La mañana llegó, brindándoles un amanecer con promesas renovadas. Candy se levantó como si nada hubiera sucedido en los últimos dos días, tratando de olvidar que todo había cambiado en su interior. Pretendía borrar de su memoria los hechos acontecidos desde que bajaron de la diligencia... cosa que parecía imposible. —Tomaron un poco de comida que Terrence llevaba en su bolsa de provisiones.
Minutos después, el castaño se fue a dar una vuelta para darles intimidad mientras se bañaban en el río. Las aguas no eran profundas y podían limpiarse para estar presentables... A fin de cuentas, Candy iba a conocer a su futuro esposo. Ella no estaba preparada para afrontar lo que venía, y Terrence Graham lo había complicado todo. Si no lo hubiese conocido sería más fácil seguir adelante.
—¿Vas a bañarte o no, Candy ? —La voz de Annie hizo que dejase de torturarse con sus pensamientos sombríos.
—Sí. Iré enseguida.
—Me vestiré y daré un paseo para que tengas también un poco de tranquilidad, ¿De acuerdo?
—Sí, Annie. Ve, pero no te alejes demasiado. Ya viste que es este camino no es seguro.
—No te preocupes. Estaré bien. El agua está fresca. Verás que te sentará bien nadar un poco. —Annie le sonrió y la dejó sola.
Candy comenzó a desvestirse y se quedó solo con la camisola, no se atrevía a sumergirse desnuda por si aparecía alguien. Metió el pie en el agua y se sintió libre. No se lo pensó dos veces y se zambulló por completo. ¡Dios bendito! Era el paraíso. Se deleitó en nadar, y contemplar el cielo mientras lo hacia. Los problemas parecían haberse esfumado.
Después de un tiempo prudencial y de haber hecho uso de la pastilla de jabón con ahínco, decidió salir del agua muy a su pesar. No quería arriesgarse a ser sorprendida por Terrence en paños menores.
Cuando llegó a la orilla sintió un piquete bastante profundo en una de sus nalgas.
—¡Aaaah! —exclamó debido al dolor. Se llevó la mano a la zona y se palpó. No había nada, pero dolía.
Salió del agua rápidamente y se quedó en tierra, cerca de la orilla. Se sentía pesada de pronto. Y cada vez dolía más... La pierna comenzó a entumecerse.
—¡Auxilio!... —consiguió exclamar, antes de caer de rodillas. Su pierna derecha le falló y no pudo sostenerla.
Terrence sabía que no era caballeroso, pero necesitaba verla, por eso estuvo escondido, para espiarla cuando se metiera en el agua. Le había concedido el privilegio de la intimidad a Annie dado que la muchacha no le interesaba. A Candy no, porque ansiaba llevarse un recuerdo para cuando su mente se volviese dolorosamente ardiente.
Supo que algo le sucedía en el momento en el que la vio salir a trompicones de la orilla y decidió ir hacia ella y tratar de disimular para que creyese que había regresado antes de su paseo. Era muy observador y se había familiarizado con las expresiones de aquella bella rubia. Candy tenía dolor. Y cuando pidió auxilio corrió hasta ella.
—¿Qué te ocurre, Pecosa? —le preguntó mientras la tomaba en sus brazos.
—Me duele... la pierna... no puedo moverla. Algo me ha picado en la... —tragó saliva porque dolía muchísimo la picazón que sentía—, en... en la nalga. Me siento pesada...
—¿En el río? ¿Te ha picado algo en el río?
—Sí.
Terrence la metió en la tienda de campaña que aún estaba montada. —Le quitó la camisola, la tendió en las mantas que sirvieron de cama durante la noche y le dio la vuelta para dejarla sobre su estómago. Todo ello sin perder un solo segundo y controlando sus impulsos al tener a una mujer así desnuda solo para él.
Candy se dejó hacer. Terrence sabía que podía ser una serpiente de río. Cuando vio el lugar enrojecido, miró un mordisco. Llevó su boca a su nalga y succionó con fuerza para tratar de quitar el veneno. Escupió y repitió la operación varias veces. No sabía si serviría para sacar todo de su cuerpo, pero confiaba en contribuir a que la infección que se estaba formando, debido a la mordedura, fuese menos grave.
Candy estaba azorada. No se atrevía a moverse ni a objetar. Los labios de él estaban succionando esa parte de su cuerpo y no se atrevía ni a preguntar el motivo. Confiaba en él e intuía que tenía una buena razón para hacerlo.
Cuando terminó la operación, Terrence la cubrió con una manta. Salió de la casa de campaña y regresó con un paño que le colocó en la zona, esta vez sin quitarle la pieza de ropa que cubría su cuerpo desnudo.
—¿Qué bicho me ha hecho eso? ¿Voy a morir?
—No. —No vas a perder la vida, Candy. Debió ser una serpiente de agua.
—¿No moriré? —Estaba al borde del llanto. No podía haber encontrado al candidato capaz de romper con aquella maldición y partir. No estaba dispuesta a despedirse de Terrence.
—No lo permitiré. —Fue una aseveración tonta, él lo sabía, ella también, pero le creyó sin dudar. Terrence había hablado con total seguridad, como si llegado el caso se fuese a presentar alguien para llevársela a la otra vida, él lucharía por retenerla.
Candy se sentía cada vez peor. Muy cansada y extraña.
—Eres como un guerrero incansable. Tan fuerte y poderoso... Me llenas de confianza cuando estás cerca. ¿Cómo lo consigues? Ningún hombre fue capaz de hacer eso por mi... pero también es cierto que no les permitía acercarse a mí... pero, tú eres diferente. Me agradas. Si me sucede algo prométeme que cuidarás de Annie.
—Comienzas a divagar, Pecosa. Te he dicho que no va a suceder nada malo —sentenció con convicción.
—Me siento igual que cuando bebí el whisky de mi padre. Fue terrible. ¿Me dolerá la cabeza mañana? Tengo frío.
—Vas a pasar muy mala noche, Pecosa. No será agradable, pero me quedaré a tu lado. Confío en haber sacado el veneno y seguramente mañana te sentirás mejor, pero hasta que salga el sol vas a estar enferma —la avisó, mientras la colocaba en su regazo para acunarla.
Candy comenzó a temblar.
—Me encuentro extraña. Y no alcanzo a saber si es debido a tu cercanía, a tu abrazo, o si la causa es la picadura. Estoy muy cómoda entre tus brazos, Tigre. Sí, te llamaré así porque me gusta. No puedes enfadarte con una enferma... Ese nombre tuyo, de guerrero, me agrada más. Es como tú... fiero, con ímpetu.
—Sigues divagando, Pecosa. Trata de calmarte. Serán horas largas.
—¿Cómo voy a tranquilizarme después de lo que ha pasado entre nosotros? Estoy sobre ti, nos hemos visto desnudos, me besaste... —dijo llena de emoción—. Dímelo. ¿Estoy así por la picadura o porque me afecta muchísimo tu cercanía?
—Imagino que serán ambas cosas —respondió él ocultando la emoción que sus palabras le causaron.
—Me gusta besarte, podría estar todo el día haciéndolo. Has tenido tu boca sobre mi cuerpo desnudo... —recordó mientras colocaba su cabeza en el hueco del cuello.
—Era necesario hacerlo. El veneno podría haberse dispersado por tu cuerpo por completo y tal vez haya podido sacar algo. —respondió Terrence evitando decirle que a él le encantaría que estuviera todo el tiempo besándolo.
—No pretendía recriminarte nada. Creo que no estuvo bien... haberlo disfrutado. ¿Te afecto, Terry?
—Muchísimo, Pecosa —apuntó con absoluta sinceridad.
—¿Y vas a dejarme en casa de los Ardlay hoy?
—No.
—¿¡No!? —preguntó con sorpresa, mientras se acomodaba mejor en su regazo.
—Por todos mis ancestros, Pecosa. No hagas eso. ¡No te muevas! —Su ingle estaba mas dura que una piedra. El restregón que ella le acababa de dar complicaba mucho las cosas. Estaba ardiendo por Candice.
—No me gusta estar así. No encuentro una posición que sea de mi agrado. —Volvió a moverse furtivamente provocando que la masculinidad de Terrence sintiera una dulce presión agónica—. Me duele la nalga. No estoy bien, Terry.
—¿Cómo quieres posicionarte?
—Boca abajo.
Él suspiró. Le habría gustado poder disfrutar unos minutos más de su cercanía, de su calor. A regañadientes la volvió a recostar sobre las mantas.
—Te dejaré sola un instante, Pecosa. Debes descansar.
—No. No te vayas —dijo Candy alarmada, apresándolo con una mano para impedir su huida.
Terrence maldijo para sus adentros. Necesitaba aliviarse o estallaría y la mano era lo único que tenía más cerca para poder hacer... ¡Mierda!... ella estaba acostada boca abajo y desnuda... ¡No soportaría tenerla así y no poder tomarla!
—Candy... —Su nombre fue pronunciado como una súplica.
—Me gustó. Te regañé, pero me encantó tenerte cerca en la cama ayer. Me da igual lo que opines de mí. Es la verdad. Me haces sentir... Contigo estoy protegida, lo cual es una tontería porque soy muy capaz de tumbar a un hombre dándole una patada en sus bolas. ¿Se llaman así? O, ¿Cómo llaman los hombres a sus atributos masculinos? Annie dice que ustedes usan ese nombre.
—¡Por todos los dioses, Pecosa! No hables de ese modo.
—Te lo dije. No soy tolerable. Ningún caballero se acercaba a mí porque soy espantosa. La vida me hizo así, es una verdadera maldición —se lamentó con un largo suspiro.
—No lo eres. No eres espantosa. Justo opino todo lo contrario de ti —puntualizó.
—Sí, debo serlo, porque tengo frío y tú no te recuestas a mi lado para calentareme.
—Candy... no hago lo que has dicho porque no sé si seré capaz de controlarme. —Terrence estaba al límite de sus fuerzas. ¡Cómo la deseaba!
—Entonces vete. Dile a Annie que venga. Me estoy muriendo de frío y no me siento bien. Estoy sola y tú no quieres cuidarme. Nadie quiere cuidar de mí... Soy un estorbo para todo el mundo. —Lágrimas rodaron por sus mejillas y luego le siguió un torrente acompañado de sollozos lastimeros. Se sentía débil, vulnerable, tonta...
Terrence suspiró. Se tumbó detrás de ella, a su espalda. En cuanto lo sintió, Candy se dio la vuelta y se acomodó, pegando su cuerpo al suyo, con la cabeza en medio de su pecho. Él la mantenía abrazada con fuerza.
—Te prometo que siempre cuidaré de ti. Estás frágil por el viaje, por la mordedura. Ya verás que mañana estarás bien, Candy.
La dejó desahogarse un tiempo y cuando la pena se marchó ella se sintió mucho mejor.
—Nunca lloro. Lo siento, Terry. No sé lo que me pasa. Mi padre estaría completamente defraudado si me viese. No me permitía llorar ni quejarme. No podía mostrar debilidad ante nadie.
—Descansa, Pecosa. Lo peor está por venir. Además, tú no eres débil y yo te protegeré siempre. Si deseas llorar delante de mí, puedes hacerlo, pero prefiero tus sonrisas, incluso esa nariz alzada que me acusa con condescendencia.
—¿Terry?
—¿Sí?
—No me dejes nunca.
—Candy... —Esa mujer le estaba poniendo las cosas muy difíciles. Segundos después se dio cuenta de que su respiración era acompasada porque se había quedado dormida entre sus brazos. ¿Cómo podría dejarla ir cuando ella se amoldaba con tanta perfección a él? ¡Maldito lío en el que lo habían metido los Ardlay!
Annie no los censuró, pues cuando llegó a la tienda de campaña y los encontró en esa delicada posición, Terrence le contó lo sucedido. Esa noche fue excesivamente dura para Candy. La fiebre la tuvo gran parte del tiempo divagando y quejándose. Pidiéndole a Terrence que no se marchase de su lado y otras cosas que hicieron muy complicado que él se mantuviese honorable.
Ella durmió entre sus brazos, porque tenía mucho frío. Annie se alejó todo cuanto pudo para respetar los deseos de su amiga y les dio un poco de espacio. — Estaba aterrada y Terrence tuvo que tranquilizarla con palabras alentadoras que jamás imaginó que diría en voz alta.
Y no le mintió. Él no engañó a Candy cuando la avisó de que lo peor estaba por llegar.
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