POR YURIKO YOKINAWA
SONGFIC LAS CAMPANAS DEL AMOR
DE MÓNICA NARANJO
“Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.” Con eso concluye el sacerdote para dar paso a la bendición y entrega de las arras y argollas matrimoniales. “El señor bendiga estos anillos que van a entregarse uno al otro en señal de su amor y fidelidad.” Los contrayentes intercambian su juramento. Él levanta el velo de su ahora esposa para besar sus dulces labios, ella le corresponde de la misma forma, juntan sus frentes para decirse un te amo.
En lo que los invitados esperaban en el exterior del templo, los recién casados firmaron sus actas matrimoniales, se tomaron algunas fotografías para luego salir de la parroquia felizmente tomados de la mano. Los gritos de “viva los novios” y la lluvia de pétalos de rosas y arroz no se hizo esperar mientras se dirigían a la limosina que los llevaría al salón de fiestas donde celebrarían su unión.
La fiesta transcurría como se había planificado, todo era perfecto, tal como lo había deseado y soñado con alguien más en su juventud, pensó que nunca sucedería, ella había creído que no volvería a amar como había amado a ese chico de su pasado, pero aún así no perdía la esperanza que las campanas del amor tocara nuevamente en su corazón.
Y así fue, sin quererlo y desearlo, Candice White conoció a su ahora esposo Terry Granchester seis años después. No tenían nada en común más que el trabajo, por esa razón no quería darle una oportunidad luego de la amistad que nació de tanto discutir, sin embargo, él le demostró lo contrario, aprendió a aceptarlo, se dio cuenta que siempre tenían tema de qué hablar y de que el amor no tiene límites ni final. Sus compañeros de trabajo y familia decían que eran como el agua y el aceite, pero, estar con alguien a fin no era significativo de un por siempre.
Durante el vuelo que los llevaría a donde sería su luna de miel, la rubia recostó su cabeza en el hombro de él para descansar, cerró sus ojos fingiendo dormir, en su mente rememoraba un viejo recuerdo que amenazaba con resucitar, no es que dudara del amor que le tiene a su ahora esposo, sino que ese pasado se había presentado en su boda sin saber que ella era la novia como parte del cuarteto de cuerdas. Fue inevitable no darse cuenta que él lloraba durante la ceremonia, pero eso, a ella no le importó, su presente ahora era su esposo.
La vida está llena de primeras veces y el primer amor es una de ellas, será una experiencia que se llevará en el corazón para siempre, de las que jamás se olvidan. Cuando se termina, duele demasiado, sobre todo en las circunstancias en las que finaliza dejando un dolor en el alma al grado que piensas que la vida y el amor no volverá a ser la misma después de él.
Ella era una niña normal, como cualquier otra, estudiante, deportista, fascinada por la moda, accesorios, colores, y los postes de sus grupos y artistas favoritos pegados en la pared. Despreocupada, sin temores y sin novio. Luego de Neal, su primer novio, se dijo que no habría nadie más hasta que tuviera una carrera, trabajo e independencia financiera. Pero no, no fue así, a sus dieciséis años tuvo que conocer a ese muchacho rubio como el sol con unos ojos azules como un cielo despejado después de una lluvia de verano.
Era fin de curso, había concluido el segundo año de bachillerato, la mayoría del grupo había decidido celebrar el cierre del ciclo escolar con una fogata en la playa. Aún con uniforme fueron al supermercado a hacer algunas compras para la velada. Mientras los jóvenes hacían el fuego, las señoritas preparaban brochetas de bombones cuando una compañera comenzó a cuchichear: “A las seis de la tarde se aproxima un adonis por el oeste.” No hubo discreción como se esperaba, las que le daban la espalda a la playa voltearon. Un joven se acercaba ante los presentes resplandeciendo con el sol del ocaso con una canasta de rosas.
Mientras las chicas lo miraban embobadas, los muchachos se reían por su vestimenta de pantalones vaqueros y camisa a cuadros de mangas largas. Su bello rostro, dentadura perfecta y mirada expresiva se dejó ver cuando les ofreció uno de sus tantos arreglos florales. Sin pensarlo dos veces todos dijeron que sí y que no al mismo tiempo. La risa suave del vendedor las enamoró, sobre todo, a Candy, porque para ella fue amor a primera vista como el que nunca sucede dos veces en la vida. Sin darse cuenta se encontraron verde esmeralda y azul cielo para perderse entre las profundidades de sus lagunas.
Desde ese día Candice White y Antony Brower se comenzaron a frecuentar. Empezaron con una llamada todos los días, luego, a buscarla a la escuela. Lo acompañaba a vender sus rosas los fines de semana. Los padres de ambos aceptaron el noviazgo, se les veía un futuro prometedor como pareja, como profesionistas y como matrimonio. Sonaba muy extraño que tocaran ese tema, eran demasiado jóvenes, se conocieron de dieciséis años, pero por la forma en que se dio el flechazo de cupido y por la química que tenían para entenderse sanamente y sin malicia les hizo hablar en algunas ocasiones sobre la vida marital. Más que nada, era ella la que imaginaba una vida con él: boda, hijos, familia, trabajo… El amor existía y podía tocarse entre nubes de algodón.
Un año de noviazgo se había convertido en una relación intensa, pasional, en donde la ternura, ingenuidad y las ganas de vivir se fueron con el tiempo, el mar y ellos dos.
Él era un chico acostumbrado al trabajo, la pasión por las rosas la tuvo por la dedicación que le daba su madre a los jardines que había dentro y alrededor de la casa, ella era amante de la botánica, en especial, las rosas. Desde que tenía uso de razón, la acompañaba con el equipo especial que su madre le había obsequiado para que aprendiera los cuidados que debían tener. De grande comenzó a venderlas en temporadas especiales en su escuela hasta que se hizo adolescente y abarcó otros espacios de venta, sobre todo, la playa en los fines de semana. El ojiazul era buen estudiante con gustos excéntricos, no era parte de un grupo y estaba muy perdido con la moda. No tenía necesidades económicas, sin embargo, trataba de comprarse algunos gustos y adquirió el hábito del ahorro. Su sueño era convertirse en un reconocido biólogo botánico para crear la mejor variedad de rosas. Estudiaba en las mañanas y desde que conoció a Candy salía rápidamente de la escuela pública donde asistía, se subía a su motocicleta e iba por ella al colegio privado donde estudiaba, el mejor de la ciudad.
Ella amaba y admiraba todas sus virtudes y cualidades, no era presumido, presuntuoso ni racista. Resaltaba su humildad, calidad humana y la bondad que transmitía con solo mirarlo. Todo era perfecto en él. Todos congeniaban, se entendían, eran iguales en su forma de ser, los dos se veían tan tiernos, tan ellos dos, como dos ángeles bajados del cielo en el ocaso con muchas ganas de vivir.
Esas ganas de vivir, un deseo no concedido, los planes truncados, palabras que se llevó el viento, una historia de dos que se quedó incompleta, el tiempo que pasaron juntos, donde el amor dejó de ser transparente para convertirse en un amor vacío quemándose por la tristeza.
Solo fue un descuido, una vez que no tuvieron precaución, pero según sus cuentas, era poco probable que sucediera, sin embargo, sucedió. El miedo se apoderó de ella, notó que su cuerpo cambiaba y reaccionaba a cosas que antes no le pasaba. Pensó en sus padres, les había fallado como hija al romper la confianza que le habían dado, en la familia, amigos, en ellos dos, en su futuro, en el qué dirán. No estaba en sus planes el ahora sino el después.
-¿Qué vamos hacer?- Estando más nerviosa que preocupada por lo que le fuera a decir, le preguntó. Confiaba en que él no la dejaría sola ya que la amaba, lo importante era hacerle frente a sus padres.
El joven parecía haberse quedado en el limbo, su mirada estaba en un punto fijo inexistente procesando una trágica noticia que no tuviera solución como la muerte. Reaccionó cuando su novia lo zarandeó del brazo, ella le repitió la pregunta y con otra pregunta en forma de reclamo le contestó:
-Candy, ¿por qué no te cuidaste? ¿sabes lo que significa? No pienso hacer a un lado mi futuro profesional, un hijo no me impedirá asistir a Escocia para seguir con mis estudios universitarios.-
-Con que esto era lo que me querías decir, te aceptaron… - La rubia se dejó caer en la arena, se le había hecho un nudo en la garganta y sus palabras se perdieron. Lágrimas negras corrían por sus mejillas por el dolor y la traición del joven noble y amable que siempre le dijo amar. Él se marchó sin mirar atrás, no lo volvió a ver y todo terminó, el tiempo, el mar, ella y él.
Ahora estaba sola, completamente sola, no tenía el valor para hablarles a sus padres sobre su problema, un aborto no era la solución, pero ser madre tampoco, no estaba lista, entonces, al analizar todos los posibles escenarios comenzó a temerle a la soledad, el no poder seguir adelante, Anthony era su todo y ahora no tenía nada, se preguntaba si podía continuar sin él porque su corazón sangraba de ira, dolor y tristeza.
Un día gris, como el de todos los días desde que él se había ido, sus padres la esperaban en la sala con chocolate caliente, era su bebida favorita, y con eso la reconfortaban cada que le sucedía algo, pero esta vez no había tenido resultados, ella se negaba a hablar, estaba llorosa, siempre estaba haciendo tarea, no tenía tiempo, había dejado de salir, de reír, de hablar de su novio. Esto último era la razón por lo que la tenía así, ya le habían dado su espacio pero era mucho, parecía que quería morir de amor, es por ello que era tiempo de hablar con ella, debía entender que después de él habría otros amores que ocuparían su corazón hasta encontrar el indicado… “Todo a su tiempo hija, todo a su tiempo.”
Ella lloró, lloró y lloró amargamente en la falda de su madre, imploraba perdón al defraudar a sus padres, era una mala hija y la peor de las mujeres, no merecía ser comprendida, pero sus padres no la juzgaron, había olvidado cuánto la amaban y lo que ella significaba. “No serás la primera ni la última, ahora tienes por quien vivir.” Los padres de Candice visitaron a los padres de Antony, desconocían lo que había pasado entre ellos, pero independientemente de lo sucedido respetaban la decisión de su hijo. Al final, la familia Brower se fue a Escocia y la familia White se marchó a Nueva York.
Partir a otro lugar no fue la cura del dolor del abandono, Como si fuera ayer recordaba todos y cada uno de los momentos que vivieron juntos, eso la hacía sentirse molesta y por otra parte triste, jamás lo olvidaría. ¿Quién curaría su ira? ¿Quién le curaría la ilusión? ¿Quién le curaría el silencio que le dejó su adiós? ¿Quién le devolverá sus sueños perdidos? Ella lloraba gotas de dolor, lágrimas negras por el tiempo, el mar, por la ingenuidad, por los dos, esa alegría pasada que acabó en pedazos. Para la adolescente, ella no merecía que la hubiera abandonado y olvidara de esa manera en absoluto. Lo podían haber resuelto en buenos términos, al menos, si lo hubieran intentado sin dejar de lado sus sueños.
Un día nublado, caminando por el puerto de Nueva York sintió la vida que llevaba en su interior, un nuevo latido en su corazón, recordó a aquel abrazo de ayer, ese abrazo que se quedaría en el pasado a partir de ese instante, lucharía por ser feliz, por su presente, por el ser que crecía en su vientre, esperaría la oportunidad de amar y ser amada nuevamente y para eso, debía abandonar el corazón de Antony, su abandono, su amor, sus besos, su calor, su cercanía, su ternura, su vida a la de ella. La callada lluvia lloraba, se llevaba la ira y el dolor que la joven madre guardaba en el alma, desvanecía sus lágrimas negras por la esperanza de vivir sin resentimientos para ser feliz.
Claro que sí, ella esperaría otra oportunidad y oirá alegremente como ayer las mil campanas del amor.