¡Hola!
Durante la GF 2015 compartí una pequeña historia titulada “Entre Flores y Piropos”. Desde el año pasado tengo escrito un momento en la vida de Terrence y Candice, situado años después del final de la historia.
Y dado que fue aquí donde la publiqué primero, me pareció apropiado postearlo aquí.
Ojalá les guste esta suerte de epílogo que vengo a compartirles.
Entre Flores y Piropos
Epílogo
Por Jari Granchester
Por Jari Granchester
Mis ojos se llenaron de ternura al ver la apacible imagen de mi pequeña nena. La viva estampa de su madre. El otro sol en mi constelación. La niña de mis ojos.
No me había visto, miraba atentamente hacia el lado contrario, donde un hombre vestido de uniforme, un piloto, pasaba junto a ella. Caminé hacia ella pero me detuve en seco al escucharla.
— ¿Cómo caminan las tortugas? ¡Apaciiito!
— ¡Sarah! —fue tal mi grito que casi opaqué a los parlantes de la sala de llegadas del aeropuerto.
Al escucharme se giró a verme. Una radiante sonrisa adorna su rostro. Sin el menor titubeo se levantó y echó a correr hacia mí.
Me crucé de brazos y esperé a que llegara. Su carita emocionada y brillante no me iba a conmover. Se me abalanzó y tuve que abrir los brazos para contenerla pero no iba a dejar que mi enfado se evaporara con un simple abrazo. Un simple abrazo que llevo añorando 177 días, 14 horas 18 minutos y no sé cuantos segundos.
—Te extrañé —un par de palabras musitadas y me enfado en el olvido.
—También yo mi sol —sentía que algo tiraba de mi garganta. Apreté los ojos con fuerza al sentir que me ardían.
— ¿Dónde está mamá? —preguntó elevando su preciosa carita para poder verme.
—Aquí estoy cariño —Detrás de mí, Candy, mi amada esposa, abrió los brazos para recibir a nuestra niña.
—Te extrañé mami.
—Y yo a ti mi tesoro.
La imagen de mis dos soles abrazados me cegó. No, no son lágrimas. Es el brillo de mis soles que lástima mi visión.
—No llores papi —Sarah deshizo el abrazo con su madre y volvió a abrazarme. Me permití disfrutar del cariño de mi niña unos segundos y luego les ofrecí mi brazo para guiarlas a la salida de la sala de llegadas del aeropuerto.
De acuerdo, sí estaba llorando. Pero que esperaban, eso es lo que hacen los años. Te ablandan. Y aunque todavía estoy papibueno —palabras de Candy no mías— a mis cincuenta y pocos años estoy más que ablandado por Candice y Sarah. Desde que la tuve por primera vez en mis brazos supe que haría cualquier cosa por ella.
Y aquí estoy, en pleno verano. Dejando mi fresca y confortable casa en Stratford para soportar el agobiante sol de Los Ángeles. Y con lo que me encanta el calor. Pero a mi hermosa Sarah se le metió entre ceja y oreja ser actriz. Sí, heredó el gusto de mi madre por la farándula.
¿Y qué hice yo?
Montarle una casa con una barda de tres metros y cercado eléctrico en todo el perímetro. Cámaras de seguridad, alarmas y cuatro guardaespaldas. Todos casados, feos y mayores de cuarenta años; requisitos indispensables.
¿Controlador? No. Más bien, precavido. Tantas cosas que se ven en esos libros que le gusta leer a Candy. ¿Mi sol con un cuerpudo, varonil y “hermoso” guardaespaldas?
¡Ni en sueños!
Llegamos a la camioneta que nos esperaba para llevarnos a la casa y en ese momento mis entrañas colapsaron. Literal sentí como mis tripas se encogieron y luego se estiraron como liga de tiranchina.
Ahí, parado junto a la puerta del copiloto, está un cuerpudo, varonil y “hermoso” guardaespaldas.
Fruncí el ceño y tensé el cuerpo. Sentí el apretón que Candice me dio en el brazo del que la llevaba. La miré y vi su amenazadora expresión. Fruncí más el ceño y resoplé. Apuré el paso para llegar a la camioneta.
—Señorita — ¡Le sonrió! ¡El anabólico le sonrió a mi pequeña!
Contuve un gruñido mientras esperaba a que Sarah y Candice subieran a la parte trasera.
—Tu nombre —hablé por lo bajo. No quiero que ellas me escuchen.
—Abraham —Para mérito suyo ni siquiera parpadeó al responder.
—Debe de ser una broma —gruñí entre dientes. Abraham y Sarah. Alguien debe estar riendo de mi desgracia en estos momentos.
Subí a la camioneta y observé que, mientras él rodeaba el vehículo para subir al asiento del copiloto, Sarah no le quitaba el ojo de encima. Sentí deseos de decirle a Isaac, su otro guardaespaldas, que arrancara antes de que el anabólico se subiera.
Cuando el fulano se hubo acomodado dentro de la camioneta, Isaac me miró por el espejo. Moví la cabeza, indicándole con el gesto que podíamos irnos. Con apenas un parpadeo me respondió y enseguida se puso en marcha. El sí que es un magnífico guardaespaldas. Tiene las “tres F”. Feo, firme y formal. Y lo mejor, esposa y tres hijos. Cumple a la perfección el perfil del puesto. Me mantiene al tanto de todo lo que sucede en la vida de mi nena y, por supuesto, de las nuevas contrataciones y reemplazos temporales en su seguridad. Y este es un tema que vamos a hablar apenas lleguemos a la casa. No es posible que no me haya informado de este nuevo… elemento.
Ni loco voy a permitir que ese remedo de patriarca conviva durante casi veinticuatro horas con mi sol.
Sentí un pellizco en el muslo y miré a Candy.
—Deja de mirarlo como si quisieras asesinarlo —aunque me habló bajito y sonreía con dulzura, fui muy consciente de su mirada reprobadora.
Miré de reojo a mi nena, estaba distraída con su móvil.
—Se llama Abraham. ¡Abraham! —murmuré incrédulo.
¿Cuántas probabilidades había de que mi pequeña Sarah conociera un Abraham y que además le gust… le gust...?
No puedo ni pensar la infame palabra.
—¿Y qué que se llame Abraham?
—¡Dios, Candy! No puedo creer que no veas la relación.
Candy por supuesto que entiende a qué se refiere su esposo. Sabe que ver al hermoso espécimen que cuida de su hija casi le hizo echar espuma por la boca. Y que se llame Abraham, igual que el patriarca israelita, cuya esposa se llamaba Sarah… bien, ya no hacen falta más explicaciones.
Miré a Terry y sonreí. Es un sobreprotector con Sarah. Si con Noah fue un “papá gallina”, con Sarah… moví la cabeza sonriendo.
—Contrólate —le dije y acaricié su mandíbula. Eso nunca falla.
Mi corazón se agitó cuando me miró a lo ojos y vi en los suyos la pureza de nuestro amor. Esa mirada… tampoco nunca falla. Hace conmigo lo que quiere cuando me mira así. Y él lo sabe.
Rendida me recosté en su pecho. Escuchando el suave pero firme latido de su corazón. Cerré los ojos un momento, descansando entre sus brazos del estrés del vuelo.
Una semana atrás llegamos a Nueva York, donde reside nuestro pequeño Noah. La otra luz de mis ojos y dueño de mis desvelos. Aunque trato de no hacer caso a los rumores de sus aventuras amorosas, siempre termino mal durmiendo. Preocupada de que desperdicie el tiempo con tantas mujeres cuando, en algún lugar, debe estar la definitiva. Me inquieta que por estar distraído no logre verla.
En esta semana que estuvimos con él, noté que esa chispa traviesa que siempre le ha caracterizado ya no brilla como antes.
Terry asegura que por fin ha encontrado a la mujer que le hará recitar todos los piropos de la tierra en todos los idiomas. Y que probablemente todavía no ha conseguido que ella quiera escucharlos.
Imaginé a mi nene casado con una buena mujer y yo rodeada de Noahs pequeñitos.
Una perversidad se vino a mi mente y no quise evitar llevarla a acabo.
—Te imaginas, tú y yo, en nuestra casa de Stratford, rodeados de pequeños y revoltosos Noahs… —a propósito hice una pausa. Le miré y sonreía. Tenía la mirada perdida y estoy segura que estaba imaginando la escena que le pinté—… y Sarahs.
¡Oh sí! Sucedió justo lo que esperaba. El antes apacible rostro de mi amado esposo se tornó sanguinario. De haber vivido en el medievo ya habría sacado su espada y lanzado su grito de batalla.
Seguí la dirección de su mirada y me sentí culpable por el pobre Abraham. Si mi intuición de madre no me falla, ahí hay algo. Y me va a tocar a mí hacer de mediadora.
Suspiré y me reacomodé en los brazos de Terrence.
Me esperaban unos días difíciles, en medio del fuego cruzado. Un poco de calma y cordura que habré de sacrificar por el bien de la paz y felicidad de nuestra familia.
Hemos estado juntos por casi treinta años. Años en los que hemos sido inmensamente felices a lado de nuestros pequeños. Años en los que hubo tristezas, discusiones y reconciliaciones. Sobre todo reconciliaciones. Terry siempre quiere hacer reconciliación por todo. Con el tiempo me di cuenta que la mayoría de las discusiones eran por tonterías, y provocadas por él, con el propósito de tener nuestra reconciliación. También, con el tiempo, aprendí a “enojarme” por tonterías y a recibir mis flores y mis piropos de reconciliación.
El movimiento de la camioneta cesó, señal de que habíamos llegado. Me incorporé a tiempo de ver la suave sonrisa con la que mi hija recibió la ayuda de Abraham para salir.
Y Terrence gruñó.
¡Gruñó!
Negué con la cabeza, me acerqué a la puerta para bajar y mientras descendía pensé que esas semanas que pasaremos en Los Ángeles estarán llenas de reconciliaciones, flores y piropos.
¿Quién dijo que las discusiones no dejan nada bueno?
Fin
Gracias por su lectura.
Jari.
Última edición por Jari el Dom Abr 09, 2017 5:12 pm, editado 1 vez