—Isabella nada de lo que ocurrió fue tu culpa, y si tuviéramos que buscar culpables fue mía por impulsiva. De lo único que me arrepentiré sobre lo que pasó esa noche es de que hayas vivido tan cruda experiencia.
Candy sonaba muy madura y serena, muy lejos de la chica que se comportaba llevada por sus impulsos, sin pensar antes sobre sus acciones y las consecuencias de estas. Cuando se trataba de los niños ella siempre había actuado de forma protectora. Adoptaba una pose de ángel guardián comportándose celosamente, era buena en su papel de defender a los demás incluso a un alto costo para ella.
—No quiero que me odies —dijo Isabella entre sollozos.
—Jamás, jamás te odiaría Isabella, mucho menos por lo que pasó, todo está en el pasado y me gustaría que intentaras olvidarlo para siempre. Ahora sonríe para mí. ¿Sabes lo que siempre dice Albert? —Candy intentaba con todas sus fuerzas hacer que la conversación terminara allí, ahora que estaba en casa de su protector, ahora que el encierro parecía haber quedado atrás, así como las razones de este, quería más que nunca dejarlo a donde pertenecía, a su pasado.
—Sí... que somos más lindas cuando sonreímos.
— Y tiene razón. Ahora debes ir a la cama, mañana debes ir a la escuela.
Suspiró y volvió a abrazarla.
—¿Puedo pedirte algo Isabella? como un favor muy especial para mí.
La chica apenas asintió con la cabeza e intentó mantener la sonrisa.
—Ya no hablemos de lo que ocurrió, en mi corazón no hay rencor, no hay nada de que preocuparse, estoy aquí para recobrar mi vida, entiendes lo que digo.
—Sí.
—Entonces ve a dormir, nos veremos mañana en el desayuno.
Isabella levantó sus ojos azules y acordaron un entendimiento tácito, la expresión en el rostro de Candy era tan dulce y tranquilo que pronto logró que el corazón de Isabella encontrara la calma necesaria para irse a dormir y saber que podía continuar con su vida ahora con la presencia de Candy y sin ningún peso sobre sus juveniles hombros.
Se había quedado bastante rato parada frente del fregadero como esperando que la máquina lavavajillas hiciera su trabajo sólo pensando en el pequeño encuentro con Isabella, ella también debía creer en las palabras que acaba de pronunciar “Ya no hablemos de lo que ocurrió, en mi corazón no hay rencor, no hay nada de que preocuparse, estoy aquí para recobrar mi vida...” tenía que creer en que todo estaba en el pasado, que estaba allí en la casa de su fiel amigo y protector para comenzar de nuevo, para escribir en un cuaderno en blanco las nuevas páginas de su vida. Así se lo había dicho la señorita Lane dos tardes antes de salir en libertad condicional. “Tendrás frente a ti un cuaderno en blanco para comenzar a escribir las nuevas páginas de tu vida Candice” y ahora estaba allí lejos de la celda, de los barrotes que le impedían escribir esa nueva historia para sí misma en la que ella podría dibujar los trazos a su modo, con libertad.
—¡Candy! ¿Cariño me escuchas? —era Albert que había entrado a la cocina.
—Ah, sí estaba terminando de lavar los platos de la cena.
—Cariño tu agente de custodia está aquí.
—¿Qué?
—El policía que vigilará tu condicional... —le aclaró Albert. —Está en la sala, prepararé café, ve a hablar con él y sé amable.
Candy lo miró con recelo, quería a Albert con todo su corazón, pero a veces le resultaba irritante cuanto él podía anticiparla. Él mismo que siempre estaba a su lado para levantarle la moral, y darle toda clase de ánimos la conocía más que nadie, incluso esos rasgos que ella se estaba empeñando en superar. Ella pasó a su lado y colocó el paño con el que secaba los vasos en el hombro de Albert de forma algo brusca.
—He cambiado señor Albert —le dijo muy seria.
Él sonrió, no tenía dudas de eso, cómo no cambiar tras tres años de encierro, pero no podía evitar cuidarla a cada paso.
Ella se sintió agitada mientras hacía esfuerzos para no parecerlo, así que respiró profundo antes de entrar a la habitación a donde estaba este hombre alto de cabellos oscuros que, con las manos en la cintura, una sobre el arma de reglamento, esperaba por ella. Candy se fijó especialmente en el arma del agente, quería alejarse de esa imagen, y pensó que aún en sus actuales circunstancias tenía que lidiar con personas armadas para quienes ella seguramente representaba un peligro, una alerta, una sospechosa. Saludó con tranquilidad y una serenidad casi contenida por el desasosiego, pero aquello iba a ser una rutina tenía que acostumbrarse. De vuelta, el hombre saludó de forma cordial. Ella le ofreció asiento y se sentaron uno frente al otro. Candy lo observó detalladamente, como solía observar a las personas, no podía evitarlo, lo hacía mientras una especie de bruma cubría suavemente su mente y comprendió apenas las primeras frases de él.
—Perdone me distraje... —dijo acomodándose en el sillón por segunda vez.
—Le preguntaba señorita White si este será su domicilio mientras dure su condicional.
—Sí —la voz de Albert se impuso sobre ambos de pronto. —Traje una taza de café para usted —le explicó a continuación extendiendo la taza para el policía que lo recibió de buena gana. —Yo mismo hablé con el alguacil y no vio problema en que ella se quede aquí conmigo. Usted también lo vio conveniente, lo olvida.
—No lo olvidé señor Albert, pero estoy haciendo mi trabajo. Señorita White —dijo volviéndose para hablar con Candy —entiende que no podrá abandonar esta casa, ni el condado, y mucho menos el estado sin antes avisarme.
—Lo entiendo señor —respondió ella lacónica.
—Mi consejo es que consiga un empleo lo más rápido posible, guarde un buen comportamiento, se quede en esta casa y verá que este año terminará más pronto de lo que usted cree.
—Un amigo me ofreció un empleo.
—¿Cuándo comienza?
—No lo hemos acordado, apenas salí hoy, iré a verlo mañana...
—Bien, cuando tenga noticias por favor notifíqueme de ellas, vendré a verla de vez en cuando, incluso me presentaré en su trabajo sin previo aviso...
Candy abrió sus ojos con sorpresa, aún fuera de las rejas ella estaría vigilada, cada uno de sus movimientos, el corazón le latía fuertemente.
—No se preocupe, a veces ni sabrá que estoy allí —dijo el hombre terminando su taza de café y poniéndose de pie para marcharse.
Candy lo hizo con movimientos remotos, casi como autómata, recibió la tarjeta que el agente le dio con su información de contacto, y la recibió con manos temblorosas. Ni siquiera escuchó cuando el hombre se despidió, sólo se concentró en la mirada de éste en sus ojos negros y en su rostro grave. Se quedó parada allí en medio de la sala. Mientras Albert acompañaba al agente a la salida sus nervios se fueron calmando gradualmente. En la esquina de sus lagrimales dos gotas se acumulaban evitando salir a través de los párpados abiertos. Tenía que ser fuerte, ya no era la niña de coletas abandonada a su suerte. Su suerte, su destino estaba ahora en sus manos... un cuaderno en blanco.
Entró a su habitación después de despedirse de Albert, una luz brillante y blanquecina se colaba por los cristales de las dos ventanas, se sentó en la cama pensando en todo y en nada. Miró la hora en el radio despertador que descansaba en una de las mesitas de noche, hizo una mueca con los labios, a esa misma hora estaba encerrada en su celda lista para esperar que las luces se apagaran y el silencio inundara las gruesas paredes de hierro y concreto que a veces sentía le ahogaban. De alguna forma extrañaba aquella rutina a la que se había adaptado por tres largos años, y no pudo reprocharse por ello. Se lo tomó con calma, se acurrucó en la cama aún sin desvestirse y no supo cuando se quedó dormida.
El día siguiente fue para ella como un día de duelo, desde el momento mismo que había despertado sintió como la tristeza se empozaba en su pecho, una clase de bruma contorneaba todo lo inamovible a su alrededor, incluso aquella habitación que fue preparada para ella, y que estaba bañada por la luz del nuevo sol parecía estar bajo una bruma gris y congelante. La vida seguía fluyendo como un río, sin detenerse, y se vio de pronto en un espacio que la empequeñecía, y arrastrada por ese río sin tener de donde sujetarse. Nadie le advirtió que ocurría luego de que se despierta de una pesadilla que ha durado tanto tiempo, y era así como se sentía, con una tristeza gruesa y un vacío latiendo en el alma.
—Candy debes levantarte pequeña —escuchó tras la puerta la dulce voz de Albert.
Percibió un inusual silencio, no supo cuánto había dormido y con pesadez en su cuerpo se puso de pie para contestarle también a través de la puerta que estaría con él pronto. Cuando llegó a la cocina la pequeña mesa desayunador estaba lista para ella. No pudo más que sonreír a pesar de su tristeza, Albert sirvió para ella un suculento desayuno que incluía unos panecitos horneados que fueron sus favoritos en el tiempo en que vivía en esa misma casa bajo su cuidado. Se dio cuenta que para él nada había cambiado, y que, aun no siendo esa adolescente, él la seguía viendo como tal. Así que a pesar del peso de sus emociones se sentó a la mesa, recibió sonriente el café recién hecho y comenzó a comer con avidez.
—¿Qué hora es? Ni siquiera me fijé en la hora.
—Pasan las nueve, ya los niños están en la escuela. ¿Pasaste una buena noche?
—Sí, dormí muy bien, gracias.
—Pensé que podríamos ir de compras, lo que necesites, y luego visitar a Jimmy, llamó más temprano, está ansioso por verte, nos espera hoy.
La generosidad de Albert no terminaba de sorprenderla, a veces se preguntaba cómo es que existía en un mundo tan lleno de odio y maldad un hombre tan genuinamente interesado en los demás, tan desprendido y lleno de amor como él. Con ella misma él se había comportado ni siquiera como un padre, incluso era más que eso, sus propios padres la habían abandonado. Pasó sus primeros años de vida en un orfanato, parte de su infancia de casa en casa con padres temporales que se la iban pasando como si ella fuera un objeto. En aquel difícil camino de la infancia sólo dos personas la habían hecho sentirse en un hogar, la vieja señora Paulina, quien por enfermedad no pudo tenerla más, y Albert a donde llegó con trece años. Perder la fe en el sistema, incluso en la humanidad, era fácil tras todo lo que había pasado, pero no sería posible perder la fe en Albert, era como un fuerte y alto roble del que podía confiarse cuando se era trepado, con ramas confiables y seguras de las que podía pender sin miedo a caer. Era sin duda la roca en el río de su vida.
—Está bien haremos esas compras porque en verdad las necesito, pero debes aceptar que luego te pague todo lo que gastes en mí cuando tenga un salario. Sé que me dirás que no vas a aceptarlo...
—No lo hare... y es mi última palabra —replicó él enseguida.
—Albert —se quejó ella.
—Necesitarás el dinero para otras cosas...
—Aun así, debo pagar mi estancia aquí.
—¿Y quién te está cobrando?
—No podrá ser así todo el tiempo.
—Será así el tiempo que sea necesario. Ahora termina tu desayuno, iré por unos recibos que debo pagar, y nos iremos a hacer esas compras y a visitar a Jimmy, no escucharé más jovencita.
Nueva York, hotel Plaza.
Él la llevó a su departamento, Megan era una mujer fascinante, se había sentido atraído a ella casi desde que la conoció, era la primera vez que podía sentir algo por una mujer después de la muerte de su esposa. Además de tremendamente hermosa ella lo alejaba de la rutina en la que cayó en medio de la soledad de una viudez que él no vio venir. Cuando se casó con Alice lo hizo completamente enamorado, la amó con todo su corazón y a ella se lo entregó sin reservas, la amó hasta el día de su trágica muerte, y aún después de perderla. Megan era una bocanada de aire fresco en su vida ya complicada en un trabajo que exigía de todo su tiempo, en una existencia que había poco a poco perdido el sentido. Se estaba dando esta oportunidad escuchando a los demás, a quienes le decían que tenía que continuar, que relacionarse de nuevo era lo que precisamente le hacía falta para continuar. Se veían bien juntos, no podía negarlo, en su círculo social ella fue aceptada de inmediato. Era hermosa, rica, con una carrera brillante, y él pues convertido en un hombre reservado y taciturno merecía aquella oportunidad para sonreír de nuevo.
La observó recorriendo el vestíbulo y luego la abierta sala como si conociera el lugar, no le llamó la atención ni el lujo ni lo especial de la decoración vintage del lugar, ella estaba acostumbrada a pasearse por lugares incluso más lujosos que aquellos. Sin embargo, era un departamento en la corona del Hotel Plaza de Nueva York, tenía su peculiaridad, como peculiar siempre le pareció su dueño. Para ella Terrence siempre había sido un reto, una meta. Él era como el dulce más codiciado de una dulcería. Apenas podía creer que él estaba rendido a sus coqueteos, por fin enredado a ella que lo codició tanto como otras mujeres. Muchas se enfilaron antes, actrices, modelos, productoras, socialités, pero él siempre lucía fuera del mercado femenino, y ella estaba allí en el 1809 del hotel Plaza con él, después de una cena y varias copas en un bar.
—¿Quieres tomar algo?
—Champagne está bien.
—Iré al bar debo tener al menos una botella —dijo él mientras se quitaba la chaqueta y desanudaba la corbata.
Antes de que él pudiera abandonar la habitación, ella se acercó seductoramente a él, pasó sus manos por su cuello y se acercó a sus labios para besarlo, él la sujetó por la espalda y disfrutó de su contacto.
—Vamos a la biblioteca... —le susurró cuando sus labios abandonaron los de ella. —Sofía está aquí.
Claro Sofía, Megan recordó entonces que su bien más preciado traía equipaje, y uno muy pesado e importante para él. La hija con Alice, la pequeña de siete años que ahora era su mayor responsabilidad. Cómo podía olvidarlo.
Ella se dejó conducir por él que la llevaba tomada de la mano. Entraron a un cuarto más bien pequeño, con un sofá y una estantería empotrada en la pared de color azul con libros y una pantalla, allí volvieron a besarse antes de que él le pidiera tiempo para ir en busca de la champagne y dos copas. Al salir tuvo el cuidado de cerrar muy bien la puerta y hacer el menos ruido posible, aunque la biblioteca estaba alejada de las habitaciones quería evitarse un encuentro indeseado con Sofia que a veces despertaba en medio de la noche e iba en su búsqueda. Fue hasta el bar con sigilo consiguió la tan ansiada botella y regresó con Megan. Abrió la botella y sirvió las copas para después sentarse junto a ella en el sofá. Allí volvieron a besarse después de unos tragos de champagne, la intensa mirada de Megan sobre él lo inquietaba de algún modo, desde que se conocieron ella lo había mirado así, con tal intensidad como si siempre estuviese esperando algo de él. Se separó de ella, para quitarse el chaleco del traje al estilo inglés que usaba, para quedarse en camisa.
—¿Por qué vives en un hotel? —dijo ella quitándose los zapatos para acomodarse con las piernas recogidas en el sofá mientras le daba otro sorbo a su copa.
—Porque es más cómodo para mí. Aunque no es exactamente como estar viviendo en un hotel, tienes las mismas ventajas de un hotel, pero la privacidad de un departamento. Además, ¿existe una mejor ubicación que está en todo Nueva York? —Terrence deseo con todas sus fuerzas que Megan no fuera más allá de las triviales razones que esbozó para explicar su decisión de vivir allí luego de abandonar la casa en la que vivió con Alice y Sofía durante su matrimonio. No estaba listo para decirle que la verdadera razón de su mudanza era por su incapacidad de seguir viviendo donde su esposa se suicidó. Porque no soportaba la idea de seguir viviendo en un lugar marcado por la desgracia y el dolor. —¿Conoces la historia de este departamento? Ha tenido como huéspedes a verdaderas celebridades. Los Rolling Stones, los Beatles y Marilyn Monroe se alojaron en este departamento —le contó Terrence con verdadera emoción en la voz.
—¿Acaso Tommy Hilfiger no vive aquí también? —dijo sin darle importancia a lo que él le había contado. No le dio importancia a aquello, quiénes eran los Rolling Stone... por qué era tan importante para él.
—Vivía aquí, de hecho, pude mudarme aquí porque él se fue con su esposa a Florida.
Terrence volvió acercarse a ella más relajado ahora que la conversación se había desviado lo suficiente. La contempló en silencio por unos minutos, Megan era en verdad una mujer hermosa, que lo podía dejar sin aliento. Se dio el consentimiento para avanzar un poco más, le quitó la copa de la mano y se acercó para besar su cuello, rindiéndola suavemente dejando caer su cuerpo sobre el cuerpo de ella. Los ojos azules de ella lo miraban con una fijeza desconcertante, por si solos lo seducían. La hermosa línea del cuello era dulcemente apetecible y hasta allí el dirigió de nuevo los labios probando por primera vez la lozana piel perfumada, se encontraba embriagado por su belleza. Sus ojos viajaron después por la línea del cuerpo entero de la mujer y con su mano lo recorrió a placer sin que ella pusiera resistencia. Sus labios bajaron tortuosamente hasta el nacimiento de los senos y allí de detuvo para deleitarse con esa parte de piel. La deseaba y ella lo deseaba a él, porque apenas su lengua la rozaba Megan se estremecía. Las manos de ella vagaban por la espalda fuerte y bien formada de Terrence mientras buscaba su boca con desesperación. Sus avances inundaban su cuerpo de deseo, y ella estaba lista para entregarse a él allí si él también lo deseaba, Terrence podía sentir todo el contorno del cuerpo femenino debajo de él ardiendo, pidiéndole más contacto, más piel. Él se creyó listo para seguir en el delicioso deleite que ella le ofrecía hasta que una nube se esparció en su mente y la imagen de Alice apareció de pronto como extendiéndole su mano y toda la emoción inicial comenzó a debilitarse, debilitando con ello todo su cuerpo, y estrepitosamente marcó resistencia abandonándola y sentándose de bruces.
—Perdona —dijo con voz grave.
—¿Qué te pasa? —preguntó ella sintiéndose rechazada.
Él se quedó callado tallándose el rostro con ambas manos buscando una explicación para su comportamiento, una que pudiera explicarle con palabras sin que con ello pudiera ofenderla. La verdad era tan cruda como que su cuerpo había dejado de responder a sus caricias. Cómo explicarle que no podía, que la breve erección se había debilitado apagando todo deseo.
—Perdona es mejor que te vayas.
—¿Y vas a dejarme así? ¿Sin ninguna explicación?
—Creo que no debí traerte aquí, pensé que estaba listo... Megan, por favor debes disculparme, yo no quise... —trataba de sonar lo más calmado posible.
—¿Es por ella, por tu esposa?¡Alice murió hace dos años!
Terrence cerró los ojos sintiendo como una ola de ira y de dolor recorría sus venas. Las manos le temblaban y apretó los puños para contener su molestia, al fin y al cabo, no era culpa de Megan.
—¡Por favor no la menciones!
—Entonces dime qué ocurre.
—Te pediré un taxi, por favor, podemos no hablar de esto, no ahora te lo ruego, y no vuelvas a mencionar el nombre de mi esposa.
—Está bien —Megan suavizó su voz y se acercó a él para tomarlo de los hombros. —No eres al único hombre que le ocurre esto al menos una vez. Puedo entenderlo, estás bajo mucho estrés en la compañía, te sientes nervioso porque tu hija está aquí durmiendo arriba, podemos intentarlo de nuevo, llévame a tu habitación.
—No Megan, me temo que es todo por esta noche. Fue un error traerte aquí.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
Llena de rabia y frustración Megan comenzó a arreglar su vestido, calzó sus zapatos y salió bruscamente de la biblioteca. Él la observaba mitad molesto, mitad avergonzado. Rebuscaba en su saco para encontrar su celular en una tarea sencilla que hacía torpemente. Sentía todos los músculos del cuerpo contraídos casi hasta el dolor. Por fin encontró lo que buscaba y marcó el número de la recepción del hotel para pedirle un taxi, sin poder advertir que ella ya se había marchado.
Terrence se quedó parado frente a la puerta luego de golpearla frustrado, se preguntaba en silencio si había límite para el dolor, si su alma podía llenarse y vaciarse de los sentimientos que lo sometían. La culpa. Luego de atravesar una experiencia emocionalmente abrumadora y compleja, sintiendo que no había hecho lo suficiente por Alice, por Sofía, la culpa era lo único que le quedaba. ¿Si hubiera podido hacer algo por ella para prevenir la tragedia? Aquel era su pensamiento obsesivo y con lo que tenía que lidiar todos los días de su vida desde que se levantaba hasta que lograba dormir en las noches. Su dificultad para encontrar consuelo y aceptar la realidad de lo sucedido lo golpeaban de nuevo. Con Megan sólo se había autoengañado, se convenció de ello, sanar y encontrar la paz interior que creía no merecer era su camino de espinas, se encontraba atrapado en un círculo de duelo silencioso interminable, siempre con un grito de sufrimiento ahogado en la garganta. Con la mandíbula tensa y la vena de su sien a punto de estallar él sabía que un dolor de cabeza se manifestaría en minutos. Se estaba clavando las uñas de las manos en las palmas, pero no sentía dolor físico por lastimarse, la culpa distorsionaba sus emociones y sentirse devastado se lo creía muy bien merecido.
—Papi.
Él se giró y encontró a Sofia parada en las escaleras. Apenas tuvo tiempo de limpiarse el sudor de la frente y caminar hasta ella impostando una sonrisa.
—Hola cariño.
—Te esperaba...
Él caminó hasta ella y la tomó en sus brazos.
—Sabes que regreso muy tarde del trabajo que no debes esperarme despierta.
—No podía dormir ¿puedo dormir contigo?
—Sofía ya hablamos de esto, debes dormir en tu habitación...
—Dodo y yo le tenemos miedo a la lluvia.
—¿Está lloviendo?
—Sí, mira por la ventana.
Terrence ni si quiera se dio cuenta de que caía una torrencial lluvia sobre Nueva York esa noche, y que comenzó poco después de que él y Megan entraron al departamento.
—Esta bien, puedes dormir conmigo.
Continuará...