CAPÍTULO 29, EXPIACIÓN
En Nueva York, a diferencia de Chicago los días transcurrieron velozmente ante la incesante búsqueda de la duquesa, el personal de la guardia ducal trabajaba las veinticuatro horas del día en su localización, hasta ese día, los resultados eran nulos; mientras tanto, Richard se hubo encargado del desafortunado funeral de Susana, al que solo asistieron algunos miembros de la compañía Stratford y Robert Hathaway; el duque hizo acto de presencia a nombre de Terrence, era algo que le debía a la chica por haber salvado la vida de su hijo, así como para acallar las murmuraciones ante la ausencia de Terry a quien disculpó aludiendo a que el deceso de Susana sucedió cuando él se encontraba de viaje. Durante las exequias fue inevitable escuchar algunos comentarios respecto a las Marlow y su comportamiento para el primer actor de la compañía, era poco el aprecio del que gozaban entre los compañeros de tablas; la escasa asistencia y la falta de los familiares de las mujeres, hicieron mucho más triste el entierro de la que en vida prometió ser una gran actriz. Cuando todos se hubieron marchado Carolina se acercó a Richard para decirle. — ¡Todo ha terminado de la mejor manera para ustedes!, ¡Mi hija ya no estará más en este mundo, pero yo sí!, ¡Necesito saber si la casa de Susana pasará a mi nombre! — El duque miró asombrado a la mujer, no concebía que ella antepusiera su avaricia al dolor de haber perdido a su unigénita. — ¡Señora Marlow, al morir Susana, nosotros, es decir, mi hijo no tiene ninguna responsabilidad con usted! — ¡Eso es inaudito!, ¡No se le olvide que, gracias al sacrificio de ella, él sigue vivo! — ¡Estoy de acuerdo con eso, lamentablemente las cosas cambiaron, al no existir Susana, no hay deuda que pagar!, ¡Y desde hoy le digo, señora mía, que usted no verá ni un centavo de la fortuna de Terrence!, ¡Mis abogados ya se encargaron de ello! — ¡No me pueden dejar en la calle!, ¿Qué haré para vivir? — ¡Trabajar como lo hacemos todos! — ¡No es justo, demandaré! — ¡Hágalo, no sé si le convenga!, ¡No olvide que usted levantó un falso testimonio en contra de Terry, acusándolo de homicidio y eso es un delito!, ¿Me pregunto si está dispuesta a enfrentar la denuncia que tienen mis asesores legales en sus manos, esperando una orden mía para interponerla? — Carolina enmudeció, no se esperaba eso, tenía planeado vivir cerca de su familia, consciente de que ellos no pagarían su manutención. Richard miraba como el semblante de la mujer palidecía y sonrió para sus adentros y dijo. — ¡Por cierto!, ¡¿Sí pretende llevar a cabo alguna venganza posterior?!, ¡No se lo aconsejo porque, entonces no me detendré y seré implacable con usted! — ¡No se pueden deshacer de mí así! — ¡Claro que puedo, señora! — Era innegable que el duque no toleraba a la mujer, no obstante, estaba en deuda con la joven Marlow, así que haciendo de lado su rígida postura indicó. — ¡En esta ocasión me siento benévolo y digamos que un tanto caritativo, así que le dejaré la casa en la que vivieron!, ¡Véndala, le darán una muy buena cantidad, de usted dependerá cómo la administre! — ¡Eso no me alcanzará para mi vejez! — ¡Yo no lo sé, señora!, ¡Lo que decida hacer, hágalo, pero lejos de los Grandchester y Ardlay! — El duque llamó a uno de los letrados que aguardaba por sus instrucciones. — ¡Barton!, encárguese de los trámites necesarios para que la propiedad donde vivieron estas mujeres pase a nombre de Carolina Marlow con todo lo que tiene en su interior, despida a la servidumbre otorgándoles una gratificación extra y cartas de recomendación. — ¡No, por favor!, ¿Qué haré sin servidumbre?, ¿En qué condiciones quiere que viva? — Vociferó Carolina, al tiempo que veía al apuesto hombre de mirada gris, que no se inmutó, por el contrario, emprendió el camino a su auto. Carolina iracunda iba a alcanzarlo, mas, la voz de Robert Hathaway la detuvo. — ¡Es mejor que aceptes lo que te ofrecen, Caro! —¿Qué dices?, ¿Acaso no ves que me dejan en la calle? — ¡No lo creo, de hecho, regresé porque olvidé decirte que, las historias escritas por Susana están dejando buenos dividendos, además llevaré a escena algunas que considero merecen la pena!, ¡Deberías buscar entre sus pertenencias, ella me comentó que tenía más escritas!, ¡Deja ya a Terry en paz, demasiado tienes con la ausencia de tu hija! — Carolina se contuvo, como si una loza pesada cayera en sus hombros, así llegó la imagen de su hija escribiendo animada, diciéndole que los frutos de su trabajo los tendrían con el tiempo. Fue entonces cuando asimiló que no la vería más, la opresión en su pecho se asimilaba a la presión que ejerce el agua a cierta profundidad, estrujándola, ahogándola, asfixiándola; se llevó las manos a su cara cubriendo sus ojos como si con ello la realidad desapareciera. Robert la tomó por el codo para llevarla a su casa. Richard que no se perdió la conversación le dijo al letrado Barton. — ¡Parece que inicia la expiación para esa mujer! — El letrado asintió y ambos se alejaron, dando por finalizado el episodio de las Marlow en la vida de Terrence.
No tenía ni cinco minutos de haber llegado al hotel cuando un fuerte toque llamó a su puerta, sin hacer mucho caso se metió al cuarto de baño para refrescarse, dejando que el mozo de cámara atendiera al recién llegado; se trataba de Douglas Kent, quien le indicó al sirviente la urgencia de hablar con el duque. Richard salió de inmediato. — ¿Qué pasa Kent?, ¿Ya localizaron a Lucrecia? — El jefe de la guardia ducal no sabía cómo decirle lo que había pasado, apretando los puños, esperaba la fuerte reprimenda, dado que conocía la reacción que tendría el duque. Con la garganta cerrada y una voz que pretendía ser firme dijo. — ¡Sí, su excelencia, pero…! — Pero ¿Qué?, ¡Habla ya! — Le instó Richard. — Douglas carraspeó un poco antes de decir. — ¡La duquesa está en el hospital, al parecer fue atacada y se encuentra muy grave! — La mente del duque por unos instantes quedó en blanco; era cierto que no quería a Lucrecia en su vida, mas, no de esa manera. Luego de unos minutos en los que se paseaba por la estancia dijo. — ¿En qué hospital está? — ¡La localizamos en un nosocomio público en los suburbios de la ciudad!, ¡Ya me he encargado de que sea trasladada a uno privado a unas cuadras de aquí! — ¡Bien, llévame!, ¿Qué pasó con los otros dos? — ¡Los seguimos buscando, pareciera que, se los ha tragado la tierra!, ¡Le prometo que los encontraremos! — El duque asintió, mientras su mozo le colocaba el saco para salir.
En una loca carrera contra el tiempo Jonathan y Margaret viajaban rumbo a Philadelphia, necesitaban salir lo más pronto posible de Nueva York, alejarse para evitar ser capturados por la guardia ducal; después de haberlos burlado aun con la fuerte vigilancia que mantuvieron en aquél hotel de mala muerte. Al pasar por Cold Spring hicieron una parada para que Margaret fuera revisada por un médico, a quien para justificar la herida de bala le contaron que venían de Inglaterra y fueron asaltados en uno de los caminos, la historia melodramática conmovió al buen doctor, que se lamentó por lo sucedido, arguyendo a la magnificencia del pequeño poblado, el que fuera precursor de la primera locomotora del país. Tras la auscultación el galeno les indicó que deberían detenerse uno o dos días para que la chica recobrara fuerzas y cerraran los puntos de la sutura que le hizo para reforzar la cicatrización, advirtiéndoles que de no hacerlo podría traer consecuencias, que podrían ser desde una infección, hasta secuelas por la disminución de hemoglobina en la sangre. Fue precisamente Margaret quien no quiso detenerse por el temor de que fueran alcanzados. Recordó el nerviosismo y miedo que sintieron al abandonar el edificio que les sirvió como refugio dos días. La segunda noche caía, la comida se les había acabado, no habían podido salir por la incesante inspección que realizaban los hombres de Douglas Kent en los alrededores. — ¡Cariño! — Habló Jonathan. — ¡No quería decirlo, pero ya no tenemos alimentos, el agua se nos está terminando! — La chica lo observó con los ojos vidriosos, lo que su novio le estaba diciendo, era que tendrían que salir y ella, todavía no se sentía bien, la debilidad doblegaba su cuerpo por no alimentarse correctamente, tenía claro que no podrían quedarse más tiempo ahí, debían que irse muy a su pesar, así que respondió. — ¡Lo sé!, ¿Cuándo nos iremos? — ¡En la madrugada, debemos aprovechar la neblina que hay a esas horas!, ¡Escucha bien lo que haremos! — El joven le indicó lo que tenían que hacer una vez que salieran a la calle para llegar al vehículo que él esperaba siguiera donde lo dejó. Durante la noche, cuadrillas de hombres recorrían las calles cercanas al hotel, en tanto que otros permanecían en las diferentes esquinas en espera de ver a los fugitivos. La espesa niebla no permitía ver a un metro de distancia, a pesar de las lámparas de petróleo que traían los guardias para alumbrar a las personas que pasaban. Con los nervios a flor de piel los jóvenes caminaban por la acera, atentos a su entorno, al pasar por el hostal comenzó su grandiosa actuación. Ella con el vestido desabotonado del frente dejaba ver gran parte de sus senos, con la mano en la cadera y el otro brazo abrazando la cintura de un hombre sumamente alcoholizado simulaban ser una pareja que recién salía de uno de esos hoteles de paso. Al llegar a una de las esquinas la voz de un hombre los detuvo. — ¿Quién viene ahí? — Un escalofrío recorrió las espinas dorsales de los chicos, que por un momento se detuvieron, Jonathan se armó de valor y comenzó a vociferar en contra de la muchacha. — ¿Qué demonios?, ¿Tienes otro cliente?, ¡Yo te pagué por toda la noche!, ¡No me verás la cara de tonto mujerzuela! — ¡No, cariño!, ¡Tú estúpido!, ¿Por qué nos detienes?, acaso ¿Pagarás más que él? — Le gritó Margaret al vigía, que cada vez se acercaba más a ellos alumbrándolos con la lámpara. — ¿Qué sucede? — Se escuchó la voz de otro guardia. — ¡Nada, son un borracho y una mujer de la noche! — ¡Déjalos no queremos escándalos a estas horas! — Le ordenó, mientras un fingido pleito se daba entre aquella inusual pareja que poco a poco avanzó hasta llegar al vehículo, abordarlo y comenzar su trayecto a la libertad.
Pareciera que el par de novios pensaba en lo mismo, por un largo rato ninguno mencionó nada, fue hasta llegar a la frontera con Philadelphia que ella se atrevió a hablar. — ¿A dónde iremos? — Mi intención es seguir hasta la Florida, creo que ahí podremos establecernos, está muy lejos de Nueva York, nadie nos conoce y podremos empezar de nuevo. A Margaret se le iluminó la mirada. — ¡Estoy feliz, muy feliz!, ¡Todo lo que pasamos valdrá la pena!, encontraremos trabajo y… —¿Trabajo?, ¿Trabajar tú?, ¡No cariño, tú ya no trabajarás!, ¡Tengo mucho dinero, robado, que nos servirá para comprar una casa pequeña y…! — Y ¿Qué? — ¡Bueno, no sé si quieras casarte conmino! — ¡Jonathan! — Gritó la chica lanzándose para abrazarlo provocando que él torciera el volante saliéndose del camino. — ¡Hey, calma!, ¡Podemos accidentarnos! — Le respondió sonriendo por la felicidad que reflejaba su novia, quien regresó a su sitió sonriente y feliz.
Continuará...