EPÍLOGO I, PROMESAS
El juicio de Annie se llevó a cabo como se esperaba; sin la declaración de ninguno de los testigos de cargo, las imputaciones fueron mínimas para la chica, el expediente de la averiguación, solo contaba con la versión del comandante de policía, donde afirmaba que vio claramente cuando la chica hubo activado el arma en diferentes ocasiones. La presteza de los letrados fue contundente al afirmar, que al juicio no se había presentado nadie para levantar cargos en contra de la joven, postulando la tesis de la debilidad mental de la acusada, para lo cual exhibieron los dictámenes médicos que daban parte de la fuerte depresión que hacía meses aquejaba a la señorita Britter. Con la muestra de los alegatos presentados tanto por la fiscalía, como por la defensa, el juicio entró en receso para dictar sentencia. El padre de Annie pendiente de todo lo concerniente al caso, nunca dejó a su hija sola, no obstante, cada vez que iba a verla la encontraba ausente, le costaba mucho trabajo atraer su atención, una vez que lo lograba, la chica se lanzaba a sus brazos rogándole que la sacara de ahí, o de lo contrario se volvería loca. Lo dicho por la chica, no estaba más lejos de la realidad, ya que parecía que no era consciente de su situación, incluso había olvidado el motivo de su estancia en la comandancia. Los constantes espasmos repartidos entre la realidad y la inconciencia eran cada vez más frecuentes, situación que no pasó desapercibida para el devastado padre, que intentaba darse ánimo para sobrellevar con estoicidad los embates que el destino le había conferido. La relación con su esposa poco a poco se fue enfriando, al grado que, en los tres meses que llevaba el proceso judicial solo dos telegramas recibió de ella, uno para informarle que ya estaba en Francia y otro para decirle que existía la posibilidad de un internado mental para Annie. — ¡Padre! — Le habló Annie, uno de los días en los que el apesadumbrado hombre fue a visitarla. — ¡Dime cariño! — ¿Por qué no ha venido Candy! — ¡Annie!, ¿No te entiendo? — Azorado respondió el hombre. — ¡Sí, me extraña que no haya venido, sabiendo que estoy en el hospital!, ¿No se habrá enterado? — ¡Hija!, ¿Te sientes bien? — ¡Si, solo quiero verla, Archie vino anoche! — ¡No Annie, nadie ha venido a verte! — ¡Claro que sí, Archibald estuvo conmigo! — El señor Britter desconcertado tomó a la joven por los hombros para decirle. — ¡Reacciona Annie, debes estar consiente de todo lo que hiciste!, ¡No estás en un hospital, estás en la comandancia de policía! — La chica se tapó los oídos, no queriendo escuchar lo que le decía su papá. Era un hecho que su equilibrio mental, pendía de un hilo, esto preocupó en demasía al perturbado padre, que salió en busca del médico, mientras que Annie, en un lapsus de locura, se jalaba de los cabellos, gritando que la dejaran salir, el torrente de recuerdos le llegó como un vendaval que se lleva todo a su paso. Entre dos policías la tuvieron que agarrar para que el médico de la capitanía le pusiera un sedante. — ¡Es urgente que esta muchacha reciba atención psiquiátrica! — Le arguyó el galeno al señor Britter. — ¿La ve muy mal doctor? — ¡Sí, la he estado observando durante estos días, ella misma está evadiendo la realidad y de seguir así, no tardará mucho en perder la razón!, ¿Cuánto tiempo falta para el fallo del juez? — ¡En unos días! — ¡Yo le aconsejo que trate de apresurar el veredicto! — ¡Lo intentaré, doctor! — Ambos hombres salieron dejando a una exhausta Annie, quien poco a poco iba cediendo a los efectos del tranquilizante. Alarmado por la salud de su hija, se dirigió a la casa de los Ardlay, necesitaba ayuda y pensó que solamente el magnate del clan lo podría ayudar.
Cuando llegó, su primera impresión fue regresar sobre sus pasos, ya que vio el gran movimiento de la servidumbre que se afanaban por terminar los arreglos de la mansión, ya que la boda de Alistear Cornwell sería en una semana, no obstante, fue visto por Archie, que de inmediato se acercó a él para preguntarle qué necesitaba. — ¡Señor Britter! — ¡Buenas tardes Archie!, ¡No te inquietes, no vengo a causar problemas! — Comentó el recién llegado. — ¡No, no es eso!, ¡Solo me sorprende su presencia! — Respondió amablemente el chico. — ¡Lo comprendo, veo que disponen un festejo, tal vez no sea un buen momento! — ¡No se preocupe, dígame!, ¿En qué puedo ayudarle? — Necesito de ser posible hablar con William. — Archie quiso preguntar el motivo, pero se contuvo. — ¡En seguida lo busco, venga conmigo, hay mucho ruido aquí, en el despacho estará mejor! — Una vez que el señor Britter entró a la habitación, el menor de los Cornwell fue en busca de Albert. Momentos más tarde, se presentaba William. — ¡Señor Britter, un gusto saludarlo! — ¡Igualmente señor Ardlay! — ¡Llámeme Albert por favor!, a sus órdenes, me dijo mi sobrino que quiere hablar conmigo. — ¡En efecto, me apena mucho molestarlo, porque veo que tendrán un evento! — ¡Sí, se casa Stear en unos días! — ¡Me alegra por él, felicítelo de mi parte! — ¡Por supuesto!, pero dígame, ¿Qué necesita? — Se trata de Annie. — El hombre mayor narró sin más preámbulo la situación. William escuchaba atento, cuando hubo terminado la explicación comentó. — ¡Comprendo, déjeme decirle que me apena mucho por lo que están pasando!, ¡Le prometo que haré todo lo posible para agilizar que se dicte sentencia!, espere mi llamada por la noche! — ¡Le agradezco infinitamente! — ¡No hay por qué, yo le ofrecí mi ayuda y cuenta con ella! — Al irse la visita, Albert buscó al duque, era el único que podría hacer uso de sus influencias. Richard en atención a Albert, de nuevo solicitó la ayuda de William Jennings Bryan, secretario de Estado del gobierno norteamericano, quien no se negó a la petición indicando que le diera una hora para darle una respuesta. Antes de lo previsto, una conferencia desde Washington fue recibida por Richard, quien al colgar el aparato anunció. — ¡Está resuelto, me dicen que el lunes se dará el veredicto! — Gracias Richard. — Con la respuesta favorable, Albert, no quiso esperar hasta la tarde para comunicarle al señor Britter la buena noticia, por lo que mandó a un mensajero con una misiva. Como lo hubo anunciado el duque, la sentencia de Annie fue anunciada, sancionando a la joven Britter a quince años de presión en un hospital para enfermos mentales. Escuchada la resolución Annie fue trasladada de inmediato al Hospital Estatal de Peoria, también conocido como el Asilo de Illinois para Dementes Incurables; su padre junto con sus abogados comenzó los trámites para el traslado de la chica a Francia, no obstante, la ejecutoria no admitió recurso judicial alguno, por lo que Annie permanecería ahí recibiendo atención psiquiátrica. El señor Britter en un intento por mantener a su familia unida, viajó a Francia para hablar con su esposa, quien se negó a regresar a los Estados Unidos, no quería pasar por el ostracismo social; postura que mantuvo sin titubear, pese a los ruegos de su consorte, quien devastado regresó a su país, no sin antes advertir que, si no regresaba con él, iniciaría los trámites de divorcio, ante ello, la señora Britter regresó, mas evitó visitar a Annie, quien durante su tratamiento, solo fue visitada por su leal padre.
Mientras los novios salían unos días de luna de miel, los preparativos no pararon para la boda, en esta ocasión de Albert, quien se ocupó en los negocios con el fin de dejar los menos pendientes posibles para poder tomarse unos días de descanso junto a la que sería su esposa. Afortunadamente, la estrategia para desviar la tensión generada por los hechos anteriores arrojó bueno resultados, ya que el consorcio Ardlay logró la estabilidad entre sus principales socios y accionistas; el matrimonio del magnate sería la punta de lanza que terminaría para consolidar la confianza y certidumbre financiera para los negocios familiares. Archie acompañado por Karen apoyaba en los arreglos, al igual que Candy y Terry, comandados por la abuela Martha y Eleanor, quien no podía ocultar su felicidad al tener a su lado la compañía de Richard, eran unos eternos enamorados, que difícilmente lograban ocultar sus sentimientos.
William, aunque se enfocaba en su trabajo, no podía dejar de lado los sentimientos encontrados con la tía abuela, la extrañaba, deseaba que compartiera su alegría, sus esperanzas de una vida tranquila, pese al comportamiento de la anciana, tampoco quería imponer su presencia a Candy, aun cuando daba por hecho que ella no se opondría. No quiso comentar nada, porque no estaba seguro de buscarla, estaba seguro que, para esos días, Elroy ya estaba enterada del enlace matrimonial de Stear, lo que posiblemente la hubiese afectado; su dilema se fue acentuando a final de la semana, cuando por fin decidió buscar a su amada tía ignorando que la mujer, al ver las fotos de Alistear no paró de llorar, todavía no le cabía en la cabeza, que aquellos, a los que hubo criado con todo su amor, se hubieran olvidado de ella, así como tampoco aceptaba que fueron sus acciones las que la autoexiliaron. Albert entró en la habitación sin tocar, previniendo su negativa a hablar. — ¡Tía! — Le saludó. La anciana al escuchar la voz de su sobrino mayor, limpió rápidamente el líquido salado que rodaba por sus mejillas. — ¿Qué haces aquí? — Respondió osca. — ¡Vine a saludarte, saber cómo estás! — ¡Ya me viste, ahora puedes regresar por donde viniste! — ¡Tía, no puedes seguir con esa actitud!, seguro ya sabes que Stear se ha casado, ¿Quieres seguir perdiéndote de todo lo referente a nosotros, tú familia? — ¡Fueron ustedes los que me alejaron, me botaron aquí como algo inservible! — ¡Bien sabes que eso no es verdad!, ¡Decidiste aliarte con Elisa, fomentando su odio y consolidando el tuyo por Candice! — ¡Si hablarás de esa mujerzuela, mejor vete! — ¡Veo que no cambiarás!, ¡Yo vine a llevarte a casa para que estés presente en mi boda! — Cierta ilusión se centró en el corazón de Elroy, pero pudo más su repudio por Candy, que la necesidad de convivir con los suyos. — ¿Estará esa mujer? — ¡Es obvia la respuesta tía, es mi hija! — ¡Sólo iré si ella no está! — ¡Lo siento tía, eso no lo haré! — ¡Entonces no asistiré! — ¿Estás segura? — ¡Sí! — ¡No te obligaré, me retiro!, por cierto, en breve tiempo partirás a Florida, será más complicado ir a visitarte, pero lo haré en cuanto pueda. ¡Hasta luego tía! — El joven se acercó para besar a Elroy, pero ella nuevamente hizo su cara de lado evitando la caricia de William, que, decepcionado con un fuerte dolor, se alejó decidiendo poner el mejor de sus ánimos para su tan ansiado matrimonio.
La anunciada boda llegó, desde muy temprano los diferentes reporteros de distintos medios acomodaban sus instrumentos para tomar las mejores imágenes del magno evento. Inmersos en un ambiente divertido, Archie, Terry, el duque y Stear se encontraban en la recámara de Albert, que nervioso no podía colocarse el moño del esmoquin, fue Terry el que le quitó las nerviosas manos para arreglar correctamente las cintas. — ¡Ahora si me entiendes tío? — Le dijo Alistear. — ¡Siempre te he entendido!, pero nunca me imaginé que casarme me pondría tan ansioso! — ¡A de ser por la noche de bodas!, ¡Aquí está el recién casado, te puede ilustrar! — Comentó burlonamente Terrence. Las carcajadas se desbordaron ante la cara que puso Albert. Un toque en la puerta silenció a los chicos. Era Dorothy que les informaba, que todo estaba listo. Antes de salir, como si se tratara de un ritual, todos los hombres le dieron una patadita en el trasero al novio como símbolo de buena suerte. En otra habitación se encontraban Candy, Eleanor, Karen y Patty dando los últimos toques al arreglo de Mely, cada una en esta ocasión junto con su pareja desfilarían en primer lugar por el pasillo de la capilla familiar. Las campanadas repicaban anunciando que la ceremonia pronto daría inicio, apresuradas bajaron ayudando a la novia con la cola del hermoso vestido blanco. Al llegar al recinto eclesiástico un sinfín de flashes se disparaban a las recién llegadas, a quienes ya las esperaban sus compañeros. En la celebración eucarística el sacerdote bendijo la unión, al tiempo que les auguraba un camino lleno de amor, donde los hijos llegarían a colmar de dicha sus vidas; con la promesa de una comunión eterna terminó la sacramento, ocasionando que los invitados se dirigieran a la salida en espera de los novios. Frente a la capilla familiar en el interior de un vehículo estacionado, una anciana llorosa veía a su sobrino salir pleno de felicidad, levantando la red del sombrero que llevaba para ocultar su identidad, limpió sus lágrimas ordenando al chofer que se fueran.
El festejo lució por todo lo alto, la crema y nata de la sociedad, no solo de Estados Unidos, sino otros países se encontraban departiendo, al igual que Matt Murray, jefe de editores del The Wall Street Journal y William Jennings Bryan, secretario de Estado, personajes que dieron más relevancia al evento para los periodistas. Antes de realizar el brindis, llegaron Neil y Raymund Leagan, que no desaprovecharon la oportunidad para relacionarse, asimismo promocionar su cadena de hoteles llamada Miami Resort Inn que estaban construyendo, anunciando la próxima inauguración del primero de ellos en Miami. Terry y Candy no pararon de bailar, al igual que Karen y Archie, que no podían postergar las ansias que tenían por tocarse. — ¿Estás contenta pecosa? — ¡Mucho!, ¡Me cuesta pensar que pronto nosotros estaremos así! — ¡No deberías, en unos meses más serás mi esposa ante Dios y los hombres! — ¿De verdad no podemos hacer algo sencillo? — ¡Aquí será como tú quieras, pero en Inglaterra, tendremos que hacer una celebración a modo de la aristocracia! — ¡Entiendo!, ¡No importa, mi casaría contigo mil veces y más si fuera necesario! — El inglés tomó de la mano a la chica para salir a uno de los balcones, quería, ansiaba abrazarla, besarla, no obstante, el balcón que escogió estaba ocupado por Archie y Karen, que hacían lo que Terrence había pensado. Sin hablar, la llevó a otro, donde por fin se fundieron en un beso, mediante el cual se prometían estar juntos para siempre.
Fin