Hola a todos los lectores de la GF. Estamos en la última semana de está guerra y nosotras seguimos Gracias por apoyar la historia, les mando un abrazo Lady Ardlay y yo les dejamos con el siguiente capítulo
Anthony se puso en pie, recogiendo su ropa con torpeza. Se puso el pantalón, ante el silencio de Terry, que a pesar de que sabía que entre ese par había una atracción, no podía creer que su hermano lo hubiera traicionado. En el fondo le dolía, no por Eliza, sino por Anthony.
—Terry, hermano.
Anthony no salía de su estupor, adiós a su plan de amenazar a Eliza con contarle a su esposo de sus insinuaciones. Se acercó a su espada, temiendo lo peor, enfrentar al fin a su hermano en una batalla real, que terminaría en la muerte de alguno de los dos. Sabía que era su culpa, pero no estaba dispuesto a morir por ello, y menos por verse obligado a estar ahí.
—Oh Terry… Anthony me forzó. —lloriqueo Eliza cubriéndose el cuerpo y acercándose a su esposo.
—¡¿Qué yo qué?! No eres más que una mujerzuela, si tú fuiste la que me obligaste a venir aquí —dijo Anthony acomodándose sus ropas.
—¡No es verdad! ¡Tú te introdujiste en mi cuarto y abusaste de mí! —respondió defendiéndose, fingiendo llorar, mientras se pegaba al cuerpo de Terry.
—¡Eres una mentirosa, Eliza! Tú me invitaste a pasar a tu habitación sin contar con tu dama de compañía, estabas en paños menores y te arrojaste a mis brazos y me provocaste… eso no lo hace una mujer decente, mucho menos una casada —Terry miraba el altercado entre ambos.
El rostro de Anthony fue golpeado con fuerza por una furiosa Eliza. Anthony en respuesta y con suma molestia levantó su mano, pero Terry la sostuvo en el aire.
—No la golpees —dijo mirando a su hermano fijamente.
Ante el proceder de Terry, Eliza se alegró, pensando que sería perdonada y de inmediato agregó.
—Amor, te juro…
—No me jures nada, mejor toma asiento. Tú igual —ordenó a su hermano, a quién le sostenía aún la mano— Cálmate y siéntate —dijo con voz autoritaria ante la negativa de Anthony.
Terry a pesar de mostrarse severo, sintió tranquilidad al saber que podía al fin ser libre, no esperaba que las cosas se diesen de esa manera, pero esto era aún mejor que lo que él pretendía hacer. Ahora su hermano no tendría excusas para aceptar la unión con Eliza.
—¡SIÉNTENSE! —la voz de Terry era de disgusto— Si no obedecen, llamaré a los guardias para que traigan a mi padre.
Eliza en su papel de víctima se negaba a obedecer a su esposo. Iba a refutar, pero se estremeció al reconocer la escena que estaba viviendo. Recordó su sueño casi premonitorio y se sentó de inmediato aterrada por las consecuencias.
—¡Tú no me darás órdenes! —Anthony guardó su espada y se dispuso a salir— Estoy harto de ti, no me darás órdenes ni ahora ni nunca. Así ocupes el lugar de mi padre, tú no serás mi rey.
Terry clavó sus fríos ojos en su hermano, puso su mano en su pecho para no dejarlo pasar y su voz grave retumbó en la habitación.
—Si pones un pie fuera de este cuarto, te acusaré de traición delante de todos. Ni siquiera mi padre podrá exonerarte de tu castigo y ya sabes cuál es el precio. Tal vez tú no me veas como tu rey, pero todo Inglaterra sí, así que siéntate en la maldita silla, ¡ahora!
Los ojos de Terry eran llamas en esos momentos. Anthony dio un paso atrás y obedeció, sabía que estaba en las manos de su hermano y la muerte prematura nunca estuvo en sus planes. Tomó asiento en una silla retirada de la mujer que hasta hace un momento estaba en sus brazos.
Eliza temblaba en la silla, nunca había visto el verdadero carácter de Terry. El dominante hombre que dirigía batallas estaba frente a sus ojos, reduciendo al valiente Anthony en un sumiso infante.
—¿Cómo… cómo supiste de este lugar? —inquirió confundida Eliza.
—Eso no importa —dijo Terry— y mucho menos te eximirá del castigo, por el contrario, lo empeorará, ya que no sé qué clase de cosas haces aquí. Esté era el escondite perfecto para serme infiel. — agregó Terry mirando a todos lados— ¿Desde cuándo lo hacen? Y qué es esto—Terry agarró el libro que Candy le pidió, observándolo con fingido asombro, sabía perfectamente lo que contenía, Candy se lo había dicho, pero tomando partida vio otra forma de asustar a Eliza y dio una zancada para quedar frente a ella.
Eliza palideció. Era verdad que Circe, la bruja, había dejado muchos de sus escritos y pócimas en ese cuarto y ella no se tomó la molestia de mandar a Paty o a Luisa para que los recogieran.
—Eso… eso no es mío —soltó con voz trémula— nada de lo que hay aquí es mío —se defendió Eliza buscando con la mirada a Anthony.
—Ah, ¿no? ¿Y cómo es que estás aquí en medio de todo esto y con mi hermano? — Terry abrió el libro y lo hojeo, fingiendo que se espantaba— Pero qué es esto… ¿Acaso ustedes son siervos de satanás?
Terry no era una persona de las que condenaban a los que pensaban diferente, pero en esos momentos quería que temieran por sus acciones y tuvieran miedo de las consecuencias.
—Acaso esto es… ¿Un culto a satanás? —preguntó el castaño, algo consternado, soltando el libro como si le quemara.
—¡No! —gritó Eliza, sintiendo un profundo miedo— Nunca había visto eso, no sé qué es, ni cómo llegó aquí —se levantó de la silla y se postró a los pies de Terry.
—A mí no me veas. Yo no tengo idea de por qué “Tu esposa” — Anthony acentuó esa palabra —tiene estas cosas.
— Tú fuiste el que me enseñó este cuarto. Tú, que desde un principio tenías malas intenciones, lo tenías planeado. Siempre quisiste seducirme, por eso me trajiste a este lugar.
Anthony no podía creer el cinismo de la pelirroja, la fulminó con la mirada, él no cargaría con una culpa que no le correspondía.
—Sí, yo te enseñé este lugar, pero no para que hicieras estas abominaciones. Que iba a saber yo que tú practicabas la hechicería —Anthony observó el lugar con molestia. El refugio sagrado de su madre había sido profanado por una bruja y todo por su culpa.
—Pero intimar justo aquí, con la esposa de tu hermano y futuro rey, ¿no es para ti una abominación? —preguntó Terry dejando perplejo a su hermano, que apenas se daba cuenta del error cometido.
Los ojos celestes se ensombrecieron con un velo de derrota.
—Le dirás a mi padre y a todos, ¿verdad? —cuestionó con la voz desgarrada—lo lograste, ganaste al fin. Acepto mi culpa, si he de morir, entonces que así sea —expresó con dolor Anthony, sus ojos se enrojecieron, pero no dejó caer sus lágrimas, no le daría el gusto a su hermano de verlo llorar.
Después de un breve silencio en el que Terry lo observó detenidamente, por fin habló.
—Les propongo un trato, algo que nos beneficiará a todos y les prometo que nadie sabrá de su aventura ni de este lugar —Terry miró la mesa donde reposaban algunos frascos con pócimas y unas yerbas marchitas que Candy dejó—. No es un secreto para ustedes lo que planea mi padre, saben bien que quiere anular nuestra unión —se dirigió a Eliza.
—No, eso no. Nunca lo permitiré —replicó la pelirroja—. No te dejaré para que te cases con esa insípida Germánica —finalizó molesta.
—Querida Eliza, de todos los que estamos aquí presentes, tú eres la menos indicada para decidir u ordenar algo. Si esto se sabe, tú te llevarás la peor parte. No sé cuál de las culpas es peor, la gente y la iglesia te señalarán. Dirán que eres una bruja y que hechizaste a mi hermano, esas y todas las barbaries puedas imaginar. Serías torturada por todo el reino y luego quemada en la hoguera, bien sabes que la iglesia me dará todo su apoyo. Si mi padre se apiada de ti, algo que dudo, quizás solo seas decapitada. Mi hermano y yo seremos las víctimas de tus maldades.
Terry miró de soslayo a Anthony, que lo escuchaba escéptico. Eliza palideció, comenzando a llorar por su destino y comprendiendo que el sueño de aquella noche solo fue la premonición de su negro destino. Ninguno de los dos la apoyaría, estaba sola, Anthony estaba cruzado de brazos, con la mirada de complicidad puesta en su hermano. Los odió a los dos, eran unos malditos, cómo pudo confiarse si sabía que la única que perdería era ella.
—Firmaré —dijo derrotada— ¿Me llevarán a un convento entonces? —preguntó por su suerte, aliviada de que al menos no moriría.
—No, te casarás de nuevo —anunció Terry, Eliza que tenía su rostro bajo, lo levantó con sorpresa. Anthony también lo miró interrogante—. Me darás la anulación alegando que yo falté a los votos y por eso el compromiso se rompió —declaró Terry.
—Algo que no es mentira —interrumpió Anthony.
—No puedes comprobar nada y yo sí —verbalizó Terry— Será tu palabra contra la mía— agregó, sintiendo algo de pena por su hermano.
—¿Y… con quién me casaré? —indagó Eliza temiendo lo peor.
—Yo sé que estarás feliz de saber quién es. Porque está aquí con nosotros —concluyó Terry, recostándose en una pared con los brazos cruzados, para observar la cara perpleja de ambos.
—¿Qué? ¿Estás loco? ¡Yo no me voy a casar con esta mujer! Por Dios, es tu esposa —refutó Anthony enfurecido.
—¿Ahora te importa? Hace media hora no te importó que fuera mi esposa para poner tus manos y algo más en ella.
Eliza miraba la cara de repugnancia de Anthony, le dolió que el hombre que amaba no se alegrara de la oportunidad que le estaban dando. Por fin se daba cuenta del grave error que cometió al dejarse llevar por los consejos de su hermano y de su corazón. Anthony la veía como una ramera, ya no la miraba como antes y ella le dio esa imagen al involucrarse con él estando casada con su hermano.
—Yo merezco a una doncella de esposa y no las sobras que tú me das. Siempre es lo mismo contigo, quieres ser el primero en todo, el que obtiene lo mejor. Me lo has robado todo, no puedes condenarme dándome a la esposa que ya no quieres—Anthony estalló en cólera, sin importar el daño que le hacía a la pelirroja con sus palabras—. Diles a todos que es una bruja, yo alegaré que me hechizó, es la verdad, yo no hubiese cometido semejante afrenta si no fuese por sus extrañas cosas.
—En ese caso, hablaré con Neil, le contaré todo y te entenderás con él. De hecho, lo mandaré a llamar ahora mismo y a mi padre también. Diles eso tú, yo no lo haré —respondió Terry, llegando a la puerta.
—¡Maldita sea!, está bien, lo haré —dijo abatido Anthony.
Sabía que su padre lo había reprendido antes por los indirectos acercamientos a su cuñada y que Neil lo mataría ahí mismo. Él era fuerte, pero la fama que precedía al despiadado Neil no era en vano, era hombre muerto en las manos del español. La realidad les cayó de golpe a Anthony y a Eliza. La lujuria y los celos de Anthony por su hermano y la desesperación y las ganas de sentirse amada de Eliza, los llevaron a cometer el adulterio pensando que nadie los descubriría, ahora tenían que aceptar su destino.
En ese momento Eliza entendió que ninguno de ellos la amaba, nadie la apoyaría, ni siquiera su hermano. Ella solo cargaría con la vergüenza y lo peor, nuevamente con el desamor del que sería su esposo.
Terry que se dirigía a ver a Candy antes de encontrarse con Eliza y Anthony, llevaba el documento de anulación con él, lo sacó y lo puso sobre la mesa.
Aquí está el acta de anulación —Terry procedió a sacar una pluma y tinta que llevaba con él.
—Lo tenías listo. ¿Desde cuándo? ¿Acaso desde qué llegaste? —reprochó Eliza mirando el papel en la mesa, sus ojos vidriosos empezaron a desbordar las lágrimas— ¿Te casarás con la Germánica? —El rostro de Eliza estaba enrojecido por el odio, dolor y la desilusión que sentía en ese momento. Con sus mejillas bañadas en lágrimas, miró al que estaba a punto de dejar de ser su esposo, y luego miró a ambos príncipes; a Terry con dolor y a Anthony con odio. Finalmente, firmó, ni siquiera leyó el documento y se alejó de la mesa, aventando la pluma al suelo.
—Lo planeaste todo —dijo Anthony, con sus ojos inyectados de ira, sentía que la vida no era justa con él. Cuando quiso ser el esposo de la pelirroja le fue negado y ahora que al fin la había superado se la daban como el más amargo regalo.
—No hermano, no lo planee. Deberías estar celebrando, porque por fin obtienes lo que tanto deseaste. —Esta verdad taladró el pecho de Anthony.
Eliza salió cabizbaja, dejando a los hermanos en el cuarto. Recordó el día que llegó al castillo por primera vez, al primero que vio fue a Anthony; amó todo de él, su sonrisa, su mirada, su forma de tratarla, su aroma y el hombre que había tras él. Deseó que él fuera su esposo muchas noches, pero ahí, en ese lugar que deseo nunca conocer, al ver que había perdido a Terry, se dio cuenta de que lo amaba y que nunca quiso perderlo, Anthony fue solo una ilusión. El dolor en su pecho era enorme, la culpa la inundaba y el miedo y la molestia de saber que Susana le había ganado. Al entrar a su habitación cerró la puerta con seguro, pegando su espalda a la gruesa madera de roble. Regresaba a la soledad con la que siempre había vivido, sin esperanzas de ser amada, resbaló por la puerta hasta sentarse en el suelo y se dejó bañar por las gruesas lágrimas.
-—¡Esto lo pagarás! —sentenció Anthony marchándose.
Terry quedo triste y confundido, no pensó que la boda le fuera a molestar a su hermano y más aun siendo amante de Eliza. Él lo hizo creyendo que era lo que su hermano quería, hubiera apostado su vida asegurando que Anthony estaba enamorado de Eliza.
¿Qué pasó? —Se preguntó el castaño.
Los zafiros se posaron en la cama desarreglada donde encontró a la pareja y una punzada de dolor se alojó en su pecho.
¿Desde cuándo me engañaban? —pensaba, sintiendo dolor al momento que lo golpeo la verdad de lo que había pasado.
No lo sentía por su esposa, sino por Anthony, él era su hermano y no tuvo el más mínimo reparo en traicionarlo. Esa noche entendió que así él lo viera como su hermano, Anthony jamás lo haría. El dolor le traspasó el pecho y una lágrima rodó por su mejilla, Anthony su hermano jamás lo amaría, hiciera lo que hiciera por él, el resultado sería el mismo, su desprecio. Secó su cara con furia y procedió a recoger el libro de Circe, el ave miraba la escena a través de la ventana sin que ellos se percataran de su presencia. El halcón percibió el odio de Anthony y el dolor de Terry y Eliza.
La noche ya estaba en su esplendor y la luna brillaba en lo alto. Candy anhelaba ver llegar a Terry, incluso a su madre que le había dicho que daría un paseo, la soledad de la noche golpeaba con fuerza, solo se escuchaba el sonido del agua y la oscuridad la inquietaba, no era cobarde, sabía defenderse bien en el bosque, pero tal vez el anhelo de ver a Terry y a su madre llegar estaban haciendo el paso del tiempo más lento.
Candy estaba inquieta, sin poder dormir, dando vueltas en la cama. De pronto oyó que la entrada se abría. Ella se puso de pie exaltada, pero la calma regresó en cuanto lo vio.
—Terry, amor. Viniste —Los ojos de Candy se suavizaron al ver a Terry frente a ella.
Continuará…
CAPÍTULO 22