⭐⭐⭐ESTRELLAS DE BROADWAY BOMBAS DE ALTA DENSIDAD CON RECUPERÁNDOME EPÍLOGO I-3⭐⭐⭐

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8 PARTE 1

CAPÍTULO 8 PARTE 2

CAPÍTULO 8 PARTE 3

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11 PARTE 1

CAPÍTULO 11 PARTE 2

CAPÍTULO 11 PARTE 3

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 19-2

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21-1

CAPÍTULO 21-2

CAPÍTULO 21-3

CAPÍTULO 22 -1

CAPÍTULO 22 - 2

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 25 - 2

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 26-2

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 28-1

CAPÍTULO 28-2

CAPÍTULO 28-3

CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 29-2

CAPÍTULO 29-3

CAPÍTULO 29-4

CAPÍTULO 29-5

CAPÍTULO 29-6

CAPÍTULO 29-7

CAPÍTULO 29-8

CAPÍTULO FINAL

EPÍLOGO I

EPÍLOGO I-2

EPÍLOGO I, PROMESAS

La espesa bruma imposibilitaba la visión en el puerto de Southampton, Terry parado en la baranda del trasatlántico evocaba aquella ocasión en la que conoció a Candy, aunque, era de noche cuando la vio por primera vez, esa imagen se quedó grabada en él para siempre; se le hacía increíble que hubiesen pasado tantos años de aquello y que mantuviera el recuerdo tan vívido, sus profundos ojos azules, al igual que el mar que apenas empezaba a ser bañado por un tímido sol, delataban la nostalgia que sentía con la cercanía del puerto. La incertidumbre por la reunión con el rey lo mantenía intranquilo, no sabía lo que pasaría, ni que tan tensa podría ser esa charla, estaba consiente que, difícilmente podría dejar atrás su noble abolengo, no obstante, abogaba por tener un buen entendimiento con el soberano. Los días que duró el viaje sirvieron para complementar el acercamiento entre padre e hijo, ambos, mediante un acuerdo tácito abrieron sus corazones para expresar todo lo que no pudieron decirse la primera vez que hablaron, por una parte, Richard volvió a pedir perdón por los años de ausencia, por no conocerlo, por no disfrutar y vivir con él todas las facetas de su vida, de haberse perdido en su ensimismamiento, pero sobre todo por haberle causado tanto sufrimiento. Terrence por su parte, comprendió, que su padre, al igual que él vivió marcado por las traiciones, obligatoriedades y dolorosas separaciones; quiso entender las razones del duque, que finalmente contribuyeron a formar su rebelde carácter; la charla le sirvió para responder aquellas preguntas que lo acosaron desde niño, mismas que lo siguieron en su adolescencia y adultez. No pudo evitar reprocharle la soledad a la que lo condenó, misma que lo obligó a someterse a los designios de un destino incierto e infeliz. Las primeras conversaciones, fueron ásperas, tensas, donde la personalidad de los dos salió a flote, confrontándolos, mas, el sacar todo aquello que traían en sus almas como un penoso lastre, dio paso a una interacción sensible y directa entre esos dos hombres enfrentados por un mismo pasado, preparándolos para una relación franca, sincera, en pro de recuperar el amor desperdiciado. — ¿Aquí estás? — Se escuchó la voz de Richard. Terrence con una amable sonrisa le respondió. — ¡Sí, no podía dormir, así que decidí ver el amanecer! — Un auto nos espera para llevarnos al castillo, una vez instalados mandaré a un mensajero para solicitar la audiencia con el rey. — Comentó el duque. — ¿Se han llevado todas las cosas de…? — ¿De Lucrecia?, ¡Sí, ya no queda nada de ellos!, ordene que limpiaran todo y que los efectos personales que faltaban de los niños los mandaran a Francia. — ¡Seguramente no fue fácil! — ¡No!, como te dije, nada fue como lo imaginaba o como lo había planeado. ¡Me encariñe con esos chiquillos como si fueran míos!, ¡Lamentablemente su madre les transmitió todo su rencor! — ¡Lo lamento! — ¡Todo pasa por algo hijo!, por lo que a mí respecta, no los desampararé. — ¡Tal vez con el tiempo ellos comprendan! — ¡Tiempo al tiempo, Terry! — El duque era conocedor de la resistencia de su hijo por estar cerca de los que consideró sus medio hermanos, por eso le hubo dicho lo acontecido con ellos, no deseaba que su recién recobrada relación con su unigénito se viera trastocada por verdades a medias u obscuros secretos.

Pasaron tres días antes de obtener la cita con el rey; durante los cuales, Richard se ocupó en los asuntos que requerían de su presencia, mismos que se habían estancado por sus largas ausencias, en tanto que, Terrence, los ocupó en recorrer aquellos lugares, que, de alguna manera representaban antiguos fantasmas que le atraían irremediablemente. Una fuerte ansiedad le recorría cada vez que pensaba en el Real Colegio San Pablo, sin pensarlo dos veces se decidió a ir. Parado frente a la imponente fachada un estremecimiento lo sacudió al recordar aquella tarde en la que salió con el corazón roto al dejar a la única persona que lo había amado, en ese momento, no sabía lo que le deparaba la vida, sin embargo, el bienestar de Candy era y seguía siendo lo más importante para él. — ¡Pensé que nunca regresaría, cuando salí de aquí juré no volver jamás y heme aquí!, ¡Un sinfín de cosas han pasado desde entonces!, ¿Seguirá igual?, ¡Las mismas reglas, las mismas hermanas! — Le surgió de pronto la imperiosa necesidad de entrar y comprobar lo que sus pensamientos le decían, pero no lo haría por la puerta principal, mucho menos pediría permiso a la hermana Grey, pese a que ya no era aquél chico rudo, si le daban ganas de ir a provocar a la vieja cara dura, mote que Candy le hubiese puesto, tiempo atrás. — ¿Qué expresión tendría la monja al verlo? — Se cuestionaba, al tiempo que una pícara sonrisa dibujaba su mandíbula; cual adolescente brincó la barda trasera; al pisar el césped, sus memorias se agolparon en su pecho, como si fuera un seco golpe que lo dejara sin aire. Nada había cambiado, pareciera que el tiempo detuvo su marcha, lo primero que vio fue la espesura del bosque, donde los frondosos árboles se mantenían erguidos como fieles soldados silentes que, desde su altura atestiguaban las actividades estudiantiles. Comenzó a caminar, visualizándose como aquél jovenzuelo rebelde vestido con el uniforme; sus pasos lo llevaron al establo, se mantenía igual, no había caballos, lo cual agradeció, porque de lo contrario montaría uno para espantar a las hermanas, al entrar se le revolvió el estómago al rememorar la última ocasión que estuvo ahí, escuchando los gritos de Candy, vio la malévola cara de Elisa, así como la horrible sensación de impotencia al no poder defender a su pecosa, salió de inmediato, fue tan doloroso todo aquello, con su pulso todavía acelerado prefirió seguir su exploración. Cuando llegó a la segunda colina de Ponny se dio cuenta, que desde entonces su mundo giraba alrededor de su pecosa, que desde que la conoció ya no hubo espacio para nadie más en su corazón. Recostado sobre el césped, fueron llegando uno a uno los momentos que compartió con Candy, momentos felices que le ayudaron a mantenerse aislado del mundo, durante los años que se vio forzado a convivir con las Marlow. Sin darse cuenta se fue obscureciendo, debía irse, no sin antes prometerse que volvería, pero con Candy y romper con ello, el dolor de su primera separación. Su segundo lugar de encuentro con su pasado, lo haría en Escocia; sin duda uno de los lugares más emblemáticos para él, solo volvió al castillo para avisar a su padre que iría a la villa para pasar la noche ahí, tampoco quería estar en el castillo, ese sería el último lugar que recorrería, por lo pronto, los dos sitios que marcaron su vida habían captado todo su interés. La noche dejaba ver las estrellas cuando finalmente llegó, tampoco había cambiado, el esplendoroso inmueble reflejaba la opulencia de la casa Grandchester; una mucama lo recibió, era joven, simpática. — ¡Joven, bienvenido, el duque nos informó de su llegada!, ¡Su recámara está lista!, en cuanto usted ordene le serviré la cena. — ¡Gracias!, ¿Cómo te llamas? — ¡Eloise a sus órdenes! — ¡La familia que cuidaba la villa!, ¿Sabes dónde está? — La chica se sonrojó al decir. — ¡Mark y su madre!, ellos siguen aquí, por el momento no están, ¡Yo soy la esposa de Mark! — Terry se sorprendió al saber que su amigo se había casado, era menor que él, no obstante, respondió. — ¡Es un gusto conocerte!, ¡Saber que todos están bien! — Sí no se le ofrece otra cosa, me retiro, ¡Avíseme cuando quiera cenar! — Terrence asintió y subió a su habitación, la que encontró como la hubo dejado. Miro por la ventana. — ¿Cuántas veces me paré aquí esperando encontrarte?, ¡Mirando en dirección a la escuela de verano para verte desde lejos! — Cavilaba, mientras que un hondo suspiro emergía de su alma nostálgica. El relinchar de un caballo interrumpió su monólogo interno; se dirigió al establo, cuál fue su sorpresa al encontrar ahí a su adorada Teodora, la yegua al reconocerlo comenzó a moverse de un lado a otro, relinchando de alegría. — ¡Querida Teodora!, ¿Qué haces aquí?, ¡Yo también te he extrañado tanto! — ¡Tú padre la trajo, poco después de que te fuiste! — Terry volteo para ver que se trataba de Mark, dejó a su yegua para saludar al joven. — ¡Mark, es un gusto volverte a ver! — ¡Lo mismo digo Terry!, ¡Pensé que ya no te vería! — ¡Yo también, pero heme aquí recorriendo viejos lugares! — ¡Ya me enteré que eres un gran actor! — ¡Y yo, que te has casado! — Ambos jóvenes rieron. — ¿Te quedarás mucho tiempo? — ¡No, solo hoy, pero prometo volver en cuanto me case! — ¿Te casas? — ¡Sí! — ¿Quién es la afortunada? — ¿No te lo imaginas? — ¿Candy? — ¡No podría ser nadie más! — ¡Me alegra saber eso, salúdala por favor!, ¡Espero que vengan ya como esposos! — ¡Si, no tengas duda!, ahora ¡Si me disculpas!, ¡Teodora quiere cabalgar! — ¡No la corras mucho, es mayor! — ¡Lo sé, es una lástima! — Pero, puedes correr a su hijo. — ¿Cómo? — ¡Que Teodora tuvo un Teodorito! — ¿Dónde está? — ¡Afuera, lo saqué a pasear, tiene que ejercitarse! — Terry salió para encontrarse con un hermoso potro, blanco con un mechón negro en la frente, prácticamente era igual a su madre. — ¿Por qué le han puesto Teodoro? — ¡Que va, jajaja…!, ¡No tiene nombre, tú padre no le ha querido nombrar, porque quería que fueras tú, quien lo bautizara! — Terrence enternecido por el noble acto de su progenitor, dijo. — ¡Te llamarás Sultán! — ¡Vaya nombre, sí, que parece un sultán! — ¡Mañana lo montaré, ahora iré con mi Teodora, la he echado mucho de menos! — Mark asintió, le ayudó a ensillar a la yegua, que impaciente esperaba a su amo. Terry no quiso forzarla a correr, no obstante, la potranca estaba deseosa de hacerlo e intempestivamente comenzó a correr como antes solían hacerlo. Era increíble para Terry recorrer esos prados, sentir el aire rozar sus mejillas, así como la magia de paz y tranquilidad que le transmitía galopar con su muy querida Teodora. Después de unos minutos la intensidad del momento fue disminuyendo al trote, hasta llegar a los límites con la escuela de verano, mirando todo, el apuesto joven quiso regresar. La noche parecía interminable ante la melancolía que representaban los espacios de la villa. Luego de cenar, se dirigió a la sala de música, donde el hermoso piano de cola, pareciera estarlo esperando, al igual que en el colegio, la imagen de Candy sentada sobre la rama del árbol que daba a la ventana llegó a su mente, como aquella vez en que lo veía tocar, de la misma manera en la que juntos se sentaban a practicar cuando él le enseñaba a tocar. Acarició el borde de la tapa, hasta levantarla, como si fuera un niño se sentó emocionado a tocar. Las notas se escuchaban por toda la residencia, llenando aquellos espacios con la dulzura de la música que salían majestuosamente de sus manos. — ¿Desde cuando no tocaba? — Se cuestionaba, mas eso ya no importaba, ahora, mediante las melodías materializaba el amor que llenaba su pecho, así como la esperanza de cristalizarlo en el menor tiempo posible. La mañana llegó, sin pesar para él, que muy temprano ya estaba listo con su traje de montar para correr a Sultán, así lo hizo comprobando que el caballo, al igual que su entrañable potra llevaban en la sangre las ansias de correr disfrutando de la compañía del jinete; de regreso, salió de nuevo en compañía de Teodora, dirigiéndose al lago, mismo que recorrió maravillándose con el paisaje, que, clavado en su memoria, traía consigo el verdor de los ojos de su amada. Con la idea de pedirle a su padre la villa para ser uno de los lugares de su luna de miel, retornó a Inglaterra. A su llegada no se encontraba el duque, con su alma renovada paseó por el castillo reviviendo su infancia, junto con sus tristezas y dolores, pero viéndolos desde una perspectiva diferente, como si se trataran de las vestimentas que le servirían para construir a su propio personaje, para convertirse en él mismo; esos daños añejos que dejaron esa huella imborrable, ahora los veía como los cimientos perfectos que dieron paso a su personalidad. Su metamorfosis la sentía a flor de piel, las promesas de una vida diferente le hicieron sentirse pleno, cual águila imperial que retoma el vuelo al atardecer, decidido a enfrentar al mismísimo rey del Reino Unido.

Al siguiente día, se presentó puntualmente junto con el duque en el palacio real, Richard trataba de disimular los nervios que le causaba la entrevista, dado que conocía de sobra el temperamental carácter de su hijo y no quería que eso fuera un impedimento para llegar a un acuerdo con el soberano. La espera no duró mucho, en el despacho el monarca Jorge VI aguardaba por ellos, al verlos entrar los saludó cordialmente, sin embargo, ordenó. — ¡Richard, déjame solo con Terrence! — El aludido titubeo para obedecer la orden, mirando indeciso a su vástago, quien con un leve asentimiento de cabeza le hizo saber que todo estaría bien. Cuando hubo abandonado la habitación, el rey comenzó a hablar. — ¡Es un gusto volver a verte!, creo que no lo hacía desde que éramos unos jovencitos. — ¡Así es su alteza! — Respondió el chico amablemente. — Pero, no te quedes ahí parado, ¡Siéntate! — Terry tranquilamente tomó asiento delante del rey, desabrochó los botones de su saco y cruzó la pierna, recargando su espalda en el respaldo del sillón, quería mostrarse imperturbable, seguro de sí mismo, aunque por dentro temía que ese hombre, el más poderoso de su país, interpusiera algún obstáculo para su matrimonio. El soberano de inmediato notó la actitud de él, de antemano sabía de su personalidad apasionada e impetuosa, no era un hombre de fácil trato, por lo que actuó con cautela. — Pero ¡Dime!, ¿Cómo te va en tu vida en Nueva York?, espera ¡Ordenaré que nos sirvan unas copas de whisky!, ¡Esta reunión lo amerita! — Terrence no dijo nada, mantuvo su postura relajada. Una vez que se retiró el mozo habiendo realizado el servicio, el monarca retomó la conversación. — ¡Sé que te has convertido en el primer actor de Broadway!, ¡Seguiste los pasos de tu madre! — Esta última frase, Terry la sintió como un gancho al hígado, pensaba que la charla se iría por un mal camino, pero se abstuvo de decir algo, pese a que de sus ojos salieron dos destellos de reproche. — ¡No, no tomes a mal mi comentario!, la verdad es que para mí eso no tiene importancia. El mundo ha evolucionado, ya no estamos en los tiempos en que ser actor es un pecado o un impedimento para pertenecer a la monarquía, como rey debo de acoplarme a esos cambios, ¡O de lo contrario sucumbir en un reino anquilosado, donde solo de apariencias, falsedades e hipocresías estaría rodeado!, ¡No Terrence, yo no soy como mis antepasados, soy joven al igual que tú, ¡Recuerda que solo te llevo dos años!, ¡Quiero un reinado que se vaya transformando con los tiempos por venir!, ¡Claro, sin dejar de lado el protocolo y las normas!, ¡Creo que todo se puede hacer, respetando eso! — ¡Me parece que su intención es muy noble su alteza!, sin embargo, ¡No es fácil romper con el peso de las costumbres que han imperado en la monarquía por siglos! — ¡Lo sé, pero se debe de empezar en algún momento!, mas, no quiero que nos enfrasquemos en ese tema, quise aclarar lo referente a Eleanor. ¿Te preguntarás por qué te mandé llamar? — Terrence asintió. — ¡Tú padre me comentó que quieres casarte! — ¡En efecto, pero con todo respeto, su majestad, no estoy aquí para pedir su autorización, me casaré de todas maneras!, ¡He venido porque mi padre me lo ha pedido y porque no quiero tener problemas con usted!, ¡Creo que está enterado que desde que me fui, dejé el apellido Grandchester y todo lo que trae consigo! — ¡Si, estoy enterado!, ¡Al igual que conozco tú trayectoria, tú tesón por enfrentarte a todo por conseguir lo que has querido, has llegado a la cima de tus sueños, sin hacer uso de tu abolengo!, ¡Sé todo de ti!, nunca dejé de seguirte la pista, si te soy sincero, siempre me pregunté ¿Por qué dejar una vida llena de lujos y privilegios? — ¡Porque quise ser yo mismo!, ¡Encontrar la franqueza de un amor verdadero, sin negociaciones de por medio!, ¡Alguien que me quisiera por mí, no por mi título nobiliario o el dinero que pudieran obtener por la transacción!, nunca mi gustó lo que viví desde niño, saber de la anulación del matrimonio de mis padres, ¡Solo porque ella era una plebeya y que no era bien vista en las altas esferas de la realeza!, ¡Ver a mi padre existir por existir, obligado a casarse con una mujer que nunca amó, que, además de horrible físicamente, era espantosa por dentro!, ¡Sufrir desde entonces el mote de bastardo!, ¡Eso su alteza, eso no quería para mí! —


Continuará...