Flammy Hamilton, una enfermera conocida por su rudeza y eficiencia, comenzaba otro de sus interminables turnos. Sus ojos reflejaban el cansancio y la melancolía, sentimientos que ella consideraba sus compañeros inseparables, pues su vida era una rutina de quirófanos, guardias, decisiones difíciles y agobios constantes. Si no había espacio para la debilidad, ¿cómo podría haberlo para el amor?
Un llamado de urgencia la llevó a la sala de emergencias, un hervidero de batas blancas, camillas, suspiros de alivio y resignación tanto de pacientes como del personal. Entre el caos del movimiento constante, la enfermera supo que se trataba de múltiples heridos en un accidente automovilístico que llegaban. Al mirar a su derecha, no dio crédito a sus ojos: entre las víctimas estaba Michael, un joven doctor cirujano.
Flammy, la del corazón impenetrable, quien se había encargado de construir mil y un muros a su alrededor, sintió sus manos sudar dentro de los guantes de látex. Tuvo que apretarlas con fuerza para poder acercarse y decir:
-Doctor Michael-, con voz algo temblorosa. Había algo que no había experimentado en mucho tiempo, algo que se había prohibido sentir para mantener su sanidad y su profesionalidad siempre dominante. Sin embargo, puso mayor énfasis en este caso, pues ese era el hombre inigualable con el que compartió experiencias en la guerra y por el que, inclusive, llegó a sentir una secreta atracción.
-¿Qué ha pasado? –murmuro, sin expresión facial.
-Un accidente de coche -Le respondió con una sonrisa tenue.
-Nada grave, solo algunos cortes y contusiones. -Agregó casual.
Él se encontraba por los alrededores por una conferencia que dirigía, era un hombre ocupado, nunca atendiendo en el mismo hospital por mucho tiempo ni en la misma ciudad o país, habia destacado muchísimo , incluso innovando en cirugía y diagnóstico, no había nadie como él. En ese meeting hablarían de nuevos avances y tratamientos contra distintas dolencias, grande fue su sorpresa al terminar en un choque y luego como especie de regalo celestial, en el mismo hospital que aquella enfermera que desde hacia largo tiempo destacaba entre sus recuerdos.
Flammy, observaba las pequeñas heridas con atención, él mejor que nadie podría decir el estado de aquellas reducidas laceraciones , pero igual ella hacia su revisión pertinente antes de añadir:
-Sí, igualmente no debemos tomarnos a la ligera esta situación.
Michael, con tono cautivador y una sonrisa que bailaba entre lo insinuante y algo más le respondió:
-Eres la mejor enfermera del hospital. Estoy seguro de que tus manos mágicas curarían cualquier mal que pudiera tener yo. –Él hizo un pequeño énfasis en “manos”, Flammy, no puede evitar sonrojarse, apartando la mirada.
-No diga tonterías, doctor. Solo cumplo con mi deber. .-La noche prometía ser larga e intensa.
-Sabes, siempre me has parecido una mujer fascinante. Incluso en la guerra, cuando todos estábamos bajo presión, tu tenacidad y tu fuerza me inspiraban. –Se notaba que él revivía gráficamente la imagen de su enfermera favorita, la frente de ella algo sudada, movimientos rápidos, tan decidida a hacer lo necesario, pensando antes de cada pequeña acción.
Ella por su parte, también lo recuerda bastante bien, pero no puede evitar sentirse algo abrumada ante esta revelación.
-Doctor. – Dice secamente, resaltando su personalidad tan encantadora para el hombre.
-Creo que es mejor que le haga algunos análisis para descartar cualquier otra cosa -Michael solo puede darle la razón, aunque también, lo haría aunque ella no la tuviese por mero gusto.
Ella mientras hace su trabajo con rigurosidad, es presa de una extraña mezcla de emociones. Por un lado, existe la profunda admiración por Michael en cuanto a su valentía, bondad, profesionalismo, todas sus hazañas realizadas en el frente y fuera del mismo hacían que su nombre fuera pesado pero tan dulce de pronunciar, y por el otro, su profunda conciencia, sus principios primordiales que le impiden mostrar cualquier tipo de cavilación, de torpeza o de simple emoción.
Michael, para ayudar a la situación, decide tomar su mano de la nada -Gracias. –Dice con tono suave, ella no pudiendo discernir si era por su estado actual o por otros motivos.
- No solo por atenderme, sino por ser como eres. ¡Una mujer increíble!
- Bien. –Dijo algo desconcertada - Lo subirán al segundo piso, estará en observación al menos 24 horas pudiendo ser prorrogables, nos vemos pronto. Trate de descansar. – Ella giró sobre sus talones, prácticamente huyendo del lugar.
Flammy, continuó su turno ansiosa. La mano que él le había tocado la sentía genuinamente hormigueando, como si siguiera allí su cálido toque, pero a la vez no. Era la primera vez que le pasaba algo así, no lo entendía ¿Por qué de la nada? O era acaso que… ¿Ella simplemente hoy, fue que pudo notar algo más ? Ya no quería pensar, el cansancio le gano a las primeras horas de la mañana y se retiró a descansar, sin embargo, jamás se fue aquel extraño hormigueo, ni tampoco la pesadez en su pecho.
Su mente inquieta, lejos de la tarea médica, se encontraba atrapada en un torbellino de emociones que la habían invadido desde el momento en que lo vio. Había pasado un tiempo sin verse, sin embargo este no había hecho mella en su atractivo. El doctor seguía siendo el mismo hombre apuesto y encantador que había robado su corazón.
Un cosquilleo recorrió ahora todo su cuerpo al recordar sus sonrisas, sus miradas cómplices. Debía admitirlo, sensaciones que había creído olvidadas y ahora resurgían con una fuerza inesperada, desatando una tormenta de inquietud en su interior. Ella no quería dejar ganar a sus impulsos, pero un solo momento sin pensar fue lo que hizo falta para hacerla tomar una decisión, Flammy con la fuerza que la caracterizaba, al caer la tarde de su día libre salió a revisar la evolución de su “paciente”.
Llegó a la hora que les subían la cena, directo a piso 2. Los pasillos se sentían más largos y fríos que nunca, a pesar de que tenía memorizado prácticamente todo el lugar la enfermera sentía como si con todo fuera a tropezar, dio gracias al cielo al ver la habitación 217, respiro hondo y tocó dos veces, ingresando al oír su voz calmada que concedía el ingreso, al entrar lo encontró intentando pararse para comer.
- ¡Doctor Michael! ¿Está bien? –Pregunta ella, algo preocupada, pero él parecía prácticamente recuperado.
-¡Oh Flammy! –Respondió animado. -Te hacia descansando ¡Que gratificante que estés aquí!
- Bueno. –Balbuceaba, tratando de mantener la mirada. - Ya renové fuerzas, no soy conocida por descuidar a mis pacientes.
-Mmm, y yo suelo ser uno muy exigente. –Ahí estaba ese algo diferente en el tono de voz, parecía que ronroneaba, esta vez no era un simple hormigueo lo que sentía, era un temblor que le recorrio el cuerpo.
-Anda, acércate y acompaña a este hombre convaleciente a cenar. Quiero que nos pongamos al día. -Era casi cómico lo mucho que intentaba la mujer por mantener su actitud distante, pero ¿Quién no cedería ante tal amabilidad? Su pecho vibraba con la fuerza de los latidos de su corazón, no podía negar la irresistible atracción que la había impulsado a buscarlo, era como un imán, no era justo, se dijo internamente sin convicción.
La conversación fluía con facilidad, como dos ríos que se encuentran y se mezclan formando algo nuevo, una especie de cauce sin fin. Hablaron de la fragilidad de la vida, inseguridades, partes de su juventud. Michael ahora pintaba en sus escasos ratos libres, ella de vez en cuando leía novelas negras.
También charlaron sobre sus sueños en el campo médico, tenían ambos motivaciones profundas e inspiradoras, hasta que él, oh, él se incorporó, con los ojos centelleantes , había un fuego tan diferente, tensándola y encantándola. Hacia más calor ¿O era solo ella?
-Flammy… -Hizo una pequeña pausa antes de continuar con aquella aterciopelada voz. -Veo en ti la fuerza de una guerrera y la compasión de una diosa. -Sus manos ahora se rozaban accidentalmente, sus miradas se conectaban de una forma tan inusual, ella sentía como una pequeña gota de sudor bajaba por su frente, está intensidad los quemaba de igual forma, si, ya no había paso para más dudas, la tensión era palpable, aquella fuerza invisible que los acercaba cada vez más, estaba a punto de cumplir su objetivo.
Hubo un pequeño silencio, solo sus respiraciones audibles, en esa habitación cuando ella entrelazo sus manos, una tregua tácita y momentánea a las responsabilidades y tragedias que marcaban sus vidas, una breve puerta entre las paredes que ambos construyen y fortificaron con los años.
Michael, tragó seco en un momento, apretando ligeramente su puño libre, con sus ojos magnéticos clavados en la enfermera.
-Las almas se desnudan y los corazones se encuentran ¿No lo crees tú así, Flammy?
Oh, cuánta miel habia en una sola oración ¿Cómo decía su nombre con esa suavidad? ¿¡Qué sería de su juicio si él no paraba de decirlo así?!
-No hay tiempo para sueños, Michael. -Respondió ella tan nerviosa, tratando de ocultar hasta el final la emoción que sus palabras le despertaban .
Bajo la tenue luz de la luna menguante, que resplandecía fuera del recinto, el aire se sentía diferente. Hoy, dos almas errantes, necesitadas de infinita sanación a pesar de trabajar curando males ajenos, se encontraron como nunca imaginaron posible hacerlo, como lo soñaron, sí, hoy uno de muchos sueños se hacía realidad.
-Doctor… -Musitó, con una mirada que refleja el alma.
Michael, solo pudo observarla con ternura. Sereno, podría decirse que compasivo.
Finalmente, después de una eternidad y dos minutos, Flammy se inclinó hacia adelante, rozando sus labios con los de Michael en beso suave, casi inocente, que expresaba más que las palabras podían decir, o al menos más que las que a ella se le ocurrían.
Michael le correspondió transmitiendo una mezcla de sorpresa, satisfacción y alegría. Él la entendía. Sus labios se movían con ternura. Ella con los ojos cerrados, las mejillas apenas comenzando a sonrojar, explorándose mutuamente con suavidad.
Ambos encontraron un consuelo inesperado. Un refugio en medio de la incertidumbre. Un momento de conexión profunda que los unía, Un beso que captura la esencia de la eternidad, fue esa la firma de su entrega.
Sin decir una palabra, Flammy se acurrucó en el pecho del Doctor , buscando su calor y protección. Él la rodeó, abrazándola con una fuerza que le transmitía seguridad, quién diría que la paz que tanto se anhela en este mundo corrupto, agotador, se encontraría tan cercana, en esos vigorosos brazos, en un momento efímero.
-Esta noche quiero olvidarme de todo. Ya no quiero pensar Michael. - Ahí, ella decidió dejar de lado sus inhibiciones y ceder ante lo que sentía.
-Yo también lo quiero así.- Aseguró él Doctor.
-No digas nada, por favor. –Ella bajo la mirada por un momento- Solo será esta única noche. Tú sabes eso mejor que yo. Hoy, este momento, es solo un lienzo en blanco donde pintamos nuestros anhelos.
Al poco tiempo, Flammy se levanta, camina lentamente, pone el pestillo en la puerta. Se vuelve dejando sus lentes en la mesa auxiliar de la habitación, suelta su cabello con la determinación y gracia de un colibrí.
Él sigue expectante e igualmente le extiende su mano, suelta una risita nerviosa y ambos despegan los monitores de signos vitales, retiran la vía de su mano y la sigue con el resplandor abrazador en sus ojos.
Finalmente ella se sienta en su regazo, Michael con parsimonia coloca su cabello de lado, no puede evitar besar su mejilla disfrutando de su tímida sonrisa, sus dedos dibujan sus clavículas por encima de su ropa mientras él, coqueto, decide dejar despacio un camino de pequeños besos en la base de su cuello, con ese acto ya tiene la certeza y el recuerdo impreso de su cítrico aroma en sus sentidos, siente como sube su propia temperatura cuando la hace erizar al toque de sus labios.
Flammy sentía un torrente de adrenalina recorrer su cuerpo, su corazón era una llama ardiente que amenazaba con consumirlo, Michael noto como se removía cuando el intento ahora bajar un poco más.
-Prometo que cuidare de ti. –Susurró bajo, en tono ronco.
Ahora aquel hormigueo persecutorio que la marcó en la sala de urgencias no era nada ante esto, la haría enloquecer, se siente vulnerable, hasta sus orejas reflejaban un brillante carmesí.
Sus labios se vuelven rozar, se sienten tan tibios, el desliza sus manos por la espalda de Flammy, de arriba abajo, una y otra vez hasta que decide rozar sus muslos, ella necesita aire, sus manos que temblaban por la intensidad de sus latidos las dirige a su nuca enredándoselas en el cabello sedoso del hombre, sus miradas perdidas, necesitan más, ella puede sentir como delicada pero ágilmente su vestido es desatado.
Él, con esa energía que enciende, fue capaz de hacerla suspirar profundo. –Michael…
Se sintió feroz cuando ella lo llamo, puso sus manos sobre su cadera atrayéndola rápidamente, uniendo sus cuerpos, su piel hervía. Sus labios se sintonizan cada segundo más y más con la vehemencia que caracterizaba a los roces, el baile de sus lenguas, los dientes atentaban con chocar mientras los dedos curiosos de Michael se deslizaban por su torso, acariciando cada curva con una reverencia que solo un vasallo da a un amo, que solo un creyente a su dios podría ofrecer, en símbolo de legitima adoración.
Lentamente fue liberando sus pechos del confinamiento de la tela, posando atención en sus montículos, masajeándolos , sintiendo su suavidad, la lujuria lo carcomía mientras ella exclamaba una gloriosas melodías, una sinfonía de suspiros, de respiraciones entrecortadas por las sensaciones que él le producía, ella se atrevió a soltar el laso de su bata de paciente, bien consiente que debajo no había nada más que piel, lo ayudo a sacarla, con cuidado de no lastimarlo, aunque ambos sabían que no estaba tan afectado por el accidente, ella palpo su cálida piel la cual era tersa bajo sus dedos, admiró su desnudez, lo recorrió con avidez sintiendo cómo sus músculos se tensaban bajo su toque.
Sus cuerpos ya desnudos se unieron en un abrazo perfecto, sus lenguas danzaban explorando cada centímetro del otro, Michael lamentaba tener que acallar los sonidos de Flammy. Se movían al ritmo de una danza sensual y primitiva, mientras que sus almas se fundían en un éxtasis sin igual, al principio con lentitud e intensificándose cada segundo, sus gemidos se mezclaron con el eco de la carne golpeando contra la carne, con el tiempo se fue volviendo perfecto para alcanzar un crescendo de placer, en una sincronía que duró hasta que el cansancio los venció.
El alba los encontró aún entrelazados, exhaustos con la satisfacción de haber experimentado algo extraordinario, no obstante, la realidad de sus vidas se impuso nuevamente.
Así que ella cuidadosa salió de la cama recogiendo sus prendas esparcidas al azar, otra vez de vuelta a ser la perfecta enfermera Flammy, se despidió con un beso en la frente.
-Gracias -Le dijo con voz firme. -Nunca olvidaré esta noche.
-Ah Flammy. Cuídate. –Suspiró su nombre, hambriento de más, pero resignado a la situación.
-El mundo necesita más doctores como tú!
Ambos sabían que su encuentro era un oasis en el desierto de sus vidas. Flammy y Michael se alejaron con la certeza de haber vivido algo mágico, irónicamente en la fría y estéril habitación de un hospital.
En los años siguientes, se encontraron esporádicamente en eventos médicos e intercambiaban de vez en vez breves cartas llenas de nostalgia y afecto.
Ambos dedicados a la vocación que era a su vez su prisión, con la esperanza de aliviar el dolor del mundo guardaron en su memoria esa llama compartida en aquella única noche donde la pasión por la medicina se entrelazó con la pasión por el otro en un destino compartido entre batas blancas y latidos sincronizados.
Última edición por ambar graham el Dom Mayo 05, 2024 7:51 pm, editado 2 veces