Patricia O'Brien nunca fue de mis personajes favoritos de la serie.
Casi nunca me ha llegado la inspiración de escribir algo sobre ella, y de hecho, creo que esta es la segunda vez.
Hoy hace ya 6 años, en este mismo espacio escribí una historia para Patty.
Una historia muy triste y dolorosa, de la que aún recibo reclamos.
Hace un par de días la leí y, sí; yo misma me he sentido mal al leerla luego de tanto tiempo.
Pobre Patty... Mizuki ya la fregó lo suficiente ¿por qué he tenido que hacerlo también yo?
Espero, que esta sirva para redimirme con ella; debo confesar que, darle algo de alegría, también ha sido mi deseo.
INCONDICIONAL
"¿Sabes?
Desde niño… desde siempre;
he pensado que los aviones son como aves,
que llevan en su vientre a otras aves.
Búscame cada vez que mires hacia arriba…"
… Y ella lo hacía.
Constantemente. Cada tarde, cada noche.
Por las mañanas al despertar, lo primero que hacía era levantarse para abrir las ventanas de su habitación y escrutar el cielo; y por las noches, su último pensamiento siempre era para él, mientras sus ojos castaños adivinaban constelaciones enteras en su incesante escrutinio de la bóveda celeste.
Así eran sus días desde que Stear se había marchado; en una ligera nota, le había escrito sus motivos, rematando con aquella frase: “…búscame cada vez que mires hacia arriba, el día menos pensado estaré de regreso. Te lo prometo…”
…La misma de ayer, la incondicional. La que no espera nada…
Patricia no habría necesitado de una nota, ni tampoco de una explicación. Ella lo sabía.
Desde aquella primera vez que lo vio apretar los puños mientras su hermano Archie leía en voz alta las noticias del periódico, y desde entonces Stear comenzara a hablar cada vez más seguido de la necesidad de defender lo que se ama, incluso a costa de la propia vida.
Lo hallaba pensativo, meditabundo. El, que siempre se había caracterizado por su buen humor y su alegría, se había vuelto de pronto en extremo silencioso.
La radio de su taller, a toda hora encendida contando las novedades en el frente, mientras él, con las manos apoyadas en el marco de la ventana, simplemente miraba hacia el cielo azul, con el ceño fruncido.
Una incertidumbre se instaló en su pecho desde entonces; no supo a ciencia cierta qué era lo que la perturbaba, hasta que le entregaron aquella rápida nota hallada en el escritorio de su habitación.
Un par de días antes la había sorprendido cuando, de repente, sin decir nada y sin aviso siquiera; en medio de un beso profundo, que a ella le supo a tristeza y desasosiego, él le tomó la mano izquierda y colocó un sencillo anillo de plata en su anular.
No era la mejor pieza de joyería, no tenía inscripciones, ni señas, ni adornos.
Se le cruzó por la mente en un instante que, muy posiblemente, lo hubiera fabricado él mismo. Lo acarició con ternura entre sus dedos, y al levantar la vista, se encontró con la mirada suplicante de Stear que, en silencio, esperaba una respuesta a aquella pregunta implícita.
La joven sólo se le arrojó encima rodeándole el cuello con los brazos mientras él la apretaba a su cuerpo.
…Tú, mis horas bajas tú, un cuerpo de mujer. Un par de rosas blancas…
Ni siquiera supo cómo fue, simplemente se dejó llevar; cuando se dio cuenta estaban en su habitación.
Con manos trémulas, ambos recorrieron caminos desconocidos, que nunca a ser humano alguno se le había otorgado andar, conociendo el calor y la pasión juntos y por primera vez, cada uno dio todo lo que tenía para entregarse mutuamente, desde el inicio de la piel hasta el centro mismo del alma, hablándose apenas con el fuego de sus miradas, con la dulzura de cada beso, con el vaivén de sus cuerpos; sin pronunciar una sola palabra, que no hacía falta.
...No hubo promesas, ni juramentos, nada de nada…
Mientras se abrazaba al pecho juvenil de su Stear, Patricia pensó por un segundo que talvez… solo talvez no había nada qué temer ¡Había sido tan feliz!
Pero ella sabía, lo sentía; aunque lo tenía ahí junto a ella, acunándola entre sus brazos y llenando de besos su frente y sus mejillas, ella lo sabía.
Esto no era más que un sueño que, con el pasar de las horas, se le escurría entre las pestañas.
El ya no estaba realmente ahí. Él ya era lejano.
Cuando recibió la nota, lo comprendió.
Siempre lo había sabido, su corazón se lo estuvo diciendo todo el tiempo. Ella simplemente no había sabido escucharlo.
¿Tendría que haberle preguntado a él? ¿Tendría que haber llorado, haberle hecho saber la incertidumbre que la embargaba?
¿Tenía que haberlo hecho sentir culpable con sus lágrimas y su dolor? Así tal vez, él lo habría pensado mejor.
Así tal vez él se habría quedado…
Pero, en realidad, ella jamás habría hecho eso. Manipularlo con lágrimas, chantajearlo con sus propios sentimientos… nunca había entendido bien cómo era posible que las mujeres hicieran tales cosas, las consideraba un irrespeto a ellas mismas y a su propio corazón.
Ella jamás obligaría a Stear a que se quedara, jamás, y menos haciéndolo desistir de sus propias decisiones, de sus propios deseos.
Ella nunca pidió nada, nunca aspiró a nada.
…La incondicional, la que no espera nada…
Jamás les habló a sus amigas de aquella noche; quizá, como damas bien criadas, se lo habrían reprochado, ya que él igual se fue y siendo hombre al fin… pero no, ella sabía la verdad.
Stear no era así, no era ese tipo de hombre. El no quiso de ella lo que parecía obvio, él no buscó llevarse nada; al contrario. Él quiso dejárselo todo.
¿Por qué siempre tiene que ser la mujer la que se entrega y el hombre el que se lo lleva todo como si fuera un trofeo?
Una se entrega por amor, es verdad pero ¿y ellos? ¿Acaso ellos nunca entregan nada?
Patricia no podía hablar por los demás, pero podía decirlo de su Stear. Ella no se sentía robada, burlada ni mancillada. Por el contrario ¡Se sentía entera!
Habiéndose entregado mutuamente, habiéndose vuelto mujer entre sus brazos no sintió nunca que le hiciera falta algo, por el contrario, era ahora cuando se sentía completa.
Desde entonces comenzó a admirar el cielo…
Hora tras hora. Día tras día.
Madrugadas enteras de insomnio y la tortura de la radio contando horrores.
Había desterrado el aparato de su cuarto, evitaba los diarios ¡No quería saber!
Con mirar el cielo tenía.
Era lo único que le había pedido él, y lo único que ella, en silencio, le había prometido.
… Tú, intensamente tú. Soledad, cariño, yo qué sé…
Incluso, cuando tuvo que pasar por el dolor de enterrar un ataúd vacío, con lo que creyó morirse intentando irse ella misma dentro de ese ataúd; al final, repuesta del ataque de histeria, el cielo siguió siendo el destino de sus ojos.
“…Búscame…” le repetía constantemente una voz en su cabeza; una voz que parecía hablarle desde el centro mismo de su corazón “…búscame cada vez que mires al cielo…”
Los días se volvieron meses, y estos, años.
Las misas de réquiem por el descanso de su amado se repitieron 2, 3, 4… ella no asistía.
¿Para qué? ¿Para qué asistir a la misa por el eterno descanso…?
Si ella sabía que aquella tumba estaba vacía.
Si ella sabía que ahí no había nadie.
Si ella sabía… ella sabía…
Ella seguía mirando el cielo, seguía cumpliendo con su pedido; seguía fiel a él. Incondicional, siempre incondicional.
Hace tiempo que la guerra había terminado, años ya y los pueblos habían comenzado a recuperarse lenta pero satisfactoriamente.
Sus padres, la reclamaron nuevamente a su natal Irlanda.
Pensaban que estar sola en América, simplemente mantendría vivo el dolor por la pérdida, y ellos querían que se recuperara.
Pensaban, que tal vez en *“la isla esmeralda” de su infancia, los recuerdos retrocederían dando paso a un nuevo impulso de vivir.
Se la llevaron, y ella no rechistó.
Y al parecer tuvieron razón después de todo, los padres ¡Como siempre! Papá y mamá siempre saben lo que es mejor para uno, no cabía la duda.
Los paseos por la verde y extensa campiña irlandesa, propiedad de sus padres, los paseos a caballo, el contacto con la naturaleza, el reencuentro con viejas amistades de infancia; poco a poco recuperaron la sonrisa de la joven.
Su ánimo volvió; se ocupó nuevamente del violín bajo la dulce tutela de su abuela, recuperó el buen apetito gracias a la sazón de su madre.
El insomnio la abandonó y sus noches volvían a ser plácidas y completas.
Conoció a alguien…
Un joven amigo de la familia, heredero de varias hectáreas de cebada para whiskey que, en una reunión navideña se había prendado de la delicada joven de mirada apacible.
Los padres estaban complacidos y ella; no había dicho que sí, pero tampoco había dicho que no.
Lo estaba pensando, seriamente lo estaba considerando.
Pero ¿cómo corresponder? ¿Cómo decir que sí y corresponder como todos esperaban? Si en su corazón aún permanecía una luz de esperanza.
Si la voz de su corazón seguía hablándole, si seguía pidiéndole que busque incesantemente entre las nubes.
Una tarde clara de domingo, mientras en el salón de su casa sus padres y su abuela recibían al amigo y sus parientes, compartiendo unas copas de vino y algo suave para pasar; ella se distrajo de la conversación que no le interesaba.
Desde su asiento, su mirada se perdía por el tramo de cielo azul que el gran ventanal le ofrecía, y de pronto su corazón dió un brinco.
Le había parecido que, detrás de una nube blanca como el algodón, un destello se había disparado.
Abandonando su copa se encaminó despacio hasta la ventana, el viento comenzó a arreciar alrededor como si fuera a haber tormenta, sin embargo el cielo permanecía claro.
Llegó hasta sus oídos un sonido extraño, que de principio no logró identificar.
No escuchó a su madre que desde su asiento la llamó por su nombre y de pronto salió corriendo del salón y de la casa.
Corrió por la propiedad hasta que solo vio verdor a su alrededor y el ruido aquel se hacía cada vez más fuerte.
Con el pecho agitado se detuvo mirando hacia arriba y reconoció el vientre de un bimotor que sobrevolaba la campiña.
¡Inconfundible sonido! Ya ella lo había escuchado antes, mucho antes; durante un verano de ensueño.
Siguió la trayectoria del aparato con su mirada desbordada; cuando lo vio en modo de descenso sus pies comenzaron a moverse, lentamente primero y a correr a todo lo que podía después.
El armatoste le pasó prácticamente por encima, su sombra la cubrió completa y el gruñido de sus motores la ensordeció un poco, justo antes de decidirse tocar tierra y cuando lo vio ya aterrizar a varios metros frente a ella, se quedó estática.
Recién en ese momento se percató de que no sabía lo que estaba haciendo; había salido de su casa corriendo como una loca al escuchar el motor de un avión, solamente porque sí.
Le llagó el sonido de su nombre por varias voces, sus padres y aquel joven venían corriendo tras ella a un par de kilómetros aún.
Tenía el peinado deshecho, los lentes torcidos, se le había ido en carrera una nylon, había perdido un zapato y casi hasta la dignidad al haber corrido de tal manera por… ¿por qué?
Patricia ¿por qué? ¿Qué es lo que te hizo hacer tal locura? Corazón, habla ¿por qué callas ahora que es cuando necesito escucharte de nuevo?
Copada de cordura por un vago instante, se dio la vuelta cabizbaja encaminándose hacia quienes la llamaban, cuando el sonido de la cabina al abrirse la hizo volver la mirada.
El piloto se incorporó de su asiento y, sin ceremonia, saltó hacia la hierba caminando hacia ella.
Patricia se quedó boquiabierta observándolo acercarse, mientras el viento le terminada de desbaratar el peinado, y su familia llegaba a ella sin entender lo que sucedía.
El hombre se retiró el casco y las gafas protectoras cayeron a la hierba.
Cabello negro… ojos oscuros.
Una cicatriz le cruzaba la frente y el vello facial casi le cubría la mitad de la cara, pero ella sabía… ella siempre lo supo.
Se acercaron mutuamente, él la miró de pies a cabeza sin poder creer lo hermosa que se había vuelto con los años. Su mirada se detuvo en su mano izquierda, y ella creyó que soñaba cuando escuchó su nombre nuevamente en su voz.
Él le tomó la mano donde ella jamás dejó de portar el anillo de plata que él le pusiera y la atrajo hacia él.
- ¿Dónde estabas? – preguntó ella.
- Aquí… - respondió él, tocando apenas con la punta de sus dedos el pecho de ella – siempre estuve aquí.
Las pequeñas manos de Patty recorrieron el rostro de Stear, como un ciego reconociendo a alguien, fue él quien retiró los malogrados lentes de su rostro redondo justo antes de aprisionarla contra su pecho y besarla, como nunca antes nadie ha besado a nadie jamás.
Patricia sabía, siempre lo supo.
Siempre supo que Stear volvería por ella.
Nunca hubo una promesa, nunca hubo un juramento. Solamente su amor.
Su amor que la hizo siempre saber que él, estuviera donde estuviera, la seguía amando como ella a él.
Su amor fuerte, su amor eterno. Su amor valiente, seguro y sereno.
Su amor que no esperaba nada, pero lo obtuvo todo.
Su amor incondicional; siempre, siempre incondicional.
Gracias por leer...
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Casi nunca me ha llegado la inspiración de escribir algo sobre ella, y de hecho, creo que esta es la segunda vez.
Hoy hace ya 6 años, en este mismo espacio escribí una historia para Patty.
Una historia muy triste y dolorosa, de la que aún recibo reclamos.
Hace un par de días la leí y, sí; yo misma me he sentido mal al leerla luego de tanto tiempo.
Pobre Patty... Mizuki ya la fregó lo suficiente ¿por qué he tenido que hacerlo también yo?
Espero, que esta sirva para redimirme con ella; debo confesar que, darle algo de alegría, también ha sido mi deseo.
INCONDICIONAL
"¿Sabes?
Desde niño… desde siempre;
he pensado que los aviones son como aves,
que llevan en su vientre a otras aves.
Búscame cada vez que mires hacia arriba…"
… Y ella lo hacía.
Constantemente. Cada tarde, cada noche.
Por las mañanas al despertar, lo primero que hacía era levantarse para abrir las ventanas de su habitación y escrutar el cielo; y por las noches, su último pensamiento siempre era para él, mientras sus ojos castaños adivinaban constelaciones enteras en su incesante escrutinio de la bóveda celeste.
Así eran sus días desde que Stear se había marchado; en una ligera nota, le había escrito sus motivos, rematando con aquella frase: “…búscame cada vez que mires hacia arriba, el día menos pensado estaré de regreso. Te lo prometo…”
…La misma de ayer, la incondicional. La que no espera nada…
Patricia no habría necesitado de una nota, ni tampoco de una explicación. Ella lo sabía.
Desde aquella primera vez que lo vio apretar los puños mientras su hermano Archie leía en voz alta las noticias del periódico, y desde entonces Stear comenzara a hablar cada vez más seguido de la necesidad de defender lo que se ama, incluso a costa de la propia vida.
Lo hallaba pensativo, meditabundo. El, que siempre se había caracterizado por su buen humor y su alegría, se había vuelto de pronto en extremo silencioso.
La radio de su taller, a toda hora encendida contando las novedades en el frente, mientras él, con las manos apoyadas en el marco de la ventana, simplemente miraba hacia el cielo azul, con el ceño fruncido.
Una incertidumbre se instaló en su pecho desde entonces; no supo a ciencia cierta qué era lo que la perturbaba, hasta que le entregaron aquella rápida nota hallada en el escritorio de su habitación.
Un par de días antes la había sorprendido cuando, de repente, sin decir nada y sin aviso siquiera; en medio de un beso profundo, que a ella le supo a tristeza y desasosiego, él le tomó la mano izquierda y colocó un sencillo anillo de plata en su anular.
No era la mejor pieza de joyería, no tenía inscripciones, ni señas, ni adornos.
Se le cruzó por la mente en un instante que, muy posiblemente, lo hubiera fabricado él mismo. Lo acarició con ternura entre sus dedos, y al levantar la vista, se encontró con la mirada suplicante de Stear que, en silencio, esperaba una respuesta a aquella pregunta implícita.
La joven sólo se le arrojó encima rodeándole el cuello con los brazos mientras él la apretaba a su cuerpo.
…Tú, mis horas bajas tú, un cuerpo de mujer. Un par de rosas blancas…
Ni siquiera supo cómo fue, simplemente se dejó llevar; cuando se dio cuenta estaban en su habitación.
Con manos trémulas, ambos recorrieron caminos desconocidos, que nunca a ser humano alguno se le había otorgado andar, conociendo el calor y la pasión juntos y por primera vez, cada uno dio todo lo que tenía para entregarse mutuamente, desde el inicio de la piel hasta el centro mismo del alma, hablándose apenas con el fuego de sus miradas, con la dulzura de cada beso, con el vaivén de sus cuerpos; sin pronunciar una sola palabra, que no hacía falta.
...No hubo promesas, ni juramentos, nada de nada…
Mientras se abrazaba al pecho juvenil de su Stear, Patricia pensó por un segundo que talvez… solo talvez no había nada qué temer ¡Había sido tan feliz!
Pero ella sabía, lo sentía; aunque lo tenía ahí junto a ella, acunándola entre sus brazos y llenando de besos su frente y sus mejillas, ella lo sabía.
Esto no era más que un sueño que, con el pasar de las horas, se le escurría entre las pestañas.
El ya no estaba realmente ahí. Él ya era lejano.
Cuando recibió la nota, lo comprendió.
Siempre lo había sabido, su corazón se lo estuvo diciendo todo el tiempo. Ella simplemente no había sabido escucharlo.
¿Tendría que haberle preguntado a él? ¿Tendría que haber llorado, haberle hecho saber la incertidumbre que la embargaba?
¿Tenía que haberlo hecho sentir culpable con sus lágrimas y su dolor? Así tal vez, él lo habría pensado mejor.
Así tal vez él se habría quedado…
Pero, en realidad, ella jamás habría hecho eso. Manipularlo con lágrimas, chantajearlo con sus propios sentimientos… nunca había entendido bien cómo era posible que las mujeres hicieran tales cosas, las consideraba un irrespeto a ellas mismas y a su propio corazón.
Ella jamás obligaría a Stear a que se quedara, jamás, y menos haciéndolo desistir de sus propias decisiones, de sus propios deseos.
Ella nunca pidió nada, nunca aspiró a nada.
…La incondicional, la que no espera nada…
Jamás les habló a sus amigas de aquella noche; quizá, como damas bien criadas, se lo habrían reprochado, ya que él igual se fue y siendo hombre al fin… pero no, ella sabía la verdad.
Stear no era así, no era ese tipo de hombre. El no quiso de ella lo que parecía obvio, él no buscó llevarse nada; al contrario. Él quiso dejárselo todo.
¿Por qué siempre tiene que ser la mujer la que se entrega y el hombre el que se lo lleva todo como si fuera un trofeo?
Una se entrega por amor, es verdad pero ¿y ellos? ¿Acaso ellos nunca entregan nada?
Patricia no podía hablar por los demás, pero podía decirlo de su Stear. Ella no se sentía robada, burlada ni mancillada. Por el contrario ¡Se sentía entera!
Habiéndose entregado mutuamente, habiéndose vuelto mujer entre sus brazos no sintió nunca que le hiciera falta algo, por el contrario, era ahora cuando se sentía completa.
Desde entonces comenzó a admirar el cielo…
Hora tras hora. Día tras día.
Madrugadas enteras de insomnio y la tortura de la radio contando horrores.
Había desterrado el aparato de su cuarto, evitaba los diarios ¡No quería saber!
Con mirar el cielo tenía.
Era lo único que le había pedido él, y lo único que ella, en silencio, le había prometido.
… Tú, intensamente tú. Soledad, cariño, yo qué sé…
Incluso, cuando tuvo que pasar por el dolor de enterrar un ataúd vacío, con lo que creyó morirse intentando irse ella misma dentro de ese ataúd; al final, repuesta del ataque de histeria, el cielo siguió siendo el destino de sus ojos.
“…Búscame…” le repetía constantemente una voz en su cabeza; una voz que parecía hablarle desde el centro mismo de su corazón “…búscame cada vez que mires al cielo…”
Los días se volvieron meses, y estos, años.
Las misas de réquiem por el descanso de su amado se repitieron 2, 3, 4… ella no asistía.
¿Para qué? ¿Para qué asistir a la misa por el eterno descanso…?
Si ella sabía que aquella tumba estaba vacía.
Si ella sabía que ahí no había nadie.
Si ella sabía… ella sabía…
Ella seguía mirando el cielo, seguía cumpliendo con su pedido; seguía fiel a él. Incondicional, siempre incondicional.
Hace tiempo que la guerra había terminado, años ya y los pueblos habían comenzado a recuperarse lenta pero satisfactoriamente.
Sus padres, la reclamaron nuevamente a su natal Irlanda.
Pensaban que estar sola en América, simplemente mantendría vivo el dolor por la pérdida, y ellos querían que se recuperara.
Pensaban, que tal vez en *“la isla esmeralda” de su infancia, los recuerdos retrocederían dando paso a un nuevo impulso de vivir.
Se la llevaron, y ella no rechistó.
Y al parecer tuvieron razón después de todo, los padres ¡Como siempre! Papá y mamá siempre saben lo que es mejor para uno, no cabía la duda.
Los paseos por la verde y extensa campiña irlandesa, propiedad de sus padres, los paseos a caballo, el contacto con la naturaleza, el reencuentro con viejas amistades de infancia; poco a poco recuperaron la sonrisa de la joven.
Su ánimo volvió; se ocupó nuevamente del violín bajo la dulce tutela de su abuela, recuperó el buen apetito gracias a la sazón de su madre.
El insomnio la abandonó y sus noches volvían a ser plácidas y completas.
Conoció a alguien…
Un joven amigo de la familia, heredero de varias hectáreas de cebada para whiskey que, en una reunión navideña se había prendado de la delicada joven de mirada apacible.
Los padres estaban complacidos y ella; no había dicho que sí, pero tampoco había dicho que no.
Lo estaba pensando, seriamente lo estaba considerando.
Pero ¿cómo corresponder? ¿Cómo decir que sí y corresponder como todos esperaban? Si en su corazón aún permanecía una luz de esperanza.
Si la voz de su corazón seguía hablándole, si seguía pidiéndole que busque incesantemente entre las nubes.
Una tarde clara de domingo, mientras en el salón de su casa sus padres y su abuela recibían al amigo y sus parientes, compartiendo unas copas de vino y algo suave para pasar; ella se distrajo de la conversación que no le interesaba.
Desde su asiento, su mirada se perdía por el tramo de cielo azul que el gran ventanal le ofrecía, y de pronto su corazón dió un brinco.
Le había parecido que, detrás de una nube blanca como el algodón, un destello se había disparado.
Abandonando su copa se encaminó despacio hasta la ventana, el viento comenzó a arreciar alrededor como si fuera a haber tormenta, sin embargo el cielo permanecía claro.
Llegó hasta sus oídos un sonido extraño, que de principio no logró identificar.
No escuchó a su madre que desde su asiento la llamó por su nombre y de pronto salió corriendo del salón y de la casa.
Corrió por la propiedad hasta que solo vio verdor a su alrededor y el ruido aquel se hacía cada vez más fuerte.
Con el pecho agitado se detuvo mirando hacia arriba y reconoció el vientre de un bimotor que sobrevolaba la campiña.
¡Inconfundible sonido! Ya ella lo había escuchado antes, mucho antes; durante un verano de ensueño.
Siguió la trayectoria del aparato con su mirada desbordada; cuando lo vio en modo de descenso sus pies comenzaron a moverse, lentamente primero y a correr a todo lo que podía después.
El armatoste le pasó prácticamente por encima, su sombra la cubrió completa y el gruñido de sus motores la ensordeció un poco, justo antes de decidirse tocar tierra y cuando lo vio ya aterrizar a varios metros frente a ella, se quedó estática.
Recién en ese momento se percató de que no sabía lo que estaba haciendo; había salido de su casa corriendo como una loca al escuchar el motor de un avión, solamente porque sí.
Le llagó el sonido de su nombre por varias voces, sus padres y aquel joven venían corriendo tras ella a un par de kilómetros aún.
Tenía el peinado deshecho, los lentes torcidos, se le había ido en carrera una nylon, había perdido un zapato y casi hasta la dignidad al haber corrido de tal manera por… ¿por qué?
Patricia ¿por qué? ¿Qué es lo que te hizo hacer tal locura? Corazón, habla ¿por qué callas ahora que es cuando necesito escucharte de nuevo?
Copada de cordura por un vago instante, se dio la vuelta cabizbaja encaminándose hacia quienes la llamaban, cuando el sonido de la cabina al abrirse la hizo volver la mirada.
El piloto se incorporó de su asiento y, sin ceremonia, saltó hacia la hierba caminando hacia ella.
Patricia se quedó boquiabierta observándolo acercarse, mientras el viento le terminada de desbaratar el peinado, y su familia llegaba a ella sin entender lo que sucedía.
El hombre se retiró el casco y las gafas protectoras cayeron a la hierba.
Cabello negro… ojos oscuros.
Una cicatriz le cruzaba la frente y el vello facial casi le cubría la mitad de la cara, pero ella sabía… ella siempre lo supo.
Se acercaron mutuamente, él la miró de pies a cabeza sin poder creer lo hermosa que se había vuelto con los años. Su mirada se detuvo en su mano izquierda, y ella creyó que soñaba cuando escuchó su nombre nuevamente en su voz.
Él le tomó la mano donde ella jamás dejó de portar el anillo de plata que él le pusiera y la atrajo hacia él.
- ¿Dónde estabas? – preguntó ella.
- Aquí… - respondió él, tocando apenas con la punta de sus dedos el pecho de ella – siempre estuve aquí.
Las pequeñas manos de Patty recorrieron el rostro de Stear, como un ciego reconociendo a alguien, fue él quien retiró los malogrados lentes de su rostro redondo justo antes de aprisionarla contra su pecho y besarla, como nunca antes nadie ha besado a nadie jamás.
Patricia sabía, siempre lo supo.
Siempre supo que Stear volvería por ella.
Nunca hubo una promesa, nunca hubo un juramento. Solamente su amor.
Su amor que la hizo siempre saber que él, estuviera donde estuviera, la seguía amando como ella a él.
Su amor fuerte, su amor eterno. Su amor valiente, seguro y sereno.
Su amor que no esperaba nada, pero lo obtuvo todo.
Su amor incondicional; siempre, siempre incondicional.
Gracias por leer...
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Última edición por Wendolyn Leagan el Miér Abr 05, 2017 8:02 pm, editado 3 veces