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No había un sentimiento más grato que el estar entre los brazos de este hombre, que era una parte tan importante de ella. Su calor y aroma era algo que le gustaba mucho más de lo que imaginaba.
Él se separó para verla a los ojos, mientras la rubia le devolvía una de las sonrisas más puras y cariñosas que existían en su vida.
Lo amaba.
La mujer levantó su mano hasta acariciar la cara del joven y luego subió al rubicundo cabello que acarició suavemente mientras recordaba momentos del pasado.
— Te he extrañado tanto —le dijo sonriendo
— No más que yo a ti, pequeña —contestó tomando la mano de la mujer y le daba una vuelta haciéndola sonreír igual que niña.
— Ven hermano, vamos a disfrutar un té y me cuentes como han estado tus días sin tu hermanita mayor. —pidió ella.
Caminaron juntos hasta llegar al salón que ya conocían muy bien, era el lugar favorito de la dama y donde guardaba aún recuerdos de un pasado que la atormentaba aún.
— Tenía tantos deseos de verte, Rosmery. —exclamó lleno de amor y añoranza.
— Y yo a ti, Albert —confesó la mujer. — Pero cuéntame, ¿cómo has estado?
— Ya sabes, trabajando en la apertura del nuevo banco en Florida y en mis obras benéficas. —comentó feliz mientras recordaba la mujer de ojos tan verde como su hermana que conoció días antes.
— Siempre en lo tuyo, pero hermanito, ¿Cuándo me darás un sobrino? — inquirió sabiendo que el joven nunca respondía esa pregunta, evitaba el matrimonio como si fuese lo peor que existiera sobre la faz de la tierra.
Ella deseaba verle feliz y con familia. Él lo merecía luego de la experiencia de unos años atrás.
— Sabes que últimamente he estado pensando en que ya es hora de sentar cabeza —confesó y la rubia comenzó a sonreír— Creo que cierta jovencita ha despertado un interés especial en mí. —concluyó con una sonrisa de medio lado.
— ¡Por fin! —gritó mientras tomaba la mano de su hermano y comenzaba a sentarse— Deseo verte tan feliz, igual que lo soy. —el la observó como quien analiza una cara pieza de arte.
— Por qué siento que lo dices para creértelo, no porque lo estás sintiendo —ella lo miró fijo deseo poder ocultar todo aquello que llevaba dentro, no obstante, eso era imposible frente al hombre junto a ella.
A pesar de ser menor que Rosmery, el era su mejor amigo y consejero.
— Soy un libro abierto para ti, Albert. —dijo tomando del cuadro que estaba en la mesa junto a ella y lo miró fijo por unos segundos.
— ¿Aún los recuerdas?
— Siempre, Albert. —contestó con sinceridad y sin titubeos. —Perderlos de la forma en que sucedió, no es algo fácil de arrancar de mi mente y no creo que con todo el tiempo que logre vivir en este mundo, borraré de mi corazón esta pena que aún me invade.
— He visto como has rehecho tu vida, juraba que habías superado todo el pasado. —comento el mientras limpiaba las lágrimas que corrían por las mejillas de su hermana.
— He aprendido a vivir deseando que ellos estén en un mejor lugar y que no hayan sufrido en ese momento.
— Eres la mujer más fuerte que conozco, sé que ese dolor que guardas te ha convertido en un excelente ser humano.
— No lo creas, aún estoy dolida con la vida, pero mejor háblame de esa mujer que ha podido sacarte de la loca idea de seguir siendo soltero de por vida.
El hombre sonrió al ver como su hermana cambiaba el tema para no continuar con uno que sabía aún le dolía tanto a pesar de los años.
***
Horas antes.
La puerta de la oficina se abrió dando paso a la figura de un elegante hombre, quien caminó justo al escritorio donde estaban sentados Terry y su hermano.
Desabrochó su costoso traje y con la arrogancia que tenía tiró los papeles de divorcio frente a los dos jóvenes que le miraban curiosamente.
— Aquí está, trabajo realizado. —dijo Edward mientras su hermano Andrew tomaba los documentos y comenzaba a hojearlos.
Terry miraba a los dos en espera de respuesta sobre lo que el menor había logrado, solo faltaba su firma y daría fin a su breve historia con Candy.
No habría nada que los uniera a la rubia que un día se metió en su cama y logró atarlo legalmente. Ella había hecho un excelente trabajo al drogarlo y hacerlo firmar un acta de matrimonio, para luego de un tiempo necesario fuese imposible anular.
«Muy astuta la pecosa», pensó mientras esperaba respuesta y tomaba su pluma del escritorio para dar por terminado todo.
— Déjame decirte, amigo, que tu mujer es una belleza. Si no fuera porque es tu esposa, te aseguro que la estaría invitando a una cita y luego a mi apartamento. —confesó y el castaño sintió deseos de callarle la boca con un puño al escucharlo hablar así de ella.
Aún era su esposa.
— Tranquilo Edward, recuerda que en este momento y lugar, Terry es tu patrón, antes que tu amigo. —aclaró— Así que debes guardar una postura profesional.
— Es que no la viste, hermano. —comentó y volvió la mirada a Terrence— yo tú, me quedaba con ella, no todos los días se ve una mujer así de hermosa y con ese cuerpo.
— Aquí faltan firmas —interrumpió Andrew mientras continuaba hojeando los documentos que poseían el acta de divorcio y separación de bienes. — ¿No te quiso firmar las demás página? —inquirió el mayor de los abogados.
— Solo le di la primera, no me dijiste, tenía que hacerlo en las otras. —confesó en un tono burlón y como quien se da cuenta de que ha cometido un tonto error, pero jamás lo admitiría.
— No revisaste los documentos antes de que ella los firmaras —más que una pregunta, fue una afirmación— ¿Qué clase de profesional eres?
— Como acabas de decir, soy un abogado, no un mensajero. —arremetió en tono molesto y gruñéndole.
— Esto no sirve, necesitamos todas las páginas para que podamos proceder con el divorcio.
Terry lo miró por un segundo a los hermanos mientras discutían acaloradamente, se levantó y abotonó su traje, tomó los papeles de mano de Andrew y se dirigió a la salida.
— No se preocupen, yo me encargo de los documentos y de que mi mujer los firmes. —dijo la última frase, observando fijo a Edward de forma recrimínente y haciendo hincapié las palabras con tono posesivo: "Mi mujer"
Salió de su oficina sin mirar a nadie, tenía un destino, iba a verla.
No iba a decir que era lo que estaba anhelando desde hace días; que daba lo que fuese por estar una vez más frente a ella.
No obstante, esto jamás lo diría, es algo no que quería aceptar.
Deseaba verla.
Sus ojos verdes los tenía grabado entre ceja y ceja y cada noche recordaba como le miraban, ese día en que despertaron en el hotel y la había dejado en el suelo llorando, seguía fijo en sus recuerdos.
Quizás fue la forma en la que la trató, que no le permitía conciliar el sueño o ese día en su apartamento, lo fuerte y decidida a sacarlo de su vida.
Subió a su auto deportivo con una leve sonrisa en los labios, aunque fuese por última vez la vería y hablaría con ella y quizás le diría la verdad de su plan.
Condujo rápido y decidió por las calles de Downtown, New York, hasta tomar el expreso para llegar a alto Manhattan, una zona de clase baja, la cual solo había visitado tres veces en su vida.
La primera vez, fue con su amigo Archie para buscar a Annie e ir a una fiesta en el club, recordaba lo asombrado en el momento que se parquearon en aquella zona y vio por primera vez el lugar donde vivía la novia de su amigo, la segunda hace ya varios días, ese que habló con Candy.
Ese día sintió que la sangre le quemaba, no sabía que esperar cuando estuviese junto a ella, pero le sorprendió al ver que Candy prefería jamás volver a verlo.
Y ahora… No tenía la más mínima idea de la forma en que su aún esposa le recibiría y peor como se comportaría al saber que seguían unidos.
«Se molestaría», pensó mientras bajaba de su auto, tomaba los documentos y se dirigía a la entrada de aquel lugar.
Subió las escaleras en largas zancadas. No quería darle más vueltas al asunto, no era su estilo.
Suspiró al llegar a la puerta, necesitaba prepararse a la reunión que tendría con la rubia; levantó el brazo para tocar, pero se dio cuenta de que estaba abierta.
Un gemido de mujer le sorprendió. Abrió y entró a aquel lugar de forma sigilosa.
«¿Candy está…?», no terminó su pensamiento cuando vio a dos mujeres, que al su parecer no pasaban de los 40 años de edad, luchando por mover el sofá que se encontraba en medio de la pequeña sala.
Terry miró sorprendido el vacío de aquel lugar, algo no estaba bien y entonces la mujer vestida con una falda de mezclilla que le llegaba a las rodillas y blusa blanca con adornos de margarita le vio y detuvo lo que hacía.
Ella le hizo señas a la otra que llevaba un pantalón morado con una blusa verde y su pelo pintado en azul con mechas rosas, volteaba a ver el hombre que acababa de llegar.
— ¿Necesita algo jovencito? —preguntó Liliana, la vecina de la pecosa, quien le había comprado el sofá que trataba de mover junto a su hermana menor, Alfonsina.
— ¿Candy? —se limitó a pronunciar, dándose cuanta de que no estaba.
— Ah, ella se fue —contestó Liliana un poco extrañada por la cara del hombre. Entonces, Terry, entendió que Candy ya no estaba en ese lugar y que tampoco sus pertenencias.
— ¿A dónde se fue?
— ¿Y usted, quién para darle información? —preguntó Liliana.
— Soy su esposo. —fue lo único que atinó a decir. Estaba sorprendido, ella firmó los documentos horas atrás y se marchó.
— Qué suerte tiene la muchachita, mira que conseguirse un muñeco como usted. —comentó Alfonsina, analizándole de arriba a abajo de forma muy atrevida y sin pizca de vergüenza.
— Tranquila mujer —habló nuevamente su hermana. Terry la miró con un poco de diversión al ver como la mayor le llamaba la atención a la menor, le acordó por segundos su relación con Anthony.
Por el parecido y la actitud tenían que ser hermanas, dedujo al ver como actuaban.
— Entonces, ¿usted debe ser el papá? —inquirió Alfonsina de repente y de pronto vio como el hombre palidecía ante aquella pregunta. Sin embargo, prefirió pasar este gesto.
Terry no dijo nada, su mente estaba tratando de procesar lo que acabada de escuchar.
Entonces, ¿usted debe ser el papá? se repitió una vez más.
— Que bueno que vino por ella, la pobre con los malestares que ha tenido —comentó Liliana
— Se la pasa vomitando y con mareos. Ya sabes, los primeros meses son los difíciles, si lo sabré yo con mis 8 pequeños, todos fueron duros embarazos y ni le cuento del parto. —siguió hablando la mujer, pero el ya no escuchaba, Candy estaba en cinta, esperaba su hijo.
«Ya hubiese querido yo tener la suerte de la rubia», pensó Alfonsina nueva vez.
— Con lo linda que es Candy y lo bueno zote que estás, ese bebé será un rompe-corazones. —comentó Alfonsina sonriendo mientras imaginaba lo bueno que debería besar al semental frente a ella.
— Mujer, vas a asustar al pobre hombre con tu "golosería".
—Candy, ¿A dónde fue? —por fin pudo reaccionar. Necesitaba encontrarla, llevaba su hijo, estaba embarazada.
— Ah, ¡Verdad! Mencionó, espere que ya mi memoria no es como antes —dijo Liliana mientras se llevaba una mano a la barbilla. Se comenzaba a desesperar, es que estás mujeres no entendían la delicadeza del asunto.
— Recuerda hermana que se iba a de viaje, creo su avión salía a las 5 —dijo Alfonsina, estaba ya impuestas a los despistes de Liliana y le daba gracia cuando está se le olvidaban los detalles, por importante que fuesen.
— ¿Dijo a dónde iba? —inquirió mientras las palpitaciones de su corazón comenzaban a aumentar.
— Solo que lejos, no nos comentó exactamente a qué lugar o cuando volvería; vendió todo, hasta su iPad —respondió Liliana, un poco curiosa de ver como el supuesto esposo de la rubia no sabía nada de ella.
Terry no esperó a que terminaran, no se despidió siquiera, salió corriendo dejándolas allí mirando como se retiraba y no se había ofrecido a ayudarlas a mover el sofá.
— Así de bueno que está y tan ingrato. No nos ayudó—dijo Alfonsina molesta.
Terry bajó las escaleras mucho más rápido de lo que había subido, no se dio cuenta en que lugar quedaron los documentos que llevaba en las manos.
Tenía que hallarla.
Ahí encontró respuesta a lo que sentía, esto era lo que ocultaba: Estaba embarazada, se dijo como quien afirma lo que ya sabía.
Se marchaba con su hijo, algo tramaría.
¿Pediría dinero? ¿Cuántos quería por el bebé? ¿Haría igual que Eleonor, dejárselo cuando obtuviera la cantidad que deseaba?
¿Por qué no decirle que se encontraba en espera? Él tenía todo el derecho de saberlo.
No importaba la forma en que se hubo concebido, estaba en su derecho como padre del niño.
Era su hijo y ella se lo llevaba.
Miró el reloj en su auto, faltaban 40 minutos para las 5, tendría que apresurarse a llegar y luego pasar por todo el tráfico dentro del aeropuerto.
Y peor aún adivinar en qué línea aérea.
Entonces recordó a Henry, su fiel amigo y especialista en hackeo de computadoras, sin pensarlo dos veces, activó el comando de voz y pidió a Siri, que marcará su número, el teléfono sonó solo una vez y la voz aguda del hombre se escuchó con matiz de asombro.
— Granchester, ¿Y este milagro? Dime que no es para otro trabajo como la vez anterior y que me llamas a invitarme un trago como en los viejos tiempos.
— Henry, necesito de tu ayuda. —pidió en forma de ruego.
— La última vez casi nos descubren —comentó en un todo un poco asustado
— Mi mujer se va y se lleva a mi hijo, necesito encontrarla y saber en qué línea viaja. —confesó a su amigo de toda la vida.
— ¿De qué estás hablando, Granchester?
— Es una larga historia, pero no tengo tiempo ahora, necesito encontrarla antes que se monte en ese avión. —no dudó en tomar su laptop y abrir los sistemas de seguridad que tanto conocía, Terrence nunca jugaba y menos lo haría con algo como esto.
— ¿Aeropuerto y nombre como aparece en su identificación? —preguntó y Terry escuchó el sonido de unas techas de computadora.
— JFK, Candy White. —varios minutos pasaron en que no se oía nada más que el teclado del joven.
— Bingo. —gritó sintiéndose complacido— Vuelo 1764 de Southwest con destino a Dallas, Texas. —Terry suspiró profundamente, la encontró y no la dejaría ir.
— Te debo una, manda la factura a mi asistente.
— Esta va por la casa y por el sobrino, encuentra a tu mujer y me la presentas amigo, con eso me conformo. Aún no me lo creo: Terrence Granchester con esposa e hijo.
— Gracias Henry.
Terry cerró y en la primera luz roja entró a la página de la aerolínea y compró un ticket para ese día. No le importaba el destino del vuelo, pero lo necesitaba pasar seguridad y estar cerca de ella.
Aceleró el auto sin miedo a que le detuvieran. Por primera vez dio gracias al cielo que todas las luces de tráfico estuviesen a su favor.
Tenía una meta: Encontrarla antes que abordará ese vuelo.
Al llegar al aeropuerto buscó el "Valet parking" para dejar su auto, corrió como tenía mucho tiempo, no lo hacía.
Era tan normal ver aquel lugar concurrido con viajantes de todas partes del mundo. Pasó entre la gente tratando de evitar chocar con las ellas y el equipaje de las mismas.
Comenzaba a sentir la desesperación al ver como se le estaba haciendo difícil lograr llegar hasta el área de seguridad.
Tenía que evitar que subiera a ese avión.
Pasó por TSA para poder eludir las largas filas de revisión, en especial de ese aeropuerto, que es uno de los más grandes y concurridos del país.
Corrió buscando la puerta de salida del vuelo que tomaría su mujer. Sentía que le faltaba el aire, pero no iba a parar. Cada segundo contaba y no tenía tiempo de sobra a perder.
«Candy ¿Por qué no me hablaste de esto cuando estuve en tu departamento? Jamás hubiese dejado que te fueras con mi hijo», pensó mientras corría.
Desde lejos vio la salida de aviones de Southwest y sintió alivio al ver las puertas con el logo de la línea aérea, buscó la que decía 7A con desesperación.
Allí estaba…
Pero para su mala suerte la puerta estaba cerrada y desde lejos pudo ver como el avión comenzaba a dar reversa y alejarse de la rampa.
Una maldición salió de sus labios.
«Se marchó con mi hijo», pensó.
Candy se fue sin decirle que estaba embarazada.
Caminó a la ventana mientras veía como despegaba y se desaparecía en el cielo de New York.
— Te encontraré…
Continuará…
oOoOo
Hola bellezas…
Este capítulo está dedicado a mis proveedoras de Berrutilina de 500 miligramos, Vivian y Jessica. Gracias por mantener vivas mis musas.
Para que no se quejen de mí, no fue Terry… ¿Quién habrá sido?
Mmmmmm Ni Alfonsina Sabe…
Acosen a Palas Ateneas, tiene unas fotos que motivan hasta a Nagita a escribir las 2,000 páginas que nos debe.