Gracias por la oportunidad que nos dan de mostrar nuestros talentos
Para mi es un agrado nuevamente estar aquí en representación de este maravilloso grupo, La Sociedad del Diablo para divertirnos y disfrutar de sus aportes un año más
Sin más las dejo con la siguiente historia que espero sea de su agrado.
Saludos
Los impulsos de mi corazón
GF2024 – La sociedad del Diablo presente al estilo Steampunk
Capítulo I – Ojos verdes esmeralda ¬–
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Parado sobre la proa del barco, el pelinegro observaba cómo se alejaba más y más de la costa del país donde nació y donde, hasta ese momento, había vivido toda su vida. La brisa jugueteaba con un mechón de su cabellera, pero él no dejó en ningún momento de mirar hacia la costa. Y es que, en ese país, su país, dejaba los recuerdos de las personas que más había amado y que más le habían amado. Pero ¿de qué le servía quedarse si ellos ya no estaban más? Cerró sus ojos y en su mente apareció la figura de una hermosa mujer de cabellos rubios, de piel blanca como la nieve, y unos ojos verdes, tan verdes como las esmeraldas, una sonrisa dulce iluminaba su rostro y él quiso correr y acurrucarse en su regazo, pero no podía, y no podría volver a hacerlo nunca más.
«Mamá» dijo para sí mismo mientras un par de lágrimas resbalaban por debajo de sus anteojos y se escurrían por sus mejillas. Se aferró al borde del barco para no caer, había pasado ya casi un año de la muerte de su madre, pero el dolor que él sentía no menguaba en absoluto y siendo honesto, no pensaba que eso fuese a cambiar algún día.
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Alistair era un joven de veintiún años, había sido criado en el seno de una familia muy amorosa y sobreprotectora, esto a raíz de que su madre tuvo complicaciones en el parto, ocasionándole con ello un daño a su pequeño corazón. Su madre, Belinda, era amorosa y siempre estuvo al lado de su niño para cuidarlo y consentirlo. Su padre, Alistair, un médico muy reconocido, que amaba la ciencia y siempre estaba buscando la manera de descubrir avances en la rama de la medicina, había hecho varios descubrimientos, pero su mayor logro lo hizo por y para su hijo, Stair, como le llamaba de cariño. El corazón de su hijo era muy débil debido a una fisura en el órgano ocasionada en el momento de su nacimiento. A partir de entonces Alistair padre, se enfocó de lleno en encontrar una manera de ayudar a su hijo ¿Qué podía hacer? Pensaba continuamente mientras se devoraba libros de todo tipo para encontrar una solución. El tiempo avanzaba y la vida de su hijo cada vez se acortaba más y él no conseguía encontrar algo que le sirviera.
«¿Y qué tal si no debo de buscarla, sino más bien crearla?» Fue el pensamiento que surgió en su mente, ¿Y si…? Sí, esa sería la solución, era perfecto, aunque, lo pensó mejor y se dijo que era algo descabellado, algo que nunca nadie había hecho, pero ¿y si esa era la única solución?
Estuvo varios días pensando, ¿podría llevarlo a cabo? No lo sabía, no se sentía con la capacidad de hacerlo y, sin embargo, solo le bastó ver a su esposa con su hijo en brazos, arrullándolo, cantándole, sonriéndole, para saber que sería capaz de hacer eso y más. Por ella. Por él. Por ellos.
Estuvo seis meses trabajando en su proyecto, él amaba los desafíos, pero en esta ocasión estaba en riesgo la vida de su propio hijo y la felicidad de su esposa a la que amaba más que a su propia vida. Hizo pruebas de diferentes aleaciones, de engranajes, de tornillos, tuercas y demás accesorios que necesitaría para que el aparato funcionara a la perfección hasta que finalmente pudo terminarlo, cuando Stair cumplió nueve meses de vida, el aparato estaba listo: un corazón artificial realizado con sus propias manos. Era un pequeño artefacto del tamaño del puño de un bebe realizado a base de titanio, un material muy resistente, un par de válvulas enroscadas a unas mangueras que ayudarían a bombear y unos engranajes diminutos que giraban haciendo mover el mecanismo. Había sido todo un reto armarlo y esperaba con todo su ser que funcionara. Ahora venía la parte más importante y desafiante a la vez, realizar la operación para implantar el corazón en su pequeño hijo. Debía de realizarla él pues era un procedimiento sumamente delicado y no pensaba dejarlo en manos de nadie más. La operación a pesar de sortear algunas dificultades fue todo un éxito y de esa manera pudo prolongar por unos años la vida de su hijo, pero, estaba consciente de que cada cierto tiempo tendría que hacerle algunos arreglos.
De esta manera la infancia del pequeño Stair se desarrolló con cierta normalidad, y por su condición fue un niño sumamente sobreprotegido y bastante mimado por su madre y aún más después de cierto incidente que ocurrió cuando Bel lo dejo solo un momento, mientras este dormía, para irse a dar un baño, al regresar el bebé estaba ahogado en llanto y de pronto dejó de respirar. Ella se sintió desfallecer en los segundos que duró ese episodio, afortunadamente a los pocos segundos el corazón volvió a latir con normalidad como si nada hubiera pasado, Belinda se aferró a su hijo y juró que jamás dejaría que nada le pasara, ella lo cuidaría vehementemente.
Conforme fueron pasando los años Stair se sentía maravillado cada vez que visitaba el laboratorio de su padre, su corazón palpitaba con especial ahínco al ver los coloridos frascos de todos tamaños llenando los estantes que rodeaban el lugar, algunos de estos tenían en su interior objetos que eran desconocidos para él, había máquinas que expulsaban vapor y giraban, había algo en el ambiente que lo hacía ver místico y eso le encantaba al pelinegro. Todo le parecía tan raro y maravilloso a la vez. A los siete años, su mismo padre le explicó que dentro de él tenía una máquina que le ayudaba a seguir con vida, y de esa manera él mismo empezó a leer los libros que su padre tenía en su consultorio para saber más acerca de su corazón artificial uno de los inventos más revolucionarios, pero con algunos riesgos de los que nadie quería hablar.
A los diez años y a pesar de la renuencia de su madre, Alistair práctico la tercera operación a corazón abierto, y le prometió a su hijo que al despertar él le explicaría todo el procedimiento y compartiría con él sus observaciones. Y así lo hizo, le detalló paso por paso todo lo que había hecho mientras él estaba anestesiado, le mostró los instrumentos que había utilizado y le señaló las indicaciones que debería seguir para su recuperación. Pese a que Stair se encontraba cansado, escuchó con atención todo lo que su padre le decía, su curiosidad era más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo y quería poder hacer todo lo que su padre hacía. Sí, él sería igual que su padre o mucho mejor que él.
Desde entonces, una obsesión insana se apoderó de él, pasaba todo el tiempo en el laboratorio con su padre, haciéndole preguntas, observando todo lo que él hacía e imitándole. Año tras año era lo mismo, hasta que, en cierta ocasión, cuando un Stair joven de dieciséis años cumplidos, decidió dar el paso de lo teórico a lo práctico. Había capturado un camaleón en el patio de su casa, solía hacerlo pues los animales eran sus únicos amigos pues el era educado por su padre y su madre no le dejaba jugar con los demás niños por temor a que le hicieran algo. Estaba observando al reptil cuando sintió el impulso de llevarlo al laboratorio de su padre. Entro ahí y casi por inercia, como si supiera lo que hacía, se dirigió al cajón donde su padre tenía algunos instrumentos de donde saco una jeringa y un escalpelo, después se dirigió al estante de donde tomo un frasco con un líquido azulado. Coloco al animal y las cosas sobre el mesón de metal que se encontraba en el centro del lugar y mientras sostenía con una mano al camaleón, con la otra inserto la jeringa en el frasco y la lleno del líquido que posteriormente inyecto en el animal, mientras este se retorcía intentando liberarse de su captor hasta que finalmente dejo de moverse. Tomo el escalpelo que descansaba a un lado del frasco y cuando estaba a punto de abrirle la panza su padre ingresó en el lugar.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?!
—Y-yo… —Stair no supo que decir ni porque estaba haciendo eso.
El chico empezó a temblar a tal punto que el escalpelo escapó de sus manos cayendo al suelo. Su padre jamás le había gritado y eso le generó una sensación extraña, dolor y rabia, miedo e indignación, algo surgió del interior de su pecho, de su corazón, y se esparció como fuego desde su centro hacia todo su cuerpo.
Alistair vio con preocupación la escena y sus peores miedos acudieron a su mente. «No, no, de seguro esto es a causa de la edad, sí, claro, eso debe ser», se negaba a pensar lo contrario. Trató de tranquilizarse para poder hablar con su hijo que parecía muy asustado.
—Stair, hijo, lamento si me exalte un poco, no fue mi intención gritarte es solo que… bueno, veo que te has adelantado a la práctica y creo que aún nos falta tiempo para llegar a eso.
No, no, no, su padre estaba muy equivocado si pensaba que él renunciaría tan fácilmente a su deseo. Entonces sin más se llevó la mano al pecho y emitió un chillido de dolor doblándose hasta dejarse caer en el piso adoptando una posición fetal.
—¡¡¡Stair!!! —Su padre corrió a auxiliarlo y a verificar sus signos vitales los cuales se encontraban ligeramente alterados, pero nada de gravedad, lo llevó como pudo hasta el sillón que estaba frente a su escritorio—. Hijo, ¿cómo te sientes?
Poco a poco Stair abrió los ojos, miró fijamente a su padre y con una voz lastimera respondió —N-no lo sé, papá, me siento algo cansado.
—Muy bien, ve con tu madre y descansa, por favor. No te angusties por esto, ya lo hablaremos después.
—-Claro, papá, como tu digas.
Stair salió del laboratorio y se dirigió al interior de la casa. Una sonrisa apareció en su bello e inocente rostro, siempre era lo mismo con sus padres, en cualquier situación él solo tenía que hacer uso de su “condición” y todo quedaba en el olvido y eso lo hacía sentirse poderoso, invencible.
Lamentablemente antes de que su padre pudiera seguirle instruyendo, el médico fue reclutado por el gobierno para ser llevado al campo de batalla en la guerra que se desarrollaba en los países vecinos dejando a Stair bajo el cuidado de su madre sobreprotectora.
Fue la última vez que Stair vio a su padre pues este murió en combate cuando el campamento donde estaba el hospital fue atacado y quemado por los contrarios. Nunca pudieron rescatar su cuerpo. Stair tenía diecinueve años cuando eso sucedió.
Desde entonces Belinda y Stair solo se tuvieron el uno para el otro. El joven intentó proseguir con sus investigaciones, pero su madre no se lo permitió, temía que pudiera hacerse daño, porque para ella Stair aún era un niño al que había que cuidar y proteger de cualquier situación que pudiera causarle un disgusto o alguna alteración en su estado de ánimo. Pero Stair no iba a dejar de lado sus anhelos, y entonces, pensó en escabullirse por las noches al laboratorio de su padre para seguir aprendiendo y ser un día mejor que su mismo padre, y, sin nadie que le pusiera limites podría hacer lo que quisiera y tan solo de pensar en esa posibilidad el corazón le dio un vuelco.
Amaba a su madre, pero a veces era difícil soportar su presencia y sobre todo sus estúpidas prohibiciones y reglas en pos de su supuesto bienestar. Poco a poco empezó a perder interés en ella y solo se enfocaba en seguir con sus investigaciones por lo que la descuido y cuando cayó en cuenta, su madre se encontraba ya muy delicada de salud. Lamentablemente después de que Alistair falleciera la salud de Bel se volvió inestable y frágil, y debido al descuido de su hijo no pudo hacer frente a la enfermedad ocasionando que, seis meses después de la muerte de su esposo, ella falleciera en brazos de su hijo, siendo el rostro de este lo último que vieron esos ojos verdes que él tanto amaba.
Había pasado de una vida llena de amor, mimos, sin ninguna precariedad y con padres sumamente presentes que le cumplían cualquier capricho que él deseara. Jamás le habían dicho que no a algo. Y ahora estaba solo. No tenía más familia en Londres, sin embargo, su padre antes de irse a la guerra le había dado un sobre, mismo que guardaba en el bolsillo interior de su chaleco, con la instrucción de que si algún día necesitaba ayuda recurriera a sus familiares en América, los Ardlay que vivían en Lakewood, y esa era la razón principal de su viaje.
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La brisa le golpeó el rostro trayéndolo a la realidad, sacó un pañuelo del interior de su chaleco de cuero en color café y enjugó algunas lágrimas que aún resbalaban sobre su cara. El barco elevo sus velas, las grandes chimeneas expulsaban columnas de vapor, las lámparas de gas brillaban alrededor de todo el barco y los tubos de vapor serpenteaban cubriendo toda la parte exterior dando un espectáculo de glamour y elegancia. Hecho un último vistazo hacia la costa que a esas alturas apenas se alcanzaba a distinguir para luego girarse y encaminarse a su camarote.
Fue un viaje muy cómodo donde disfruto de las comodidades y la elegancia que le ofrecía su camarote con una tapicería exquisita, detalles en bronce y muebles de las maderas más finas. Finalmente llegó a las costas de Nueva York, a pesar de que era algo nuevo para él y a pesar de su curiosidad no se detuvo a explorar el lugar, por algún motivo que él mismo desconocía, le interesaba llegar lo más pronto posible a donde los Ardlay. No sabía nada de ellos y, de hecho, ni siquiera tuvo la consideración de enviarles una carta avisando de su arribo, sin embargo, esperaba que lo recibieran sin ningún problema, pero y si no era así, ¿qué haría? Sintió un pesar en su pecho tan solo de pensar en esa posibilidad, pero no creía que fueran capaces de negarle hospitalidad después de que les platicara lo que había pasado o por lo menos eso esperaba él.
Se dirigió de prisa a la estación de trenes, donde abordó el primero que saliera hacia Chicago, una locomotora con cuerpo de hierro y bronce adornado con una maraña de engranajes y válvulas; el brillo del metal bajo el sol y la visión de las ruedas girando sobre las vías fueron algo que llamaron la atención del pelinegro. La máquina tenía un potente motor alimentado por vapor, lo que lo hacía aparte de seguro bastante eficaz en cuanto al tiempo. Se pasó todo el viaje mirando embelesado por la ventana los hermosos paisajes que recorrían.
Finalmente se encontraba a las afueras de lo que parecía ser la mansión de los Ardlay, en Lakewood, frente a él se levantaba un portal de metal cubierto por unas hermosas rosas que se esparcían hasta los muros. En el centro del portón se podía visualizar una insignia que contenía una letra A en medio de un águila con las alas abiertas. Metió la mano al bolsillo interior de su chaleco y saco un pañuelo el cual desdobló y pudo constatar que, en efecto, en su interior tenía una réplica exacta del sello que sostenía unidas las rejas, levantó el objeto a la altura de sus ojos, era un broche que él había encontrado en las cosas de su padre y como la carta tenía ese mismo sello por fuera, pensó en llevarlo consigo. Tan ensimismado estaba asimilando el remolino de sentimientos que en ese momento experimentaba, que no se dio cuenta que alguien del otro lado de la reja se acercaba.
—Buenos días, caballero ¿Hay algo en lo que pueda ayudarlo?
Fue la voz de Dorothy quien lo saludo, una de las mucamas de la mansión, quien en ese momento se encontraba recogiendo unas flores en el jardín para adornar la estancia cuando de pronto se dio cuenta de que había alguien parado frente al portal. Camino sigilosamente mientras observaba al visitante, un joven alto, de cabello castaño oscuro y piel blanca, unos lentes adornaban su rostro, vestía una camisa blanca de manga larga y chaleco de color café, de pronto el chico saco algo de uno de sus bolsillos y lo puso frente así, en ese momento ella aprovecho para avanzar más rápidamente pues quería saber que era lo que observaba, apenas pudo distinguirlo, pero creyó ver un objeto similar a los broches que usaba la familia, ¿acaso eso significaba que…?
Stear observó a su interlocutora, era una chica pequeña de cabellos castaños y por su vestimenta podía suponer que era empleada de la familia.
—Hola, buenos días. Estoy buscando al jefe de familia ¿Se encuentra en casa?
El acento le indicó a Dorothy que el chico no era de esos rumbos, ¿será que era un miembro de la familia que ella aún no conocía? Después de todo los Ardlay habían llegado desde otro continente a instalarse a América hace muchos años.
—Lo lamento, solo se encuentra su hijo, el joven Niel que ha venido a pasar las fiestas, si me dice su nombre puedo anunciarlo para que lo reciba.
—Soy St… Alistair, Alistair Cornwell y vengo desde Londres.
—Permítame un momento, le avisare al joven y volveré enseguida.
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Niel Leagan uno de los herederos de la familia Ardlay, se encontraba en la mansión de Lakewood luego de tomarse un par de días para disfrutar las fiestas navideñas con su familia. Su trabajo por mucho que le encantará lo estresaba a partes iguales, era uno de los mejores detectives en Nueva York y junto con su amigo y compañero se encargaban de mantener el orden en la gran manzana.
Era un domingo como cualquier otro, se disponía a tomar un delicioso desayuno y posteriormente iría a cabalgar por los alrededores mientras esperaba la llegada de Terrence Granchester, su compañero de trabajo a quien había invitado para que pasara las fiestas con ellos en vista de que él no tenía familiares en ese país. Vio ingresar a Dorothy con un ramo de flores en su mano y ella enseguida se dirigió a él.
—Buenos días, joven Niel. Afuera se encuentra un joven que…
—¡Oh, vaya que llego temprano! No te preocupes, Dorothy, es amigo mío, hazlo pasar, me iré a vestir para recibirlo. Por favor, coloca otro lugar en la mesa para que desayune conmigo.
Dorothy aun absorta por la interrupción, no le quedó de otra que obedecer y hacer ingresar al joven que la esperaba ansioso tras las rejas. Una vez adentro observó con lujo de detalles el interior de la gran mansión. El tapizado elegante, la alfombra con círculos de color beige, gris, café y blanco haciendo juego con las cortinas de terciopelo verde oscuro. Un par de sillones en madera de roble con tapizado en color mostaza decoraban el lugar y un enorme candelabro que pendía del techo al centro del recibidor. Le hicieron pasar de inmediato al comedor donde se encontró con una enorme mesa de madera ovalada con sillas acojinadas en color burdeos. Dorothy le indico que tomara asiento en una de las sillas y le informo que el joven Leagan no demoraría en estar con él. Aún estaba ensimismado viendo cada detalle de ese lugar, cuando se abrió la puerta y ante él apareció un chico alto de tez acanelada, cabello castaño oscuro y ojos color ámbar, este le miró sorprendido al encontrarlo ahí.
—¿Quién es usted y cómo ingreso aquí?
El corazón de Stair dio un salto en su pecho como si quisiera salir de esa cavidad y golpear en la cara a quien le estaba hablando de esa manera, no le gusto ese tono tan despectivo y despreciable con el que se había dirigido a él, como si fuera un maldito ladrón. Sin embargo, no le convenía hacerlo, su contrincante se veía en buena condición como para regresarle el golpe, por lo que tendría que tranquilizarse y tratar de dialogar, metió su mano en su bolsillo y sacó el broche de su padre y se lo mostró a quien lo increpaba.
—Soy hijo de Alistair Cornwell, él me dio este broche y esta carta dirigida a tu padre, supongo, en caso de que algún día los necesitara.
Niel lo observó con detenimiento, el chico no tendría más que uno o dos años más que él. Era alto y de cabello castaño oscuro y su rostro, tenía la sensación de haberlo visto en algún otro lado, ¡Sí, lo recordaba! En la foto familiar que estaba en el despacho de su padre, en ella aparecían la difunta tía abuela Elroy, su tía Rosemary, su padre Daniel y su tío Alistair, al que nunca había conocido en persona pues fue exiliado de la familia por la matriarca por casarse con una francesa que no era aprobada por los Ardlay. Estiro la mano y tomó la carta que le extendían.
—Lo siento, tengo que corroborar lo que dices —sentenció mirándole con seriedad.
Niel no podía dejar de lado su instinto de detective, tenía que constatar que la persona en cuestión estuviera diciendo la verdad. Su padre no llegaría hasta el día siguiente con su madre, y él no pensaba hospedar a alguien desconocido o peor aún, echar a la calle a un familiar lejano que no tenía a nadie más en este país. Por lo tanto, abrió la carta y leyó su contenido. La carta en efecto tenía información que su padre le había comentado en algún momento acerca de la situación de su hermano Alistar.
—¿Supongo que eres Stair? ¿Cómo están ellos?
El pelinegro asintió —fallecieron, mi padre en la guerra y mi madre unos meses después.
—Lo lamento —dijo un Niel con un nudo atravesado en la garganta, Stair tenía una apariencia apacible y parecía un tanto tímido. Por algún motivo saber que su primo estaba solo en este mundo le hizo generar una empatía instantánea, no muy común en él, pues nada más de imaginarse quedarse sin sus padres, no sabía que sería de él. —¿Qué te parece si desayunamos y después salimos a dar un paseo? ¿te gusta cabalgar? Tenemos unos excelentes caballos.
Stair asintió mientras que su corazón latía parsimoniosamente como si le indicara que debía ir con cuidado con ese chico.
—Claro, me encantaría —sonrió en respuesta a su primo.
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Niel le hizo un pequeño recorrido por los alrededores de la mansión, pero Stair quería conocer un poco más y siguió el camino maravillado por la naturaleza que, aunque fría, les ofrecía un maravilloso paisaje. A lo lejos vio como el humo salía de la chimenea de un edificio viejo que estaba a la distancia, su curiosidad nata afloro y se encaminó poco a poco hacia el lugar. Niel venía a su lado, pero dejaba que él avanzara a su gusto, le parecía estar viendo a un niño cuando va descubriendo cosas nuevas, esa misma curiosidad se veía reflejada en los ojos marrones de su primo.
—Ese es un orfanato, no sé si sea buena idea ir ahí.
—¿Por qué?
—No lo sé, podríamos interrumpir su rutina y no creo que eso sea agradable para nadie. Es mejor que volvamos.
Sin embargo, el pelinegro hizo caso omiso y siguió avanzando hasta llegar a la puerta del lugar.
Niel resoplo, no podía dejarlo solo, lo más probable es que se perdiera de regreso.
—Buenas tardes, ¿serían tan amables de regalarnos un poco de agua? —saludó el chico de anteojos, quien por alguna razón se sentía llamado a conocer en ese lugar.
—Buenas tardes, jóvenes, por supuesto, pasen por favor.
Fueron recibidos por un par de mujeres muy amables, quienes eran las encargadas de dicho lugar. Estas les invitaron a sentarse, pero Stair se puso a observar el lugar, unos grandes fogones mantenían el lugar a una temperatura agradable, pese a la carencia el hogar lucía bastante limpio y ordenado detalle que le gusto al chico por alguna razón. De improviso, un torbellino de niños invadió el lugar, pasaron corriendo al lado de él gritando palabras que no logró entender y salieron por la misma puerta por donde ellos habían entrado sin siquiera reparar en su presencia. De pronto una voz llamo su atención.
—Esperen y los alcanzaré a todos y cada uno, ya lo verán, no por nada soy la gran jefe —dijo la voz de una chica que salió corriendo tras los niños.
—¡Candy!
—No se preocupe, hermana María, yo me encargaré de ellos —dijo volteando para verla, pero para su sorpresa se topó con unos ojos marrones que la miraban sin pestañear, mientras que su boca se abría en señal de asombro.
«sus ojos» Era en todo lo que podía pensar Stair al verla.
Entonces Candy se detuvo y se giró para ver a sus madres
—¿Hay algún problema, Señorita Pony?
—No pasa nada, Candy, solo este par de muchachos que están de pasada y vinieron a conocer el Hogar —fue la mujer anciana la que respondió.
Stair dio un paso al frente y estiró la mano para tocar el rostro de la joven rubia de cabello rizado, pero ella hábilmente lo esquivo, él la miró fijamente —Tus ojos…— volvió a hacer el intento de tocar el rostro de Candy, pero entonces fue Niel quien lo detuvo— tus ojos son verdes, como las esmeraldas… como los de ella.
Niel por su parte solo observaba la actitud de su recién adquirido primo, bastante desconcertado para ser honesto, pero sabía que tenía que hacerse cargo de la extraña situación.
—Buenas tardes, señorita, yo soy Niel Leagan y él es mi primo Stair Cornwell, que recién ha llegado de Londres y todo le impresiona al máximo—, dijo intentando aligerar el ambiente— pertenecemos a la familia de los Ardlay, lamento si los hemos incomodado con nuestra visita, pero mi primo tuvo la curiosidad de venir a conocer este lugar. Es mejor que nos vayamos. Gracias por su hospitalidad.
Stair se resistía a abandonar ese lugar, pero Niel lo llevó casi a rastras hasta el caballo y lo obligó a montar, cosa que pareció no gustarle para nada a Stair quien no estaba acostumbrado a recibir órdenes. En todo el trayecto el pelinegro no pronunció palabra alguna, pues iba pensando en que tenía que volver a ese lugar a como diera lugar. Niel por su parte no sabía que pensar del actuar de su primo, pero esperaba no tener que pasar por ese tipo de situación otra vez. ¡Había sido sumamente embarazoso!
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Última edición por Claudia Ceis el Dom Abr 14, 2024 3:34 pm, editado 8 veces