Terrence se quedó en el establo un largo tiempo dando sentido a las palabras de la joven. Todo aquello era nuevo para él y estaba sobrepasado por lo que Candy despertaba en su interior. Celos. Estúpidos celos. No había sentido nada tan doloroso como eso. Ni siquiera el disparo que recibió en el hombro años atrás, dolió tanto.
Escuchó unas pisadas y miró hacia la puerta del establo. Karen se colocó frente a él.
—Te he preparado una habitación... en la planta baja. Como bien has dicho antes, soy la menos indicada para hablar sobre seducción —ella había pecado deliciosamente antes de casarse—, pero te agradecería que tuvieses en cuenta lo que Candy quiere de ti antes de forzarla a aceptar tus avances.
—No he forzado a una mujer en mi vida y no pienso comenzar ahora. —Karen sonrió y se acercó a él. Se acurrucó sobre su pecho y le dio un fuerte abrazo. Terrence no esperó esa muestra de cariño y se sorprendió durante unos minutos, pero luego correspondió a su gesto de modo fraternal y la acunó con sus brazos.
—Eres uno de los mejores hombres que conozco, Terry. Eres mi familia, mi hermano mayor. Solo quiero tu felicidad. Sé que la amas y ella te ama a ti. Solo necesitas hacer que Candy te vea... como yo lo hago cuando te veo a los ojos. No pienso en ti de un modo carnal. Mi amor por ti es puro, fuerte, y lo es porque tú eres un hombre por el que vale la pena luchar. Haz que ella comprenda quién eres, lo que eres. Te amo, hermano. —Le dio un beso en la mejilla.
—También te amo, pequeño torbellino —respondió él, al tiempo que le daba un beso en la cabeza.
Karen asintió ante sus palabras y se marchó de allí. Se cruzó con su esposo y se puso nerviosa.
—¿Estamos bien? —le preguntó la castaña. Robert era muy celoso y posesivo.
—Siempre, Karen. —Acompañó sus palabras con un fuerte beso exigente, destinado a demostrarle que ella era su compañera de por vida, la mujer que amaba por encima de todas las cosas. Luego la soltó y le dio una mirada cargada de promesas pecaminosas—. Cuando acabes de ver si el bebé está bien, ve a la cama y espérame. Tengo planes para ti. —Ella se movió veloz, sin rechistar.
Robert se quedó cara a cara con Terrence.
—¿Vas a pegarme porque tu mujer me ha dicho que me ama y yo le correspondo? No hace falta que lo hagas, escucharte darle esa orden sobre estar... en... en... —Suspiró. Hablar del pequeño torbellino haciendo cosas de mujer era terrible. Trató de explicarse de nuevo—: Oírte decir eso sobre que te espere en la cama ha sido un golpe bajo. Siempre la veré como a una niña, no importa cuánto crezca.
—¿Me darías un puñetazo tú si hubiese sido una situación en la que Candy y yo nos hubiésemos hablado así?
Terrence se tragó una maldición.
—Si has estado atento a nuestra charla, no hay nada malo en lo que sentimos Karen y yo. Somos como familia.
—Y por eso no tengo la más mínima tentación de aplastar tu cráneo y convertirlo en heno para caballo —respondió pacientemente Robert —. Soy celoso. Lo admito. Karen es dueña de una hacienda llena de hombres que la respetan y saben que no deben mirarla de modo inapropiado, pero eso no cambia el hecho de que yo deba confiar en que ella me ama sobre todas las cosas y me será fiel.
—Acabas de besarla hace un instante para reafirmarte; tus palabras dicen una cosa y tus actos hacen otra. La has marcado porque te sientes inseguro ante mí —le recordó
—Los hombres somos del todo curiosos. Hacemos muchas tonterías. Deseo que mi esposa tenga toda su atención sobre mí. Eso es así, pero he aprendido a convivir con el hecho de que Karen es una mujer decidida, fuerte, sensata y que no haría nada, jamás, para lastimarme. —No creas que no te entiendo, Terrence. Yo he estado en tu piel antes. Muchos otros han pasado por lo que tú estás atravesando y lo mejor que puedes hacer es confiar en la mujer que has elegido para ser tu esposa. Karen te ha ofrecido unas sabias palabras. Intuyo que Annie habrá hecho lo mismo. Las mujeres suelen acertar cuando dan consejos. Úsalos en tu propio beneficio.
—Robert... Si alguna vez dañas a Karen, te mataré.
—No tendrás que hacerlo, pues en el improbable caso de que le haga daño a mi esposa, ella misma me apuntará con un arma en mis pelotas, directamente sobre mi tronco, y apretará el gatillo sin dudarlo.
Terrence no pudo contener la carcajada.
—Vayamos adentro, tomemos una copa de whisky —lo invitó el castaño.
—Es mi casa... ¿No debería ser yo quien te hiciese ese ofrecimiento? —preguntó un poco irritado Robert. Ambos comenzaron el camino hacia la casa.
—No es fácil dejar de ser quien has creído ser durante mucho tiempo, Robert . El tío de Karen me dio un hogar, me confió a su sobrina... La hacienda te pertenece, pero siempre la sentiré mía. Además, me ha parecido que necesitabas un poco de tiempo para que tu esposa esté lista para ti. —Terrence hizo una mueca de desagrado—. No podré nunca habituarme a que la pequeña Karen es una mujer casada que hace cosas...
—No quiero discutir contigo esta noche, porque sé que eres un hombre enamorado que necesita consuelo, compresión, y una buena copa de licor que te infunda ánimo.
—No tomaré en consideración a tu intento de burla, dado que estuve en primera fila cuando caíste rendido a los pies de la señorita Kleiss.
—Caí porque tú me diste un puñetazo por besarla en medio del pueblo, cosa idéntica a la que tú has hecho... —No pudo evitar recordarle una vez más.
—Es cierto. Intenta no olvidar que sigo siendo el mismo hombre capaz de darte un puñetazo si te metes en mis asuntos.
—Y tú no olvides que puedo usar mi arma para recordarte que estás en mi casa y que todo lo que ocurra aquí, es asunto mío.
—¡Vaya, Robert! Estoy impresionado. Eres todo un temerario... incluso más que yo mismo —argumentó Terrence burlón.
—Bueno... Se aprende de todo. Bebamos, amigo mío —sugirió mientras entraban por la puerta principal.
—Sí. ¡Por las mujeres! —estuvo de acuerdo Terrence
Robert carraspeó.
—¿Vas a tratar de seducirla esta noche?
—No quieres saber la respuesta a esa pregunta ¿Verdad?
Robert suspiró fuertemente.
—¿No puedes poner las cosas fáciles una sola vez?
—Precisamente que tú digas eso, cuando permití que Karen te ofreciese sus tiernos cuidados cuando estabas postrado en una cama, indefenso como un can... Vamos, Robert, no me culpes por tratar de tener a mi futura esposa antes de tiempo.
—No me pareció que ella estuviera interesada en el papel que le ofreces.
—Cierto. Karen tampoco lo estuvo... durante una buena época... o, ¿Me equivoco? —contraatacó.
—Eres un tipo astuto. Ahoguemos tus penas en whisky.
—¿Cuál es su habitación? —preguntó Terrence con osadía, y, sin reparos.
—No creo que...
—Si quieres que vague por la casa y abra todas las puertas... —Amenazó. —Iba a obtener esa información costase lo que costase.
—Veo la determinación en ti y de nada servirá que nos mostremos correctos y sensatos. Cuando un hombre quiere algo, va por ello. Yo lo hice en su momento y no puedo mostrarme moralista ni altivo. —Renunció, Terrence, así estaremos en paz. Es la segunda puerta de la izquierda. No vayas hoy, está muy enfadada. Déjalo para otra noche. Ese será mi último consejo, amigo mío.
Así fue como ambos caballeros, hicieron una tregua, al menos hasta el próximo desacuerdo. Dos hombres demasiado autoritarios, tan iguales en su deber y honor que no sabían cuándo cruzaban el umbral que no debía ser atravesado.
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