Terry caminó por unos minutos sin un rumbo fijo, no tenía a donde ir realmente, lo del almuerzo con su madre había sido una ardid para poder zafarse de Sarah y salir de la casa de los Esthon lo antes posible. Sin embargo, si pensó en llamar a Eleanor para invitarla a almorzar, después de todo tenía días sin verla en el teatro porque su madre, también actriz, y aún activa salía del teatro apenas terminaba la función y poco margen tenían para conversar, siendo que el mismo también salía disparado apenas terminaba su trabajo para poder despachar a la niñera de turno en su departamento. También lo atormentaba otro pensamiento, o más bien sus intenciones aún no concretadas de llamar a Megan York para disculparse con ella por su comportamiento la noche anterior. Él que siempre se comportó como todo un caballero con las mujeres estaba convencido de que su comportamiento había sido desconsiderado con ella tomando en cuenta que no había hecho nada malo. Si hacía una sincera evaluación de daños, la más perjudicada desde todo punto de vista era Megan, porque había sido él quien la invitó a salir esa noche, fue él -aunque por insistencia de ella- quien accedió a llevarla a su departamento después de tomar unas copas cuando abandonaron el bar donde al que fueron luego de la cena.
Si bien era cierto que él accedió a aquella cita primero asediado por Michael, quien los había presentado en un cóctel en el MET varios meses antes y luego rindiéndose a los propios coqueteos de ella cada vez que coincidían, se sentía totalmente responsable del mal rato vivido luego de que él no pudo responderle como hombre la noche anterior. Algo que no le había ocurrido antes con ninguna mujer, aunque su lista de conquistas en realidad no resumía a un gran número de mujeres. Terry y Alice se conocieron cuando ella estaba a punto de terminar su carrera en la universidad y él comenzaba su camino como actor en Broadway, antes de eso podía contar a unas cuantas novias, pero no nada serio. El flechazo con Alice había sido casi instantáneo, ella era para él la mujer que siempre había esperado que llegara a su vida, y no tardó mucho en pedirle que fuera su novia, y después de eso no tardó mucho tampoco en convencerse en que la haría su esposa, así y a medida de que su carrera iba ascendiendo en los escenarios la relación fue madurando y pasando de un nivel a otro sin complicaciones, hasta que el actor en ascenso le pidió matrimonio seguro de que con el éxito de su carrera podía proveer de un techo para ambos y comenzar una vida juntos y para siempre, como lo había anhelado.
Todo terminó antes de que él pudiera imaginarlo, y estaba allí en medio de la calle metido en un bendito dilema sintiéndose más solo que nunca, y odiando terriblemente esa sensación de vacío y soledad que ahora lo acompañaba como una sombra.
—¡Mamá!
—¡Terry! Que sorpresa hijo.
—¿Por qué sorpresa? Acaso no nos vemos todos los días.
—Pero nunca me llamas.
Terry sonrió, una media sonrisa casi infantil que admitía que lo que decía su madre era cierto, él poco la llamaba porque parecía conformarse con verse en el teatro todos los días.
—Dejé a Sofía con los Esthon ¿quieres ir a almorzar con tu hijo?
—Ay mi amor, por supuesto. ¿Pasas por mí?
—Tomaré un taxi, y estaré en tu casa en pocos minutos.
—Te espero mi cielo.
Se quedó mirando su celular por unos minutos más, cerró los ojos para convencerse de que lo que estaba a punto de hacer era lo mejor, no sólo lo mejor, era lo correcto, debía al menos disculparse, ya que no podía dar explicaciones de lo que ocurrió. Ni él mismo podía entender que había pasado, si acaso era cansancio, stress... todo lo que sabía era que Megan en verdad le atraía, que era una mujer hermosa y relacionarse con ella finalmente no fue tan difícil como lo pensó, pero... existía ese pero inexplicable que le impedia y había impedido ir más allá, y que no era meramente fisiologico, aunque se estuvo engañando el pero existía y estaba relacionado con esa tremenda incapacidad que tenía para establecer nuevos lazos, por ese miedo terrible al dolor y la pérdida que le costaba tanto reconocer y que estaba lejos de superar.
Volvió a suspirar profundo, y decidido accionó la llamada, mientras esperaba se masajeo el puente de la nariz y miró a la calle para detener un taxi y dirigirse al departamento de su madre. Después de unos segundo Megan contestó.
—Megan, soy Terrence.
—Hola... —dijo y aguardó en silencio.
—¿Puedes hablar? —le preguntó él sin saber que más decir.
—Por supuesto...
—Yo... yo quería disculparme.
—Te aceptaré una disculpa si me invitas a cenar esta noche —soltó Megan sorprendiendolo.
Terry tardó unos segundos en comprender lo que Megan acababa de decir, fue tal su sopresa que perdió un taxi al tratar de escuchar mejor. Volvió a la calzada y cambió de lugar su celular.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que acabas de escuchar, no estoy dispuesta a rendirme contigo, aceptaré esa disculpa si me invitas a cenar esta noche.
—Megan, lo lamento, tu oferta es muy generosa viendo como terminaron las cosas anoche...
—¿Lo de anoche podemos olvidarlo? —preguntó la mujer decidida.
—Si es lo que quieres —a Terry no le quedó más nada que responder.
—Sí, debemos olvidarlo... entonces ¿salimos esta noche?
—Me temo que esta noche no puedo Megan. No tengo niñera para Sofía además tengo trabajo en el teatro, hoy es sábado es el mejor día, me gusta estar allí.
—Te recuerdo que eres el dueño, y un hombre muy rico, no necesitas ir a trabajar todos los días...
Terry resopló con una sonrisa... Megan era directa y sin pelos en la lengua.
—Me gusta mi trabajo. Me gusta estar en el teatro por si algo se presenta. Además mi madre es la estrella del espectaculo. Es mi compañía, son mis actores...
—Esta bien, no tienes que darme explicaciones. Hagamos algo, quieres ir mañana a almorzar, por favor no puedes negarte, Sofía está incluida.
¡Sofía incluida...! ¿Qué significaba? una alarma se encendió en el interior de Terry. Por ningún motivo involucraría a Sofía en algo que ni siquiera era una relación. Estaba ya entre la espada y la pared y odiaba esa sensación en la cual veía como perdía el control.
—Haremos algo —dijo de inmediato —tendré una semana muy ocupada pero prometo que iremos a almorzar ¿te parece?
—Eres muy escurridizo, pero acepto —dijo Megan al otro lado del teléfono pareciendo ceder finalmente.
Terry no lo sabía exactamente, pero era un hombre perpicaz, por nada había bien desarrollado cierto olfato para los negocios. Al que se vio obligado luego de ser el heredero de su padre, y obtener una cuantiosa fortuna tras su muerte. Aunque el viejo teatro en donde actuaba su madre así como su compañía eran sus inversiones más queridas y a las que dedicaba más tiempo, sabía que había algo de transaccional en el pronto perdón de Megan y su consecuente arremetida. Megan no estaba dispuesta a rendirse con él. Estaba claro.
Se despidió de ella sellando el compromiso de verse de nuevo durante la semana próxima, no iba a rechazarla. Al menos no pensaba hacerlo por el momento siempre y cuando las cosas se mantuvieran en el terreno seguro de ser simplemente dos personas que se gustaban y decidían pasar tiempo juntos.
Media hora después atravesaba el vestíbulo del departamento de su madre, ubicado en West Village. Siempre se sentía a gusto en este lugar, sobre todo disfrutaba especialmente del salón que derrochaba estilo, con pocos muebles pero muy bien escogidos, aquel lugar desprendia una atmósfera relajante gracias al predomionio de blancos. La casa de su madre era moderna y acogedora, donde el arte estaba presente por todos los rincones. La encontró leyendo en la sala que usaba Eleanor para estudiar sus líneas, leer y escribir eventualmente. Él apreció la figura de su madre por unos segundos, no dejaba de admirar la belleza de la mujer que a pesar de estar sobre sus cincuenta años era tan hermosa como cualquier joven mujer. A veces viéndola así se castigaba por haber estado tanto tiempo apartado de ella en la época juvenil, cuando era un contumaz que se sentía rechazado primero por su padre por su interés por el teatro, y luego de alguna forma por ella quien se lo había cedido a Richard con el pretexto de que este podía darle una mejor educación en Inglaterra con los lujos y comodidades que él podía darle mientras ella desarrollaba su carrera actoral en Estados Unidos. Aquellos habían sido unos años difíciles para él, de lo que no guardaba tan buenos recuerdos, siempre solo y apartados de las figuras de sus padres, lo que se empeñaba en no emular con su pequeña Sofía que era el sol que orbitaba alrededor de su vida.
—¡Terry ya estás aquí! Llegaste más pronto de lo que pensé ni siquiera me he arreglado...
—Madre, estás bellisima —le dijo él con una sincera sonrisa.
—Ay no vengas con tus lisonjas... soy un desastre....
—Lo que sucede es que eres muy vanidosa.
—Al igual que tú —se defendió Eleanor.
Ambos se miraron frente a frente ya bastante cerca como para que Terry se inclinara un poco y besara la frente de Eleanor. Ella lo vio enternecida, prestando atención a la expresión en los ojos de su hijo, leyendo de inmediato que algo sucedia con él.
—¿Qué sucede? —no tardó en preguntar.
—Nada...
—Ay Terry soy tu madre... sé lo que ese nada significa.
Él inclinó la cabeza y pasó su mano por el cabello echando unos mechones atrás y dirigiendose a un sillón para dejarse caer en el y comenzó a hablar.
—Anoche salí con Megan York en una cita.
—Pero eso es maravilloso...
—No terminaron bien las cosas. Lo intenté... —remató en un lamento.
Eleanor comprendió sin más palabras a qué se referia Terry, aunque sabía que su hijo necesitaba vivir más allá de su papel de padre y ejecutivo teatral. Él necesitaba la savia para vivir, una savia que proveniera de un motivo más allá de la obligación. Ella de alguna forma presentía que él no se encontraba listo para salir con una mujer, a pesar de que había aprobado que lo hiciera con Megan cuando lo supo por labios de Michael. Entonces estaba lista para revelarle a su querido hijo lo que estaba tramando desde hacía días en su corazón y en su mente, una medida para salvarlo y sacarlo de una vez por todas de su letargo cuando todo parecía haber fallado viendo como habían resultado las cosas en la primera cita de Terry con una mujer después de la muerte de Alice.
—¿Sabes lo que he estado pensando?
—No mamá, no puedo siquiera imaginarlo —respondió en tono cínico.
—Creo que deberías actuar de nuevo, volver a la actuación.
—Hace tiempo que no actúo, no estoy en forma.
—Terry eres uno de los mejores actores que conozco, actuar te sale tan natural como hablar, sólo bastaría unos cuantos ensayos para que vuelvas a brillar como tu sabes brillar, lo llevas en la sangre, ser actor es tu naturaleza.
La miró alzando las cejas.
—Creo que es lo que necesitas —insistió ella.
—¿Necesitarlo para qué? —preguntó hoscamente con el ceño fruncido y el rostro adusto.
—Para tener ganas de vivir nuevamente —dijo Eleanor sin rodeos. —Para tener un propósito en la vida que renueve tus energías y te haga vibrar nuevamente, y no quiero que me digas que tienes en Sofía una razón para vivir porque aplaudo que veas en ella una razón para continuar pero no es suficiente querido.
—¿Acaso hago tan mal mi trabajo en el teatro?
—Eres el mejor director que el teatro ha tenido nunca, haz levantado ese viejo teatro con tu trabajo y esfuerzo, has hecho de la compañía la mejor de Broadway, has devuelto el brillo y la altivez del oficio, vienen personas de todo el mundo a vernos, hemos ganado dinero y prestigio...
—¿Y no es suficiente? para algo tenía que servir la herencia de Richard.
—Bien sabes que no ha sido el dinero que invertiste lo que ha logrado el éxito que tenemos... tu has trabajado muy duro en levantar la compañía, has trabajado sin descanso especialmente durante estos dos años... actuar te daría un respiro, es a eso a lo que me refiero.
—Mamá, Terrence Graham ya pasó de moda... ¿qué interpretaría? ¿haria de Romeo con 32 años? No me hagas reír.
—No tengo que decirle a mi hijo lo guapo que es y lo joven que sigue siendo. Mi amor estarías en tu mejor momento... qué más puedes interpretar que no sea el mejor papel de tu vida. Hamlet. Sería el regreso de la temporada, nadie interpreta a Shakespeare mejor que la compañía Baker, y ningún actor se iguala a Terrence Graham en las tablas... no estás en Hollywood por capricho...
Terry suspiró sonoramente, miró su reloj queriendo disipar un reproche, no quería discutir con su madre. La idea de actuar de nuevo no le desagradaba del todo, era cierto, todo, cada palabra de su madre daba en el clavo. Él no estaba en Hollywood porque era un romántico, actuar en teatro era algo que llevaba en la sangre, era su naturaleza, nació para ser actor, e interpretar a Shakespeare era lo mejor que sabía hacer, además de que sentía verdadera pasión por el arte clásico. Él era un especimen aparte en el antiguo oficio.
— Piénsalo... iré a vestirme.
Eleanor sabía muy bien lo que había hecho haciendo aquella propuesta, la que había sido previamente bien pensanda y analizada, incluso compartida con Michael a espaldas de Terry. La veterana actriz sabía muy bien lo que siginificaba la actuación para su hijo. Aquello representaría para él un renacimiento, el regreso a su verdadera pasión, no dudaba de que una oleada de emoción recorría el cuerpo de Terry de sólo imaginarse de nuevo en el escenario, y no estaba equivocada. Él se sentía en su elemento actuando.
Para el actor esta proposición era muy tentadora. Amaba al teatro con toda su alma, casi como había llegado a amar a Alice. Era como la apertura a una dimensión de bienestar y placer que él conocía muy bien, que lo llenaba de renovadas emociones, y era precisamente lo que quería conseguir Eleanor, conociendo la tormentosa vida que su hijo llevaba ahora y ese amor natural por la actuación, no dudaba que ésta lo ayudara a sanar.
A solas Terry pudo recrear con sus recuerdos esta posibilidad. El deleite del flujo de la interpretación permitiéndose perderse en el mundo ficticio que ha ayudado a crear. Cada línea de diálogo, cada gesto, cada expresión facial se convierte en una expresión del arte que ama, sumergiéndose por completo en el personaje, dejando de lado cualquier preocupación o ansiedad que pudiera haber sentido momentos antes, y luego estaba la reacción del público. Los aplausos, cada risa o cada lágrima arrancada al espectador como confirmación de que se ha dejado el alma en el personaje.
El placer que le daba actuar, Terry pensó en esta sensación como una droga que lo envolvía en una real sensación de plenitud y realización. Recordó su vieja vida, como cada noche se retiraba del escenario con una sonrisa en el rostro, listo para volver a experimentar ese éxtasis cada vez que volviera a interpretar su papel y a un teatro abarrotado de público. Actuar de nuevo...sería como volver a respirar.
Naperville, Illinois
En el horizonte, el sol comenzaba a despuntar, tiñendo el cielo de tonos cálidos que prometían un nuevo comienzo, era así como se sentía cada mañana desde que había entró a trabajar en el café con Jimmy, a quien quería como a un verdadero hermano, y quien se comportaba como uno, el hermano que nunca tuvo, además de Albert, ellos estaban demostrando que nunca en verdad había estado tan sola en el mundo como lo había pensado en medio de su orfandad.
Como cada, Albert se levantaba muy temprano, preparaba el desayuno y luego recorría la casa para dar los buenos días y despertar a todos tocando las puertas de sus habitaciones. Esa mañana no fue distinta, y desde el lugar de la cama en donde se encontraba sentada observando como la luz del sol entraba por sus ventanas pudo escuchar también el saludo dedicado a ella. Sonrió como lo hacía todas las mañanas desde que había llegado a la casa de Albert, la voz de su querido protector le evocaba paz y tranquilidad pareciendo que atrás de a poco iban quedando los recuerdos del encierro y las noches de insomnio, las lágrimas silenciosas, y los arrepentimientos por los errores del pasado. Se levantó perezosa y asió de la silla el uniforme de trabajo para colocarlo sobre la cama. Colgó también una toalla y una bata de su hombro derecho y salió en dirección a la habitación de Albert, para usar su baño, ya que el que se encontraba en el pasillo era usado por los chicos. Como todos los días, se daba una ducha, se envolvía en su afelpada toalla y volvía a su habitación para vestirse y bajar a desayunar con el resto de los chicos, luego acompañaba a Albert a la escuela para dejarlos para después ser ella la que se quedara en el trabajo. El rubio repetía esta rutina todos los días, la dejaba en la cafetería y regresaba por ella por las tardes.
Al principio Candy se resistió a que Albert la estuviese llevando y trayendo de casa como si ella fuera todavía una chiquilla de coletas, pero comprendió que no hallaría la forma de deshacerse de él tan fácilmente y accedió hasta que ella pudiera comprar su propio auto y ya no dependiera de él para trasladarse de un lugar a otro.
Ese día sin sospechar Candy se llevaría una de las mayores sorpresas que pudo imaginar después de haber salido de la correccional. Se encontraba en medio de la apertura de la cafetería, acomodando las vitrinas llenándolas de bollos, donuts, rollos de canela y muffins cuando vio lo que creía era la figura de una mujer tan joven como ella a quien creyó conocer. La chica la miraba a través del vidrio tan absorta como ella, apenas pudo contener la respiración cuando se fijó en los ojos azules de la muchacha, el pelo negro y lacio que caía a un lado y otro de sus hombros. Ambas sonrientes no se podían quitar la mirada de encima, se conocían más de lo que podían pensar.
—¿Qué pasa Candy, nos estamos atrasando? —escuchó la voz de mando de Jimmy tras ella. —¿Qué miras?—volvió a decir el chico al acercarse.
—Es Annie... es Annie, Jimmy.
—Annie Brigthon. Dios si es ella —dijo más que sorprendido mientras se acercaba a la puerta de vidrio para girar el cartel de cerrado a abierto y sonreírle también a la chica y permitirle entrar.
Cautelosa Candy dio unos primeros pasos para acercarse a la puerta también, parándose justo al lado de Jimmy esperando su confirmación para salir hasta la calzada, el aire fresco acarició su rostro refrescando y reanimándolo, ella sonreía con su mejor sonrisa, sus ojos hicieron un recorrido por todo el cuerpo de la mujer apreciando sus cambios, tantos cambios como en ella misma, ya no eran unas niñas, aquellas niñas que una vez fueron tan unidas y que un día fueron separadas casi sin previo aviso. El corazón de Annie latía con fuerza, nerviosa y emocionada dio unos pasos y por fin se abrazaron.
—Annie eres tú —Candy fue la primera en hablar.
—Sí, soy yo... ha pasado mucho tiempo...
—Diez años —recordó Candy con lágrimas corriendo por sus mejillas. Sus recuerdos de la infancia inundaban su mente, llenándola de nostalgia y emoción. —¿Recuerdas a Jimmy? —le preguntó separándose de su abrazo.
—Claro que lo recuerdo, ayer estuve aquí, fue él quien me dijo que estabas trabajando también en este lugar, vine a visitar a mi abuela con mis padres, regresó con ellos a Chicago esta misma tarde, luego iré a Nueva York.
—¡Nueva York! —Candy no pudo esconder su emoción al escuchar las palabras Nueva York, aquella por mucho tiempo había sido la ciudad de sus sueños. Acarició el brazo de Annie con alegría al menos una de ellas si cumpliría aquel sueño.
—Pasa por un café... ambas pasen, hace frío... Candy ofrécele un café a Annie y toma uno para ti también yo me encargo.
Candy no pudo evitar acercarse a Jimmy para darle un beso en la mejilla agradecida, tenía tanto de que hablar con Annie, habían sido tantos años sin saber una de la otra.
—¡Eres el mejor! —le dijo corriendo luego tras la barra para ir por esos cafés para ella y su amiga.
Las dos amigas se sentaron en una mesa cercana, su conversación estuvo al principio llena de risas y nostalgia. Rememoraron momentos compartidos, aventuras pasadas y sueños de la infancia. Entre sorbos de café y gestos efusivos, se dieron cuenta de que, a pesar del tiempo y la distancia, su amistad seguía siendo tan fuerte como siempre, como había sido con Jimmy pensó Candy, hasta que poco a poco tocaron aguas más profundas.
—Supe que estuviste en la correccional —dijo de pronto Annie con voz trémula.
Candy no lo sabía, nunca jamás si quiera llegó a sospechar que la noticia de su encarcelamiento había llegado tan lejos, a Chicago, y a oídos de Annie.
—Annie.. Yo...
—Sé lo que pasó, el señor Albert me lo contó.
—¿Albert? Nunca me dijo que te había visto.
—Porque le dije que no te lo contara, yo estuve en su casa en una ocasión en la que vine a visitar a mis abuelos con mis padres, y él me contó lo que había ocurrido, estuve realmente tentada a visitarte... pero...
—No es necesario que me des explicaciones... ya no importa.
—Es que debí hacerlo. Al menos escribirte. Fui muy egoísta...debí...
—Ya no importa —insistió Candy interrumpiéndola.
—Ahora cuéntame qué harás en Nueva York... recuerdas cuando éramos unas niñas y veíamos las revistas de la señora Paulina y veíamos esa serie... cuánto soñamos con irnos juntas a vivir a Nueva York. Tu serías bailarina y yo —Candy comenzó a reírse a carcajadas —bueno sería exactamente esto, una mesera.
Ambas sonrieron sonoramente era así exactamente como ambas se habían visto siendo niñas cuando eran ambas huérfanas, antes de que Annie corriera con la suerte de ser adoptada por un matrimonio que había perdido a su único hijo.
Candy le tomó las manos entre las suyas, no dejaba de sonreírle, Annie lo hacía pero con algo de culpa, por mucho tiempo se había mantenido lejos de ella y lejos de cualquier niño que hubiese compartido con ella una casa adoptiva, o el orfanato como había sido con Candy y luego con Jimmy.
—Voy a estudiar en Nueva York, y quizás busque un trabajo de medio tiempo. Entre a Juilliard, por fin mis padres se convencieron de que medicina no era mi vocación, que lo que más deseo es estudiar piano, así que dejé la universidad y ahora me voy a estudiar piano a Juilliard, mi sueño Candy. No puedes imaginar cómo me siento.
—Puedo imaginarlo, sé que es una emoción poderosa que inunda tu corazón Annie. Que hay una oleada de alegría y euforia que recorre todo tu ser.
—¿Cómo lo sabes? Es exactamente lo que siento en estos momentos.
—Porque es lo que yo sentiría si también pudiera haber cumplido alguno de mis viejos sueños... y estoy muy feliz por ti, porque al menos una de nosotras lo ha logrado, y no puedo estar más orgullosa.
—También tengo miedo. Después de todo, alcanzar un sueño puede significar enfrentarse a muchos desafíos y responsabilidades. Juilliard es una escuela difícil.
—Nada que no podrás enfrentar, sé que puedes ser muy fuerte Annie.
—No, te equivocas, tu eres la fuerte, siempre lo has sido. Sabes que yo no podría haber afrontado todo por lo que tú has pasado en estos años. Y lo peor es que yo fui tu mejor amiga, y tu fuiste la mía y nunca estuve allí para ti.
—Pero ahora estas aquí y espero que no vuelva a pasar tanto tiempo para saber una de la otra.
—No, Candy, lo prometo ahora que sé que estás en casa del señor Albert y aquí en el pueblo de nuevo no dejaré de buscarte cuando venga a ver a mis abuelos. ¿Me das tu celular...?
—¿Celular? No tengo celular, Albert se empeñó en comprarme uno pero me negué ya ha gastado mucho dinero en mi, tengo una larga deuda con él... —Candy volvió a sonreír.
—Bueno anotaré mi número en esta servilleta —Annie sacó una servilleta del servilletero metálico y una pluma de su bolso, escribió con detenimiento su número celular y la que sería su dirección en Nueva York. —Mira, te anoté mi número, mi correo y también la dirección de mi departamento en NY, podrás visitarme cuando gustes, nunca es tarde para cumplir un sueño Candy. Tengo que irme mis padres me esperan en casa de mis abuelos, vine a despedirme de ellos, y no quise irme sin antes verte cuando supe que estabas libre.
—Gracias, aunque no creo que pueda ir antes de un año, ya sabes estoy en libertad condicional.
—Cuídate. Piénsalo, visítame en NY. —le dijo Annie despidiéndose con un abrazo —por favor compra un celular para que podamos charlar...
Annie se acercó también a Jimmy, a quien también conocía desde la infancia pero mucho menos que a Candy con quien se crio hasta los ocho años cuando fue adoptada. Los tres habían estado con la señorita Paulina, y luego Jimmy y Candy se habían vuelto a encontrar en casa de Albert.
Candy se quedó parada en medio de la cafetería viendo como Annie se alejaba, Jimmy salió desde el mostrador se paró al lado de ella y pasó su brazo por el hombro de Candy observándola llorar. Experimentaba la misma sensación que experimentó cuando salió en libertad, un nudo en la garganta y el estómago aprisionado. Con determinación en su mirada, se encaminó hacía el mostrador, limpiándose las lágrimas, recordando con cariño los momentos en que soñaban juntas con un futuro brillante fuera de los orfanatos y lejos de las casas de acogida, sintió un profundo dolor por lo que pudo haber sido y nunca fue, empezando por el hecho de que ella nunca fue adoptada por padres buenos y cariñosos como Annie.
Candy vio sus sueños rotos una vez más frente a frente con la visita de Annie. Sueños esparcidos a su alrededor, como fragmentos de un cristal que nunca pueden ser restaurado por completo. Cada sueño no cumplido es como una pequeña herida en el alma, recordándole constantemente lo que podría haber sido si su vida no hubiese cambiado violentamente aquella noche.
Continuará...