¿y que creen?, Que ya llego la hora de saber que sigue en esta historia, espero que disfruten de la lectura
—¿Qué eres?
—Un Dios de la muerte.
—Pero eres muy bonita.
—Al igual que la muerte.
Capítulo III
En su primer día sus compañeras la habían recibido un poco recelosas, pero poco a poco todas habían cambiado su conducta para con ella, pues por uno o por otro motivo habían logrado simpatizar. Bueno, casi con todas, a decir verdad. Había un par de enfermeras que no compartían el entusiasmo de las demás. Una de ellas la enfermera principal, la casi la mano derecha de la directora: Flammy Brown.
La primera impresión que tuvo de esta fue que era sumamente profesional en lo que hacía, sin embargo; sentía que le faltaba una chispa de humanidad. Por su parte, la enfermera castaña apenas y se había dignado a mirarla, para después murmurar que no sabía porque Mary Jane tenía debilidad por las rubias tontas e inservibles. Candy optó por ignorar dicho comentario pues en realidad no sabía por qué Flammy había dicho eso.
La otra enfermera se llamaba Susana Marlowe y desde que la vio se dio cuenta de que era una persona algo huidiza. Le habían comentado que llevaba tres meses trabajando en el hospital, pero que casi no hablaba con nadie. Era callada, y rehuía el contacto social, sin embargo, en más de una ocasión la habían descubierto atenta a las conversaciones u observando con detalle lo que las demás hacían.
Candy con su carisma intentó un par de veces entablar conversación tanto con Flammy como con Susana, no obstante, la primera le dejó en claro que ella estaba ahí para trabajar y no para hacer amigos; mientras que la segunda solo la observó fijamente y se retiró sin decir ni una sola palabra.
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Susana caminaba sigilosamente por los pasillos del hospital, entre tanto bullicio su presencia silenciosa pasaba casi desapercibida. Iba con la cabeza baja, sin embargo, sus ojos observaban todo a su paso como si quisiera guardar cada detalle de lo que sus ojos veían.
Se detuvo ante una puerta y permaneció ante esta por unos segundos, levemente movió su cabeza de un lado a otro para ver si alguien la observaba, cuando estuvo segura de que no era así, sacó del bolsillo derecho de su uniforme una tarjeta e ingresó en la habitación. Cerró cuidadosamente la puerta y tomó una pequeña linterna para alumbrarse, observó su reloj: cinco para las seis de la tarde.
Sin perder más tiempo se dirigió al mueble donde se guardaban los medicamentos controlados. Metió su mano entre sus ropas y extrajo una hoja que estaba delicadamente doblada para que fuera fácil de esconder. La desdobló, era un listado del inventario de los medicamentos que había “tomado” de las cosas de la estirada de Flammy. Sabía que tenía poco tiempo para lo que tenía que hacer y, sin embargo, debía hacerlo con sumo detalle y cuidado. De eso dependía su trabajo.
Su vista iba de la alacena a la lista y de la lista a la alacena, parecía no encontrar lo que estaba buscando, hasta que… se detuvo y observó nuevamente para corroborar que no se hubiera equivocado, ahí estaba lo que había ido a buscar: eureka.
Tan pronto obtuvo lo que había ido a buscar, salió con la misma cautela con la que ingresó al lugar y camino el largo pasillo en silencio hasta llegar al área de recepción.
—Susana, ven acá y sirve de algo —Fue la voz de Flammy quien le llamaba.
La rubia ojiazul detestaba la forma en que la pelinegra la trataba, sin embargo, no podía hacer nada, Flammy contaba con todo el apoyo de la directora y contra eso no había nada pudiera hacer si es que deseaba conservar su trabajo. Trató de poner su mejor cara y acudió al llamado.
—Haz el ingreso del señor y ocúpate de sus curaciones, ¿crees que podrás con esto o tengo que llamar a alguien más?
Susana no respondió, solo recibió el formulario que le extendía Flammy, se giró para quedar de frente al paciente, dándole la espalda a su compañera, y procedió a hacer el ingreso ignorándola por completo.
—Muy bien señor, ¿quiere decirme cuál es su nombre?
—Su nombre es Richard Granchester —respondió el hombre que le acompañaba y que ella suponía era su sirviente o algo así.
La rubia levanto la vista un tanto sorprendida y observó al señor que había sido ingresado en silla de ruedas, se percató de la mano vendada de este y del rostro cortado, enarco una ceja, luego de eso, siguió llenando el papeleo con la información que le proporcionaban, para después dirigirse con el paciente a hacer las curaciones correspondientes.
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Nueva York siempre era un caos a todas horas, y ese día no iba a ser la excepción. El tráfico de regreso a casa fue desgastante y ese día había sido especialmente complicado. Habían logrado atrapar a una banda de narcotraficantes muy poderosa y con muchas influencias, sin embargo y a pesar de ello, habían podido llevar a cabo la redada que había dado como resultado el arresto de dos empresarios muy importantes. Por supuesto que eso no terminaba ahí, probablemente tendrían que declarar y considerar que estos sujetos tenían el dinero suficiente para pagar a los mejores abogados e inclusive las multas más altas sin ningún esfuerzo. Tenían mucho trabajo que hacer si querían que esos malnacidos pagaran lo correspondiente en la cárcel como se debe.
Bajo de su auto y se dirigió a su departamento, ansiaba tomar una ducha y desconectarse por un momento de todo el caos del día. Apenas ingresó dejo sus lados a un lado de la puerta en el platillo que su madre le había traído de una de sus tantas giras. Recordó que había sido un ingrato y que la había tenido olvidada desde hace algunas semanas «ni modo a veces la vida nos absorbe» pensó. Sacó su móvil dispuesto a apagarlo, sin embargo, se dio cuenta de que tenía un mensaje que versaba:
Llámame.
¡Demonios! Marco el número y esperó a que respondiera.
—Hola, dime ¿qué ha pasado?
La voz del otro lado se escuchaba amortiguada por el ruido de autos y otros sonidos ininteligibles que se oían de fondo.
—Ok, Entendido, sigue haciendo todo tal cual lo has hecho hasta ahora. Y, sobre todo, ten mucho cuidado. Nunca sabemos cómo pueden reaccionar este tipo de personas si se ven descubiertas.
El interlocutor pareció mencionar algo que dejó en suspenso al chico por unos instantes.
—Él… ¿Se encuentra bien? —Fue todo lo que sus labios pudieron pronunciar.
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Candy había sido designada al área geriátrica desde el primer día en que llegó al hospital. Para ella era lo mejor que le había pasado. Claro, todo fue así de maravilloso hasta ese día en que “la abuela Martha” como ella le llamaba cariñosamente a la señora O’Brien había fallecido. Ella estuvo en el turno de la tarde acompañándola, estuvo conversando con ella, y fue ella la encargada de darle los medicamentos antes de la cena. Recordaba claramente que la directora había ordenado dejarla sin guardia pues se mostraba totalmente recuperada. Sin embargo, y preocupada por cualquier imprevisto que pudiera surgir, casi le había rogado a Susana que le acompañara a la hora de la cena por si llegaba a necesitar algo. Fue la última vez que la vio con vida.
Al día siguiente se enteró de su fallecimiento: infarto fulminante. Fue todo lo que le dijeron. Después de eso intentó hablar con Susana para que le explicara qué era lo que había pasado, pero esta la esquivaba una y otra vez. Finalmente, le confesó que ella no pudo acompañar a la señora O’Brien como guardia y que solo acudió cuando la alarma del cuarto se había activado.
La rubia pecosa no podía evitar sentirse culpable, creía que tal vez si ella hubiese estado ahí hubiera podido ayudar a la abuela y tal vez está aún estaría viva. Aparte de eso, la directora la había mandado llamar a la oficina y le había hecho algunas preguntas en relación con la abuela Martha, y no estaba segura si se lo había imaginado o no, pero casi podía jurar que Mary Jane creía «o le quería hacer creer» que su torpeza de alguna manera había sido un factor determinante en el triste desenlace de la señora O’Brien.
No supo qué responder en ese momento, ¿Qué podía decirle? Ni siquiera ella estaba segura de que no hubiese sido así. ¿Sera que se había equivocado de profesión? Tal vez era cierto lo que pensaba Flammy y la misma Mary Jane y ella era demasiado torpe para ayudar a los demás y por todo lo contrario, los estaba colocando en un riesgo mayor.
Se dirigió al vestidor, cerró la puerta y se dejó caer en cuclillas mientras se cubría el rostro, tenía la necesidad de llorar, de vaciar el pecho el cual sentía pesado. Después de unos minutos de sollozos logró recuperarse y fue entonces que, al levantar la cara, vio dos ojos azules observándola fijamente.
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Neil Leagan y Terrence Granchester eran dos de los detectives más destacados del NYPD. Recientemente se habían adjudicado la desintegración de una banda del narcotráfico que trajo como consecuencia el arresto de dos empresarios muy poderosos quienes formaban parte de esta. Por este motivo y como no podían estar en todo, es que tenían bajo su mando a diferentes agentes encubiertos que seguían pistas de casos que para la mayoría pasaban desapercibidos.
—Buen día Granchester, veo que ya estás con las narices metidas en los informes, ¿acaso no descansas ni un poco? —Fue el saludo que le dirigió el moreno a su compañero—. Creo que te hace falta un poco de compañía femenina —menciono con mofa mientras reía de la cara que puso el inglés.
—Eres cada día más insoportable Leagan, no sé cómo te soporto —gruñó como respuesta, mientras su compañero estallaba en carcajadas.
Eran buenos compañeros, claro que sí, era solo que Terrence, como buen inglés, era demasiado centrado y maduro en comparación con Neil que veía la vida un poco más relajada y le gustaba disfrutar de esta.
—Mejor cállate o no te contare quien me llamó ayer por la noche y lo que me contó…
Neil enseguida cesó de reír y se acercó al escritorio de su compañero, es verdad que era algo inmaduro, pero en el aspecto laboral era todo un profesional.
—Soy todo oídos.
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Continuará…
Última edición por Claudia Ceis el Vie Abr 21, 2023 6:59 pm, editado 1 vez