"Encuentros Furtivos"
El tiempo se ha detenido un momento y no sé si está bien, son tantas mis responsabilidades que solo quiero tomar un suspiro y relajarme.
Venir a mi finca fue una buena decisión porque este lugar está lleno de buenos momentos y recuerdos que hacen que la sangre se me caliente. ¿Quién pensaría que un hombre como yo tiene estos sentimientos? Todo mundo piensa que soy un mojigato, una persona recatada y seria, que solo vive para su trabajo, sirviendo fielmente al gran magnate de Chicago; el empoderado Albert Ardley; piensan que no tengo vida propia, pero que equivocados están. [Una sonrisa sale de mis labios]
Soy un hombre lleno de virilidad y pasión por el sexo opuesto, soy capaz de hacer vibrar de puro placer a mi pareja llevándola al éxtasis que bordea en la locura. Solo algunas mujeres pueden constatar el otro lado de mi personalidad.
En esta época del año me gusta observar como comienza a plumear y ver como caen los primeros cristales que acompañan los copos de nieve que poco apoco con su velo blanco del invierno comienza a cubrir el lugar. Este clima me agrada mucho me siento cómodo con el y entonces un pensamiento me embarga y presiento que el camino que recorrerá mi amante será difícil por las condiciones del clima o tal vez será un camino lleno de deseo y ardor porque conozco muy bien la personalidad de mi señorita cuando de placer se trata.
Estoy tan ansioso de tenerla a mi lado que no aguanto esta ansiedad que me está embargando y sé que claramente es una mera necesidad de desfogar por completo las necesidades de mi cuerpo.
Mi mente reproduce sin cesar sus majestuosas curvas de su cuerpo tan bien dotado, el candor de su exquisita boca; mis papilas gustativas se llenan de gozo al recordar su sabor en mi lengua.
Esto es insoportable, decido ir hasta las caballerizas y llevar al picadero a mi potra azabache para que entrene por un rato y así distraer un poco mi mente.
Pasaron un par de horas cuando la veo venir enfundada en un abrigo de pieles de zorro que le llega hasta las rodillas, sus botas cubren por completo sus piernas; sus sedosas hebras rojas vaga libremente por su cara y su espalda y tiene esa sonrisa en su rostro que me expresa que está lista para mí.
Detengo el andar de la yegua y acaricio con mi mano enguantada la crin de la yegua entonces siento sus brazos rodear mi pecho, el calor de la piel de mi señorita contra mi espalda. Eliza se ha abierto el abrigo y sé que su pecho desnudo está en contacto con mi ropa, me susurra en el oído con deseo [Ya estoy aquí mi amor, dispuesta a todo] mis sensaciones se afinan y llega de inmediato el deseo de tomarla aquí mismo. Me doy vuelta y la encaro, de manera que mis manos corren a un lado la piel que la cubre y entonces me doy cuenta que está completamente desnuda para mí, lista y receptiva para que la haga una vez más mi mujer.
El cielo invernal es mudo testigo de nuestro encuentro y también lo es de la embriagues que me confiere su persona a tal grado que no aguante las ganas de besarla bruscamente, hacerle saber que soy el hombre para ella, él único que llena todos sus deseos y la satisface plenamente.
Por fin puedo saborear el elixir de su rica boca y de su piel. Mis manos vagan de su cuello hasta sus hombros y después con voluntad propia buscan sus apetitosos senos, los acaricio con urgencia; mi boca llega hasta ellos para llenarla de placer, sus gemidos me encienden más y siento que no puedo soportarlo, mi señorita es una llama que incendia todo lo que toca y en estos momentos me siento de esta manera. La arrincono lleno de lujuria en la baya de madera del picadero y en ese lugar la hago mía, mi señorita goza cada embestida y cada caricia hasta llegar al borde de la locura. Ambos sabemos que esto apenas comienza, ya que necesitamos experimentar muchas veces más, el desenfreno de nuestro encuentro.
FIN
Espero que hayan gozado de la lectura.
Gracias por acompañarme en este maravilloso viaje.
Última edición por Inez Ruiz el Mar Mayo 02, 2023 2:52 pm, editado 2 veces