♥Musas Ardley♥ "Azul de Luna" ♥Apología No. 2 Para Albert y Candy♥ ♥Fic♥
Gracias por el recibimiento y por darse el tiempo de leer.
Los personajes son creados por Mizuki e ilustrados por Igarashi.
Previamente...
Elroy se detuvo en la puerta y con la mano en el picaporte habló.
-Él te ama Candice, eso es indiscutible- giró la mano y salió del lugar.
Candy se quedó perpleja con el último comentario, si bien la tía había aprendido a tolerarla, los últimos meses su actitud se resumía en una palabra “Desconocida” no solo era el hecho de aceptar la decisión de Albert, la tía mostraba un interés real por conocerla mejor, se atrevería a decir que con la convivencia del día a día, despertó en el duro corazón de la Tía Elroy algo de simpatía.
Capítulo 2
Verdaderamente estaba cansada y pensó que al seguir las instrucciones de la tía Elroy el día seguramente pasaría más rápido, subió pues a su habitación, para relajarse dispuso el baño ella misma, eligió las sales de azar y se zambullo en la tina, su blanca piel adoptó un tono rosado por la calidez del agua, Dorothy lavó su cabello con jabón de rosas, luego colocó las compresas de manzanilla en los parpados y la dejó reposar en el agua.
En la habitación Dorothy cerró las cortinas, preparó la cama y encima de ésta acomodó la ropa de dormir de Candy, entró al cuarto de baño y apenas con las puntas de los dedos comprobó la temperatura del agua, estaba solo tibia, retiró las compresas de manzanilla y con cariño despertó a Candy, le ayudo a envolverse en la toalla, a vestirse y a desenredar sus rizos mojados.
-Dejaré la toalla enredada en tu cabello unos momentos- le dijo la joven mucama, luego tomó la crema de sabia para el cuidado de la piel que se encontraba en el tocar del baño y se la entregó a Candy, ella lo esparció por su cuerpo, Dorothy la ayudó a vestirse y le cepillo el cabello.
-Tu cabello es hermosos Candy, y ahora llega hasta la cintura, ha sido buena idea deshacerte de las coletas, te ves…más mujer.
-¿Crees que los hombres piensen igual?
-¿Te refieres al señor William?- Dorothy contuvo la risa, no quería avergonzarla, para todos era evidente el amor que sentían entre ellos.
-Dorothy ¿Tu sabes a qué hora llega Albert?- Candy supo salir del aprieto contestando con otra pregunta.
-A la media noche, George envió un telegrama ayer, el señor William dio órdenes estrictas de que no lo recibieran, creo que por consideración a ti, y por supuesto a su tía.
Candy con resignación se metió en la cama, Dorothy con ternura la arropo, nuevamente cerró sus ojos con compresas de manzanilla y le sugirió descansar.
Cuando abrió los ojos el sol estaba cayendo, no es que le sorprendiera dormir tanto tiempo, era el hecho de que había funcionado, el día se fue rápido. Se levantó despacio, estiró los brazos ya sentada y fue directo a lavarse la cara, se quedó un momento viéndose en el espejo, nunca fue vanidosa, pero hoy se preocupaba no solo por lucir bien, también por sentirse linda, sus ojos verdes estaban más grandes pues su rostro se afilo en los últimos años, sus pómulos se pronunciaron un poco más y su cuerpo estaba espigado, no de curvas pronunciadas, pero definitivamente femenino.
Unos leves golpecitos en la puerta la desviaron de la meticulosa inspección que se hacía en el espejo. La puerta se abrió despacio y Dorothy asomó la cabeza insegura.
-¿Candy? ¿Estas despierta?
-Pasa Dorothy, estoy en el cuarto de baño.
-Traje tu cena, tienes que alimentarte bien- Dorothy dejó la charola de plata sobre la mesa de servicio.
-Pensé que la tía Elroy me acompañaría- lo dijo para sí misma pero Dorothy sonrió complacida.
-Ella vendrá con un té que te ayudará a dormir nuevamente, me pidió que le informara cuando termines de cenar.
-¡Tengo tanta hambre que me comería un elefante!
-Candy, ¡Tú no cambias!
En pocos minutos la charola estaba vacía, Candy satisfecha retiró la servilleta de su regazo y dio el último sorbo a la copa con agua. Terminó de agradecer cuando llamaron a la puerta.
-Adelante- respondió Candy segura de quién se trataba.
Elroy entró acompañada de una mucama que sostenía un juego de té, con un leve gesto de su mano las chicas de servicio se retiraron. La severa mujer sirvió el líquido humeante en una fina taza de porcelana.
-Además de traerte el té quiero que me hables sobre tus planes de mañana- Elroy guardó silencio esperando que Candy hablara.
-Cuando se marchó a Detroit, al despedirnos, me dijo que al día siguiente de regresar iríamos a cabalgar antes del desayuno- Candy pudo ocultar su emoción en las palabras, no así disimular el brillo en sus ojos -Por lo regular cuando lo hacemos nos encontramos a las seis en los establos.
-Continua.
-Yo…yo pensaba…hablar con él en el bosque- las últimas palabras Candy las dijo rápido, bajando la mirada, segura que molestaría a Elroy con su idea.
Levantó la vista y la tía se mantenía de pie, sujetando entre las manos la chalina que le cruzaba la espalda y se entrelazaba en sus brazos.
-Daré instrucciones a la cocinera, le pediré que prepare una canasta con suficiente refrigerio para dos- el rostro de Elroy se mantuvo impasible y su postura perfecta.
-Será una larga charla Candice, no los esperaré para desayunar, la canasta estará dispuesta en la cabaña.
-¿Sería mucha molestia si la llevan al orilla del lago?…en el área rocosa, y comida solo para uno- Elroy se quedó callada un instante, luego respondió.
-Candice…- suspiró y negó suavemente con la cabeza -En el área rocosa del lago entonces y desayuno solo para una persona, ahora vuelve a la cama.
-Si tía, ¡Buenas noches!- iba a girar su cuerpo pero un impulso la regresó, con un rápido salto apenas rozó la mejilla de la tía con los labios – ¡Gracias!
Por una fracción de segundo Elroy se petrificó, vio que la chica se recostaba en la cama y dio media vuelta.
-¡Buenas noches Candice!- Elroy cerró la puerta al salir y caminó por el pasillo hasta su habitación con las yemas de los dedos en la mejilla, justo en el lugar donde Candy le diera un beso.
Candy fijó su vista en el reloj de la mesita de noche, eran las siete con cuarenta y cinco, afuera el sol no se ocultaba del todo, los últimos rayos de luz teñían el cielo de un naranja tenue y las escasas nubes que surcaban el cielo eran rosa pálido. “El hombre nunca mira el cielo porque siempre lo tiene a la vista”- pensó cuan ciertas era las palabras del Caballero de Lamarck, creyó que se aplicaba perfecto al atardecer de ese momento, un cielo al estilo impresionista de Monet, solo que ahora ella no podía verlo por intentar dormir.
La tía Elroy había dicho que a las nueve pero esta vez se adelantó bastante, cerró los ojos y se puso las compresas de manzanilla a tientas, sonrió para sus adentros imaginando lo extraña que se vería, mejor sería recrear en la mente el cielo de Monet, aunque las mariposas en su estómago revoloteaban de solo pensar en la mirada azul cielo de cierta persona que le robaba el sueño.
Sus ojos de abrieron sin dificultad, los parpados no le pesaban, las compresas yacían sobre la almohada, “Seguro se me cayeron mientras dormía” -sonrió al pensar. Sintió una punzada en el corazón, sin perder tiempo saltó de la cama y abrió las cortinas del balcón, no miró el reloj, ni siquiera recordó hacerlo, la noche era magnifica, la luna brillaba con particular esplendor y las estrellas coronaban el cielo.
Una punzada más en su pecho la hizo bajar la mirada, su corazón se aceleró al reconocer la gallarda silueta que cruzaba los rosedales rumbo al bosque, era él, ¡Era él! Estaba en casa, sonrió al saberlo y sentirlo cerca.
Como lo hacía siempre, esperó en la penumbra y después de lo que le parecieron unos largos minutos lo vio acercarse con esa forma suya de caminar, tan varonil, justo al llegar frente al balcón, Albert hizo algo que Candy nunca esperó, levantó la vista y clavó sus ojos en los ojos de ella, él no movía un solo músculo de su rostro, sus brazos estaban relajados, hacia abajo, pero la mirada era tan intensa que Candy se quedó inmóvil, hipnotizada en azul de luna de esos ojos que le provocaban sensaciones hasta ahora desconocidas, su vientre se fue llenando de un calor especial y se esparció por todo su cuerpo, Albert estaba ahí, viéndola con fuerza, con poder y con pasión.
Candy tenía una mano en el pecho y la con otra apretaba la gasa de la cortina sin darse cuenta, Albert sostuvo la mirada el tiempo suficiente para crear entre ellos una atmósfera electrizante, cargada de deseo, él no desvió la vista, siguió su camino para ingresar a la mansión, Candy giró su cuerpo instintivamente hacia la puerta de su habitación, segura que Albert subiría la escalera en cualquier momento, su corazón latía apresurado, podía jurar que colapsaría en cualquier momento víctima de la taquicardia que retumbaba en sus oídos, escuchó sus pasos en el pasillo, contuvo la respiración y sintió la boca seca, la tenue luz que se colaba por el resquicio inferior de la puerta fue ensombrecido por los pies de Albert, pero él, paso de largo.
Soltó el aire contenido en sus pulmones y relajó el puño de su mano, no sabía si sentía alivio o decepción, de lo que si estaba segura es que sentía vergüenza, ¡Albert la descubrió! ¿Y ahora como haría para verlo a los ojos por la mañana? Caminó en derredor de la habitación, ¿Y si la había visto antes? No, no, ella se habría dado cuenta, aunque pensándolo bien, tal vez era bueno que Albert la haya visto, ¡Y valla que si la había visto! ¿Acaso su sueño se hacía realidad? ¡Eso sería maravilloso! Él la vio, y la vio diferente, sus ojos tenían fuego, el fuego que llenó el cuerpo de ella con calidez, Candy también lo vio diferente, ella infundió por igual la magia del momento, si recibió de él la virilidad que emanaba, del mismo modo ella entregó la feminidad más primitiva y pura, algo que ni ella misma sabía que poseía.
Con la posibilidad de no conciliaría el sueño se metió en la cama, trataría de dormir a pesar de la inquietud que la inundaba, ya era media noche y tenía que estar en los establos a las seis, no podía arrepentirse. Se quedó dormida sin problemas, la adrenalina que segregaron sus emociones la dejaron agotada, y no era para menos, el nerviosismo de ser descubierta y además enfrentar al hombre de su vida por la mañana no era cualquier cosa, pero cayó en cuenta de que el momento que compartieron esa noche era decisivo y sobre todo esperanzador, Albert le trasmitió con esa mirada la seguridad que también sentía algo por ella, y con honesta imparcialidad se atrevía a pensar que le correspondía con el mismo amor.
Continuará...
Capítulo 1
Capítulo 3
Última edición por Nadia M Andrew el Jue Abr 23, 2015 4:01 pm, editado 6 veces