Cariños a todas!
En la biblioteca, con su sofisticada atmósfera, la luz tenue ilumina miles de libros encuadernados en piel, alineados en estanterías de madera tallada. El aroma a papel añejo y tinta se mezcla con el suave perfume de las flores frescas que adornan las mesas auxiliares. En el centro de la sala, una imponente chimenea de mármol negro crepita con un fuego acogedor.
Un silencio reverencial domina el ambiente. Las espirales del humo de un habano se arremolinan en la penumbra del lugar. Un suspiro escapa de los labios de George, un hombre de mediana edad, cuyo rostro está surcado por las arrugas del tiempo y la melancolía.
Levanta su copa, un escocés doble a la roca, hacia un retrato colgado en la pared. A pesar de la poca iluminación, la imagen de Rosemary, una mujer radiante, perfecta y etérea, se hace presente en su mente. Su cabello rubio cae en ondas suaves alrededor de su rostro, sus claros ojos brillan con inteligencia y calidez, cautivando a todos los que la conocen. Su belleza no es solo física, sino que también emana de su interior.
Con la voz entrecortada y la vista fija en la foto, George susurra: -Rosemary, mi amor imposible, podría haberte dado todo. Incluso lo que no tengo, lo hubiera conseguido para ti con el tiempo.-
Un trago amargo corta lo que sería el comienzo de una elegía de lamentaciones. Su amor es un secreto susurrado entre las ramas de los árboles, un fuego prohibido que arde en su alma. Se encontraban a escondidas bajo la luz plateada de la luna, compartiendo sueños y promesas de un futuro juntos. Pero la realidad los golpea sin clemencia. Ella, estaba destinada (o más bien condenada) a un matrimonio concertado, no podía desafiar las expectativas de su familia.
-Tus ojos, Rosemary, ahora solo puedo verlos en mi memoria-, musita mientras toca el retrato con fervor. -Mi corazón solo te pertenece, aunque el destino nos haya sometido a la distancia.-
Recarga su vaso y lo observa con detenimiento. El líquido ámbar le ofrece un fugaz escape de la realidad que lo ahoga. -
-Tu amor no se borra con alcohol-, murmura mientras se levanta y camina de un lado a otro. -¿Por qué no pude ser el hombre que tú merecías? ¿Por qué la vida me jugó esta cruel broma?-
Su mente nublada da saltos en el tiempo, recordando todas las ocasiones en que vio a Rosemary por casualidad, cuando se enteró de su embarazo y cada rumor sobre lo "perfecta" que era su vida. Hasta el momento de su fatal diagnóstico, que lo dejó sin ganas de siquiera suspirar de nuevo.
George sintió tantas cosas en ese momento. Sus manos aún podrían temblar al recordar cómo se fue extinguiendo el brillo de sus ojos aquella madrugada.
Otro sorbo más arde en su garganta, como los sentimientos imposibles que lo unieron a la hija de su benefactor. Aquellos que fueron ahogados por las convenciones sociales, las diferencias y los estúpidos prejuicios que persiguen a las almas nobles o diferentes. Excomulgándolo de la religión de amar, preso de un silencio eterno, que solo encuentra consuelo en las brumas y la confusión de la bebida.
Entre remembranzas y sollozos, la melodía de un vals cuya tonada no está seguro de cómo tararear, lo transporta a un baile de media noche, fugaz como una estrella. Revive cada detalle: el color de su vestido, cómo carcajeaba con algún tonto chiste que se le ocurría en el momento o cómo fingía que no le dolía cuando ella lo pisaba por error. Un recuerdo que lo lleva a empinarse y beber directamente de la botella.
Cierra los ojos e inhala profundamente. Avanza como un alma en pena hacia el jardín, a paso lento por el sendero que conduce a los rosales. Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, se detiene contemplando su belleza. Las rosas están en plena floración, destacando al brillo de la luna llena.
Se arrodilla, inhalando profundamente la fragancia dulce y embriagadora del lugar. Ella le había regalado aquel rosal una primavera, cuando se entregaron al amor, al volverse uno con pasión ardiente. Se inclinó y rozó sus labios con los pétalos de una rosa roja, imaginando que era Rosemary. Una oleada de emociones lo invadió: amargura por la tristeza de su ausencia y dulzura por haberla conocido, más que fijarse en un don nadie como él. Ese beso no solo honraba su recuerdo, sino también su devoción eterna.
-¿Puedes escucharme?-, susurró con la voz entrecortada .
-Te extraño tanto. Si pudiera volver atrás en el tiempo, elegiría un camino diferente y lucharía. Huiríamos juntos.- Se llevó la mano al pecho, sintiendo el dolor de su corazón roto.
-Te amo con todo mi corazón, continuó, con voz temblorosa. -Así será hasta el fin de los días de este frágil mundo. Por ahora te tengo en mi mente, donde se me permite verte y ser feliz, aunque sea solo en mis sueños.-
-Soy un abogado respetado, un hombre de bien..., murmuró, sus palabras decayendo en un tono melancólico. -Pero por dentro, soy solo trozos de recuerdos y arrepentimientos. ¿Cuánto tiempo más podré soportar este dolor?-
-Tal vez en un lugar más allá de este mundo nos encontremos, pensó. -Y nuestro amor finalmente será libre.-
Cerró los ojos, imaginando un reencuentro con Rosemary . Un lugar donde su amor puro y verdadero pudiera florecer sin restricciones.
Una lágrima recorrió su mejilla, empapando la rosa que aún sostenía en su mano. Era un símbolo de su amor inquebrantable, un recordatorio de la felicidad que alguna vez tuvo y que ahora solo existía en sus recuerdos.
Con un último suspiro, George se levantó y se dirigió al interior de la casa, dejando atrás el jardín y las rosas que le traían tantos recuerdos. Sabía que el dolor lo acompañaría por el resto de su vida, pero también albergaba la esperanza de que algún día se reuniría con su amada en un lugar donde su amor podría ser libre.
Última edición por ambar graham el Dom Mayo 05, 2024 7:25 pm, editado 2 veces