—Nada. —No se atrevió a seguir con la cuestión—. Solo que lo llamas por un nombre que parece que él odia. —Eso sonó más sutil.
—Ah. Sí, bueno, busqué una manera de incordiarlo y cuando me dijo que yo podría llamarlo de ese modo cuando quisiese, me gustó. Es un hombre magnífico. ¿Lo has visto disparar un arma? Robert es sublime manejando una, pero Terrence es increíble. Tiene muchas habilidades.
—Me gusta —confesó Candy en un hilo de voz, sin poder contenerse más.
—Lo sé.
—¿Tan evidente soy?
—Si un hombre que no me gustase me hubiese llevado al hombro y luego tuviese la osadía de besarme en medio del pueblo, creo que le habría disparado en el acto.
—No me gusta el modo en el que se comporta. Es tan... —No sabía cómo definirlo.
—Sí. También lo sé. Es tosco, por eso debes hacerle ver que no tiene todo el control. Es su sangre, Candy . Él no ha tenido una vida sencilla, no en cuanto a vivencias se refiere. Una noche llegó borracho a la hacienda por culpa de Albert y lo escuché decir que su madre vivió una vida desdicha desde que él fue engendrado, y que su abuelo murió masacrado por defenderlo y él tuvo que vengarlo. Creo que piensa que está maldito y que la felicidad no fue hecha para él . —Candy suspiró al escuchar aquellas palabras y recordó su propia condición —. Es un héroe. No le temas. Utiliza su lado guerrero cuando debe hacerlo. Nos salvó a Robert y a mí hace poco más de un año cuando unos hombres quisieron asesinar a mi esposo mientras intentaban robar ganado. Albert luchó a nuestro lado junto con otro amigo, Jeremy Cartwright.
—Conocí al señor Cartwright en Gretna Green. Se presentó antes que Tigre, quiero decir... Terry... Terrence... digo, el señor Graham. Lo siento no sé cómo referirme a él —se sinceró.
Karen rio ante su incomodidad, era evidente que venía de un mundo muy regio.
—Sospecho que puedes llamarlo como desees, no te dirá nada. Como te decía... Robert, Jimmy, Albert, Terrence y yo luchamos juntos contra un buen batallón de hombres y los contuvimos. Yo daría mi vida por cualquiera de ellos. Los amo, Candy, y sé que me protegerán del mismo modo. Puedes estar disgustada con Albert y con su tía, pero no se lo tengas en cuenta. La pérdida de los Cornwall es la justa ganancia que se le debe a Terrence por quién es, por lo que ha hecho. Él merece la felicidad. Todo el pueblo está en deuda también con él, se ganó el respeto de todos a pulso. No lo condenan por ser un highlander porque saben que protegerá a los habitantes del pueblo con su vida si es necesario. Terrence salvó a Maria y a una de las niñas del hogar cuando unos fugitivos invadieron el orfanato, y se las llevaron. Mientras el resto se preparaba para determinar la mejor forma de dar caza al grupo de cuatro hombres armados, él salió sin pensarlo ni un instante. Dijo que no sería la primera vez que lo hacía, sospecho que tiene que ver con su pérdida. Las salvó, Candy. Ellas regresaron sin un rasguño. Los cuatro delincuentes, terminaron muertos. La niña no tenía más que trece años y él la tuvo que sacar de debajo del cuerpo de un hombre cuando él trataba de... —No pudo continuar—. Es tosco, es un mandón, incluso a veces parece que no tiene sentimientos por los demás, pero los tiene, yo sé que sí. Ten paciencia con él. No es un hombre fácil. Tampoco lo es mi esposo y soy capaz de que se ponga panza arriba y ronronee como un lindo gatito. Es cuestión de saber qué tecla se debe tocar... —Se quedó mirándola un momento—. ¿Eres una mujer inocente? ¿Él te tomó? —preguntó con calma y suavidad. Debido al carácter de Terrence, no le sorprendería que él hubiese traspasado la fina línea que separa a un hombre de la mujer a la que desea.
—¿Puedo ser sincera?
—Siempre. Aquí somos tolerantes, pero no toleramos la mentira.
Candy suspiró ante la frase tan clara.
—Annie no es mi hermana mayor, tampoco está casada. —Tuvo la imperiosa necesidad de explicar todos sus secretos. Confiaba en Karen, y entendía la admiración de su guerrero por ella.
—Me pareció muy joven para serlo, pero no me atreví a cuestionar el asunto.
—Para llegar aquí sin complicaciones tuvimos que invertir nuestros nombres y situación.
— ¿Se enfadó mucho Terrence cuando se enteró del embuste?
—No se dio cuenta hasta bastante después...
—Ah, entonces sí debe desearte mucho. A ese hombre no se le escapa nada.
—Dijo que me vio a mí y no había nada más —confesó sintiendo que su vanidad se inflaba.
—Estarán bien juntos. No como mi esposo y yo... —comenzó a lamentarse—. Puedo ver a Robert desde aquí apoyado en uno de los postes de la hacienda, con los brazos cruzados. No está contento. Creo que voy a tener problemas.
—¿Por qué estaría afligido?
—Porque no le informé que me marchaba al pueblo. Y no le culpo por su enfado, pues en caso de haber sido a la inversa yo también estaría muy disgustada con él por no saber su paradero. Supongo que tendré que esforzarme lo suficiente para que me perdone. —Karen le guiñó un ojo.
Candy tragó saliva.
—Sigo siendo una mujer inocente, pero solo porque él no insistió lo suficiente. —Era la cruda verdad. Lo deseaba tanto como un vaso con agua en medio del desierto más árido. Los recuerdos de la noche anterior eran devastadores. Enferma como estaba y ardía por él.
Karen asintió.
—Yo no pude mantener lejos a mi esposo antes de casarnos, así que no esperes que te juzgue. Una mujer tiene las mismas necesidades que un hombre y el corazón sabe lo que quiere en cuanto lo tiene delante, aunque le cueste más tiempo del debido darse cuenta. No te juzgaré jamás, Candy. Hagas lo que hagas te daré mi apoyo, si Terrence te ha elegido, es suficiente para que yo te ame con todo mi corazón y te considere mi nueva hermana.
El carruaje se detuvo enfrente a la casa. Robert Hathaway solo tenía ojos para su esposa. Candy supo, por el modo en el que la adoración se reflejaba en los ojos del hombre, que era verdaderamente un matrimonio por amor. Ella deseaba eso con Terrence... ¡Ay, cuánto lo anhelaba!
—Señora Hathaway —habló Robert en tono cortante. Era evidente que le estaba recordando a Karen que tenía un compromiso con él y que lo había dejado al margen cuando se marchó sin informarle de sus planes.
—Señor Hathaway —respondió la castaña con una brillante sonrisa.
—Me has abandonado —expuso desde su posición. Seguía colocado cerca de un poste con los brazos cruzados en el pecho. No sonreía. Se veía fiero y duro.
—¿Abandonado? He ido al pueblo a recoger a mis nuevas amigas.
—Nos has abandonado, a mi hijo y a mí, Karen Hathaway —expuso con molestia.
—¿No vas a dejarme hacer las presentaciones, querido esposo? —inquirió divertida Karen al ver la molestia de su esposo. ¡Dios, cuánto lo amaba!
—En un momento, en cuanto me digas por qué te marchaste a solucionar los asuntos del engreído ese. —Robert estaba indignado, dado que su esposa se había ido de inmediato para ayudar a Terrence. Dorothy, el ama de llaves de la hacienda, le había informado de una historia de lo más interesante en cuanto estuvo en casa.
—Cuando llegué al pueblo, Terrence la llevaba a ella —Karen señaló a Candy— cargada al hombro, proclamando que le pertenecía ante todo aquel que le quiso escuchar. Acabó la escena dándole un beso en medio del pueblo. Cierto que tal vez nadie vio lo último, pero él hizo lo que te acabo de decir, Robert. Él lo hizo —repitió incrédula. Pese a que lo había vivido en primera instancia todavía no acababa de creerse que Terrence hubiese hecho todo lo que vio.
Karen observó a su esposo estrechar los ojos. Robert también estaba asombrado con el relato de su esposa.
—¿Estás segura de que era él y no el calavera de Albert? —Esa demostración sería más propia de ese sinvergüenza que sabe cómo adular a todas las mujeres que quisiera conquistar.
—Tan cierto como que te amo, señor Hathaway. —Se vio en la necesidad de apaciguarlo.
Robert suspiró. Asintió en un gesto rápido.
—Supongo que debo conocer a la mujer que ha obrado un milagro. —Nunca imaginó que ese engreído highlander que hablaba dando órdenes se hubiese mostrado tan... ¡Debía estar completamente enamorado!
—Señor Hathaway, permítame presentarle a lady Candice White.
Ella que había estado apartada sin interrumpir la conversación, dio un paso al frente y le hizo una breve reverencia.
—Es solo Candy. Su esposa ha tenido la amabilidad de darnos cobijo en su hogar.
—Sean bienvenidas, Candy. —Robert movió la cabeza en señal de respeto. Miró a su esposa y le preguntó—: ¿Cuánto va a tardar en venir corriendo tras sus faldas? —Creyó que ya se había deshecho del arrogante hombre. No era que no lo apreciase, pero no parecía estar dispuesto a soltar el mando con facilidad y en la hacienda, con dos hombres dando órdenes, las cosas podrían ponerse complicadas. En cuanto Robert supo que él tenía la intención de seguir su propio camino en el antiguo rancho de Jimmy, agradeció la decisión.
—Le he dicho que se tome una semana para calmarse. Es peor que un toro en celo. —Miró de reojo a Candy por si había herido su sensibilidad. Parecía no estar afectada por sus palabras, entonces regresó la vista hacia su esposo para seguir explicando —: Con suerte no vendrá esta misma noche.
—¿Cuántos días tendré de paz, Karen? —cuestionó Robert.
—No creo que sean más de tres —respondió la castaña con calma—. Viene a instalarse en la casa, no en los cuartos de los empleados.
—¡Por amor de Dios, esposa! Dime que tienes una buena razón para privar a un hombre de sus deseos —se quejó.
Candy carraspeó con incomodidad.
—Él —dijo la rubia refiriéndose a Terrence— cree que soy una posesión. Considera que como el miembro de los Cornwall no va a casarse conmigo, porque no me quiere, yo debo hacerlo con él. Y prácticamente lo dijo con esas mismas palabras.
La respuesta de Robert fue quitar su hombro del poste, descruzar los brazos y emitir una sonora carcajada en cuanto detectó la indignación de la muchacha.
—Por Dios que voy a disfrutar esto. Casi temí que acabase casado con una vaca o una yegua... Esto es mucho mejor. Pueden quedarse en mi casa —Karen tosió con fuerza y él comprendió lo que le estaba diciendo, así que se rectificó al punto—. Sean bienvenidas a nuestra casa, Candy. —acotó observando a Annie que dormía en la parte trasera del carruaje. —Pueden quedarse el tiempo que consideren oportuno, será un placer ver a un hombre que parecía ser de hielo, arrastrarse por el fango para conquistar su mano.
Candy le sonrió. No creía que ese vaticinio fuese a suceder, pero estaba agradecida por la gran confianza que Karen y su esposo le acababa de conferir, así que se sintió en deuda
—Karen... —Candy la llamó en cuanto su esposo se metió en casa con Annie en brazos —. He sufrido el asedio de un hombre que me deseaba de un modo lascivo.
—¿Ese hombre está vivo?
—Sí. Huimos de él. Una noche, intentó tomarme por la fuerza y yo no fui tan fuerte para vencerlo —reconoció con pesar. De no haber sido por Annie que lo golpeó me hubiese violado.
Karen apretó los puños.
—Si viene aquí, Terrence lo matará. No tengas miedo. Tu guerrero extiende su protección sobre todos los que le importan.
—No, no es eso lo que quería explicarte. Lo que sucede es que lo del matrimonio con un miembro de los Cornwall, fue algo que mi padre arregló para alejarme de Escocia, como te mencioné anteriormente, Annie y yo tuvimos que invertir nuestros papeles y fingir ser otras personas para llegar seguras a casa de mi familia.
—¡Eh! —los ojos de Karen se abrieron ampliamente
—Los Ardlay son mi familia... Elroy Ardlay es mi tía abuela y Albert mi tío .
Karen sonrió.
—Así que tu eres la hija de Rosemary —no fue una pregunta, sino una afirmación.
Candy asintió.
—¿Y por qué razón te sentiste ofendida y no te quedaste en casa de tu familia cuando uno de los Cornwall amenazó con no volver a su casa si tu te instalabas en en ella?
—Me enfadó un poco que no se diera la oportunidad de conocerme, también el hecho que mi tía sabía la situación y no le informó a mi padre, pero lo que terminó por indignarme, fue enterarme que mi tío no se marchó para resolver asuntos de negocios como me hizo creer, sino que me dejó sola para disfrutar de una vida de libertinaje y desenfreno mientras yo sufría.
—Lo siento.
—Esta bien... solo te pido discreción con este asunto... también me gustaría que todos continúen creyendo que Annie es mi hermana mayor viuda, hasta que ella misma decida dejar de jugar a ese papel.
—No te preocupes por ello. Guardaremos tu secreto, Candy. Aquí están en casa... —se quedó pensativa y luego añadió—: hasta que tu hombre te rapte en mitad de la noche. —Karen terminó la frase con una profunda carcajada.
—Él no lo hará —respondió la rubia también entre risas.
—No apuestes demasiado, Candy.
La alegría se le cortó de pronto a la rubia. No era que quisiera un cortejo formal... pero una palabra delicada, un gesto de ternura... algo que indicase que le gustaba, no solo que la deseaba. ¿Estaba mal ansiar un poco de romance una vez en la vida?
Gracias Por Leer