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¡Saludos cordiales a todos los miembros de este prestigioso foro!
Es un placer para mí formar parte en su 25º aniversario y poder celebrar este hito junto a ustedes contribuyendo con mi granito de arena a este espacio que ha sido hogar de tantas historias, ideas y conexiones. Quiero agradecer a todos los que han hecho posible que este foro siga creciendo y prosperando durante tantos años. Su dedicación y entusiasmo ¡Son una verdadera inspiración!
Me honra volver este año y pertenecer al grupo debutante ¡Las Musas de Graham, que me dieron un lugar para acompañarlas en esta hermosa experiencia!
¡Brindemos por muchos más años de historias, creatividad y amistad!
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ONE SHOT
Entre Galletas Y Olvido
- Has estado muy callada desde que llego la correspondencia. Es una actitud recurrente con ese sobre específico. -Musito una amable voz.
- ¿Lo crees? –Replicó con carencia de emoción.
- Si lo creo, has estado evadiendo incluso sentarte a tomar alguna bebida caliente en las tardes, como solíamos hacer.
- Lo sé -Respondió con pesadez, la mirada más perdida que antes.
- Y, ¿Ya cuántas galletas has horneado? – Preguntó, tratando de animar el ambiente, devolviendo a la realidad a su acompañante. –Mmm, huele exquisito. ¡También llevan canela y miel! No siempre haces esas ¿Algo pasa?
- Hago las necesarias, y no, nada pasa.
- Ya veo, ya capté. Solo recuerda que cuando estés lista, estaré aquí. –Dijo está suspirando y tomando su crucifico en la mano.
- ¿Lista? –Finalmente con emoción en la voz, aunque no una muy “agradable”. -¿Lista para qué? –Escapándosele cierto temblor en la voz, hubo un silencio corto y eterno a la vez, vio la carta nuevamente, luego a su acompañante –Ah ¡Sí! prueba estas por favor, tienen una variación de ingredientes - Un último y desesperado intento de evasión.
- Esto no te hace bien. Son tantos, demasiados años, podríamos decir que tenemos más que un vínculo de sangre. No lo olvides por favor, tú eres mi dulce amiga y hermana de vida –Oyendo pero no escuchando, sin estar allí, en su mente recreaba la reciente misiva, enviando luz y amor sobre las noticias recién recibidas ¿Este día llegaría? Desde luego ¿Pudo haber hecho más? Cuanto no pasaba por su mente, unas gotas frías de sudor era lo que podía realmente sentir con estas (solo algunas) pequeñas incógnitas con las que en su mente en espiral no paraba. -Señor. – Murmuro. - No me abandones.
A lo lejos se escuchó el “cloc” cuando cerró la puerta, apenas consiente que su interlocutora se habia marchado dejándola en su espacio ¡horneando galletas! Quitando al poco tiempo el delantal con flores de cocina, miro a la ventana, el día pintaba tonos lilas y grises, bajo ese mismo cielo que hoy tiembla cuestionándose, se repite que no podía ser de otra manera, perdiéndose entre sus recuerdos.
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En un pequeño pueblo italiano, podría decirse que ya olvidado, entre callejuelas empedradas y aromas a pan y galletas recién horneadas, se encontraban dos almas vivaces, conociéndose desde niños. Ella, era una niña de ojos color avellana, cachetes regordetes y sonrisa angelical, siempre corriendo en los jardines medicinales de su sencillo hogar, creciendo en el seno de una familia muy unida aunque sin hermanos de sangre, su padre venia de una estirpe en la que aprendió el arte de las medicinas naturales y apoyaba con ello a todo el que lo necesitaba, si, ¡Siempre ayudar! La tierna criatura pasaba su infancia bajo esta premisa.
Un día, deambulando por su pintoresca casa, una incesante tos llamó su atención, curiosa como toda infante se acercó a la puerta de roble, detrás de la cual su padre estaba casi siempre orientando en materia de salud, casualmente entre abierta ¿Cómo podía resistirse a mirar un poco? Aquella tos era demasiado sofocante de solo escuchar, y no podía imaginar cuanto podría estar sufriendo su portador.
Era… ¿Un niño de casi su misma edad?, 11 años, no podría decirlo en ese momento con exactitud, pues lucia demacrado, tan delgado, su piel casi gris, lo que si podía dar certeza es que era de cabello castaño oscuro y a pesar de su padecimiento resaltaban sus extraordinarios ojos obsidiana, ¡Extraordinarios! Espera… ¿Extraordinarios? ¿Desde cuándo ella...?
De pronto frunció el ceño, al oír el llamado de atención de su madre, referente a husmear detrás de las puertas mientras su padre atendía sus pacientes, dejándole en escarmiento - ¡Sin postre despues de la cena! -A lo que replico:
- Pero mamá, por favor, ¡Sabes cuánto amo tus galletas y hornearlas contigo!
- Entonces reflexiona sobre tus modales. -Aseveró su madre con mirada vivaz.
Así pasaron los días, y en uno muy soleado al volver del colegio, se detuvo como siempre lo hacía en su lugar secreto, en la parte más boscosa de la plaza central del pueblo, bajo la sombra de un frondoso árbol de olivo, allí se sentó con un libro, hasta que un sonido la hizo salir de su fantasías, un niño de cabello castaño y mirada traviesa se tropezó con una piedra y cayó de bruces al suelo.
Ella con la astucia de Hermes, el dios mensajero, corrió a ayudarlo.
- ¿Estás bien? -Preguntó con su ternura característica.
- Creo que sí -Respondió el niño, un poco aturdido. - "Me llamo Luigi
- Yo soy Paulina Pero todos me llaman Ponny. -Dijo la niña con una sonrisa. Recordándolo al fin, como aquel niño de la incesante tos -Oye, tu cara me es familiar.- Aún le parecían impresionantes aquellos ojos.
- ¿En serio? -Preguntó Luigi, con los ojos llenos de admiración. - Ella continúo riendo y agregó- Sí, mi padre era ese médico ¿Tu tenías como tos, no? ¡Mi papa es tan bueno que a veces parece un dios!-
En ese momento, el padre de Paulina, que claramente pasa siempre a cuidarla, un hombre alto y amable con barba canosa y aura cálida, se acercó a ellos. -"¿Te has hecho daño?"- Preguntó con preocupación.
- No papá- El padre de ella sonrió y dijo:
- Encantado de verte sano, Luigi.
- ¡Gracias a usted doctor! Su hija dice que usted es un médico tan bueno que a veces parece un dios.
El doctor Miguel se rió. -Esa es una comparación muy halagadora, pero solo soy un hombre que trata de ayudar a la gente. -Dándose la vuelta no sin antes decir: -Ponny, cariño, no tardes en volver casa.
Desde ese encuentro, nació su amistad. Se embarcaban en aventuras imaginarias, juntos exploraban los rincones del pueblo, inventando historias fantásticas, frecuentándose incluso en la casa de Ponny, quién lo sometía como catador de sus recetas, pues en su cocina reinaba siempre un aroma celestial. Ella y Luigi, se volvieron inseparables logrando pequeñas grandes hazañas culinarias: hornear galletas con formas mitológicas, porque como habia descubierto Luigi, Paulina era una soñadora con estas historias , es que en la amplia y variada biblioteca de su padre abundaban estos libros, y el señor Miguel siempre procuraba dejarle estas narraciones que fortalecían esos personajes en su imaginación.
Ponny, con su delantal de flores y una sonrisa radiante, medía la harina con precisión mientras Luigi, con un guiño pícaro, añadía chispas de chocolate a la masa.
- ¿Qué tal si hacemos un Minotauro?"- Sugirió Luigi, con una galleta redonda en la mano.
- Ponny rió -¡Buena idea! Pero yo quiero hacer una Atenea con su armadura y su lanza.
-Respondió, tomando otra porción de masa.
Las manos de ambos se movían con sincronía, creando pequeñas “obras de arte comestibles”. Un Zeus con su rayo, un Hermes mensajero con sus sandalias aladas, y hasta un Hades con su corona de oscuridad emergían de la masa, o al menos así las percibían ellos, el arte es algo subjetivo, pues algunas veces “Hades” parecía bizco.
Entre bromas y risas, Luigi le daba un toque cómico a las galletas, mientras Ponny las decoraba con glaseado de colores vibrantes. La cocina se convirtió en un taller de creatividad y complicidad, donde la amistad se mezclaba con el dulce aroma, las galletas mitológicas no solo eran un delicioso manjar para todos en la casa, sino también un símbolo que unía a Ponny y Luigi. Una amistad de la que con el tiempo y la complicidad, florecería en un amor tan dulce y mágico como las propias galletas.
Con el pasar de los años y la mejora visual de las galletas, soplaba ya el viento otoñal, susurrando entre las hojas doradas de los árboles, presagiando un cambio en el aire, en la vida de estos ahora jóvenes y de tantas personas más.
La guerra, como una bestia feroz, había irrumpido en sus vidas, separando corazones, miles de almas ahora perdidas literal y figurativamente. Luigi, con la valentía en la mirada y un nudo en la garganta, se tenía que despedir de Pony.
- No te vayas. -Suplicó está, aferrándose a su mano con una fuerza nacida del miedo y la pura desolación.
Luigi, desviando la vista, lleno de dolor, acarició su rostro con ternura. Susurró. -Pero debo ir. Es mi deber defender nuestra nación.
Ella comprendía la responsabilidad que pesaba en sus hombros, en ese joven y en todos los que luchaban estaba el futuro, pero el pensamiento de perderlo era insoportable ¿Realmente habia futuro sin él? ¿Lo habia? La ansiedad comenzaba a hacerse más dueña de Ponny, los jóvenes amantes se miraron a los ojos, en un silencio que hablaba más que las palabras. En ese último abrazo, se fundieron sus almas.
Ella, con lágrimas en los ojos, le regaló una bolsa llena de galletas recién horneadas con un toque de miel y una pizca de canela, como la ambrosía que bebían los dioses.
Prometieron escribirse cada día, mantener viva la llama de su vínculo a pesar de los cambios.
Las cartas de Luigi, oh, al principio llegaban con tanta frecuencia, llenas de historias heroicas y promesas de un mañana juntos. Paulina respondía con palabras dulces y recetas de las galletas que tanto le gustaban: las de Hércules, con nueces y miel; las de Afrodita, con fresas; las de Hermes, protagonistas, con miel y ese toque de canela. Sus corazones palpitaban y la motivación llenaba a ambos con cada palabra.
Pero, el tiempo no perdona, los años pasaban y pasaban sin que la guerra diera pizca de tregua. Ponny, se habia convertido en una joven de mirada triste, se quedó huérfana, embarcándose a América.
La guerra, cuando al fin terminó, no hubo noticia alguna de Luigi. Ponny, se refugió en el orfanato que la abrigó y dedicó su vida a cuidar de niños que, como ella, habían perdido a sus familias, conoció gente especial como la dulce y fiel Hermana María con la que se unió en esta etapa de reconstrucción de su vida, pues como su padre llevaba arraigado esa vocación profundamente en su corazón, y aunque estuviera herido, siempre palpitaría por ella.
En las noches de insomnio, aún hojeaba el viejo cuaderno donde guardaba las cartas de Luigi y horneaba sus galletas mitológicas. El aroma le traía recuerdos del pasado, de un amor que atesoraba como una parte imprescindible de ella misma.
Por su parte, Luigi, marcado por las batallas, finalmente regresó. Si, regreso la carcasa de lo que alguna vez fue “Luigi”. Al llegar al pueblo, se dirigió al árbol de olivo, buscando la poca paz de los recuerdos compartidos allí con Ponny, a la que se resistió a buscar porque él… Ya estaba roto, no habia esperanza. No sabía que habia sido de aquel niño o joven que soñó tantas cosas junto a la persona que lo deslumbro desde los 11 años, y no, no era un bastardo egoísta para ir a llenarle su vida con basura, miseria, todo lo que vio y experimento era miseria ¿De que le servían tantas condecoraciones si su alma estaba hueca con tanta atrocidad vivida? 25 años, tan solo 25 años y cuanto le pesaban, como un siglo, inevitablemente él también se embarcó a América, solitario aunque sus demonios jamás fallaban en quitarle el sueño, dolores de cabeza, distracción constante ¿Cuántas veces intentó quitarse la vida? Ya habia perdido esa inútil cuenta, es que el olor a galletas de la nada inundaba sus sentidos y no tenía ni siquiera el valor de ello, supo que ella habia abandonado el país por lo terrorífico de aquellos días y que habia quedado huérfana antes de lograr partir. Vaya, como deseaba que donde estuviera fuera feliz.
La brisa invernal agitaba las hojas de los árboles, susurrando historias de tiempos pasados. Luigi, un hombre que hizo tanto y ahora nada podía sentir igual, caminaba por las calles Americanas, pues habia sido transferido a estas sedes militares por haber destacado en aquella guerra que lo lleno de cicatrices, más maduro y con la mirada perdida en el horizonte, su corazón cargado de recuerdos amargos, anhelaba siempre un poco de paz, aunque toda tranquilidad no podría ser llamada “paz”, en ese concepto, tendría que existir ella.
De pronto, una figura familiar cruzó su camino, en aquel domingo.
No era posible, era incluso injusto, era Ponny. Si, él no podría confundirla jamás, la chica de ojos color avellana que había robado su corazón en su juventud, sin devolverlo ni siquiera por lástima. La guerra los había separado, dejando un vacío en sus vidas.
Los ojos de ambos se encontraron y, por un instante, el tiempo se detuvo, sus corazones se ralentizaron casi deteniéndose para luego volver a latir tan fuerte, quizá querían escapar de sus pechos. Las palabras se ahogaron en sus gargantas, no sabían si correr el uno al otro, o hacia donde más mirar hasta que Luigi, con la voz temblorosa y torpe por la emoción y tantísimos sentimientos, se atrevió a mencionar su nombre.
Ponny, con una sonrisa radiante, madura, diferente, pero igual de cálida, se acercó a él y lo envolvió en un abrazo. -Luigi -Susurró, con la alegría palpable en su voz, un cariño indescriptible. -Cuánto tiempo ha pasado.
Tuvieron un breve encuentro, donde compartieron sus experiencias, todo lo que recordaron. Luigi habló de los horrores de la guerra, de las marcas que le habían quedado grabadas en el alma, todo lo que le carcomía esa sangre imborrable de sus manos, sus pesadillas, y con la voz titubeante, le habló de las galletas, si, aquellas representaciones de fantasía que habían horneado juntos, símbolo de su amor inocente, que en sus momentos oscuros seguía siendo la luz, era lo único puro que él tenía.
Ponny, tan conmovida, triste y feliz, por su parte le contó sobre su trabajo en el orfanato, cómo dedicaba su vida a cuidar de niños que habían perdido a sus familias.
Luigi sumergido en lo que ella era, se sintió vivo ¿Vivo? Finalmente, sentía que la sangre corría por sus venas y no pudo detener las palabras cuando brotaron sin pensar, la voz llorosa:
- Paulina, tantos años han pasado... y mi amor por ti sigue intacto, tu eres una parte de mí, indispensable, mi luz, mi calidez. Quiero verte al levantarme y antes de dormir, quiero abrazarte, por favor… Deberíamos estar juntos. ¡Casémonos! –Dando incluso un pequeño golpe a la mesa, perdido en sus sentimientos, se le olvido arrodillarse.
Pero ella… Con ojos llenos de tristeza, una tristeza y una resignación casi sofocante, hablando entre pausas:
- Luigi, oh, mi querido Luigi. Tú sabes, mi corazón también te pertenece, siempre será así, no lo dudes. Pero mi vocación, es cuidar de estos niños, de estos pequeños que han perdido todo. No puedo abandonarlos.
- Paulina no me hagas esto por favor -Con la mirada suplicante – Yo…Yo te necesito para respirar. Quiero compartir contigo lo que me queda de vida. Podemos construir un hogar, juntos.
Las lágrimas escapan con ferocidad de sus ojos -No me pidas que haga esto, Luigi. Mi vida está aquí, con estos niños que me necesitan. No puedo ser egoísta y pensar solo en mí.
- ¿Acaso no soy importante para ti? ¿No significo nada en tu vida? –Respondió frustrado.
- ¡Por supuesto que sí! Eres el hombre que amo, el único dueño de cada fibra de mí. Pero este amor por los niños es igual de fuerte. No puedo elegir entre uno y otro.
- No puede ser… -Dijo, mirando al cielo, sintiendo tanto a la vez, desesperado, incluso más que en el campo -¿No-no hay nada que pueda hacer para convencerte?
- Lo siento, Luigi. Mi camino ya está trazado. Te pido que lo comprendas y que me apoyes. –Ella simplemente estaba decidida, con el alma hecha pedazos, pero decidida.
Luigi mantuvo silencio un minuto o dos, procesando la información, mirando hacia arriba, tuvo que respirar profundo, estaba demasiado desecho en todo sentido como para llorar.
- Está bien, Pauline. Te respeto y admir
o por tu nobleza. Siempre te amaré, pase lo que pase. –No hay palabras más sinceras que las allí dichas.
- Y bueno, de todas formas yo no soy el mismo despues de esa guerra.
Al final del encuentro, se despidieron con un beso en la mejilla, prometiendo una vez más mantener una correspondencia. Las cartas mensuales se convirtieron en un puente que los unía a través del tiempo .
Luigi con religión hacia contribuciones anónimas para el hogar de Ponny, era lo mínimo que podía hacer por ella.
Una mañana se filtraba el alba por las ventanas del orfanato, iluminando el rostro de Paulina, quien leía una carta con manos temblorosas. Las palabras, borrosas por las lágrimas que corrían por sus mejillas, anunciaban una noticia devastadora: Luigi, el amor de su vida, había sido diagnosticado con Alzheimer.
Ponny se quedó petrificada, el tiempo se volvió a detener. No era posible, no era justo, como si una ola de hielo la hubiera congelado, allí estaba ella apretando tantísimo las manos, dolía, todo dolía, algo punzante le oprimió el pecho, mientras un torrente de recuerdos inundaba su mente. El olor a galletas se hizo presente, las promesas bajo aquel árbol, todo se teñía ahora de la sombra de la enfermedad. El Alzheimer, esa terrible enfermedad silenciosa, se había instalado en la mente de Luigi.
Ahora entendía porque habían disminuido su constante comunicación, también le mencionaba que a través del ejercito quizás al empeorar se confinaría con su pensión en un centro de cuidados y que no deseaba preocuparla, mucho menos quería su lástima, pero cuando no supiera de él quizá era esta enfermedad que empezaba hacer mella en él, ella se prometió desde la vez que lo supo recluido, visitarlo cada domingo, convirtiéndose así en su brújula personal, en aquel mar de recuerdos fragmentados. Las galletas mitológicas, con sus sabores y aromas, evocaban en Luigi momentos de felicidad y calma.
Un día, Luigi dejó de recordar su propio nombre. Pero al probar una galleta de Hermes, sus ojos se iluminaron y sonrió con picardía - "Esta es la de las sandalias con alas, ¿verdad?" - Dijo con voz débil. Ponny, con lágrimas en los ojos, asintió y le dio un beso en la frente.
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La señorita Pony, con ojos empañados de tristeza, observaba la bandeja de galletas recién horneadas. Sus manos, que tantas veces habían creado obras de arte comestibles junto a su amado, ahora temblaban con la carga de la noticia que acababa de recibir: Luigi, su único amor y amigo de la juventud, había fallecido en un centro de cuidados para enfermos.
Esta vez, las gotas que corrían por sus mejillas era como si la quemaran, y no se iban a detener mientras se mezclaban con el glaseado de las galletas. La señorita Pony se sentía desolada, una parte de ella se ha ido con él.
De pronto, la voz dulce y serena de la hermana María, su eterna amiga y confidente, la sacó de su ensimismamiento.
- Paulina, querida- Susurró, colocando una mano sobre su hombro. -Sé que este es un momento difícil, pero recuerda que Luigi siempre estará contigo en tu corazón.
Pony la miró, llena de dolor y agradecimiento. -Gracias, hermana María – dijo mientras se quebraba su voz.
Las dos amigas se abrazaron en un silencio conmovedor, uno que todo lo decía. En ese abrazo, ella encontró el consuelo que necesitaba para seguir adelante. A pesar de la profunda tristeza que la embargaba, de la desolación, ella decidió seguir horneando galletas, era su forma de mantener vivo el recuerdo de Luigi, de celebrar el amor que los había unido.
En el Hogar de Ponny , las galletas mitológicas se convirtieron en una tradición. Los niños las horneaban con cariño pues cada galleta era un homenaje a su amor, un símbolo de la esperanza que nunca se apaga.
Nota: Esta historia es un homenaje a la memoria de todos aquellos que han tenido o perdido a un ser querido por la enfermedad de Alzheimer.
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- ¿Lo crees? –Replicó con carencia de emoción.
- Si lo creo, has estado evadiendo incluso sentarte a tomar alguna bebida caliente en las tardes, como solíamos hacer.
- Lo sé -Respondió con pesadez, la mirada más perdida que antes.
- Y, ¿Ya cuántas galletas has horneado? – Preguntó, tratando de animar el ambiente, devolviendo a la realidad a su acompañante. –Mmm, huele exquisito. ¡También llevan canela y miel! No siempre haces esas ¿Algo pasa?
- Hago las necesarias, y no, nada pasa.
- Ya veo, ya capté. Solo recuerda que cuando estés lista, estaré aquí. –Dijo está suspirando y tomando su crucifico en la mano.
- ¿Lista? –Finalmente con emoción en la voz, aunque no una muy “agradable”. -¿Lista para qué? –Escapándosele cierto temblor en la voz, hubo un silencio corto y eterno a la vez, vio la carta nuevamente, luego a su acompañante –Ah ¡Sí! prueba estas por favor, tienen una variación de ingredientes - Un último y desesperado intento de evasión.
- Esto no te hace bien. Son tantos, demasiados años, podríamos decir que tenemos más que un vínculo de sangre. No lo olvides por favor, tú eres mi dulce amiga y hermana de vida –Oyendo pero no escuchando, sin estar allí, en su mente recreaba la reciente misiva, enviando luz y amor sobre las noticias recién recibidas ¿Este día llegaría? Desde luego ¿Pudo haber hecho más? Cuanto no pasaba por su mente, unas gotas frías de sudor era lo que podía realmente sentir con estas (solo algunas) pequeñas incógnitas con las que en su mente en espiral no paraba. -Señor. – Murmuro. - No me abandones.
A lo lejos se escuchó el “cloc” cuando cerró la puerta, apenas consiente que su interlocutora se habia marchado dejándola en su espacio ¡horneando galletas! Quitando al poco tiempo el delantal con flores de cocina, miro a la ventana, el día pintaba tonos lilas y grises, bajo ese mismo cielo que hoy tiembla cuestionándose, se repite que no podía ser de otra manera, perdiéndose entre sus recuerdos.
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Flash back
En un pequeño pueblo italiano, podría decirse que ya olvidado, entre callejuelas empedradas y aromas a pan y galletas recién horneadas, se encontraban dos almas vivaces, conociéndose desde niños. Ella, era una niña de ojos color avellana, cachetes regordetes y sonrisa angelical, siempre corriendo en los jardines medicinales de su sencillo hogar, creciendo en el seno de una familia muy unida aunque sin hermanos de sangre, su padre venia de una estirpe en la que aprendió el arte de las medicinas naturales y apoyaba con ello a todo el que lo necesitaba, si, ¡Siempre ayudar! La tierna criatura pasaba su infancia bajo esta premisa.
Un día, deambulando por su pintoresca casa, una incesante tos llamó su atención, curiosa como toda infante se acercó a la puerta de roble, detrás de la cual su padre estaba casi siempre orientando en materia de salud, casualmente entre abierta ¿Cómo podía resistirse a mirar un poco? Aquella tos era demasiado sofocante de solo escuchar, y no podía imaginar cuanto podría estar sufriendo su portador.
Era… ¿Un niño de casi su misma edad?, 11 años, no podría decirlo en ese momento con exactitud, pues lucia demacrado, tan delgado, su piel casi gris, lo que si podía dar certeza es que era de cabello castaño oscuro y a pesar de su padecimiento resaltaban sus extraordinarios ojos obsidiana, ¡Extraordinarios! Espera… ¿Extraordinarios? ¿Desde cuándo ella...?
De pronto frunció el ceño, al oír el llamado de atención de su madre, referente a husmear detrás de las puertas mientras su padre atendía sus pacientes, dejándole en escarmiento - ¡Sin postre despues de la cena! -A lo que replico:
- Pero mamá, por favor, ¡Sabes cuánto amo tus galletas y hornearlas contigo!
- Entonces reflexiona sobre tus modales. -Aseveró su madre con mirada vivaz.
Así pasaron los días, y en uno muy soleado al volver del colegio, se detuvo como siempre lo hacía en su lugar secreto, en la parte más boscosa de la plaza central del pueblo, bajo la sombra de un frondoso árbol de olivo, allí se sentó con un libro, hasta que un sonido la hizo salir de su fantasías, un niño de cabello castaño y mirada traviesa se tropezó con una piedra y cayó de bruces al suelo.
Ella con la astucia de Hermes, el dios mensajero, corrió a ayudarlo.
- ¿Estás bien? -Preguntó con su ternura característica.
- Creo que sí -Respondió el niño, un poco aturdido. - "Me llamo Luigi
- Yo soy Paulina Pero todos me llaman Ponny. -Dijo la niña con una sonrisa. Recordándolo al fin, como aquel niño de la incesante tos -Oye, tu cara me es familiar.- Aún le parecían impresionantes aquellos ojos.
- ¿En serio? -Preguntó Luigi, con los ojos llenos de admiración. - Ella continúo riendo y agregó- Sí, mi padre era ese médico ¿Tu tenías como tos, no? ¡Mi papa es tan bueno que a veces parece un dios!-
En ese momento, el padre de Paulina, que claramente pasa siempre a cuidarla, un hombre alto y amable con barba canosa y aura cálida, se acercó a ellos. -"¿Te has hecho daño?"- Preguntó con preocupación.
- No papá- El padre de ella sonrió y dijo:
- Encantado de verte sano, Luigi.
- ¡Gracias a usted doctor! Su hija dice que usted es un médico tan bueno que a veces parece un dios.
El doctor Miguel se rió. -Esa es una comparación muy halagadora, pero solo soy un hombre que trata de ayudar a la gente. -Dándose la vuelta no sin antes decir: -Ponny, cariño, no tardes en volver casa.
Desde ese encuentro, nació su amistad. Se embarcaban en aventuras imaginarias, juntos exploraban los rincones del pueblo, inventando historias fantásticas, frecuentándose incluso en la casa de Ponny, quién lo sometía como catador de sus recetas, pues en su cocina reinaba siempre un aroma celestial. Ella y Luigi, se volvieron inseparables logrando pequeñas grandes hazañas culinarias: hornear galletas con formas mitológicas, porque como habia descubierto Luigi, Paulina era una soñadora con estas historias , es que en la amplia y variada biblioteca de su padre abundaban estos libros, y el señor Miguel siempre procuraba dejarle estas narraciones que fortalecían esos personajes en su imaginación.
Ponny, con su delantal de flores y una sonrisa radiante, medía la harina con precisión mientras Luigi, con un guiño pícaro, añadía chispas de chocolate a la masa.
- ¿Qué tal si hacemos un Minotauro?"- Sugirió Luigi, con una galleta redonda en la mano.
- Ponny rió -¡Buena idea! Pero yo quiero hacer una Atenea con su armadura y su lanza.
-Respondió, tomando otra porción de masa.
Las manos de ambos se movían con sincronía, creando pequeñas “obras de arte comestibles”. Un Zeus con su rayo, un Hermes mensajero con sus sandalias aladas, y hasta un Hades con su corona de oscuridad emergían de la masa, o al menos así las percibían ellos, el arte es algo subjetivo, pues algunas veces “Hades” parecía bizco.
Entre bromas y risas, Luigi le daba un toque cómico a las galletas, mientras Ponny las decoraba con glaseado de colores vibrantes. La cocina se convirtió en un taller de creatividad y complicidad, donde la amistad se mezclaba con el dulce aroma, las galletas mitológicas no solo eran un delicioso manjar para todos en la casa, sino también un símbolo que unía a Ponny y Luigi. Una amistad de la que con el tiempo y la complicidad, florecería en un amor tan dulce y mágico como las propias galletas.
Con el pasar de los años y la mejora visual de las galletas, soplaba ya el viento otoñal, susurrando entre las hojas doradas de los árboles, presagiando un cambio en el aire, en la vida de estos ahora jóvenes y de tantas personas más.
La guerra, como una bestia feroz, había irrumpido en sus vidas, separando corazones, miles de almas ahora perdidas literal y figurativamente. Luigi, con la valentía en la mirada y un nudo en la garganta, se tenía que despedir de Pony.
- No te vayas. -Suplicó está, aferrándose a su mano con una fuerza nacida del miedo y la pura desolación.
Luigi, desviando la vista, lleno de dolor, acarició su rostro con ternura. Susurró. -Pero debo ir. Es mi deber defender nuestra nación.
Ella comprendía la responsabilidad que pesaba en sus hombros, en ese joven y en todos los que luchaban estaba el futuro, pero el pensamiento de perderlo era insoportable ¿Realmente habia futuro sin él? ¿Lo habia? La ansiedad comenzaba a hacerse más dueña de Ponny, los jóvenes amantes se miraron a los ojos, en un silencio que hablaba más que las palabras. En ese último abrazo, se fundieron sus almas.
Ella, con lágrimas en los ojos, le regaló una bolsa llena de galletas recién horneadas con un toque de miel y una pizca de canela, como la ambrosía que bebían los dioses.
Prometieron escribirse cada día, mantener viva la llama de su vínculo a pesar de los cambios.
Las cartas de Luigi, oh, al principio llegaban con tanta frecuencia, llenas de historias heroicas y promesas de un mañana juntos. Paulina respondía con palabras dulces y recetas de las galletas que tanto le gustaban: las de Hércules, con nueces y miel; las de Afrodita, con fresas; las de Hermes, protagonistas, con miel y ese toque de canela. Sus corazones palpitaban y la motivación llenaba a ambos con cada palabra.
Pero, el tiempo no perdona, los años pasaban y pasaban sin que la guerra diera pizca de tregua. Ponny, se habia convertido en una joven de mirada triste, se quedó huérfana, embarcándose a América.
La guerra, cuando al fin terminó, no hubo noticia alguna de Luigi. Ponny, se refugió en el orfanato que la abrigó y dedicó su vida a cuidar de niños que, como ella, habían perdido a sus familias, conoció gente especial como la dulce y fiel Hermana María con la que se unió en esta etapa de reconstrucción de su vida, pues como su padre llevaba arraigado esa vocación profundamente en su corazón, y aunque estuviera herido, siempre palpitaría por ella.
En las noches de insomnio, aún hojeaba el viejo cuaderno donde guardaba las cartas de Luigi y horneaba sus galletas mitológicas. El aroma le traía recuerdos del pasado, de un amor que atesoraba como una parte imprescindible de ella misma.
Por su parte, Luigi, marcado por las batallas, finalmente regresó. Si, regreso la carcasa de lo que alguna vez fue “Luigi”. Al llegar al pueblo, se dirigió al árbol de olivo, buscando la poca paz de los recuerdos compartidos allí con Ponny, a la que se resistió a buscar porque él… Ya estaba roto, no habia esperanza. No sabía que habia sido de aquel niño o joven que soñó tantas cosas junto a la persona que lo deslumbro desde los 11 años, y no, no era un bastardo egoísta para ir a llenarle su vida con basura, miseria, todo lo que vio y experimento era miseria ¿De que le servían tantas condecoraciones si su alma estaba hueca con tanta atrocidad vivida? 25 años, tan solo 25 años y cuanto le pesaban, como un siglo, inevitablemente él también se embarcó a América, solitario aunque sus demonios jamás fallaban en quitarle el sueño, dolores de cabeza, distracción constante ¿Cuántas veces intentó quitarse la vida? Ya habia perdido esa inútil cuenta, es que el olor a galletas de la nada inundaba sus sentidos y no tenía ni siquiera el valor de ello, supo que ella habia abandonado el país por lo terrorífico de aquellos días y que habia quedado huérfana antes de lograr partir. Vaya, como deseaba que donde estuviera fuera feliz.
La brisa invernal agitaba las hojas de los árboles, susurrando historias de tiempos pasados. Luigi, un hombre que hizo tanto y ahora nada podía sentir igual, caminaba por las calles Americanas, pues habia sido transferido a estas sedes militares por haber destacado en aquella guerra que lo lleno de cicatrices, más maduro y con la mirada perdida en el horizonte, su corazón cargado de recuerdos amargos, anhelaba siempre un poco de paz, aunque toda tranquilidad no podría ser llamada “paz”, en ese concepto, tendría que existir ella.
De pronto, una figura familiar cruzó su camino, en aquel domingo.
No era posible, era incluso injusto, era Ponny. Si, él no podría confundirla jamás, la chica de ojos color avellana que había robado su corazón en su juventud, sin devolverlo ni siquiera por lástima. La guerra los había separado, dejando un vacío en sus vidas.
Los ojos de ambos se encontraron y, por un instante, el tiempo se detuvo, sus corazones se ralentizaron casi deteniéndose para luego volver a latir tan fuerte, quizá querían escapar de sus pechos. Las palabras se ahogaron en sus gargantas, no sabían si correr el uno al otro, o hacia donde más mirar hasta que Luigi, con la voz temblorosa y torpe por la emoción y tantísimos sentimientos, se atrevió a mencionar su nombre.
Ponny, con una sonrisa radiante, madura, diferente, pero igual de cálida, se acercó a él y lo envolvió en un abrazo. -Luigi -Susurró, con la alegría palpable en su voz, un cariño indescriptible. -Cuánto tiempo ha pasado.
Tuvieron un breve encuentro, donde compartieron sus experiencias, todo lo que recordaron. Luigi habló de los horrores de la guerra, de las marcas que le habían quedado grabadas en el alma, todo lo que le carcomía esa sangre imborrable de sus manos, sus pesadillas, y con la voz titubeante, le habló de las galletas, si, aquellas representaciones de fantasía que habían horneado juntos, símbolo de su amor inocente, que en sus momentos oscuros seguía siendo la luz, era lo único puro que él tenía.
Ponny, tan conmovida, triste y feliz, por su parte le contó sobre su trabajo en el orfanato, cómo dedicaba su vida a cuidar de niños que habían perdido a sus familias.
Luigi sumergido en lo que ella era, se sintió vivo ¿Vivo? Finalmente, sentía que la sangre corría por sus venas y no pudo detener las palabras cuando brotaron sin pensar, la voz llorosa:
- Paulina, tantos años han pasado... y mi amor por ti sigue intacto, tu eres una parte de mí, indispensable, mi luz, mi calidez. Quiero verte al levantarme y antes de dormir, quiero abrazarte, por favor… Deberíamos estar juntos. ¡Casémonos! –Dando incluso un pequeño golpe a la mesa, perdido en sus sentimientos, se le olvido arrodillarse.
Pero ella… Con ojos llenos de tristeza, una tristeza y una resignación casi sofocante, hablando entre pausas:
- Luigi, oh, mi querido Luigi. Tú sabes, mi corazón también te pertenece, siempre será así, no lo dudes. Pero mi vocación, es cuidar de estos niños, de estos pequeños que han perdido todo. No puedo abandonarlos.
- Paulina no me hagas esto por favor -Con la mirada suplicante – Yo…Yo te necesito para respirar. Quiero compartir contigo lo que me queda de vida. Podemos construir un hogar, juntos.
Las lágrimas escapan con ferocidad de sus ojos -No me pidas que haga esto, Luigi. Mi vida está aquí, con estos niños que me necesitan. No puedo ser egoísta y pensar solo en mí.
- ¿Acaso no soy importante para ti? ¿No significo nada en tu vida? –Respondió frustrado.
- ¡Por supuesto que sí! Eres el hombre que amo, el único dueño de cada fibra de mí. Pero este amor por los niños es igual de fuerte. No puedo elegir entre uno y otro.
- No puede ser… -Dijo, mirando al cielo, sintiendo tanto a la vez, desesperado, incluso más que en el campo -¿No-no hay nada que pueda hacer para convencerte?
- Lo siento, Luigi. Mi camino ya está trazado. Te pido que lo comprendas y que me apoyes. –Ella simplemente estaba decidida, con el alma hecha pedazos, pero decidida.
Luigi mantuvo silencio un minuto o dos, procesando la información, mirando hacia arriba, tuvo que respirar profundo, estaba demasiado desecho en todo sentido como para llorar.
- Está bien, Pauline. Te respeto y admir
o por tu nobleza. Siempre te amaré, pase lo que pase. –No hay palabras más sinceras que las allí dichas.
- Y bueno, de todas formas yo no soy el mismo despues de esa guerra.
Al final del encuentro, se despidieron con un beso en la mejilla, prometiendo una vez más mantener una correspondencia. Las cartas mensuales se convirtieron en un puente que los unía a través del tiempo .
Luigi con religión hacia contribuciones anónimas para el hogar de Ponny, era lo mínimo que podía hacer por ella.
Una mañana se filtraba el alba por las ventanas del orfanato, iluminando el rostro de Paulina, quien leía una carta con manos temblorosas. Las palabras, borrosas por las lágrimas que corrían por sus mejillas, anunciaban una noticia devastadora: Luigi, el amor de su vida, había sido diagnosticado con Alzheimer.
Ponny se quedó petrificada, el tiempo se volvió a detener. No era posible, no era justo, como si una ola de hielo la hubiera congelado, allí estaba ella apretando tantísimo las manos, dolía, todo dolía, algo punzante le oprimió el pecho, mientras un torrente de recuerdos inundaba su mente. El olor a galletas se hizo presente, las promesas bajo aquel árbol, todo se teñía ahora de la sombra de la enfermedad. El Alzheimer, esa terrible enfermedad silenciosa, se había instalado en la mente de Luigi.
Ahora entendía porque habían disminuido su constante comunicación, también le mencionaba que a través del ejercito quizás al empeorar se confinaría con su pensión en un centro de cuidados y que no deseaba preocuparla, mucho menos quería su lástima, pero cuando no supiera de él quizá era esta enfermedad que empezaba hacer mella en él, ella se prometió desde la vez que lo supo recluido, visitarlo cada domingo, convirtiéndose así en su brújula personal, en aquel mar de recuerdos fragmentados. Las galletas mitológicas, con sus sabores y aromas, evocaban en Luigi momentos de felicidad y calma.
Un día, Luigi dejó de recordar su propio nombre. Pero al probar una galleta de Hermes, sus ojos se iluminaron y sonrió con picardía - "Esta es la de las sandalias con alas, ¿verdad?" - Dijo con voz débil. Ponny, con lágrimas en los ojos, asintió y le dio un beso en la frente.
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Actualidad
La señorita Pony, con ojos empañados de tristeza, observaba la bandeja de galletas recién horneadas. Sus manos, que tantas veces habían creado obras de arte comestibles junto a su amado, ahora temblaban con la carga de la noticia que acababa de recibir: Luigi, su único amor y amigo de la juventud, había fallecido en un centro de cuidados para enfermos.
Esta vez, las gotas que corrían por sus mejillas era como si la quemaran, y no se iban a detener mientras se mezclaban con el glaseado de las galletas. La señorita Pony se sentía desolada, una parte de ella se ha ido con él.
De pronto, la voz dulce y serena de la hermana María, su eterna amiga y confidente, la sacó de su ensimismamiento.
- Paulina, querida- Susurró, colocando una mano sobre su hombro. -Sé que este es un momento difícil, pero recuerda que Luigi siempre estará contigo en tu corazón.
Pony la miró, llena de dolor y agradecimiento. -Gracias, hermana María – dijo mientras se quebraba su voz.
Las dos amigas se abrazaron en un silencio conmovedor, uno que todo lo decía. En ese abrazo, ella encontró el consuelo que necesitaba para seguir adelante. A pesar de la profunda tristeza que la embargaba, de la desolación, ella decidió seguir horneando galletas, era su forma de mantener vivo el recuerdo de Luigi, de celebrar el amor que los había unido.
En el Hogar de Ponny , las galletas mitológicas se convirtieron en una tradición. Los niños las horneaban con cariño pues cada galleta era un homenaje a su amor, un símbolo de la esperanza que nunca se apaga.
FIN
Nota: Esta historia es un homenaje a la memoria de todos aquellos que han tenido o perdido a un ser querido por la enfermedad de Alzheimer.
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¡Gracias de antemano a todas por regalarme su tiempo y darle la oportunidad al escrito!
🥺🥺
Siempre tenemos un pasado que nos acompaña, Ya sea lindo o no. 
