Expiación
Capítulo III
Capítulo III
¿Pueden dos almas estar conectadas antes de encontrarse?
Vidas paralelas, vividas en soledad, un hilo invisible uniéndolos en la distancia. Todo cuanto hay en desesperación, un dolor desgarrador insondable ocupando tu corazón, inyectado hasta los huesos.
Los ojos cegados por una verdad que te quieren hacer creer: la rabia, la culpa, la tristeza. El pasado conjugado en presente.
Terrence no soportaba sentirse débil y abatido, mucho menos mostrarlo. Si algo odiaba era que lo cuidasen y convertirse en el centro de atención de sus allegados, había desarrollado una especie de aversión hacia cualquiera que se acercara a él mostrando aunque fuese un poco de preocupación, mucho menos toleraba la lástima, le era ofensivo. No le hacia ninguna gracia que se inmiscuyeran en su vida privada y eso incluía que no permitía que se tocara el tema de Alice. Apenas había accedido ante el consejo insistente de su mejor amigo y productor Michael Lugand, aceptar los coqueteos de Megan en un intento por devolverle algo de normalidad a su vida, ahora analizaba los resultados, todo fue un fracaso rotundo, un estrepitoso fracaso. Preso de un duelo que se volvía patológico, Terrence vivía al borde del infierno bajo las puertas del silencio.
Su celular sonó dos veces antes de que él se despertara por completo para girarse sobre su cuerpo y tomarlo. Restregándose los ojos deslizó su dedo para contestar.
—Hola Michael.
—¿Todavía durmiendo? Déjame adivinar el tigre está acompañado...
Terrence entornó los ojos y levantó levemente el rostro para ver a su lado izquierdo y confirmar que el peso que sentía en sus costillas era el de su hija.
— Sí, estoy acompañado, Sofia durmió conmigo anoche, y el tigre ya no existe.
—¡Sofia! ¿Qué pasó con Megan?
—Todo fue un desastre, pero no quiero hablar de eso... —hizo una pausa intentando levantarse de la cama. Colocando a Dodo a un lado. Te lo contaré en el teatro.
—Espera... ¿estas bien?
—Claro que estoy bien. Adiós.
Aquellas palabras salieron con tal facilidad de su boca que casi él las creyó también. Se movió hasta el pequeño bar de café que tenía en la habitación, un pequeño compartimiento empotrado en una de las paredes que al abrirse ofrecía una pequeña barra y un mini refrigerador, allí habían instalado una cafetera y tenía todo lo necesario para tomar y prepararse una taza de café sin tener que salir de la habitación. Se hizo uno muy cargado y fue hasta la pequeña terraza, desde la que tenía una espléndida vista del Central Park. Allí sentado disfrutando de su café repasó los eventos de la noche anterior y lo bochornoso que había resultado. También recordó que se quedó dormido acariciando las hebras oscuras del cabello de Sofia, mientras lloraba en silencio, tal como estaba acostumbrado a hacerlo desde la tarde en la que halló a Alice. Muerta. Un escalofrío recorrió su espalda y volvió a sentir como nuevas lágrimas temblaban en sus párpados, luchaban para salir de sus ojos tan azules como el mar profundo. El sabor del café se confundió con el sabor salado de las que fueron inevitables. Las limpió tan rápido como pudo, no podía darse el lujo de que su hijita despertara y lo viera llorar. Nunca era el momento de debilidades, ella nunca lo había visto llorar y aquel no era el momento, en realidad nunca los hubo. Él había perdido a una esposa, pero ella había perdido a su madre. Su papel no era mostrarse con ligereza de emociones, su papel era la fortaleza, mostrarse como aquellos árboles que soportan cientos de tempestades. Él era el faro inamovible en la vida de Sofia, ese era su papel. No por nada se le consideró el mejor actor de Broadway antes de ser dueño de su propio teatro y compañía.
Después de todo la vida continúa. Quebrado o no por el dolor dos días después del funeral él se presentó a trabajar. Se tomó sólo dos días para estar con Sofia contempladola en silencio mientras era su madre quien en verdad se hacía cargo de ella. Apenas tenía fuerzas para abrazarla. Podía mostrarse ligeramente abatido pero nunca destrozado como en verdad estaba, como una copa de cristal estrellada al suelo, partido en pequeños trozos imposibles de unirse de nuevo. Desde que se comprendió solo, Sofía era su único aliciente, supo que ella estaba totalmente a su cargo que de él dependía. De pronto la familia estaba rota como rota estaba su alma y eran sólo ella y él.
Después de todo él ya era un experto en disimular el dolor por una pérdida, un año antes de la muerte de Alice, Terrence perdió a su padre, de quien estaba lo suficientemente distanciado como para enterarse de su muerte sólo en el momento de la lectura del testamento. Su medio hermano y su madrastra lo excluyeron del funeral y fueron incapaces de informarle cuando Richard Granchester estuvo recluido en un hospital de Londres luego de un severo ataque al corazón. A pesar del distanciamiento entre ambos, Richard recordó a su primogénito en su lecho de muerte y pidió en varias ocasiones que se le llamara para así poder despedirse de él. Esto no ocurrió. Él lidió con esto en silencio, con lo que no se dice, pero se padece hasta los huesos. Su carácter tremendamente orgulloso le ataba de tal modo que no le permitió expresar el verdadero dolor que carcomía su alma en esos momentos haciéndose de forma natural tantas preguntas ¿es así cómo se mide la gratitud con el hombre que me dio la vida y a pesar de todo formó parte de lo que soy? ¿éramos tan diferentes al punto de no poder perdonar? El peso de la usencia, los recuerdos, los secretos... los remordimientos.
Pero aún con la reciente muerte de su padre, nada lo había preparado para el dolor de perder a la persona que se ama sin medidas. Sucedió de golpe, una mañana la dejó para ir al teatro, llevar a Sofía a la escuela, en la tarde su esposa estaba muerta, tendida en la tina, inundada de barbitúricos.
Un día de otoño, bajo un atardecer naranja en Nueva York.
Era dueño del amor y la felicidad... después no tenía nada.
Ocurrió de pronto. Todo y nada.
Cuando la luz inundó su estudio dibujando los contornos de las paredes él seguía despierto. Llevaba varias horas sin dormir dándole vueltas al mismo pensamiento, a la misma duda ¿por qué? Alice no había dejado una carta de despedida, ni una nota, ninguna señal ni una mísera palabra que explicara su decisión de quitarse la vida. Cualquiera pudo ser la causa, de hecho, todo apuntaba a una depresión silenciosa y asesina, nada parecía estar relacionado directamente con él, siempre se habían mostrado como una pareja feliz, que se amaba y se complementaba muy bien. Él la amaba verdadera y ciegamente y ella, pues, parecía sentir lo mismo. Tenían una hermosa hija, una tranquila convivencia doméstica, una bella casa, dinero, amor... todo para ser feliz. ¿Qué había fallado? ¿Cuál fue su error? Estas preguntas taladraban su mente y no le daban paz. Ingobernables emociones le asaltaban a ratos y fue sólo en ese momento que permitió una grieta. Un sollozo apagado casi de inmediato.
Terrence no recordaba cuándo había sido la última vez que lloró, pero acariciando el suave cabello de Sofía, sintiendo su calorcito a su lado, respirando su vulnerabilidad él se dejó arrastrar una vez más por estas ingobernables emociones. Su alma estaba quebrada y hacía grandes esfuerzos para que su pequeña niña no sufriera con sus grietas.
Volvió a la habitación, a su presente, observó a su bella hijita dormir abrazada a la almohada y a Dodo, un extraño ser de peluche que ella no abandonó desde que quedó huérfana, ni siquiera podía recordar si había sido un regalo de Alice o de él mismo. Sólo sabía que ese preciado objeto le hacía compañía todo el tiempo que estaba en casa, y especialmente para dormir. Sofía solía meterlo entre las sábanas junto con ella, abrazada a él. Para su padre estaba claro que este la hacía sentir más segura por las noches produciéndole mucha ternura. Volvió a la cama con cuidado, ahora con su laptop en las piernas, aprovecharía que la pequeña aun no despertaba y que era sábado para adelantar algo de trabajo. Volvió a prepararse un café pasaría la mañana con ella en casa, antes de llevarla a casa de sus abuelos maternos y él ir al trabajo para la función de esa noche. Pasó más de media hora sólo leyendo correos y respondiendo a ellos. La puerta sonó dos veces, golpes suaves y discretos. Se volvió a levantar con cuidado para atender al llamado, era el servicio del hotel trayendo el desayuno a la hora acostumbrada los fines de semana.
—Buenos días, señor Granchester el desayuno está servido.
—Muchas gracias, señora Jennings —le dijo a la ama de llaves que servía en su departamento.
Terrence volvió y se recostó en la cama para llamar a Sofía, lo hizo con delicadeza y ternura.
—Cariño —la llamó —es hora de despertar, han traído el desayuno.
La pequeña tardó un poco en abrir los ojos y él sonrió al volver a contemplarlos siempre tan vivaces, ella se los estrujó con su mano y le devolvió la sonrisa, se incorporó lo suficiente para buscar a Dodo y asirlo a su pecho, él no dejaba de sonreírle, le palmeo una de las piernas y repitió que era hora de levantarse para desayunar. Como era sábado no contaban con el servicio de niñera, así que él se hacía cargo de hacerla ir al baño para su aseo, con ella escogía la ropa y un inútil esfuerzo por peinarla, él deseaba ser de esos padres modernos que eran capaces incluso de hacer el moño para la clase de ballet pero la mayoría de las veces fracasaba en el intento, entonces Sofía se hacía cargo de la situación usaba lo que se le antojaba que por lo general no guardaba ningún código de combinación y se peinaba imitando a las niñeras. Él en el fondo intentaba y hacía lo que podía, todo en un monumental esfuerzo para mantener a su hija a su lado, y darle a demostrar al mundo entero, especialmente a los padres de Alice de que él podía con la tremenda responsabilidad de tener a una niña, su hija de siete años a su cargo sin la intervención de nadie más, ni siquiera de su propia madre.
—Soñé con mami —espetó de pronto Sofía.
Terrence volvió a sonreír, ya no le sorprendía este tipo de confesiones. Con cierta frecuencia, Sofía le manifestaba haber soñado con su madre, por lo general era un sueño repetitivo en el que ambas estaban en el parque y Alice la empujaba en un columpio. Para él más que un sueño consideraba que aquello debía de ser un recuerdo que la pequeña guardaba celosamente, quizás de las últimas veces que ambas estuvieron en el parque al que Alice solía llevarla por las tardes.
—¿Y fue un lindo sueño? —preguntó él como siempre lo hacía cuando ella se lo contaba. En el fondo él envidiaba esta capacidad de su hija de ver a su madre en sueños, seguro era de gran consuelo y muy reconfortante para ella, sin embargo, en estos dos años él nunca había tenido un sueño con ella. Sólo esa especie de ensoñación, en la que la vio mirándolo a los ojos extendiéndole su mano la noche anterior cuando estaba a punto de acostarse con Megan, lo que lo había paralizado de muerte.
—¡Sí!
—Me alegra, ahora debes levantarte iremos por el desayuno y luego tendremos que arreglarte para ir a la casa de los abuelos Sarah y Steven. Para él era difícil hacer esas visitas, no porque no sintiera verdadero aprecio por los padres de Alice, sino porque aquellas visitas siempre terminaban en una discusión velada en la que se cuestionaba su estilo de vida y el de Sofía, su incapacidad para lidiar con el dolor de la pérdida traducida en las repetidas veces que él se negó a recibir ayuda terapéutica con los incontables psiquiatras que Sarah le recomendaba, y por supuesto la siempre insinuación de que Sofia podía estar mejor con ellos, viviendo en la misma casa en donde se había criado Alice. Él había desarrollado ya un sin número de excusas para librarse de ellas y sobre todo persistía en su intención firme e inamovible de permanecer al lado de su hija y criarla como creía sería del agrado de Alice.
Terrence le tomó de la mano y la ayudó a bajarse de la cama para acompañarla a su habitación. Un lindo cuarto decorado con ilustraciones de Hilary Knight y que reproducía los colores magenta y rosa icónicos de Eloise. Una hermosa creación que él hizo para ella aprovechando que había un salón que usaban para el té y los desayunos, con la misma temática y que Sofía adoptó desde que llegaron al departamento como su salón favorito para celebrar su té de muñecas.
—Bien, busca tu ropa y zapatos. Yo voy a preparar la ducha —le dijo mientras se movía a la sala de baño. —No tardes que se enfriará el desayuno. Yo también iré a ducharme.
Sofía era una niña que podía arreglárselas muy bien en el baño, y después para vestirse. A su corta edad a fuerza de sobrevivencia y con un padre haciendo apenas lo que podía ella adquirió habilidades de una niña más grande, y podría decirse que ambos tenían relativo éxito, salvo por los atuendos de ella y unas orejas a veces sin restregar.
Después de media hora ambos volvieron a reunirse en la habitación de ella, y él la ayudaba a atarse los cordones de sus zapatillas Converse que había combinado con calcetines rosas, una falda roja y una blusa verde manzana, muy al estilo de Punky Brewster para el gusto de su padre, pero al que ya no hacía resistencia. Se fueron al pequeño saloncito donde los esperaban huevos revueltos, tocino y pan tostado para él y unos wafles con arándanos y miel para ella. Al terminar su desayuno, Terrence se dirigió a la cocina que poco se usaba en aquel departamento, allí se encontraba la ama de llaves poniendo en orden algunos de los pocos abarrotes que él encargaba, nada con lo cual se podía preparar una gran comida, apenas cereales, galletas, yogurt, café, leche, pan para tostadas, mermelada y dulces para Sofía.
—Señora Jennings me ayuda con una niñera para la semana, será bastante ocupada, necesito a alguien que pueda buscar a Sofía a la escuela y estar con ella hasta que regrese del trabajo.
—Por supuesto, me pondré en contacto con la agencia de inmediato señor Granchester.
—Gracias —dijo lacónico.
—Recuerde —abrió la boca la mujer antes de que él se marchara —recuerde —repitió cuando obtuvo su atención —la recomendación que le he hecho para que contrate a una niñera interna.
—Ah sí, lo pensaré —respondió él y salió en dirección al salón para apurar a Sofía. —Ah, por favor, pídale a Jofrey que me esperé abajo, saldremos.
Pero la señora Jennings sabía que esto lo decía por salir del paso, en el tiempo en que llevaban viviendo en el Plaza, Sofía había tenido un incontable número de niñeras todas provenientes de una agencia con toda la confianza de la administración, la misma que usaban para el servicio a sus huéspedes. Ciertamente alguna de las chicas se repetía, casi todas ya conocían a la pequeña Sofía y su padre daba excelentes propinas. Sin embargo, él rehuía a tener una persona extraña en casa, durmiendo bajo el mismo techo, husmeando por los rincones. Así que simplemente echaba mano de las bien entrenadas jóvenes de la agencia que despachaba a su regreso sin tener que relacionarse más allá con ellas.
—Vamos Sofi. Tus abuelos te esperan —dijo apenas regresó al salón.
Sofía obedeció de inmediato, se limpió los labios con una servilleta, así como los labios de Dodo, y se levantó para seguir a su padre. Antes de llegar al vestíbulo la niña se detuvo un segundo.
—Espera, llevaré a Dodo a dormir una siesta, comió mucho en el desayuno, casi se come todos mis wafles.
—¡Sofía! Ya nos espera Jofrey... Sofía apresúrate.
Ella como siempre obediente corrió escaleras arriba, entró a su habitación igualmente corriendo para dejar a Dodo sobre la almohada le dio un beso y salió apresurada. Volvió al lado de su padre para tomarlo de la mano y los dos salieron del departamento.
Ambos eran ansiosamente esperados especialmente por Sarah quien fue la primera en salir a la puerta para recibirlos, como era natural, ambos abuelos habían concentrado todo su amor y consuelo volcado en manifiesto amor para su única nieta, hija de la también única hija de un matrimonio de casi treinta años.
—Hola Sarah —Terrence se acercó a la mujer y le dio un beso en la mejilla.
—¡Terry cariño! —respondió ella con visible aprecio usando el diminutivo que sólo usaban sus familiares y amigos más cercanos para dirigirse a él.
—¿Ya desayunaron? Ste prepara café en la cocina.
—Sí, gracias.
Sofía para ese momento ya había salido corriendo en busca de su querido abuelo para abalanzarse a sus brazos y recibir sus besos. Mientras él y Sarah caminaban a la cocina ella lo interrogaba sobre su trabajo, y sobre Eleanor. Terry le rindió tímidas cuentas de su propia semana y se enfocó en hablar de la buena semana de Sofía en la escuela, actividades que él apenas estaba enterado, la mayoría de la comunicación de la familia con la escuela la tenía Eleanor, que tampoco tenía mucho tiempo para dedicarle a su nieta, pero que era más de lo que Terry podía hacer siendo hombre tan ocupado siempre.
—Cariño, tengo algo para ti —Sarah se movió hasta una estantería de libros que estaba en el espacio abierto que conectaba a la cocina con una sala de estar. Terry apenas estaba estrechando su mano con la de Steven cuando observó el rostro grave del hombre, era fácil deducir que se trataba de otro intento de Sarah por rescatarlo.
—Querida deja que Terry tome su café... —pronunció Steven antes de que Terry recibiera la taza de café que él ya alargaba para su nuero.
—Es que puedo olvidarlo cariño... Sé que al menos esto si vas a aceptarme —expresó la mujer segura de sí misma colocando la palma extendida de la mano sobre el libro que tomó de la estantería.
Sarah ignoró las muecas de su esposo para que no comenzara con el sempiterno duelo no resuelto de Terry, un tema que la tenía obsesionada. También ignoró las expresiones faciales de quien consideraba su hijo, Terry entornaba los ojos y apenas la veía alzando la mirada desde la taza de café que se llevaba a los labios mientras sentía que una corriente de ira y dolor le recorría la espalda, la misma sensación de siempre cuando pretendían sacarlo de su zona de confort y entonces debía gastar importante energía en simular su molestia para bien huir o usar una serie de evasivas ya ensayadas.
Sarah comenzó a leer la primera página de aquel libro:
“El proceso de superar la pérdida de un ser querido es una experiencia dura y difícil pero que, sin embargo, todos tenemos que enfrentar en algún momento de la vida. Pasar un duelo es algo necesario para poder sanar las heridas que nos deja la pérdida y poder enfrentar el futuro de forma más equilibrada”
Terry apenas se concentró en escuchar, dejó la taza de café sobre la encimera de la cocina y se acercó a Sofía que jugaba ya con los juguetes que tenía en aquella casa para ella, la levantó en sus brazos, le sonrió y le dijo.
—Quédate toda la tarde con los abuelos, vendré por ti después del teatro.
—Pero Terry, no te quedarás a almorzar... —Se quejó Sarah de inmediato.
—No, lo siento Sarah, pero almorzaré con mi madre, puedo venir por Sofía a las ocho.
—Puede quedarse todo el tiempo que quieras —aseguró Steven colocándose al lado de su esposa y pasando su brazo por sus hombros.
Terry le sonrió a Sarah con displicencia y más que displicencia con verdadera lástima. Se sentía invadido por ella, pero sabía que ella no lo molestaba adrede, que era su forma de darle consuelo, un consuelo que él no estaba pidiendo. Recibió el libro entre sus manos, y leyó el título, suspiró profundo, masajeo su frente y volvió su mirada a ella.
—Gracias.
Enseguida se movió por el pasillo hasta el vestíbulo y la salida de la casa. Ste lo había seguido para acompañarlo.
—Terry —dijo el hombre —debes disculparla ella sólo quiere lo mejor para ti, te quiere como a un hijo... ambos te queremos, pero en verdad no sé cómo lo haces.
—¿Hacer qué?
—Fingir que todo está bien.
—Ste también los quiero y apreció todo lo que han hecho por mí y Sofía en este tiempo, pero vuelvo a repetirte estoy bien, y voy a seguir estándolo. Por favor, discúlpame mi madre me espera.
Sin decir nada más Terry bajó las escaleras hasta la calzada, como había despedido al chofer no le quedó más remedio que caminar sin saber exactamente a donde, lo único que deseaba era salir de la casa de sus suegros, pensó en llamar a Michael para encontrarse con él, pero antes se paró frente a un basurero y echó el libro en él. Allí a la basura iba el ejemplar: Diario de duelo, de Roland Barthes y las buenas intenciones de Sarah de interferir en su vida y en su dolor.
Continuará...