Pasada la media noche, mientras todos dormían, Terrence subió con sigilo las escaleras. Necesitaba verla o se volvería loco. Solo quería saber que estaba bien. El cargo de conciencia que tenía después que Annie le dijera que seguramente Candy lloraría... Eso y el alcohol ingerido parecía ser valor líquido.
Ingresó en la habitación; afortunadamente, las cortinas estaban corridas y la luz de la luna se filtraba por las ventanas, y la vio.
—Candy, ¿No estás durmiendo? —preguntó en cuanto la vio mirando el cielo a través de la ventana. La observó con atención. Estaba ataviada con una bata y tenía una manta sobre los hombros. Permanecía sentada en una silla.
—En cuanto escuché la puerta abrirse, supe que eras tú.
—No he venido aquí para... —Su voz se apagó. No sabía exactamente el motivo por el que había subido.
—¿Qué quieres de mí, Terrence? Respóndeme esta vez. —No se atrevió a usar el diminutivo de su nombre.
—Todo.
—No lo creo.
—Te juro que solo he subido para comprobar que estes bien. Necesitaba escuchar tu voz, saber que... —Se calló.
—¿Qué? —cuestionó ella, sin girarse.
—Me gustaría que mañana salgamos a montar juntos. Deseo mostrarte mi rancho... por favor. —Tragó saliva. Ser complaciente era muy complicado.
—¿Quieres... que yo... qué? —Candy se giró incrédula. Una parte de su mente supo que él no tardaría en buscarla. Se había preparado para enfrentar una batalla, pues si la volvía a besar con el mismo ímpetu que las otras veces, cedería a su seducción. Lo amaba y también lo deseaba, pero se maldecía por ser tan débil. Ella merecía más consideración de su parte... pero lo que él acababa de proponerle sobre ver su hogar era algo del todo inesperado.
—Siento lo que hice antes, Candy —se vio en la obligación de disculparse—. En realidad, creo que debo pedir perdón por muchas cosas, y si soy honesto contigo, no habría tenido el valor suficiente para hacerlo en caso que Robert no hubiese tratado de emborracharme hace un rato —reconoció—. Me gustaría mucho que saliésemos a montar mañana y que vengas a mi casa...
Candy lo miró con atención. Era un hombre orgulloso, un guerrero que hubiese sido capaz de guiar las huestes de un gran emperador... ¡Y se estaba disculpando con sinceridad!
—Dijiste que no me perseguirías —dijo con calma y en tono bajo para no herirlo. No pretendía ser un reproche.
—Y no lo haré, si es lo que quieres —apretó la mandíbula—. Te dejaré tranquila si me lo pides ahora mismo. —y cumpliría su palabra; sin embargo, la respuesta de la joven le devolvió el aliento.
—Me encantará ir contigo mañana a dar un paseo y conocer tu casa.
—Nos iremos después del desayuno. Descansa, Candy. —Caminó hasta la puerta —te doy mi palabra que mañana todo será mejor.
—Eso espero —respondió la rubia en un susurro, en cuanto la puerta de su habitación se cerró con suavidad.
A la mañana siguiente, Candy se despertó mas temprano de lo usual, pese a haber dormido pocas horas. Se vistió con cierto esmero y cuando bajó a desayunar, se enteró de que Terrence se había marchado.
Salió a hacer las tareas que Karen le encomendó, con el único propósito de distráela, la castaña se dio cuenta que la desilusión la inundó al enterarse que su amigo se había ido sin despedirse siquiera
Decidida a no pensar en lo acontecido, Candy ingresó en el establo y ensilló a Cleopatra. Se negaba a derramar una sola lágrima, deseaba pasar tiempo con él.
—¿Por qué los estúpidos hombres juegan con nuestros sentimientos de este modo? —Se cuestionó a sí misma. —En un momento proclaman que eres su prometida y al otro se escabullen sin dejar el menor rastro, y sin la más mínima explicación —gruñó.
—¿Se habrá enfadado porque lo puse en su sitio anoche durante la cena, y por eso se lo pensó mejor y se marchó? ¿Soy acaso un juego para él? —se preguntó.
—Malditos hombres —farfulló rechinando los dientes, dio una patada sobre el suelo que retumbó de tal modo que captó la atención de Annie y uno de los empleados que estaban al otro lado.
—¿Hay algún problema, Candy? —cuestionó la pelinegra, con voz serena.
—No. Todo está bien —mintió. Su corazón estaba encogido—. Daré un paseo por la parte norte de la hacienda.
—¿Sola?
—Sí. Necesito aclarar las ideas. Llevo el arma que me dio Karen, estaré bien. ¿Qué vas a hacer tú, hermana? —se interesó, porque ella pasaba mucho tiempo en compañía de Charlie y no le agradaba que fuesen tan amigos. Había algo en la forma en la que el hombre miraba a su amiga que le daba mala espina. Tal vez se había dado cuenta del engaño.
—Charlie y yo planeamos ir a la parte sur —apuntó entusiasmada Annie.
—Ve con mucho cuidado —la previno.
—No se preocupe, señorita Candice, yo protegeré a su hermana. —Esa frase la inquietó. Fue por el modo tan seguro que fue dicha, por la entonación concreta.
—Annie, tal vez deberías quedarte en...
—Métete en tus asuntos, Candy —saltó a la defensiva sabiendo que su amiga iba a menoscabar su supuesto derecho de hermana mayor.
Candy suspiró.
—Solo... ten cuidado.
Annie asintió.
—Candy si quieres que te dé dinero para comprarte algo bonito para el baile, haz el favor de decírmelo. Quiero que mi pequeña hermana se vea preciosa. Si ese bobo de Terrence no está dispuesto, otro lo estará —trató de levantarle el ánimo. Karen les había dicho, hacía un par de días, que el pueblo se estaba preparando para organizar una fiesta de fin del verano y que todo el mundo acudiría, pero Candy tenía la firme decisión de no hacerlo.
—No pienso ir a ningún baile.
—Sí, sí irás, hermana. Aunque te tengan que llevar atada y pataleando, vamos asistir al bailar y a divertirnos, porque después del maldito infierno que hemos pasado, merecemos un poco de diversión. —El tono enfurruñado que dio Annie, le hizo gracia. Candy volvió a suspirar mientras subía a la yegua con la ayuda del estribo. Eso de llevar pantalones era más práctico de lo que previó.
—Hablaremos de eso luego... hermana mayor —se mofó.
—El baile es en un par de días y por mi honor que irás. —sonó a amenaza. —Es mi última palabra, Candice. —Ante la amenaza de Annie, Candy la miró con extrañeza. Era del todo evidente que el viaje había cambiado por completo a su tímida amiga. Se veía segura de sí misma, más tenaz y confiada. Le gustaba esa nueva Annie.
—Iré, señora... —se detuvo para encontrar un apellido de casada adecuado —Brighton —optó por el verdadero —aunque sea para complacer a mi autoritaria hermana mayor —Candy azuzó su montura y salió a todo galope.
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El día de la fiesta de llegó. Candy se puso un vestido color azul, con un vistoso brocado dorado en las mangas y el escote. Esa noche, echó de menos su preciosa cabellera dorada y rizada. Un baile. Atrás quedaron los grandes y elegantes salones de Escocia y Londres donde no había destacado jamás. Todo parecía lejano, como si fuese otra vida. Se sentía bien... salvo por él. La tenía al borde del llanto. Más por no saber lo que se proponía que por sentirse olvidada.
Un ligero golpe en la puerta llamó su atención. Se levantó, estiró la falda de su nuevo vestido y dio permiso para que entrasen.
—¿No piensas terminar con la farsa de la hermana mayor viuda? —Candy vio a su amiga ataviada con vestido oscuro de lo más elegante. Su sombrero, también negro sostenía su preciosa cabellera atrás.
—Mientras tenga opción, no lo tengo previsto. Aunque he descubierto que ser una viuda tiene serias desventajas —aludió de modo pensativo. No había comentado con nadie que Charlie le propuso matrimonio. Demasiados problemas siendo soltera o viuda.
—¿De dónde sacaste el dinero para comprarme un vestido?
—Soy tu hermana mayor, quiero proveerte de cosas bonitas. Solo sé una buena hermana y dame las gracias.
—¿Debo preocuparme, Annie? Hace poco estábamos en la miseria. Gracias a la generosidad de Karen y su esposo podemos considerarnos fuera de la ruina. No hagas nada tonto.
—Si no te portas bien, no te daré un regalo que tengo para ti.
—¿Qué tienes? —Annie mantenía los brazos atrás escondiendo algo. Sacó las manos y mostró unos preciosos pendientes de esmeraldas.
—¡Son los pendientes de mi madre! ¿Cómo los conseguiste?
—Las encontré la noche que partimos de tu casa. Tenemos dinero, Candy.
—¿Los robaste?
—No seas dramática, Candy. —Esas joyas son tuyas.
—¡Estás loca, Annie! —negó con la cabeza.
—¿Debo interpretar que no quieres mi presente, Candice? —inquirió mientras se guardaba los pendientes.
—Tráelos aquí. Bien sabes que sí deseo verme bonita hoy.
—En cuanto ese zoquete te vea —dijo refiriéndose a Terrence —lamentará estos días que no ha dado señal de vida. Estás preciosa, Candy.
—Me conformaré con que no vuelva a darme un beso delante de todo el mundo. Esta vez estoy decidida a ponerlo en su lugar si hace falta.
—¿Ah, sí? —Annie no se creía nada. Candy se había quejado de que no deseaba ir al baile y en cuanto ella le llevó aquel precioso vestido del pueblo, se lo arrebató de las manos para probárselo.
—Le daré un bofetón —señaló la rubia con convicción.
—¡Aja!... —Annie no le creía.
—Además, no es seguro que lo vea esta noche. De hecho, estoy decidida a divertirme un poco y olvidarlo. Si él es capaz de hacer como que no existo, ten por seguro que yo haré lo mismo. —Estaba convencida de sus aseveraciones.
—Seguro que tuvo una buena razón para marcharse sin decir una palabra a nadie sin haberte visitado antes. —Dijo Annie ocultando la conversación tan poco apropiada que tuvo con Terrence en el establo. No se atrevía a reproducir las palabras del castaño ni en su propia mente. Su deseo y frustración a causa de Candy la dejaron atónita.
—Bien, es hora de marcharnos. —Candy extendió la mano para pedir de modo silencioso los pendientes. Annie se los dio tratando de esconder una sonrisa, se dio cuenta que su amiga estaba imaginando la cara que pondría el temible highlander en cuanto la viese tan arrebatadora. Esa noche, su amiga sería una de las mujeres más bonitas de todo el pueblo. Las casadas no contaban, así que, Candy tendría a todos los caballeros disponibles a sus pies.
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