Candy irradiaba felicidad, que Terry hubiera decidido hacer el viaje hasta América era otro de los bellos detalles que siempre le iba a agradecer por el resto de su vida.
Susie le comentó a Candy lo que habló con Terry.
—Cariño, soy de las que también piensa que la voz de papá podría tener un efecto tranquilizador y calmante para el bebé porque el sonido familiar le permite saber que está a salvo.
—Los amo, Pecosa —él sonrió, la besó en la boca para luego inclinarse hasta su vientre y dar un besito a su bebé.
Emprendieron el viaje. Un hombre elegantemente vestido que estaba cerca de la cubierta del barco no pasó inadvertido para el castaño. Se acercó a él y con su profunda voz le habló:
—Hey, hola —el caballero se giró de inmediato; en otros tiempos se hubiesen caído a golpes, pero eso era parte del pasado.
—Granchester, cómo estás, ¿y Candy? —le respondió Archibald Cornwell.
Los hombres se dieron un apretón de manos y un abrazo fraternal.
—Muy bien. Candy está descansando en su camarote. ¿Y Annie, dónde está que no la veo contigo?
—Ella está en el salón de comedor con su madre.
—Y ustedes se dirigen a Chicago.
—No, a Michigan.
—Déjame adivinarlo, van hacia el Hogar de Pony.
—Sí, sí. No me digas que ahora eres adivino ja, ja, ja.
—Mis fans dicen que soy divino, pero no, no es eso, recibimos una misiva de parte de la hermana María y Candy se preocupó mucho por la salud de la señorita Pony, me he arriesgado a hacer este viaje con ella en su estado, tú sabes, por su embarazo.
—Annie me pidió que hiciésemos una visita al Hogar de Pony para ver cómo está ella y como tengo negocios que atender, justo por estas fechas, pues le dije que sí.
—¿Y en su estado te has atrevido a hacerlo?
—Ay, Granchester, si ella está de lo más feliz y perfecta porque quien ha pasado los estragos del embarazo soy yo: náuseas, mareos y vómitos... y ¡antojos también!
—Ja, ja, ¿antojos? Cómo cuáles.
—,Pepinillos y chocolates.
—No me digas más, no vaya a ser contagioso —se burlaba Terry de él—. Mejor vamos por nuestras esposas.
—No será necesario, al parecer ya se reencontraron vienen caminando hacia nosotros.
Candy, al ver a su gran amigo y primo Archie, quiso correr hasta donde él, pero una mirada de Terry la detuvo, no por celos, sino porque él se había vuelto neurótico con lo del embarazo.
Candy y Archie se saludaron y abrazaron con el mismo cariño de siempre. Terry aprovechó la oportunidad para presentarles a los esposos Cornwell a Susie.
Se veían radiantes. Candy lucía un vestido verde Jade, llevaba un pañuelo beige en su cabellera ondulada, mientras que Annie vestía una prenda azul pavo real y un sombrero cloche, su cabello lo llevaba corto estilo Eton.
Los cuatro amigos decidieron llegar juntos hasta el Hogar de Pony. Una vez ahí, para las chicas fue como retroceder en el tiempo, volver a su niñez corriendo por ese largo camino que las llevaría hasta el orfanato, recoger flores y bailar como antes.
En un impulso se miraron, sonrieron, se cogieron de las manos y estuvieron a punto de correr, hasta que sus respectivos esposos las detuvieron. Ellas no entendían por qué esos hombres pensaban que el embarazo era una enfermedad, sobre todo Annie, que no había pasado por los malestares de una mujer en estado.
La más sorprendida al verlos llegar fue la hermana María.
—¡Candy, Annie, Terence y Archibald qué sorpresa!
La rubia y la pelinegra abrazaron con tanto amor a la hermana María. El corazón se les hizo chiquito al no ver junto a ella, como siempre, a la señorita Pony.
—Dónde está, queremos verla, dijo la Pecosa.
—Ustedes van a hacer que yo me enoje y las regañe como cuando eran niñas. Precisamente, esto es lo que no quería la señorita Pony, que viajaran desde tan lejos; ella es una mujer fuerte y se está recuperando de a poco, parece que no la conocen.
Las chicas bajaron la cabeza porque en realidad sí se sentían regañadas. Terry y Archie no decían ni pío, sabían que calladito se veían más bonitos.
—Llamaré a Milly para que les designe sus respectivas habitaciones y vayan a descansar primero —todos asintieron.
Después de almorzar, la hermana María sabía que Candy era muy impulsiva, así que ella misma decidió llevar a las chicas hasta la habitación de la señorita Pony.
—Como pueden ver duerme tranquilamente, después de haberse tomado todas sus pastillas. Ha sido y es una mujer muy trabajadora, pero ahora necesita un merecido descanso y si esto es una excusa para ello, me parece merecido.
Las dos amigas se acercaron hasta la cama donde reposaba quien un día fue su maestra. Se ubicaron una hacia su izquierda y la otra a su derecha.
Annie tuvo que dejar la habitación porque empezó a sentir un malestar, se puso a llorar y la siguió la hermana María.
Candy había reprimido su llanto, pero gruesas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, inclinó su cabeza en el abdomen de su madre y empezó a hablar bajito:
—Señorita Pony, Dios ha escuchado sus ruegos y estoy aquí, Annie también. Hemos venido a cuidarla.
De pronto, Candy sintió un bulto debajo de las sábanas, era un cuaderno grande que en su portada decía El diario de Pony.
CONTINUARÁ...
Última edición por BettyJesse el Miér Mayo 01, 2024 10:44 pm, editado 1 vez