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BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO VIII PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA

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Gisela ruht

Gisela ruht
Niño/a del Hogar de Pony
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BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO VIII PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA  5955-84

Vie Abr 21, 2023 7:44 pm
por RossyCastaneda

ATADO A TI
CAPÍTULO VIII PARTE II
BY ROSSY CASTANEDA
BANDOLERAS DE TERRY—ATADO A TI—CAPÍTULO VIII PARTE II—BY ROSSY CASTANEDA  60a49610



Candy había pagado la habitación del hotel, y agradeció el hecho de poder lavarse las manos y el rostro en una bañera con agua en la que no hubiese peligro que los animales le mordiesen el trasero. El dinero escaseaba y tendría que buscar un trabajo pronto porque no pensaba regresar a casa de quienes la engañaron.

Bajó al comedor del lugar para tomar una deliciosa comida caliente para poner en orden sus ideas, pero en cuando se sentó en la silla, un grupo de hombres se formó a su alrededor, matándose entre ellos por llamar su atención y conocer su nombre. —Se sintió abrumada. ¿Qué diantres estaba pasando?

No tuvo mucho tiempo de preguntar por lo sucedido, dado que el fiero highlander hizo acto de presencia. Lo tuvo enfrente y la miró con fijación. Ella se encogió ante su escrutinio... parecía que la estaba regañando por algo que había hecho mal. Se negó a sentirse inferior y  se irguió.

Terrence la agarró por debajo de un brazo, como si fuese una niña pequeña y la puso de pie, para luego colocarla detrás de él. ¡Sería posible! Iba a protestar enérgicamente por el trato recibido cuando él comenzó a hablar ante un número considerable de hombres.

—El espectáculo ha terminado. La dama no está disponible. —La sentencia fue enérgica.

—Eso no es lo que hemos escuchado —se quejó un caballero.

—No pienso repetir lo que acabo de decir. Si alguien tiene ganas de una buena pelea, estoy dispuesto a hacerlo feliz. —Su tono no admitía réplicas.

—¿Y ella no tiene nada que decir al respecto? —se atrevió a parlotear otro hombre. —Terrence no supo de dónde venía la voz.

—Puedo ir a buscar mi arma y dispersar a la multitud sin ningún problema —amenazó con más intensidad—. El sheriff me dará las gracias por evitar el alboroto que estaban a punto de formar frente a una dama.

Se escucharon lamentos, maldiciones, palabras excesivamente malsonantes, pero finalmente los hombres se marcharon.

Candy no tenía ni la menor idea de lo que acababa de suceder. No le importaba, al fin podría comer tranquila... En cuanto terminase su pastel de carne con patatas se iría a la habitación para disfrutar de la confortable cama.

—¿Qué crees que estás haciendo? —inquirió el castaño, en cuanto la vio tomar asiento frente a los alimentos.

—Comer —explicó sin mirarlo.

—Tienes dos minutos para terminar. Todos han ido al salón a volcar allí su pérdida, y no tardarán en regresar más animados por el alcohol. No quiero estar aquí cuando se envalentonen para desafiarme. No pretendo pelear contra ellos. Los conozco a casi todos y no quiero dejarlos sin andar durante un mes.

Candy tomó aire, contó hasta diez y decidió no contestar de modo descortés a su orden, porque si lo hacía...

—Comeré rápido, no se preocupe, señor Graham. —Él gimió. La indiferencia y frialdad de ella no habían sido solo una percepción. No, eran una realidad. Si había tenido alguna duda al respecto, ella lo corroboró en cuanto usó la formalidad una vez más.

—¿Qué habitación tienes? Debo ir por tus cosas.

—¿Perdón? —Eso sí le sorprendió.

—Nos vamos de aquí.

—¿Ah, sí? —ironizó con incredulidad.

—No estarás a salvo hasta que te cases. Ya has visto lo que ha sucedido, se pelearán por ti como sementales en celo. La solución es sencilla. Dado que Cornwall no te quiere, yo me casaré contigo.

El bocado que estaba a punto de llevarse a la boca se quedó suspendido en el aire. Candy dejó el tenedor en el plato y lo miró sin creer lo que escuchaba. Más allá de lo sorpresivo que fue su irritante razonamiento, estaba el hecho de que él se creyese con alguna especie de derecho sobre ella... porque los Cornwall no la querían.

¿Eso era ella para él? Una posesión, una propiedad que podría hacer suya. La indignación la hizo toser, y deseó que el pequeño trozo de pastel de carne que todavía estaba masticando saliese escupido para terminar incrustado en su mejilla derecha. Se contuvo de llevar a cabo esa acción. Se limitó a beber un poco de agua, limpiarse con la servilleta, levantar la vista para observarlo y componer media sonrisa... del todo falsa.

—No, gracias.

—¿Cómo has dicho? —cuestionó incrédulo. —Terrence estaba de pie, y había permanecido impasible, no obstante había llegado el momento de sentarse en la silla frente a ella.

—No estoy interesada en casarme con usted, señor. —No quiso ni mencionar su apellido debido al enfado que tenía encima.

—¿¡No!? —Esa no era la respuesta que había esperado. Creyó que ella daría saltos de alegría.

—Esa ha sido mi respuesta a su... amable —arrastró la palabra— petición.

—Estás siendo condescendiente —la amonestó.

—Nada parecido. —¿De verdad él no se daba cuenta de que había sonado como un estúpido, engreído, con su lamentable proposición? Bien, lo dicho por él no resultó una proposición, sino una orden que dejaba claro que ella no tenía otra opción más que él. ¡Quería gritarle de puro enfado! Se contuvo para no hacer un espectáculo.

—Tú me quieres. Me deseas —apostilló él sin lugar a duda.

Candy tenía varias posibilidades para regir su reacción. Podía abofetearlo..., lo cual no serviría de mucho con un hombre como él. Podía gritarle, lo que sería más improductivo todavía, o seguir con cierta indiferencia. Optó por lo último porque intuyó que eso le molestaría más.

—¿Sabe que la vanidad es un pecado, señor mío? —La rabia la tenía al límite pero consiguió imprimirle un tono casual y ligero a su pregunta retórica.

—¿Y tú, que la mentira también está condenada? —No iba a amilanarse ante aquella pequeña arpía.

Los dos se retaron en una larga mirada tan intensa que sería capaz de hacer arder el hotel entero.

—Ya le he ofrecido una respuesta. Ahora, si me disculpa, me gustaría seguir comiendo en paz y retirarme a mi habitación. —Trataba de ser civilizada porque le daban ganas de arrojarle el agua en la cara y marcharse corriendo a llorar. ¿Desde cuándo lloraba ella por un hombre? Hizo una mueca, no había derramado una lágrima en tiempo y desde que llegó a territorio inglés, sus ojos no hacían más que aguarse. El autócrata que tenía frente a ella la había visto en demasiadas situaciones difíciles como para mil años de humillación.

—¿Cuál es tu habitación?

—¿No tiene nada mejor que hacer que importunarme, señor?

Terrence se quedó callado, pero no le quitó los ojos de encima. Ella esperó alguna respuesta, pero como vio que no estaba dispuesto a hablar, siguió comiendo con cierta intranquilidad. Consiguió engullir la mitad del plato. Él la estaba poniendo nerviosa... ¿Por qué no se marchaba de una maldita vez? No podía continuar comiendo bajo su atenta mirada. Dejó en un lado el plato y bebió agua.

—¿Has terminado?

—No. Pienso tomar algo dulce.

—Bien. No te muevas de aquí, Candy. —Lo observó marcharse y al fin pudo terminar su comida en paz.

Lo que ella no sabía era que él fue en busca de sus pertenencias e iba a cargarlas en la carreta de los Ardlay. La raptaría si hacía falta.

Cuando acabó, Candy se dio el lujo de pedir un trozo de pastel de manzana. Aquello le supo a gloria y después de felicitar a la cocinera y pagar por la deliciosa comida, se dirigió a su habitación para pedir un baño caliente y acostarse en esa fantástica cama.

Volvió a toparse con él. Siguió caminando, dispuesta a hacer como que no lo había visto. No llegó lejos, Terrence se la cargó al hombro y ella emitió un grito de sorpresa ante tal atrevimiento.

—¡Señor Graham!, le ordeno que me baje de inmediato —gritó mortificada.

Terrence resopló. Habían llamado demasiado la atención. Decidió atender el pedido de la joven y la dejó en el suelo.

—¿Vas a entrar en razón, mujer?

—No sé de lo que habla, solo puedo decirle que usted es un grosero de la peor clase. Estoy conteniéndome para no soltar mi lengua y dar rienda suelta a todo lo que me gustaría decirle.

Harto de su comportamiento, frío, condescendiente y remilgado, Terrence se acercó a su oreja.

—Hemos dormido juntos, te he visto desnuda, me has visto desnudo, probablemente he salvado tu vida dos veces. Todo ello, sin contar las ocasiones en las que observaba en tus ojos la cruda necesidad de que te besara de nuevo. No te atrevas a negar que me quieres, Candice White, o tendré que darte una buena tunda que solo yo disfrutaré. Vamos a casarnos y es mi última palabra al respecto.

Las mejillas de ella ardieron de ira. Las palabras espetadas la hicieron ponerse al límite, pero lo peor era, su seguridad.

—No —negó con firmeza, con el mentón levantado. ¿Qué se creía él? Que lo quisiera o no, era irrelevante. La forma de hablarle, de tratarla... ¡Si hacía menos de una hora la había dejado en la puerta de los Ardlay alegremente!

Terrence resopló con mayor ímpetu. Candy no se achicó. Si él estaba molesto, ella lo estaba aún más.

—Si esperas flores, tiernas palabras, una declaración llena de ridículas indicaciones, no lo vas a tener. Ni siquiera me arrodillaré para sostener tu mano y hacer la pregunta. No soy ese tipo de hombre, eso deberías saberlo a estas alturas. Si esperas que lo sea, será mejor que despiertes del sueño, porque no soy así.

—No espero nada de usted, señor Graham —replicó.

—Vas a casarte conmigo, Candice, y es todo lo que necesitas saber. —Nadie más la tendría. Por encima de su cadáver putrefacto algún hombre que no fuese él la vería desnuda o se tendería sobre su cuerpo para poseerla.

—No, gracias —dijo ella en un tono altivo, antes de darse la vuelta para marcharse de allí.

—Se acabó. —Terrence la volvió a cargar al hombro decidido a ir hasta a la carreta. La ataría de pies y manos como un auténtico salvaje si hacía falta. Posiblemente la amordazase, porque estaba gritando con enfado. Incluso pataleaba. Por inercia le dio una palmada en el trasero y pareció funcionar, porque se quedó callada... unos segundos.

—¡Es usted un idiota incivilizado! —gritó enfurecida—. Ahí es donde me mordió la serpiente.

—La culpa es tuya por ser tan testaruda, cuando lleguemos a mi casa te aplicaré una pomada con gusto. —Remató la amenaza con una sonora carcajada.

—¡No me casaré con usted, señor Graham! —chilló ella llena de furia.

Él se tragó una maldición, dado que habían salido a la calle y tenían un numeroso público masculino que los miraba con atención.

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Cecilia LagunesDilciaambar grahamNancy GEvelyn Rivera StrubbeBettyJesseLarisafororosa 

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