Candice White Ardlay, esposa del famoso actor del teatro Strafford, Terence Graham, jamás había detestado tanto la distancia como hasta ahora; un
inmenso océano la separaba de una persona con la que quería estar, cuidar y ayudar a recuperarsu salud, la señorita Pony.
Había recibido una carta de la hermana María que, en vez de tranquilizarla, la inquietó más.
—Pecosa, cálmate. Aquí dice textual que: «La señorita Pony ya ha pasado lo peor y está recuperándose». Sé lo que vas a decir, casi puedo oírlo: «¿Es eso en serio. Hermana María, no lo dirá solo para evitarme preocupaciones, ¿verdad que no?» De modo que voy a enviarte una nota de la señorita Pony junto con esta carta. Cuando esté mejor ella misma te enviará una misiva mucho más larga.
Su esposo comprendió el porqué la religiosa le animaba a mantenerse serena —te pide que estés tranquila, no te alarmes tanto, recuerda tu estado.
—Terry, lo siento, pero no puedo controlarme, no depende de mí, cariño.
—Amor, además, la señorita Pony te ha enviado esa nota, esa misma que presionas junto a tu pecho. No tienes por qué dudarlo.
Candy se agarró fuertemente de los brazos de Terry. Necesitaba sentirse protegida en ese abrazo para calmar esa angustia que tanto le acechaba.
Varios días después, Candy parecía estar y no estar, no la calentaba ni el sol por la preocupación. Había perdido el ánimo, el apetito, en las noches no podía ni siquiera dormir, recordando las palabras de a quien consideraba como una madre, esa pequeñita mujer con un gran corazón. En su sueño, o más bien pesadilla, podía escuchar su voz diciéndole lo mismo que leyó en la nota:
—Candy, sé que estás preocupada por mí, pero ya estoy bien. Aún tengo mucho que hacer por los niños. También he decidido que quiero verte aunque sea una vez antes de morir. Confío en que Dios escuchará mis plegarias y me permitirá cumplir con este propósito.
Paulina Giddings.
—No, no, no, señorita Pony, no se muera, no me deje, no se vaya, por favor, no, no ¡noooo!
—gritó Candy al ver acercarse, en sueños, hacia su cama, a la señorita Pony para despedirse de ella.
Un grito y los sollozos de la rubia despertaron al castaño al escucharla hablar con tanto, tanto susto y moverse de un lado hacia el otro.
—Candy, Candy, despierta, mi amor, Pecosa.
—[Snif, snif, snif] Qué pasa Terry, tengo miedo, mucho miedo.
Ella temblaba en los brazos del castaño. Él cogió sus manos, las entrelazó con las suyas y le dijo que respirase e inhalase despacio. Candy se quedó dormida nuevamente acurrucada en el pecho de Terry. Él acariciaba suavemente el redondeado vientre de su mujer.
—Buenos días señor Granchester.
—Buenos días, Susie.
Susie Carson se había mudado a la casa de los esposos Granchester a raíz de la complicación en el primer trimestre del embarazo de Candy.
—Susie, le voy a hacer una pregunta directa, ¿usted cree que mi esposa y el bebé pueden resistir un viaje hasta América en barco?
—Bueno, señor Granchester —la joven siempre se dirigía al actor con su apellido paterno— usted más que nadie sabe que Candy es una mujer fuerte, una guerrera en estos cinco meses de embarazo. Pienso que tanto ella como el bebé pueden resistir esa larga travesía siempre y cuando se mantengan los mismos cuidados que se han llevado hasta ahora. Pero, sí hay algo que he observado, señor Granchester.
—¿Qué ha observado, Susie?
—En estos últimos días ha pasado muy triste, me preocupa una depresión y eso sí no es bueno para ninguno de los dos, ni para la madre ni para el bebé.
—Qué complejidad en todo esto. Si estuviésemos cerca de Michigan no habría ningún problema en acudir hasta el Hogar de Pony, pero me alarma esa gran distancia y que en el viaje le suceda algo y eso sí que no me lo perdonaría jamás.
La muchacha estimaba a Terry y se le ocurrió una idea algo descabellada.
—¿Y por qué no le
“pregunta” al bebé?
—¡Vamos, Susie!, ¿me está tomando el pelo o qué?
—Por supuesto que no. Preguntar es una forma de decir. Parece una idea loca, pero aférrese a Dios, en lo que dice en las sagradas escrituras, ¿ha leído o conoce de un pasaje bíblico de cuando María, la madre de Jesús, visita a su prima Isabel y al saludarla su hijo se estremeció en su vientre?
Terry enarcó una ceja pensativo y dubitativo.
La muchacha al ver la actitud de él pidió permiso y se levantó de su silla para dirigirse hasta un rincón de la sala en donde estaba la Biblia. Tomó el libro entre sus manos y al acercarse al castaño con una suave voz leyó:
Del evangelio de Lucas 1:39-44
María visita a Isabel
39 «Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea,
40 y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo.
42 Entonces, con voz muy fuerte, dijo:
—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!
43 ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor?
44 Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre».
—El largo viaje emprendido por María para visitar a su prima Isabel, nos recuerda la importancia del encuentro, del servicio y la valentía de ir con prontitud para atender el propósito que Dios nos ha encomendado, dijo a modo de reflexión Susie.
Al finalizar la lectura, Terry sintió una corriente eléctrica en su cuerpo y se llenó de paz. Fue hasta su habitación, se acercó a Candy y se recostó junto a ella en la cama. Suavemente acariciaba su vientre, entrelazó las manos, alzó la mirada al cielo y cerró fuertemente los párpados, a manera de súplica le pidió a Dios que le diera una señal. Se llenó de valor e inclinando su cabeza hacia el vientre de su mujer le habló a su bebé:
—Hola, cómo te encuentras hoy mi pequeñito. Es la primera vez que me dirijo a ti; no sé si sepas, pero soy tu papá. Susie me recomendó hablarte porque, según ella, tú vas a reconocer mi voz desde ahora y cuando tengas 15 días de nacido sabrás que soy yo tu, papá. Amo a tu mamita con intensidad y, por ende, te amo a ti también mi niño o niña.
El pequeño bebé empezó a moverse despacito, Terry lo sintió y retiró su mano por un instante. Volvió a tocar el vientre de la rubia y sonrió al sentir un empujoncito.
—¿Hijito, tú crees que serás tan fuerte como tu madre y resistir un viaje pesado hasta los Estados Unidos?
Como si la criatura entendiese lo que se le preguntaba, comenzó a dar pataditas que despertaron a Candy.
—Qué pasa mi amor, Por qué estás sonriendo de oreja a oreja.
—Porque nos vamos a América.
CONTINUARÁ...
Fragmentos de CCHD
Última edición por BettyJesse el Miér Mayo 01, 2024 10:05 pm, editado 4 veces