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CAPÍTULO XII
by
LADY GRAHAM
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Con la portezuela del auto abierta, el joven Davis aguardó por Terruce. Una vez éste en su cómodo interior, el chofer tomó su lugar y lo llevó a su destino. En unas cuantas horas arribaron a la capital del estado; y en minutos adonde el Señor Davis los esperaba. Él y muchos hubieron sido espectadores del disgusto de los señores Leagan; y por lo tanto, vieron el camino y aposento que Candy ocupara.
Inspeccionada y ubicados los pasillos secretos, el hombre mayor no tuvo problemas de conducir a Terry hasta ella, la cual creyéndose asegurada y sola, dio un espectáculo que alteraron los sentidos reprimidos. Para no dejarlos escapar, además de la frustración de no tenerla, el actor pretendió echarse a correr. Empero Candy lo llamó; y dominados por los deseos, se entregaron al que les despertó en el instante de que sus miradas se cruzaron: un beso suplicante; un beso añorado; un beso verdadero; un beso que los hizo olvidarse de lo que les rodeaba. Por ello, no se percataron de la presencia de Neil, ni tampoco de la rabia ni del dolor que causó haberlos visto y oído confesándose su amor y haciendo planes con ello. ¿Matar a su rival? Obviamente quiso. Sin embargo, la nota que el electo gobernador llevaba en sus manos, lo detuvo.
Acababa de verla partir hacia la habitación de huéspedes cuando a su espalda le llamó un empleado de confianza. La carta que se le entregó no fue atendida en el momento sino que buscó su oficina. Allá y estando a solas la leyó, expresando en su rostro… resignación.
Los dos minutos que permaneciera cabizbajo, fueron bastantes para llevar a cabo su siguiente movimiento. Buscarla para una vez más disculparse. La puerta sellada se lo impidió de momento. No obstante, no se detendría hasta volver a tenerla en sus brazos. Por ende, usó los pasadizos de la servidumbre; y cuando llegó, esperó guardando silencio. Ya enterado, se dispuso a desaparecer. Literalmente así sucedería, ya que en la remisa se le advertía:
“Con nosotros no se juega, Neil Leagan”
“Se te dio dinero suficiente para participar en la candidatura y después rechazar la gubernatura”
“No lo hiciste, no nos dejas otra opción”
“Pero si tanto aprecias tu vida, no te presentes mañana, porque de hacerlo… ésta vez seremos certeros”
Increíblemente Neil los retó al decir:
– Realmente espero que lo sean. De nada sirvió cambiar, pero tampoco puedo dar marcha atrás. La amé, la amo y lo haré siempre. Pero mientras él exista, ni sacándole el corazón conseguiré un poco de su amor. Ni siquiera en estos que son mis últimos minutos y ella y él…
Lentamente, la cabeza de Neil se giró hacia aquel punto, donde promesas se hacían y castillos se construían.
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Pese a los nervios, el interior de Candy estaba lleno de alegría. Haberlo visto, haber hablado, haber estado como siempre ambos lo soñaron, la emocionaron más al tener la oportunidad de empezar juntos una vida. Con la truncada, la señora Leagan simplemente quedaría en shock. Neil Leagan, su esposo, frente a ella, frente a muchos, había muerto.
Sus ojos verdes espantados y secos estaban fijos en el inerte cuerpo. Éste hubo sido trasladado hacia el interior del inmueble gubernamental, donde guardia se le hacía; y donde Terruce no podía entrar. Además en otra sala lo tenían, y ahí…
– ¿Qué hacía en la noche de clausura de Hamlet? ¿dónde estaba después de terminar la función? ¿es verdad que visitó a los señores Leagan? ¿qué motivos tenía para atacar a la señora Candice Leagan?
– ¡¿Cómo diantres dijo?! – la última cuestión hizo reaccionar al actor. – ¡¿Atacarla?! –. Su reclamo iba acompañado de una reprobadora mirada y una firme pose en jarras.
– ¿No lo sabía?
– ¡¿Acaso me ve con cara de que sí?! – Terry retaba al osado. Por lo mismo…
– Lo sentimos – dijo otro empleado: uno de los encargados de investigarlo en aquella noche. – De acuerdo a los trabajadores del Hotel Royal, a usted llamaba el señor Leagan.
– ¡Pero eso no significa que yo lo hubiera hecho! Además… – Terry calló, porque involucrar a la Señorita Davis y decir que con ésta había estado en su casa, pues no era de caballeros. El que lo interrogaba poco le importó y lo dijo.
– ¿Afirma entonces haber estado con la Señorita Amara Davis?
– Su padre y su hermano también – completó el artista para que no diera tiempo a más malas interpretaciones. Sin embargo…
– ¿Qué hizo anoche o durante las horas de la mañana?
– Prepararme para el evento. Salí de la ciudad de Nueva york y vine directamente aquí.
– ¿Dónde se hospedó?
– Un momento – Terry lo apuntó con el índice izquierdo. – ¿Su cuestionamiento se debe a que está haciendo mi persona sospechosa?
– Todos lo somos en estos momentos, Señor Grandchester. Pudo haberlo planeado y…
– ¡Inaudito! – espetó el actor, quien no negaba haber tenido las ganas, sin embargo…
– ¿Capitán Dude? – se oyó en el lugar; y el nombrado indicaba hablar. – Hemos encontrado esto – la carta de advertencia hacia Neil – entre las pertenencias del gobernador finado.
Interesado el encargado del asunto tomó la remisa y la leyó, posándose inmediatamente después en Terruce, el cual demandaría:
– ¿Es algo que me libre de este encierro? Me gustaría acompañar a la señora Candice.
– ¿Por qué?
– ¿Le parece poco la situación penosa por la cual atraviesa?
– Ya se le avisó a la familia de lo sucedido.
– ¡Aún así, caramba!
– Está bien – respondieron ante la furia desatada; además en las manos de los oficiales estaba el motivo de la muerte de Neil Leagan.
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Suya, era lo que Candy se repetía. Suya era la culpa de que Neil estuviera así. Sin vida, sin moverse.
– Neil – la rubia mujer se acercó a su lado, se hincó, le tomó una mano y le pedía: – perdón –. Después, sobre el dorso tibio, colocó su blanca frente para repetir: – Perdóname desde donde quiera que estés. Fuiste… un buen amigo después de que tú y yo nos quedamos solos. A ti te dejó tu hermana. A mí… tú mejor que nadie lo supo; y aún así, no te rendiste y conseguiste que aquel odio que te gritara debido a mi frustración de no hallar a quien buscaba, se convirtiera en amistad. Cada uno estaba consciente de su futuro. Cada uno se dedicó a lo suyo y tú y yo a lo nuestro. ¡Perdóname, por favor! – Candy soltó su llanto al haber sido la responsable de aquel fracaso. – Perdona que sólo tenga un corazón y en ello no te diera la cabida completa.
– ¿Señora Leagan? – hablaron a sus espaldas; y ella apenas levantó la cabeza para oír: – tenemos que llevárnoslo.
– ¿Por qué? – Candy se alarmó. Y la mano que se le extendía tomaba para ayudársele a ponerse de pie.
– Ya tenemos el reporte de lo sucedido.
– ¿Y qué fue según ustedes?
– Un ajuste de cuentas
– ¡¿Qué dice?! – Candy miró a Terruce como si él supiera. Él por su parte la invitó a escuchar de los agentes.
– ¿Supo en qué cosas andaba metido su esposo?
La titubeante expresión de la rubia y su silencio parecía la positiva respuesta. Por lo mismo…
– ¿Quiere hablarnos al respecto?
– No tengo nada que decir.
– ¿Está segura?
– Por favor, señores – intervino Terruce. – Sean comprensibles con la señora.
– Está bien; pero deben seguirnos.
– ¿Adónde? – Candy volvió a alarmarse; y la persona cercana la tomó del brazo para llamar su atención. Una vez hecho así le dio la señal de decir “sí”. Entonces ella no se interesó más en saber y los oficiales se dispusieron a hacer lo suyo.
Acabado, todos buscaron una salida; y allá…
– Si no les importa, yo llevaré a la señora. Mi auto ya está disponible.
– Como guste – dijo un agente. Y Terruce amablemente le pidió a Candice ir por una dirección. En esa se divisaba a los Davis. El padre para hacerse cargo del volante y el hijo con la portezuela trasera lista. Por ahí, la rubia fue la primera en ingresar; y conforme se acomodaba en su asiento, oía:
– Ya todo está listo, Señor Grandchester.
– Bien – contestó él. Y consiguientemente de agradecer, se dio acceso al auto. En ello… – vayámonos entonces.
– ¿Hasta Nueva York? – Candy preguntó. Terruce para no contrariarla decía:
– Sí –. Sin embargo, después de salir de la vista de los demás, el rumbo a tomar sería otro. Uno que hubo sido sugerido por el padre de Amara al haberse supuesto:
– Su departamento va a ser el primer lugar a visitar.
– ¿Entonces adónde?
– No se preocupe. Será uno donde ella… – Candy quien se quedaría dormida en los brazos de Terruce – pueda sobreponerse de su pena.
Aprovechando la cercanía de su cabeza, en la dorada cabellera, el actor depositó un beso. Sí, aquel lugar iba a ser el adecuado para que ella se recuperara: un chalet construido al pie de la montaña y un tanto alejada de la civilización. Un lugar que tendría mucho parecido con la inolvidable colina de pony.
Última edición por Citlalli Quetzalli el Vie Abr 28, 2017 8:55 am, editado 1 vez