rostro y sollozar amargamente.
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Empuño la mano y sin pensarlo la estrello contra su escritorio. Tarde se dio cuenta del error que había cometido, al instante la cubierta de vidrio se hizo añicos en mil pedazos, causándole una cortada en la mano derecha debido al impacto y algunas laceraciones en el rostro por las astillas que volaron en esa dirección. De inmediato y como pudo llamo a su empleado para que le asistiera con las curaciones necesarias.
—Me temo que tendré que llevarlo al hospital para que le suturen las heridas, son algo más graves de lo que pensé, señor.
—Está bien, Jacob, pero hazlo con cautela, no quiero que Cressida se entere.
—No se preocupe, la señora no se enterará, ¿quiere que le avise al joven?
—Mmm, no, no creo que sea necesario «o que le importe» se dijo a sí mismo.
Con cautela Jacob ayudo a subir a Richard al vehículo e inmediatamente tomo el lugar del conductor para dirigirse al lugar más cercano donde pudieran ayudarles: el hospital presbiteriano.
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Continuará…
Gracias por su lectura, espero lo hayan disfrutado
Última edición por Claudia Ceis el Dom Abr 23, 2023 12:43 pm, editado 2 veces