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PRÉSAGO
PARTE II FINAL
La cacería dio inicio y Stear azotó la fusta sobre el caballo. Se dirigió al lugar que vio en la luz del reloj y ahí frente a él, el enorme zorro comiendo algo, iba atraparlo cuando escuchó los gritos de Candy cerca de donde estaba. Su corazón dolió al encontrarse con la horrible escena, Anthony yacía tirado boca abajo en el pasto y Candy gritaba histérica por ayuda, una mancha enorme de sangre se extendía debajo de la cara de Anthony. El caballo había pisado la trampa que él colocó y Anthony ni siquiera estaba en la colina en donde se suponía atraparía al zorro. Todo había cambiado por la pequeña intervención de él.
Cayó de rodillas, eso no fue lo que él vio, eso no debió pasar. Fue solo un pequeño cambio el que hizo… se repetía internamente, maldiciéndose una y otra vez. El brillo en su mirada se apagó ese día, cargando con la culpa sin poder decirle a su hermano. Nadie notó el estado de Stear, pues al igual que él se veía Archie y Candy. Se juró nunca más usar ese maldito reloj ni hacer esos experimentos. Ya no quería conocer el futuro, que pasara lo que tuviera que pasar sin él anticiparlo.
Candy un día desapareció de la casa, Archie estaba preocupado por el estado emocional de la chica y en la casa nadie sabía nada de ella.
—Stear, ojalá no hubieras perdido tu don. Todo ha sido un infierno desde que… —Archie prefirió no mencionarlo, pero sus ojos lo delataron al tornarse acuosos —aún pienso que esto es una pesadilla, que despertaré y todo será como antes. Anthony estará con su brillante sonrisa en su rosal y Candy correrá detrás de nosotros y todos seremos felices otra vez.
Stear lo escuchaba en silencio, con lágrimas deslizándose por su cara, pues para él oír el nombre del rubio era como recibir un aguijonazo en el pecho. También estaba preocupado por Candy, lo que ellos no sabían era que George la había seguido de cerca y por órdenes del patriarca le había dicho que la dejara estar en el que fue su hogar toda su vida, comprendía que necesitaba consolarse en brazos amorosos que la ayudaran a sobrellevar la muerte de Anthony y quienes mejor para esa labor que las la rubia consideraba sus madres.
Esa noche a pesar de su juramento, Stear subió al ático. Se dijo que lo haría una última vez, ya que era por un bien. La luz azul parpadeo en su cara, esta vez más grande y brillante, hace tiempo que había dominado la técnica para obtener mayor tiempo y tamaño del portal.
—Quiero ver a Candy —pidió, pero sabía que no funcionaba así. El portal no le mostraba lo que quería, podía ser una visión de algo que pasaría horas más tarde, al día siguiente o quizás meses después.
Pero esta vez la ventana al futuro le mostró un barco y ellos viajando al otro lado del océano rumbo al Real Colegio San Pablo, al que sabía que serían enviados dentro de un año. Una sonrisa se formó en sus labios al ver a Candy sentada de bajo de un árbol con el uniforme del colegio, su mirada era soñadora, se veía radiante y ¿enamorada? La silueta borrosa de un joven a su lado le intrigó, ese no era Archie, ni tampoco él. ¿Quién era ese muchacho? Otras imágenes pasaron como relámpagos, pero su corazón saltó al ver unos ojos marrones mirándolo fijamente, la muchacha lo veía con adoración. Un chispazo se produjo cuando se acercó demasiado y el portal entonces se cerró.
Ya no le preocupaba el paradero de Candy, sabía que estaba bien, pero se sentía intrigado por lo que les esperaba en Londres. Por órdenes del tío abuelo viajarían antes de terminar el año 1912, originalmente ellos ingresarían al colegio a mediados de 1913, pero con la muerte de Anthony todo había dado un giro inesperado. Candy no viajó con ellos, pero él estaba tranquilo, sabía que ella llegaría después y le pedía a Archie que se calmara cuando le exigía a George que la buscara y la llevara con ellos.
Archie estaba seguro de que ahora que ya no estaba Anthony, él podía conquistar el corazón de la rubia, aunque no se lo dijera, él sabía que esa esperanza aún perduraba en el corazón de su hermano. Él ya estaba resignado a no tener el amor de la dulce Candy, ahora más bien pensaba en la chica de ojos marrones, ¿quién era ella? ¿Acaso ella era su destino?
La llegada de Candy no le sorprendió, pero si le produjo una gran alegría, le dieron ganas de inventar algo para ella, hace mucho que había dejado sus inventos por dedicarse a observar el portal, pues sus torpes invenciones fueron opacadas por la maravilla que había creado con el reloj. Estaban en el puerto esperando a que Candy bajara cuando Stear vio bajar a un joven alto, de cabellos castaños y ojos azules intensos, el chico destilaba elegancia y un aire engreído que se esparcía con cada paso que daba. Sus miradas se cruzaron por un instante, y Stear supo que era él, el chico de la visión.
El tiempo que permanecieron en el San Pablo, Stear volvió a ser un joven de apariencia normal, sin esa mirada triste, aunque no había día que no se culpara por la muerte de su primo. El viejo reloj lo dejó en Lakewood, para no volver a caer en la tentación de utilizarlo. Con el paso de los meses, Stear confirmó que Terence era el gran ganador del corazón de Candy, y él había encontrado un cariño correspondido en Patty. Siempre amaría a Candy, pero no volvería a atentar contra el futuro, estaba claro que él no era y nunca sería su destino.
Con el rumor de la guerra regresaron a América, pero al regresar a Chicago la culpa también regresó, la sensación agridulce al estar con Patty no lo dejaba en paz. Por un lado, Patty era el consuelo que lo abrigaba cuando más lo necesitaba, él de verdad la quería, pero como podía ser feliz si por él Anthony estaba muerto, eso le corroía el alma. Pensó en la gente inocente que moriría en la guerra, las familias que se mutilarían por la causa, las sonrisas de los niños apagándose por razones que no comprendían, mientras él era privilegiado en otro país, el caos que viviría esa gente era inaceptable. Él no se sentía bien leyendo en los periódicos el infierno que se desataba al otro lado del mundo. Esa inquietud de querer luchar por un futuro mejor crecía en su ser, pensó en su hermano, en Patty, en Candy y también pensó en Anthony, en su muerte prematura por un capricho de él. El temor de que la guerra se extendiera a su país causando la muerte de sus seres queridos le bastó para tomar una decisión. Lo decidió una tarde, cuando el pecho se le hinchó de coraje al leer que se estaban enlistando voluntarios para ir a la guerra.
Recorrió toda la mansión esa semana, estaban en Lakewood, pero pronto se marcharían a la residencia de Chicago y él quería llevarse grabado en su mente cada rosa del rosal, cada olor que le impregnaba las fosas nasales y cada trisar de las aves. Llegó al ala derecha y sin darse cuenta estaba parado debajo de la puerta del ático. Tiró de la cuerda y subió una última vez a ese que fue su lugar favorito por muchos años.
Ahí estaba el reloj, justo donde lo dejó antes de viajar a Londres, en una mesa. A su lado, como invitándolo a mirar una última vez, los imanes. Caminó y quiso arrojar contra la pared ese maldito reloj, pero no pudo. Quiso ignorarlo revisando los baúles olvidados esparcidos por el lugar, pero su mirada se volvió a la mesa, para que negar que moría por abrir el portal una vez más.
Se crujió los dedos de la mano, se masajeó la nuca y alisó su cabello infinidad de veces. Salió del ático, solo para regresar con una jarra de agua, lo haría una vez más y luego destruiría el reloj. Como agradeciéndole, el reloj emitió una brillante luz formando el portal más grande que hasta ahora había visto. La voz cantarina de Candy fue la primera en escuchar, ella estaba en una estación de tren, se veía feliz y él corría detrás del tren con lágrimas en los ojos, le había regalado una cajita musical que llamó la cajita de la felicidad. Se metió las manos al bolsillo, era la misma que había hecho solo unos días atrás, pensaba dársela cuando se despidiera de ella.
Estaba viendo el futuro, eso lo asustó, pero no dejó de ver, imágenes fugaces de él aparecieron de repente, él subiendo al barco que los llevaría a la Gran Guerra. Él, vestido de militar, temblando haciendo guardia en un campamento, podía sentir el frío calarle los huesos. Vio a Candy sumergida en una tristeza que parecía infinita, llorando desconsoladamente en El hogar de Ponny. A Archie leyendo la carta de despedida y luego su hermano se liberó con un llanto lastimero, murmurando que se había quedado solo, abrazaba un retrato de ellos tres juntos. Anthony, Archie y él, eso le estrujó el corazón, pues por su mente no pasó nunca el daño que le estaría causando a su hermano.
Luego se vio en una avioneta con el rostro mojado de lágrimas, y sangre corriendo por su frente antes de que la avioneta cayera a las profundas aguas del mar. Una última imagen pasó como un relámpago y vio a Patty con la mirada más triste que haya visto jamás, demacrada, con los ojos hinchados de tanto llorar, vestía de luto y en sus manos temblorosas sostenía una navaja. Eso lo desconcertó. ¿Es que Patty se había vuelto loca? Qué pensaba hacer con eso.
Esas visiones fueron impactantes para él, ¿ese era el futuro?, no era él quien le preocupaba, sinceramente la muerte sería lo mejor, pero Patty, ella no podía cometer una locura por él. Y por qué Candy se veía tan desprotegida, ¿por qué Archie no estaba con ella? ¿Qué diablos había pasado con Terry?, se suponía que ellos tenían una relación y Candy le había dicho que iba a encontrarse con Terry en Nueva York. Era un viaje que no tendría retorno, hasta donde él sabía. Se sentó en uno de los baúles, pensando si seguir su camino o no, pero no quería intervenir de nuevo, tenía miedo que algo saliera mal como pasó con Anthony.
Esa noche lloró como nunca lo había hecho, estaba aterrado por el devastador futuro que les esperaba a todos. Mirando al cielo preguntó en voz alta qué debía hacer, ¿si en verdad lo necesitaban más esas personas del otro lado del mundo que sus seres queridos?, esa pregunta se clavó en su mente.
El día que Candy se fue a Nueva York, Stear vivió la misma escena mostrada en el reloj, él corriendo detrás del tren llorando porque sabía su destino. Había sido sumamente triste no decirle a Candy que no volvería a verla, él iba a morir, eso era seguro. El día que debía marcharse llegó, pero antes de partir recibió una carta de Patty.
Aquellas palabras dulces, llenas de amor, solo para él le dolieron. Ella estaba planeando hacerle una visita junto con Annie. Luego Archie parecía tan desolado por la partida de Candy, que Stear no se atrevió a salir de la casa, ese día jugaría con el futuro otra vez, con el corazón en la garganta decidió quedarse. Esperaba que no estuviera cometiendo un error, pero no podía causarle tanto sufrimiento a su familia con su partida.
Estuvo presente cuando Candy regresó de Nueva York en ese delicado estado de salud y el corazón destrozado por la separación con Terry. Patty estaba a su lado, solo le pedía a Dios que esta vez no lo castigara por mover las piezas del destino, se juró que esta sería la última vez que lo haría, ya no le interesaba saber qué pasaría mañana. Después de un año regresó a Lakewood, subió como tantas veces al ático, pero esta vez el viejo reloj fue desarmado en su totalidad y luego depositado junto con la basura que se llevaría al día siguiente la servidumbre.
Diez años después él seguía con vida, había formado una hermosa familia con Patty y sus hijos corrían por el jardín de Anthony junto a los hijos de su hermano y también estaba los hijos de Candy, quien después de tanto sufrir por la separación con Terry, por fin el destino les había vuelto a unir, esta vez para siempre.
Fin
Cayó de rodillas, eso no fue lo que él vio, eso no debió pasar. Fue solo un pequeño cambio el que hizo… se repetía internamente, maldiciéndose una y otra vez. El brillo en su mirada se apagó ese día, cargando con la culpa sin poder decirle a su hermano. Nadie notó el estado de Stear, pues al igual que él se veía Archie y Candy. Se juró nunca más usar ese maldito reloj ni hacer esos experimentos. Ya no quería conocer el futuro, que pasara lo que tuviera que pasar sin él anticiparlo.
Candy un día desapareció de la casa, Archie estaba preocupado por el estado emocional de la chica y en la casa nadie sabía nada de ella.
—Stear, ojalá no hubieras perdido tu don. Todo ha sido un infierno desde que… —Archie prefirió no mencionarlo, pero sus ojos lo delataron al tornarse acuosos —aún pienso que esto es una pesadilla, que despertaré y todo será como antes. Anthony estará con su brillante sonrisa en su rosal y Candy correrá detrás de nosotros y todos seremos felices otra vez.
Stear lo escuchaba en silencio, con lágrimas deslizándose por su cara, pues para él oír el nombre del rubio era como recibir un aguijonazo en el pecho. También estaba preocupado por Candy, lo que ellos no sabían era que George la había seguido de cerca y por órdenes del patriarca le había dicho que la dejara estar en el que fue su hogar toda su vida, comprendía que necesitaba consolarse en brazos amorosos que la ayudaran a sobrellevar la muerte de Anthony y quienes mejor para esa labor que las la rubia consideraba sus madres.
Esa noche a pesar de su juramento, Stear subió al ático. Se dijo que lo haría una última vez, ya que era por un bien. La luz azul parpadeo en su cara, esta vez más grande y brillante, hace tiempo que había dominado la técnica para obtener mayor tiempo y tamaño del portal.
—Quiero ver a Candy —pidió, pero sabía que no funcionaba así. El portal no le mostraba lo que quería, podía ser una visión de algo que pasaría horas más tarde, al día siguiente o quizás meses después.
Pero esta vez la ventana al futuro le mostró un barco y ellos viajando al otro lado del océano rumbo al Real Colegio San Pablo, al que sabía que serían enviados dentro de un año. Una sonrisa se formó en sus labios al ver a Candy sentada de bajo de un árbol con el uniforme del colegio, su mirada era soñadora, se veía radiante y ¿enamorada? La silueta borrosa de un joven a su lado le intrigó, ese no era Archie, ni tampoco él. ¿Quién era ese muchacho? Otras imágenes pasaron como relámpagos, pero su corazón saltó al ver unos ojos marrones mirándolo fijamente, la muchacha lo veía con adoración. Un chispazo se produjo cuando se acercó demasiado y el portal entonces se cerró.
Ya no le preocupaba el paradero de Candy, sabía que estaba bien, pero se sentía intrigado por lo que les esperaba en Londres. Por órdenes del tío abuelo viajarían antes de terminar el año 1912, originalmente ellos ingresarían al colegio a mediados de 1913, pero con la muerte de Anthony todo había dado un giro inesperado. Candy no viajó con ellos, pero él estaba tranquilo, sabía que ella llegaría después y le pedía a Archie que se calmara cuando le exigía a George que la buscara y la llevara con ellos.
Archie estaba seguro de que ahora que ya no estaba Anthony, él podía conquistar el corazón de la rubia, aunque no se lo dijera, él sabía que esa esperanza aún perduraba en el corazón de su hermano. Él ya estaba resignado a no tener el amor de la dulce Candy, ahora más bien pensaba en la chica de ojos marrones, ¿quién era ella? ¿Acaso ella era su destino?
La llegada de Candy no le sorprendió, pero si le produjo una gran alegría, le dieron ganas de inventar algo para ella, hace mucho que había dejado sus inventos por dedicarse a observar el portal, pues sus torpes invenciones fueron opacadas por la maravilla que había creado con el reloj. Estaban en el puerto esperando a que Candy bajara cuando Stear vio bajar a un joven alto, de cabellos castaños y ojos azules intensos, el chico destilaba elegancia y un aire engreído que se esparcía con cada paso que daba. Sus miradas se cruzaron por un instante, y Stear supo que era él, el chico de la visión.
El tiempo que permanecieron en el San Pablo, Stear volvió a ser un joven de apariencia normal, sin esa mirada triste, aunque no había día que no se culpara por la muerte de su primo. El viejo reloj lo dejó en Lakewood, para no volver a caer en la tentación de utilizarlo. Con el paso de los meses, Stear confirmó que Terence era el gran ganador del corazón de Candy, y él había encontrado un cariño correspondido en Patty. Siempre amaría a Candy, pero no volvería a atentar contra el futuro, estaba claro que él no era y nunca sería su destino.
Con el rumor de la guerra regresaron a América, pero al regresar a Chicago la culpa también regresó, la sensación agridulce al estar con Patty no lo dejaba en paz. Por un lado, Patty era el consuelo que lo abrigaba cuando más lo necesitaba, él de verdad la quería, pero como podía ser feliz si por él Anthony estaba muerto, eso le corroía el alma. Pensó en la gente inocente que moriría en la guerra, las familias que se mutilarían por la causa, las sonrisas de los niños apagándose por razones que no comprendían, mientras él era privilegiado en otro país, el caos que viviría esa gente era inaceptable. Él no se sentía bien leyendo en los periódicos el infierno que se desataba al otro lado del mundo. Esa inquietud de querer luchar por un futuro mejor crecía en su ser, pensó en su hermano, en Patty, en Candy y también pensó en Anthony, en su muerte prematura por un capricho de él. El temor de que la guerra se extendiera a su país causando la muerte de sus seres queridos le bastó para tomar una decisión. Lo decidió una tarde, cuando el pecho se le hinchó de coraje al leer que se estaban enlistando voluntarios para ir a la guerra.
Recorrió toda la mansión esa semana, estaban en Lakewood, pero pronto se marcharían a la residencia de Chicago y él quería llevarse grabado en su mente cada rosa del rosal, cada olor que le impregnaba las fosas nasales y cada trisar de las aves. Llegó al ala derecha y sin darse cuenta estaba parado debajo de la puerta del ático. Tiró de la cuerda y subió una última vez a ese que fue su lugar favorito por muchos años.
Ahí estaba el reloj, justo donde lo dejó antes de viajar a Londres, en una mesa. A su lado, como invitándolo a mirar una última vez, los imanes. Caminó y quiso arrojar contra la pared ese maldito reloj, pero no pudo. Quiso ignorarlo revisando los baúles olvidados esparcidos por el lugar, pero su mirada se volvió a la mesa, para que negar que moría por abrir el portal una vez más.
Se crujió los dedos de la mano, se masajeó la nuca y alisó su cabello infinidad de veces. Salió del ático, solo para regresar con una jarra de agua, lo haría una vez más y luego destruiría el reloj. Como agradeciéndole, el reloj emitió una brillante luz formando el portal más grande que hasta ahora había visto. La voz cantarina de Candy fue la primera en escuchar, ella estaba en una estación de tren, se veía feliz y él corría detrás del tren con lágrimas en los ojos, le había regalado una cajita musical que llamó la cajita de la felicidad. Se metió las manos al bolsillo, era la misma que había hecho solo unos días atrás, pensaba dársela cuando se despidiera de ella.
Estaba viendo el futuro, eso lo asustó, pero no dejó de ver, imágenes fugaces de él aparecieron de repente, él subiendo al barco que los llevaría a la Gran Guerra. Él, vestido de militar, temblando haciendo guardia en un campamento, podía sentir el frío calarle los huesos. Vio a Candy sumergida en una tristeza que parecía infinita, llorando desconsoladamente en El hogar de Ponny. A Archie leyendo la carta de despedida y luego su hermano se liberó con un llanto lastimero, murmurando que se había quedado solo, abrazaba un retrato de ellos tres juntos. Anthony, Archie y él, eso le estrujó el corazón, pues por su mente no pasó nunca el daño que le estaría causando a su hermano.
Luego se vio en una avioneta con el rostro mojado de lágrimas, y sangre corriendo por su frente antes de que la avioneta cayera a las profundas aguas del mar. Una última imagen pasó como un relámpago y vio a Patty con la mirada más triste que haya visto jamás, demacrada, con los ojos hinchados de tanto llorar, vestía de luto y en sus manos temblorosas sostenía una navaja. Eso lo desconcertó. ¿Es que Patty se había vuelto loca? Qué pensaba hacer con eso.
Esas visiones fueron impactantes para él, ¿ese era el futuro?, no era él quien le preocupaba, sinceramente la muerte sería lo mejor, pero Patty, ella no podía cometer una locura por él. Y por qué Candy se veía tan desprotegida, ¿por qué Archie no estaba con ella? ¿Qué diablos había pasado con Terry?, se suponía que ellos tenían una relación y Candy le había dicho que iba a encontrarse con Terry en Nueva York. Era un viaje que no tendría retorno, hasta donde él sabía. Se sentó en uno de los baúles, pensando si seguir su camino o no, pero no quería intervenir de nuevo, tenía miedo que algo saliera mal como pasó con Anthony.
Esa noche lloró como nunca lo había hecho, estaba aterrado por el devastador futuro que les esperaba a todos. Mirando al cielo preguntó en voz alta qué debía hacer, ¿si en verdad lo necesitaban más esas personas del otro lado del mundo que sus seres queridos?, esa pregunta se clavó en su mente.
El día que Candy se fue a Nueva York, Stear vivió la misma escena mostrada en el reloj, él corriendo detrás del tren llorando porque sabía su destino. Había sido sumamente triste no decirle a Candy que no volvería a verla, él iba a morir, eso era seguro. El día que debía marcharse llegó, pero antes de partir recibió una carta de Patty.
Aquellas palabras dulces, llenas de amor, solo para él le dolieron. Ella estaba planeando hacerle una visita junto con Annie. Luego Archie parecía tan desolado por la partida de Candy, que Stear no se atrevió a salir de la casa, ese día jugaría con el futuro otra vez, con el corazón en la garganta decidió quedarse. Esperaba que no estuviera cometiendo un error, pero no podía causarle tanto sufrimiento a su familia con su partida.
Estuvo presente cuando Candy regresó de Nueva York en ese delicado estado de salud y el corazón destrozado por la separación con Terry. Patty estaba a su lado, solo le pedía a Dios que esta vez no lo castigara por mover las piezas del destino, se juró que esta sería la última vez que lo haría, ya no le interesaba saber qué pasaría mañana. Después de un año regresó a Lakewood, subió como tantas veces al ático, pero esta vez el viejo reloj fue desarmado en su totalidad y luego depositado junto con la basura que se llevaría al día siguiente la servidumbre.
Diez años después él seguía con vida, había formado una hermosa familia con Patty y sus hijos corrían por el jardín de Anthony junto a los hijos de su hermano y también estaba los hijos de Candy, quien después de tanto sufrir por la separación con Terry, por fin el destino les había vuelto a unir, esta vez para siempre.
Fin
LEE AQUÍ EL CAPÍTULO 1Muchas gracias por leer esta pequeña historia
Última edición por Lady Ardlay el Lun Abr 29, 2024 9:56 pm, editado 1 vez
con cosas para ver el futuro 
pero ya lo corregí, gracias por leer 
MUY HERMOSO ESCRITO DIABLITA 
